lunes, 20 de junio de 2022

El COMBATE DE LA FE

En este mundo hay que luchar enérgicamente; No es sin peligro el combate del creyente. Para mí es Jesús, el Príncipe de paz, Mi luz, mi vida para siempre jamás. Si oigo su voz, puedo ser un vencedor Pues en mi corazón actúa la fuerza del Señor. “Pelea la buena batalla de la fe”. 1 Timoteo 6:12

“María... sentándose a los pies de Jesús, oía su Pala­bra”. Lucas 10:39

“Confía en él; y él hará”. Salmo 37:5

“El Señor peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos”. Éxodo 14:14


            ¡Qué contraste tan extraño nos ofrecen estos versículos: exhortación al combate y al mismo tiempo invitación a la confianza tranquila y a la humilde dependencia del Señor para obtener la victoria!

            La palabra «pelea o combate» hace pensar en una activi­dad febril, agitada, en un exceso de esfuerzos extraordina­rios, en una lucha constante y despiadada. Pero Dios nos dice que debemos mantenernos tranquilos, escuchar su Palabra y confiar en él. Seguramente este problema le ha preocupado más de una vez; entonces la pequeña ilustra­ción que sigue le ayudará a comprender mejor el verdade­ro sentido de la vida, del testimonio y del servicio del cristiano.

Una ilustración técnica

            Supongo que usted ha visto alguna vez una turbina en acción, o por lo menos sabe de qué se trata. Dos condicio­nes son indispensables para que la turbina pueda cumplir su función: en primer lugar, debe recibir el agua por el con­ducto alimentado por el embalse construido más arriba. Luego las palas deben estar bien orientadas para que el agua, proyectada con fuerza, le haga dar vueltas con un mínimo de desperdicio de potencia.

            La fuente de la fuerza reside en el embalse, el que podría­mos comparar con Dios. Jesús, el Hijo de Dios es el con­ducto; descendió hasta nosotros para traernos esta potencia de vida. Pero para que podamos aprovecharla es preciso, ante todo, que, al igual que la turbina, la reciba­mos. Cuando este primer paso ha sido dado, debemos orientar nuestra vida, ilustrada por las palas de la turbina, en la buena dirección, es decir, colocarnos a la entera dis­posición del Maestro: “Presentaos vosotros mismos a Dios... y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6:13).

            Si la turbina llena los dos requisitos mencionados anterior­mente, llegará a ser un instrumento maravilloso: el gene­rador -que podríamos comparar con el papel del Espíritu Santo- transformará la fuerza recibida por la turbina en electricidad, con sus innumerables funciones: luz, calor, frío, fuerza motriz, etc. Éstos serían los frutos de la vida del creyente, espiritualmente hablando.

            Nuestro testimonio, nuestro servicio, en otras palabras, el combate de la fe, sólo puede llevar fruto eterno en la medi­da en que, como la turbina, permanezcamos en el buen lugar y nos dejemos dirigir por Dios. Por otra parte, si la canalización se rompe, esto acarrea el paro inmediato de la turbina. Nuestra posición en Cristo no se puede perder, pero si la comunión con él se interrumpe, llega el fracaso. “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15:4).

            Luego, si ocurre un daño en el generador o en los cables conductores, es decir, si el Espíritu Santo es contristado (Efesios 4:30; 5:18) por un pecado no juzgado, no se pue­de producir fruto.

Esto no significa que debamos permanecer inactivos. ¡Todo lo contrario! Pero es preciso que toda la actividad exterior sea el fruto de una vida interior de constante comunión con el Señor y de dependencia del Espíritu San­to. ¡Este es el verdadero combate de la fe!

J. A


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