domingo, 5 de enero de 2014

"LOS QUE DUERMEN"

1 Tesalonicenses 4: 13-18
Por eso, en estas dos epístolas a los Tesalonicenses, todo gira en torno a ese hecho maravilloso: la venida del Señor. Sin embargo, en estos hermanos había una laguna acerca de la manera en la que ella tendría lugar y sobre la participación que en ella tendrían sus herma­nos fallecidos. Les faltaba conocimiento; pensaban que aquellos que habían partido se verían privados del privilegio de participar, como ellos, en la venida del Señor. Pero su mismo error era una prueba del apego que sus corazones sentían por esta venida. Nosotros seríamos hoy capaces de enseñársela como doctrina pero ellos nos enseñarían, de manera muy humillante para nosotros, cómo esta venida es y debe ser una realidad práctica para el corazón y el andar de los hijos de Dios. Lamentablemente, lo que el mundo puede decir de nosotros hoy en día es cómo hemos perdido de vista este acontecimiento para identificarnos con el mundo y sus negocios, sus comodidades, etc., como si formáramos parte de "los que moran sobre la tierra", a quienes les sobrevendrá "la hora de la prueba" (Apocalipsis 3: 10).

Servir a Dios y esperar a su Hijo
Cada capítulo de la primera epístola a los Tesalonicenses proporciona una prueba de que todo converge hacia este acontecimiento maravilloso. El primer capítulo establece, por así decirlo, el motivo y el objeto de la conversión, el cual es "servir al Dios vivo y verda­dero, y esperar de los cielos a su Hijo" (1:9-10). El capítulo segundo presenta la venida del Señor como una esperanza para los santos vivientes en la tierra, pero privados, por razones de distancia, de hacer una realidad las relaciones fraternales que sus corazones deseaban. Habla sobre todo de las relaciones entre los obreros del Señor y de los santos que son objeto de sus atenciones. Pablo se veía privado de ver a los tesalonicenses, como su corazón lo deseaba. Desde entonces él aguarda la venida del Señor, la que le reuniría para siempre con ellos y en la cual ellos serían su gozo y su corona. Ello prueba que Pablo y los tesalonicenses se encontrarían en compañía los unos de los otros (2: 17-20).
Los últimos versículos del capítulo 3 exhortan al amor y a la santidad, andar que apunta, al fin de cuentas, a la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos. En el capítulo 4, sobre el cual volveremos, la venida es presentada como el consuelo para el sufri­miento causado por la separación de aquellos que nos han dejado (4: 13-18).
Los versículos 8-10 del capítulo 5 presentan la venida del Señor como un estimulante de la vigilancia. Ellos muestran que Dios destinó a los santos a esperar indefectiblemente ese momento glorioso, así se hallen velando o durmiendo, presentes en el cuerpo o ausentes de él.
Por último, el versículo 23 expresa el deseo —y el versículo 24 la certeza— de que el propio Dios de paz nos santifique por completo y que nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo entero sean guardados irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesu­cristo.

