En este
mundo hay que luchar enérgicamente; No es sin peligro el combate del creyente.
Para mí es Jesús, el Príncipe de paz, Mi luz, mi vida para siempre jamás. Si
oigo su voz, puedo ser un vencedor Pues en mi corazón actúa la fuerza del
Señor. “Pelea la buena batalla de la fe”. 1 Timoteo 6:12
“María...
sentándose a los pies de Jesús, oía su Palabra”. Lucas 10:39
“Confía
en él; y él hará”. Salmo 37:5
“El Señor peleará por vosotros, y
vosotros estaréis tranquilos”. Éxodo 14:14
¡Qué contraste tan extraño nos
ofrecen estos versículos: exhortación al combate y al mismo tiempo invitación a
la confianza tranquila y a la humilde dependencia del Señor para obtener la
victoria!
La palabra «pelea o combate» hace
pensar en una actividad febril, agitada, en un exceso de esfuerzos extraordinarios,
en una lucha constante y despiadada. Pero Dios nos dice que debemos mantenernos
tranquilos, escuchar su Palabra y confiar en él. Seguramente este problema le
ha preocupado más de una vez; entonces la pequeña ilustración que sigue le
ayudará a comprender mejor el verdadero sentido de la vida, del testimonio y
del servicio del cristiano.
Una ilustración técnica
Supongo que usted ha visto alguna
vez una turbina en acción, o por lo menos sabe de qué se trata. Dos condiciones
son indispensables para que la turbina pueda cumplir su función: en primer lugar,
debe recibir el agua por el conducto alimentado por el embalse construido más
arriba. Luego las palas deben estar bien orientadas para que el agua,
proyectada con fuerza, le haga dar vueltas con un mínimo de desperdicio de
potencia.
La fuente de la fuerza reside en el
embalse, el que podríamos comparar con Dios. Jesús, el Hijo de Dios es el conducto;
descendió hasta nosotros para traernos esta potencia de vida. Pero para que
podamos aprovecharla es preciso, ante todo, que, al igual que la turbina, la
recibamos. Cuando este primer paso ha sido dado, debemos orientar nuestra
vida, ilustrada por las palas de la turbina, en la buena dirección, es decir,
colocarnos a la entera disposición del Maestro: “Presentaos vosotros mismos a
Dios... y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Romanos
6:13).
Si la turbina llena los dos
requisitos mencionados anteriormente, llegará a ser un instrumento
maravilloso: el generador -que podríamos comparar con el papel del Espíritu
Santo- transformará la fuerza recibida por la turbina en electricidad, con sus
innumerables funciones: luz, calor, frío, fuerza motriz, etc. Éstos serían los
frutos de la vida del creyente, espiritualmente hablando.
Nuestro testimonio, nuestro
servicio, en otras palabras, el combate de la fe, sólo puede llevar fruto
eterno en la medida en que, como la turbina, permanezcamos en el buen lugar y
nos dejemos dirigir por Dios. Por otra parte, si la canalización se rompe, esto
acarrea el paro inmediato de la turbina. Nuestra posición en Cristo no se puede
perder, pero si la comunión con él se interrumpe, llega el fracaso. “Permaneced
en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si
no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan
15:4).
Luego, si ocurre un daño en el generador o en los cables
conductores, es decir, si el Espíritu Santo es contristado (Efesios 4:30; 5:18)
por un pecado no juzgado, no se puede producir fruto.
Esto no significa que
debamos permanecer inactivos. ¡Todo lo contrario! Pero es preciso que toda la
actividad exterior sea el fruto de una vida interior de constante comunión con
el Señor y de dependencia del Espíritu Santo. ¡Este es el verdadero combate de
la fe!
J. A
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