El creyente, lavado de sus pecados, nacido de nuevo, se
encuentra a partir de entonces en una posición muy segura. Es liberado de la
culpabilidad que pesaba sobre él, pero, más aún, es justificado positivamente,
declarado justo. Por la fe ve en Dios a un Dios Salvador que, al resucitar a
Jesucristo de entre los muertos, dio prueba de que la expiación cumplida en la
cruz satisfizo plenamente las exigencias de su santidad. Esta fe del creyente
le es contada “por justicia”, ella lo hace “justo” ante Dios (Romanos 4:22-25).
Dios nos identifica con su Hijo: “Al que no conoció pecado” (Cristo), “por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
él” (2 Corintios 5:21). El propio Cristo es nuestra justicia: “Cristo Jesús, el
cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y
redención” (1 Corintios 1:30).
“Justificados, pues, por la fe,
tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1), una paz segura que Dios nos
otorga con justicia. Mejor todavía, por Cristo “también tenemos entrada por la
fe a esta gracia en la
cual estamos firmes” (Romanos 5:2). Por la sangre de Cristo hemos sido hechos
cercanos a Dios (Efesios 2:13), y hasta colocados en la más estrecha
proximidad: Dios nos ha “predestinado
para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de
su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo
aceptos en el Amado” (Efesios 1:5-7). Nos ha adoptado como hijos suyos. “Nos
hizo nacer por la palabra de verdad” (Santiago 1:18). Somos nacidos de él:
“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Juan 5:1).
Cristo vino a su pueblo Israel, pero no fue recibido; “más a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni
de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12, 13). “Pues todos sois hijos de
Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26). “Mirad cuál amor nos ha dado el
Padre, para que seamos llamados hijos de Dios... Amados, ahora somos hijos de
Dios” (1 Juan 3:1-2).
“Y
si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”
(Romanos 8:17). Jesús “el Autor” de nuestra salvación, por quien hemos sido
santificados y llevados como hijos a la gloria, no se avergüenza de llamarnos
“hermanos” (Hebreos 2:10, 11). Su primer mensaje para sus discípulos después de
su resurrección es formal: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a
vuestro Dios” (Juan 20:17).
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