EI arrebatamiento de todos los santos
En 1 Tesalonicenses 4: 13-18 que deseamos exa­minar con cierto detalle, el apóstol rectifica el error de los tesalonicenses acerca de aquellos que habían dor­mido. Les aclara este punto y luego habla, en los ver­sículos 15-18, de la revelación del arrebatamiento del cual participarán sin restricción todos los santos que duerman y todos los santos que vivan en ese momento glorioso.
Puede parecer extraño que el apóstol no aborde esta cuestión antes del versículo 13 del capítulo 4, pero él deseaba reconocer en primer lugar el apego que ello, sentían por el retorno del Señor, y daba gracias por ello. A continuación, él les abre gradualmente la inteligencia para corregir el error en que estaban. El último versículo del capítulo 3 ("en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos los santos") les daba ya motivo para reflexionar. Si es con todos sus santos —debían decirse— ¡aquellos a quienes lloramos no faltarán!
El alma y el cuerpo
Entonces el apóstol dice abiertamente: "Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen" (4: 13).
Detengámonos primeramente en estas palabras: "Los que duermen", y luego en las del versículo 14: "Traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él" (o por él). Ellos durmieron. Es un hecho, un acto que tuvo lugar en el momento en que sus almas fueron separadas de sus cuerpos. Ellos se han puesto a descansar, por así decirlo, en el seno de su Salvador y se han dormido en él, como al término de una jornada de fatiga se pone la cabeza sobre la almohada para dormir apaciblemente. Desde entonces duermen. Si dormirse es un acto, dor­mir es un estado en el cual uno entra al dormirse. Por eso, al pensar en aquellos que habían dormido, el após­tol les llama: "Los que duermen". Encontramos la misma expresión en el capítulo 5: 10: "Sea... que dur­mamos". En 1 Corintios 15: 51, el apóstol, al hablar del futuro, dice: "No todos dormiremos". No todos entraremos en ese sueño. La muerte es comparada a un sueño, pero —apresurémonos a decirlo— ello se refiere ni cuerpo solamente y no al espíritu. El estado del alma que es separada del cuerpo nada tiene que ver con ese estado de sueño. Jesús, en la cruz, dice al malhechor que pedía que se acordara de él cuando viniera en su reino: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23: 43). Y ello no implicaba que fuera allí a dormir. Pablo dice: "Sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor... y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor" (2 Corintios 5:6-8). Al hablar de sí mismo, Pablo dice además: "De ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor" (Filipenses 1: 23).
Así se expresa la Palabra para designar el biena­venturado estado de los rescatados que están junto al Señor, esperando la resurrección de vida. ¡No es cues­tión de dormir en el paraíso!
Es preciso destacar aún que, si bien es el alma del rescatado la que está con el Señor, mientras su cuerpo está acostado en el polvo, la Palabra siempre nos habla de él como de una persona, cualquiera sea la fase por la que él atraviese. El Señor no dice al malhechor: «Hoy tu alma estará con la mía». En cambio le dice: "Tú estarás conmigo en el paraíso". El apóstol no dice: « Nos gustaría más estar ausentes del cuerpo para que nuestra alma estuviese presente con el Señor», sino "quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor". En Filipenses 1: 23 no dice: «Teniendo deseo de partir para que mi alma esté con Cristo», sino para que esté allí yo, persona espiritual.
Esta manera de hablar se aplica también al cuerpo. El Salmo 16: 10, al hablar de Cristo, dice: "No dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción", lo que el Espíritu Santo, por medio del apóstol Pedro, traduce así: "...que él no hubiese de ser dejado entre los muertos, ni su cuerpo hubiese de ver corrupción" (Hechos 2:31, V.M.). El propio Señor dice: "Todos los que están en los sepulcros oirán su voz" (Juan 5: 28). Y también: "Nuestro amigo Lázaro duerme". Y además: "¿Dónde le pusisteis?" (Juan 11:11 y 34). Asimismo, en nuestro pasaje: "Los que duermen" (1 Tesalonicenses 4: 13). Esteban, lapidado por los judíos, dice: "Señor Jesús, recibe mi espíritu... Y habiendo dicho esto, (él) durmió" (Hechos 7: 59-60).
Esto nos lleva a las palabras que designan un estado: "Los que duermen".
La muerte tiene por efecto la separación de las dos partes que constituyen nuestra persona: el alma y el cuerpo. El espíritu está junto al Señor (hablo de los res­catados) y el cuerpo está en el sepulcro. Antes de partir, esta persona estaba viva, cuerpo y alma unidos. Ello lo encontramos en uno de los versículos de la referencia que encabeza estas páginas: "Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor" y también en estas palabras dirigidas por el Señor a Marta: "Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente" (Juan 11: 26).
La certeza de la resurrección
En la resurrección de vida, esta misma persona, cuyo cuerpo será resucitado en incorrupción, en gloria, en poder, cuerpo espiritual (1 Corintios 15:42-44), y haya sido revestida de la habitación celestial (2 Corin­tios 5:2), se encontrará de nuevo viva, cuerpo y alma reunidos. Por eso en numerosos pasajes vivir equivale a resucitar: "El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (Juan 11: 25). "Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resu­rrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivifica­dos" (1 Corintios 15: 21-22). Por último, en Apocalipsis 20 se dice de los mártires del tiempo futuro que partici­parán en el último acto de la primera resurrección: "Y vivieron y reinaron con Cristo mil años”; y, en cuanto a los malvados que resucitarán para ser juzgados: "Los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cum­plieron mil años". Pero de los creyentes se dice: "Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años" (Apocalipsis 20: 4-6).
Estas expresiones muestran que una persona no es llamada viva más que cuando el alma y el cuerpo están unidos, sea antes de la muerte, sea después de la resu­rrección. En el estado intermedio entre la muerte y la resurrección, esta misma persona existe, teniendo pro­visionalmente su cuerpo en tierra y su alma junto al Señor, como dice el Eclesiastés: "Y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio" (Eclesiastés 12:7).
Volvamos ahora a la frase: "Los que duermen". Es una figura que se aplica, como lo hemos visto, al cuerpo y no al alma, pero la cual, en el Nuevo Testamento, nunca es empleada más que para los rescatados. Figura preciosa, que se refiere al reposo que sigue al trabajo y la lucha aquí abajo, pero que también indica la certeza del despertar en resurrección. ¿Cómo hablar de la muerte de un hombre que un instante después podría resucitar? Además, en ese momento, aquel que parte cierra los ojos a todo el universo visible, como una per­sona que se duerme, y permanece en ese estado hasta el despertar. Sin embargo, hay cierta diferencia: en el sueño terrenal se pierde más o menos la conciencia de uno mismo, mientras que en el «dormir», el alma siem­pre activa vive junto a Cristo gozando las realidades invisibles, en el reposo, esperando lo que es muchísimo mejor y que no puede ser experimentado más que en el hombre completo, cuerpo y alma, a saber, la gloria y verle tal como Él es, hechos semejantes a Él.
Este estado de sueño interrumpe las comunicacio­nes entre aquellos que han partido y los que permane­cen. Sabemos que ellos están en la felicidad con el Señor, pero no podemos tener relaciones con ellos y pensamos con gozo en el momento en que ellas se rea­nudarán en resurrección.

