“Si corriste con los de
a pie, y te cansaron, ¿cómo contenderás con los caballos? Y si en la tierra de
paz no estabas seguro, ¿cómo harás en la espesura del Jordán?”
(Jeremías 12:5).
Éste es un excelente versículo que nos desafía cuando somos tentados a
rendirnos rápida y fácilmente. Si no podemos hacer frente a las dificultades
menores ¿cómo esperamos afrontar las mayores? Si nos doblamos bajo los golpes
insignificantes de la vida, ¿cómo aguantaremos bajo los golpes más fuertes?
Oímos de los cristianos
que se malhumoran y ponen mala cara porque alguien les ofende. Otros dejan de
trabajar y presentan la dimisión porque alguien les ha criticado. Y otros
tuercen la nariz porque les han rechazado una buena idea.
Algunos, con un pequeño
malestar físico ya aúllan como un oso herido. Y uno se pregunta qué harían con
una enfermedad mortal. Si un hombre de negocios no puede hacerle frente a los
problemas cotidianos, es poco probable que pueda hacerle frente a los que son
en verdad grandes.
Todos necesitamos una
cierta cantidad de disposición resistente. Esto no quiere decir que debamos ser
ásperos o insensibles. La idea es que no nos ahoguemos en un vaso de agua.
Necesitamos la fuerza moral que nos da aguante en las vicisitudes de la vida, y
nos haga capaces de levantarnos y seguir adelante.
Quizás hoy te enfrentes
a una crisis. Al momento te parece muy severa y te sientes tentado a renunciar,
pero dentro de un año ésta ya no parecerá tan importante. Es el momento de
decir con el salmista: “Contigo desbarataré ejércitos, y con mi Dios asaltaré
muros” (Salmo
18:29).
El escritor anónimo de
la epístola a los Hebreos hace una interesante observación a los que están
desafiando para que resistan: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre” (Hebreos 12:4). En otras palabras, aún no has pagado el precio más
alto, el martirio. Si los creyentes se angustian por un plato roto o un gato
que se extravió, o un desengaño amoroso, ¿qué harían si tuvieran que enfrentarse
con el martirio?
La mayoría de nosotros
habríamos renunciado hace tiempo si cediéramos a nuestros sentimientos. Pero no
es posible renunciar en la batalla cristiana. Levántate del suelo, sacúdete el
polvo y métete en el conflicto mismo. La victoria en las escaramuzas pequeñas
nos ayudará a ganar batallas mayores.
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