1 Tesalonicenses 4: 13-18
Por eso, en estas dos epístolas a los Tesalonicenses,
todo gira en torno a ese hecho maravilloso: la venida del Señor. Sin embargo,
en estos hermanos había una laguna acerca de la manera en la que ella tendría
lugar y sobre la participación que en ella tendrían sus hermanos fallecidos.
Les faltaba conocimiento; pensaban que aquellos que habían partido se verían
privados del privilegio de participar, como ellos, en la venida del Señor. Pero
su mismo error era una prueba del apego que sus corazones sentían por esta
venida. Nosotros seríamos hoy capaces de enseñársela como doctrina pero ellos
nos enseñarían, de manera muy humillante para nosotros, cómo esta venida es y
debe ser una realidad práctica para el corazón y el andar de los hijos de Dios.
Lamentablemente, lo que el mundo puede decir de nosotros hoy en día es cómo
hemos perdido de vista este acontecimiento para identificarnos con el mundo y
sus negocios, sus comodidades, etc., como si formáramos parte de "los que
moran sobre la tierra", a quienes les sobrevendrá "la hora de la
prueba" (Apocalipsis 3: 10).
Servir a Dios y esperar a
su Hijo
Cada capítulo de la primera epístola a los
Tesalonicenses proporciona una prueba de que todo converge hacia este
acontecimiento maravilloso. El primer capítulo establece, por así decirlo, el
motivo y el objeto de la conversión, el cual es "servir al Dios vivo y
verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo" (1:9-10). El capítulo
segundo presenta la venida del Señor como una esperanza para los santos
vivientes en la tierra, pero privados, por razones de distancia, de hacer una
realidad las relaciones fraternales que sus corazones deseaban. Habla sobre
todo de las relaciones entre los obreros del Señor y de los santos que son
objeto de sus atenciones. Pablo se veía privado de ver a los tesalonicenses, como
su corazón lo deseaba. Desde entonces él aguarda la venida del Señor, la que le
reuniría para siempre con ellos y en la cual ellos serían su gozo y su corona.
Ello prueba que Pablo y los tesalonicenses se encontrarían en compañía los unos
de los otros (2: 17-20).
Los últimos versículos del capítulo 3 exhortan al amor
y a la santidad, andar que apunta, al fin de cuentas, a la venida de nuestro
Señor Jesús con todos sus santos. En el capítulo 4, sobre el cual volveremos,
la venida es presentada como el consuelo para el sufrimiento causado por la
separación de aquellos que nos han dejado (4: 13-18).
Los versículos 8-10 del capítulo 5 presentan la venida
del Señor como un estimulante de la vigilancia. Ellos muestran que Dios destinó
a los santos a esperar indefectiblemente ese momento glorioso, así se hallen
velando o durmiendo, presentes en el cuerpo o ausentes de él.
Por último, el versículo 23 expresa el deseo —y el
versículo 24 la certeza— de que el propio Dios de paz nos santifique por completo
y que nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo entero sean guardados irreprensibles
para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
EI arrebatamiento de todos
los santos
En 1 Tesalonicenses 4: 13-18 que deseamos examinar
con cierto detalle, el apóstol rectifica el error de los tesalonicenses acerca
de aquellos que habían dormido. Les aclara este punto y luego habla, en los
versículos 15-18, de la revelación del arrebatamiento del cual participarán
sin restricción todos los santos que duerman
y todos los santos que vivan en ese
momento glorioso.
Puede parecer extraño que el apóstol no aborde esta
cuestión antes del versículo 13 del capítulo 4, pero él deseaba reconocer en
primer lugar el apego que ello, sentían por el retorno del Señor, y daba
gracias por ello. A continuación, él les abre gradualmente la inteligencia para
corregir el error en que estaban. El último versículo del capítulo 3 ("en
la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos los santos") les daba ya
motivo para reflexionar. Si es con todos sus santos —debían decirse— ¡aquellos
a quienes lloramos no faltarán!
El alma y el cuerpo
Entonces el apóstol dice abiertamente: "Tampoco
queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen" (4: 13).