La esperanza del creyente a través del duelo
Esta digresión nos lleva a los versículos 13-18 de 1 Tesalonicenses 4. El apóstol dice: "Tampoco quere­mos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duer­men, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza". Él no dice: «Para que no seáis entristecidos en absoluto». La aflicción del duelo es reconocida en la Palabra y la ruptura momentánea de las relaciones mutuas es cruel para el corazón. No se espera de un cristiano que tome el duelo a la manera de los estoicos. Pero, por otra parte, el apóstol no quería que los cristianos de Tesalónica se afligiesen a la manera de aquellos que no tienen esperanza. En efecto, ese sentimiento se expresa a menudo entre los incrédu­los mediante esta exclamación desesperada: «¡No te volveré a ver nunca!». Pero los hijos de Dios tienen la certeza de que esta separación no es más que momentá­nea y esta esperanza es un bálsamo precioso sobre la herida de sus corazones. "Por tanto, alentaos (o conso­laos) los unos a los otros con estas palabras" (v. 18).
"Creemos que Jesús murió y resucitó" (v. 14). Tal es la fe del cristiano en toda su sencillez y toda su ver­dad. Él cree, no sólo que su Salvador murió, sino tam­bién que resucitó: "El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación" (Romanos 4: 25). "Porque primeramente os he ense­ñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras" (1 Corintios 15: 3-4).

La venida del Señor en gloria
A continuación el apóstol saca, del hecho que Jesús murió y resucitó, la conclusión de que es imposible que los rescatados que pasaron por la muerte no sigan el mismo camino que su Salvador. Deberán, pues, resucitar. Aquellos que durmieron en Jesús no pueden faltar en el cortejo glorioso del Señor, cuando él vuelva a tomar todo en sus manos y a establecer su reino. El último versículo del capítulo 3 ya les decía: "En la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos".
Dios, quien resucitó a Jesús, no dejará de recoger con él a aquellos que hayan dormido en Jesús. ¿Cómo dejar atrás a los rescatados por quienes el acto de morir fue transformado en el de dormir en el seno de su Salvador? Notemos aun que el apóstol no podía decir: «Si creemos que Jesús durmió», pues nuestro adorable Salvador debió gustar la muerte, como juicio de Dios a causa de nuestros pecados, pero, al sufrirla, la anuló para sus rescatados, de manera que ellos pueden dor­mir en lugar de morir.
Es importante captar que el final del versículo 14 tiene relación con el retorno del Señor Jesús en gloria, acompañado por todos sus santos, y no con el arrebata­miento. Este versículo 14 respondía de una manera completa al error de los tesalonicenses acerca de sus hermanos que habían dormido. En adelante no estarían en la ignorancia al respecto; sabían que ninguno de ellos faltaría en el glorioso cortejo del Señor y que Dios les traería con Él. En los versículos 15-18, tenemos una revelación completamente nueva sobre lo que les acon­tecerá a todos los santos antes de su retorno en gloria con el Señor. Para ser traídos con él, es preciso que pre­viamente sean levantados a lo alto por él.

