Los años comienzan a pasar más rápidamente de lo que pensamos. Ya no se encuentra ese tiempo en que notábamos
que los días eran más lentos y que todo sucedía en una calma normal: sentíamos
que el año se demoraba trecientos sesenta y cinco días en pasar; y ahora sin
darnos cuenta estamos festejando el año
nuevo.
No es que el tiempo esté más rápido o los
días duren menos. Una hora en los tiempos de Adán es la misma hora de estos tiempos.
Somos nosotros que hemos ido cambiando y acelerándonos. La sociedad está cada
vez más rápida, quiere que todo sea en forma más expedita y pronta, quiere que
todo se haga con rapidez extrema, porque sabe, de algún modo, que no posee
mucho tiempo. Por eso pelean con el tiempo para tener más de él, demándenselo a
sus conciudadanos, y así poder dedicar este excedente a sus necesidades
particulares: arreglar un desperfecto en la casa, salir de paseo, vacaciones,
fiestas, etc.; es decir, cumplir de ese modo algún sueño postergado.
El ser humano sabe que en cualquier
momento su vida se acabará y ya no estará más en esta tierra. Algunos partirán
en forma violenta, dolorosa, otros en cambio, en paz y tranquilamente, pero de
cualquier forma quieren realizar logros. Pero estos logros, en muy pocos casos
corresponden a llegar al conocimiento y obtención de la vida eterna que es por
la obra del Señor Jesucristo en la cruz del calvario. ¡No! Estos logros son sólo
ambiciones personales y egoístas.
Pero hay otros casos en que a pesar de ser
el mismo tiempo en que nos desenvolvemos, nos encontramos que hay personas que
no tienen tiempo para nada. Están hasta altas horas de la madrugada del día
siguiente trabajando y acumulando stress, stress que en algún minuto nos pasará
la cuenta y nos llevará a estar algunos días “descansando en el hospital por
algún tiempo” o nos llevará a la sepultura en forma anticipada. Y lo peor de
todo, es que se trabajó abundantemente en provecho de otros, que se
enriquecieron a costa de nuestro extremo esfuerzo.
Al describir en los acápites anteriores esas dos situaciones del tiempo, son sólo para
dar referencia a dos hechos que vivimos como creyentes. El primero el de
disponer tiempo y el segundo de la falta de tiempo. Estos dos hechos que son
opuestos entre sí se dan más a menudo de lo que creemos. En el primero, al
igual que los no creyentes, usamos el tiempo en actividades que son personales
y familiares, lo cual es bueno y correcto, pero no dejamos el tiempo suficiente
para las actividades que tienen que ver
con nuestro crecimiento espiritual. Por consiguiente pasamos a ser parte
del segundo grupo, del que no tiene más tiempo que el necesario para sus
actividades y vive escaso del mismo.
Por tanto, es importante, hermanos, el
poder tener un espacio de tiempo necesario para tener comunión con el Señor por
medio de la oración y estudio de Su Palabra, ya que estas dos actividades son
una labor importantísima, porque sin este alimento espiritual no creceremos ni
llegaremos a la medida de la estura de Cristo (Efesios 4:13). Además, ¿cómo
conoceremos Su voluntad sin no leemos en su Palabra?
Surge una pregunta: ¿Cuánto tiempo le
dedico al estudio? La respuesta es
depende. Es decir, cuando como mis alimento y me tomo el tiempo para
hacerlo, entonces se cuándo estoy
saciado, y puede perfectamente haber pasado una hora. Del mismo modo, cuando
nos sintamos saciados de estudiar, sabremos cuanto tiempo dedicarle al estudio
de la Palabra y la oración.
La
finalidad de “Candelero Encendido” es
que el creyente pueda crecer en el conocimiento de las Escrituras y del Señor
por medio de escritos que nuestros hermanos han dejado, y que podamos
edificarnos con ellos, construyendo un edificio sólido. Pero que quede
establecido desde ya, que estos son sólo un aporte, el principal debe ser hecho
con el estudio directo en las Escrituras; es una guía, pero la guía principal
debe ser la que nos indique el Espíritu Santo. No basta que leamos la Escritura como cualquier libro,
sino como un Libro que está lleno de riquezas y que solo debemos escarbar un
poco para encontrarlas; además debemos meditar en ella, porque es la única
forma que Dios nos indique su voluntad.
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