No
se puede insistir demasiado en que la enseñanza en la Iglesia haya de ser
siempre ministerio de la Palabra de Dios. Creemos no solamente en la
inspiración de las Santas Escrituras, sino también en la perfección de ellas
para el propósito para lo cual fueron dadas.
La revelación escrita, es una obra perfecta y completa, como todas las obras de
Dios, y que contiene, por lo tanto, todo lo necesario para iluminarnos
respecto del camino de salvación para el pecador y el camino de santidad y
servicio para el creyente (2 Ti. 3:14-17).
SU UTILIZACION
No
todos lo han entendido así, y lo malo es que en muchas Iglesias en el día de
hoy, los llamados ministerios de la Palabra, ministran lo que no es en ningún sentido
la Palabra de Dios.
Muchos
se creen con libertad para expresar sus propios pareceres, opiniones, teorías,
y comentarios sobre cualquier asunto. Pueden leer una porción de la Escritura
como preámbulo para su charla, pero la charla misma no es en manera alguna una
exposición del sentido de aquel texto leído. En tales casos, el texto resulta
ser solamente un pretexto.
El
apóstol Pablo instó a Timoteo solemnemente, a que predicara "la
Palabra" (2 Ti. 4:1-2). Anteriormente (Cap. 2:15) le exhortaba a que se
preparara con diligencia para emplear la Palabra acertadamente como obrero
aprobado por Dios y en contraste con eso, habla de otros (Himineo y Fileto)
cuyo ministerio consistía solamente en "profanas y vanas parlerías"
(v. 16). Eran profanas, porque su origen era netamente humano; y eran vanas,
porque ningún provecho traían. Eran como "madera, heno, y hojarasca"
(1 Co. 3:12-15): material que no aguanta la prueba del escrutinio divino.
De
todo esto, se desprende que el ministro debe ser un siervo temeroso y reverente
frente a las Escrituras. Cierto es que debe tener un don espiritual para su
obra, pero nunca será un ministro aprobado, si no sabe qué es lo que ha de
enseñar. Para esto debe aplicarse asiduamente al estudio de las Escrituras.
Una
vez, un aspirante a ser un obrero del Señor, se mostró confuso cuando un hermano
de experiencia le hizo la sencilla pregunta: "¿Cuántas veces ha leído Ud.
la Biblia de tapa a tapa." Pero nada más natural. ¿Cómo se atreverá a
enseñar o ministrar aquél que no se haya familiarizado bien con la Palabra?
SU APLICACION
Los
conocimientos superficiales adquiridos de unos cursos por correspondencia, o
por la lectura de unos cuantos libros por buenos que sean, no pueden nunca
reemplazar el estudio concienzudo, analítico y reverente de la Palabra de Dios.
Debemos
advertir también, que la adquisición de conocimientos bíblicos por un proceso
puramente intelectual, aun cuando se empleen los mejores "métodos de
pedagogía" para su enseñanza, no es comparable a una adoctrinación
espiritual bajo la dirección del Espíritu Santo.
Esta
enseñanza puede ser recibida en la Iglesia, si hay ministros espirituales, o
bien por medio del estudio privado, pero el objeto de ella debe ser primero la
edificación y alimentación del interesado. (He. 5:12-14).
El
que no ha sentido los efectos de la Palabra en su propia experiencia, amoldando
su carácter y gobernando su vida, no tendrá convicciones firmes, ni ninguna
autoridad para influenciar las vidas de otros mediante la "manifestación
de la verdad" (2 Co. 4:2).
La
Palabra ha de ser como un "pan de cebada" primero, antes de que pueda
ser utilizada como "espada de Gedeón" (Jue. 7:13-14).
El
apóstol Pablo, exhorta a Timoteo a profundizar y asimilar las Escrituras, para
obtener él mismo el aprovechamiento primero, y para que sus oyentes luego
experimenten los saludables efectos de su ministerio. (1 Ti. 4:15-16).
Sendas de Luz, 1968
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