El Señor mismo descenderá del cielo
La revelación contenida en estos versículos sin duda alude a lo que los tesalonicenses habían temido acerca de sus muertos, pero ella les enseña que ellos mismos, al igual que aquéllos, antes serán levantados a lo alto, a la gloria. "Por lo cual os decimos esto en pala­bra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron". Ellos habían pensado que estos últimos permanecerían atrás; ahora saben que, por el contrario, los santos que durmieron les precederán. "Porque el Señor mismo con voz de mando (o de reu­nión), con voz de arcángel (o del arcángel, pues no hay más que un arcángel en la Palabra), y con trompeta de Dios, descenderá del cielo". Destaquemos primera­mente que el Señor en persona —y no uno de sus agen­tes— viene al encuentro de sus amados. Se dice de otra categoría de rescatados: "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro" (Mateo 24:31). Es la congregación de los elegi­dos del pueblo de Israel en su país a la venida del Hijo del hombre. Pero, cuando se trata del arrebatamiento de los santos, estando su querida Iglesia en medio de ellos, viene Él mismo, tal como lo había dicho a sus discípulos: "(Yo) vendré otra vez, y (yo) os tomaré a mí mismo" (Juan 14:3). Cuando un amigo me anuncia la hora de su llegada a la estación, puedo enviar a otra persona por él, pero, si es mi esposa, voy yo mismo.
El Señor hará oír el grito de reunión, el arcángel transmitirá la voz de mando, sonará la trompeta y todos los santos partirán juntos. Sin embargo, diversos actos se suceden en ese momento glorioso: "Los muertos en Cristo resucitarán primero". En lugar de quedar demorados, precederán a los vivos, pues ellos habrán seguido el mismo camino que su Salvador, a través de la muerte, para alcanzar la resurrección, es preciso haber muerto en Cristo para participar de ella. Ellos saldrán de entre los muertos, dejándoles donde se encuentran hasta la resurrección de juicio. En ese momento, la gran mayoría de los santos, en estado de espíritus, estaban desde hacía tiempo con el Señor, pero es preciso aun que salgan de entre los muertos, como lo hizo su Salvador, y que, como Él, suban en persona de la tierra al cielo.
Queridos hijos de Dios que creen en el arrebata­miento de los santos, piensan equivocadamente que esta frase del versículo 14 ("traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él") tiene relación con su resurrec­ción. Creen que sus almas volverán con el Señor para reunirse con sus cuerpos salidos del polvo. Si el apóstol se hubiera detenido en el versículo 14, nadie podría tener tal pensamiento. El hecho es que, según el versí­culo 14, Él les traerá a continuación consigo mismo.
"Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire". El Señor des­ciende del cielo, pero no precisamente sobre la tierra; al descender, nos llama; todos juntos subimos a su encuentro, el que tendrá lugar en el aire. El lugar de la cita de los resucitados y los transmutados no es la tie­rra; ellos son raptados juntos, pero para ser reunidos con el Señor.

Los muertos en Cristo: 2 categorías
Puede ser útil recordar que "los muertos en Cristo" que serán resucitados incluyen a los justos del Antiguo Testamento que, desde Abel, han pasado por la muerte, al igual que aquellos que forman parte de la Iglesia. Hebreos 11:40 nos enseña que ellos nos espe­ran y no llegarán a la perfección sin nosotros. La per­fección es la resurrección de entre los muertos (Filipenses 3: 11-12). Los veinticuatro ancianos del Apocalipsis 4 y 5 representan a los santos del Antiguo y del Nuevo Testamento que serán arrebatados a la venida del Señor. Esos capítulos nos los presentan primeramente como un conjunto, pero, al celebrarse las bodas del Cordero (Apocalipsis 19), cada una de las dos clases que forman ese conjunto toma su respectivo lugar. La esposa del Cordero es la Iglesia, los bienaventurados convidados al banquete de bodas son aquellos que no han formado parte de ella. Desde entonces no se ve más a los veinticuatro ancianos.
"Y así estaremos siempre con el Señor". Una vez reunidos todos juntos con el Señor, nuestra dicha será completa; estaremos con él para siempre. Eso es sufi­ciente; la revelación termina allí sin hablar de todas las glorias que seguirán. "Alentaos (o consolaos) los unos a los otros con estas palabras".

