domingo, 5 de enero de 2014

El Ministerio de la Palabra

SU REVELACION
No se puede insistir demasiado en que la enseñanza en la Iglesia haya de ser siempre ministerio de la Palabra de Dios. Creemos no solamente en la inspiración de las Santas Escrituras, sino también en la perfección de ellas para el propósito para lo cual fueron dadas.
La revelación escrita, es una obra perfecta y completa, como todas las obras de Dios, y que contiene, por lo tanto, todo lo necesario para ilumi­narnos respecto del camino de salva­ción para el pecador y el camino de santidad y servicio para el creyente (2 Ti. 3:14-17).

SU UTILIZACION
No todos lo han entendido así, y lo malo es que en muchas Iglesias en el día de hoy, los llamados ministerios de la Palabra, ministran lo que no es en ningún sentido la Palabra de Dios.
Muchos se creen con libertad para expresar sus propios pareceres, opi­niones, teorías, y comentarios sobre cualquier asunto. Pueden leer una porción de la Escritura como preám­bulo para su charla, pero la charla misma no es en manera alguna una exposición del sentido de aquel texto leído. En tales casos, el texto resulta ser solamente un pretexto.
El apóstol Pablo instó a Timoteo solemnemente, a que predicara "la Palabra" (2 Ti. 4:1-2). Anteriormen­te (Cap. 2:15) le exhortaba a que se preparara con diligencia para emplear la Palabra acertadamente como obrero aprobado por Dios y en contraste con eso, habla de otros (Himineo y Fileto) cuyo ministerio consistía solamen­te en "profanas y vanas parlerías" (v. 16). Eran profanas, porque su origen era netamente humano; y eran vanas, porque ningún provecho traían. Eran como "madera, heno, y hojaras­ca" (1 Co. 3:12-15): material que no aguanta la prueba del escrutinio divi­no.
De todo esto, se desprende que el ministro debe ser un siervo temeroso y reverente frente a las Escrituras. Cierto es que debe tener un don espi­ritual para su obra, pero nunca será un ministro aprobado, si no sabe qué es lo que ha de enseñar. Para esto debe aplicarse asiduamente al estudio de las Escrituras.
Una vez, un aspirante a ser un obre­ro del Señor, se mostró confuso cuando un hermano de experiencia le hizo la sencilla pregunta: "¿Cuántas veces ha leído Ud. la Biblia de tapa a tapa." Pero nada más natural. ¿Cómo se atreverá a enseñar o ministrar aquél que no se haya familiarizado bien con la Palabra?

SU APLICACION
Los conocimientos superficiales adquiridos de unos cursos por corres­pondencia, o por la lectura de unos cuantos libros por buenos que sean, no pueden nunca reemplazar el estudio concienzudo, analítico y reverente de la Palabra de Dios.
Debemos advertir también, que la adquisición de conocimientos bíblicos por un proceso puramente intelectual, aun cuando se empleen los mejores "métodos de pedagogía" para su en­señanza, no es comparable a una adoctrinación espiritual bajo la dire­cción del Espíritu Santo.
Esta enseñanza puede ser recibida en la Iglesia, si hay ministros espiri­tuales, o bien por medio del estudio privado, pero el objeto de ella debe ser primero la edificación y alimen­tación del interesado. (He. 5:12-14).
El que no ha sentido los efectos de la Palabra en su propia experiencia, amoldando su carácter y gobernando su vida, no tendrá convicciones fir­mes, ni ninguna autoridad para influen­ciar las vidas de otros mediante la "manifestación de la verdad" (2 Co. 4:2).
La Palabra ha de ser como un "pan de cebada" primero, antes de que pueda ser utilizada como "espada de Gedeón" (Jue. 7:13-14).
El apóstol Pablo, exhorta a Timoteo a profundizar y asimilar las Escritu­ras, para obtener él mismo el apro­vechamiento primero, y para que sus oyentes luego experimenten los saluda­bles efectos de su ministerio. (1 Ti. 4:15-16).


Sendas de Luz, 1968

No hay comentarios:

Publicar un comentario