En un abrir y cerrar de ojos
En 1 Corintios 15, el mismo apóstol, después de haber dado muchos detalles sobre la resurrección de los muertos en Cristo, agrega: "He aquí, os digo un miste­rio: No todos dormiremos; pero todos seremos trans­formados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados" (v. 51-52). No es necesario dormir para entrar en la gloria, sino que es preciso ser transformados. "Esperamos al Salvador, al Señor Jesu­cristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas" (Filipenses 3:20-21). Ese poder se ejercerá en los santos vivos para revestirlos de sus cuerpos gloriosos, sin que sus almas sean separadas de sus cuerpos ni por un instante. Lo que es mortal en ellos será absorbido por la vida. La muerte no será más el instrumento para liberarlos de lo que es mortal, sino que esto será absorbido por el poder de vida (2 Corin­tios 5: 4-5).
El apóstol dice: "A la final trompeta" (1 Corintios 15: 52). Esa será la última señal de la trompeta de Dios  de 1 Tesalonicenses 4: 16, la señal conocida en los ejér­citos para levantar campamento y no, como lo piensan algunos, la última de las siete trompetas del Apocalip­sis.
"Y los muertos serán resucitados incorruptibles". Aquí los detalles de la resurrección no se aplican más que a la de los rescatados; por eso no es necesario decir: "Los muertos en Cristo". Pero anteriormente el apóstol dice: "En un momento, en un abrir y cerrar de ojos". Esto es difícil de concebir, dada nuestra actual imperfección. Al considerar toda la sucesión de los hechos enunciados, nos es imposible pensar que ellos no se cumplan al menos en algunos minutos. El Señor desciende del cielo con tres cosas sucesivas: la "voz de mando", la "voz de arcángel", la "trompeta de Dios”; luego los muertos, precediendo a los vivos, resucitan primeramente, después los vivos son transmutados, y finalmente todos son raptados juntamente. Sin embargo, estas seis cosas sucesivas pasan "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos”: el tiempo para hacer un guiño. Para los muertos, un guiño y serán resucitados en gloria con el Señor en compañía de todos los santos; para los vivos, un guiño —el instante previo: el trabajo, la fatiga, el sufrimiento— y el ins­tante posterior, teniendo apenas el tiempo de percatarse de ello, reunidos con todos los santos, junto al Señor, en la gloria.

Liberación completa y dicha eterna
¿Por qué, pues, nuestros corazones no brincan de gozo al pensar en ese momento maravilloso que será la respuesta final a tantos gritos, suspiros, necesidades y lágrimas, que comprenderá, al mismo tiempo, la com­pleta liberación de todo el actual orden de cosas y la completa introducción en todos los resultados gloriosos y eternos de la obra de nuestro amado Salvador? Momento bendito, en el cual habremos terminado indi­vidualmente con todo lo que se relaciona con nuestra presencia en un cuerpo de humillación, en un mundo de pecado, y donde incluso reanudaremos nuestras relaciones en Cristo —pero en la gloria— con nuestros seres queridos que hayan dormido. Momento maravi­lloso, en el cual saborearemos, en su conjunto y en todos sus detalles, la dicha eterna en la radiante presen­cia de nuestro Salvador, cuyos rasgos adorables vere­mos con ojos capaces de contemplarlos, pues seremos semejantes a él y le veremos como Él es. Si, ¡qué momento ése en el cual nuestro primer sentimiento será que él es para siempre!
De esa felicidad no se verá privado ningún resca­tado, así haya muerto hace 6000 años, o después del cumplimiento de la obra de la cruz o viva en ese momento. Todos se encontrarán en ese momento y subirán juntos de la tierra al cielo, así como subió su Salvador. "Ya sea que velemos —en el cuerpo— o que durmamos —ausentes del cuerpo— vivamos junta­mente con él" (1 Tesalonicenses 5: 10).

Quiera Dios que podamos, con corazones apega­dos a la persona del Señor, realizar lo que dice el após­tol Juan: "Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro" (I Juan 3:3).

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