Detengámonos primeramente en estas palabras: "Los
que duermen", y luego en las del versículo 14: "Traerá Dios con Jesús
a los que durmieron en él" (o por él). Ellos durmieron. Es un hecho, un
acto que tuvo lugar en el momento en que sus almas fueron separadas de sus
cuerpos. Ellos se han puesto a descansar, por así decirlo, en el seno de su
Salvador y se han dormido en él, como al término de una jornada de fatiga se
pone la cabeza sobre la almohada para dormir apaciblemente. Desde entonces
duermen. Si dormirse es un acto, dormir es un estado en el cual uno entra al
dormirse. Por eso, al pensar en aquellos que habían dormido, el apóstol les
llama: "Los que duermen". Encontramos la misma expresión en el
capítulo 5: 10: "Sea... que durmamos". En 1 Corintios 15: 51, el
apóstol, al hablar del futuro, dice: "No todos dormiremos". No todos
entraremos en ese sueño. La muerte es comparada a un sueño, pero —apresurémonos
a decirlo— ello se refiere ni cuerpo solamente y no al espíritu. El estado del
alma que es separada del cuerpo nada tiene que ver con ese estado de sueño.
Jesús, en la cruz, dice al malhechor que pedía que se acordara de él cuando viniera
en su reino: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el
paraíso" (Lucas 23: 43). Y ello no implicaba que fuera allí a dormir.
Pablo dice: "Sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos
ausentes del Señor... y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes
al Señor" (2 Corintios 5:6-8). Al hablar de sí mismo, Pablo dice además:
"De ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar
con Cristo, lo cual es muchísimo mejor" (Filipenses 1: 23).
Así se expresa la Palabra para designar el bienaventurado
estado de los rescatados que están junto al Señor, esperando la resurrección de
vida. ¡No es cuestión de dormir en el paraíso!
Es preciso destacar aún que, si bien es el alma del
rescatado la que está con el Señor, mientras su cuerpo está acostado en el
polvo, la Palabra siempre nos habla de él como de una persona, cualquiera sea
la fase por la que él atraviese. El Señor no dice al malhechor: «Hoy tu alma
estará con la mía». En cambio le dice: "Tú estarás conmigo en el
paraíso". El apóstol no dice: « Nos gustaría más estar ausentes del cuerpo
para que nuestra alma estuviese presente con el Señor», sino "quisiéramos
estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor". En Filipenses 1: 23 no
dice: «Teniendo deseo de partir para que mi alma esté con Cristo», sino para
que esté allí yo, persona espiritual.
Esta manera de hablar se aplica también al cuerpo. El
Salmo 16: 10, al hablar de Cristo, dice: "No dejarás mi alma en el Seol,
ni permitirás que tu santo vea corrupción", lo que el Espíritu Santo, por
medio del apóstol Pedro, traduce así: "...que él no hubiese de ser dejado
entre los muertos, ni su cuerpo hubiese de ver corrupción" (Hechos 2:31, V.M.).
El propio Señor dice: "Todos los que están en los sepulcros oirán su
voz" (Juan 5: 28). Y también: "Nuestro amigo Lázaro duerme". Y
además: "¿Dónde le pusisteis?" (Juan 11:11 y 34). Asimismo, en
nuestro pasaje: "Los que duermen" (1 Tesalonicenses 4: 13). Esteban,
lapidado por los judíos, dice: "Señor Jesús, recibe mi espíritu... Y
habiendo dicho esto, (él) durmió" (Hechos 7: 59-60).
Esto nos lleva a las palabras que designan un estado:
"Los que duermen".
La muerte tiene por efecto la separación de las dos
partes que constituyen nuestra persona: el alma y el cuerpo. El espíritu está
junto al Señor (hablo de los rescatados) y el cuerpo está en el sepulcro.
Antes de partir, esta persona estaba viva, cuerpo y alma unidos. Ello lo
encontramos en uno de los versículos de la referencia que encabeza estas
páginas: "Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del
Señor" y también en estas palabras dirigidas por el Señor a Marta:
"Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente" (Juan 11:
26).
La certeza de la resurrección
En la
resurrección de vida, esta misma persona, cuyo cuerpo será resucitado en incorrupción,
en gloria, en poder, cuerpo espiritual (1 Corintios 15:42-44), y haya sido revestida
de la habitación celestial (2 Corintios 5:2), se encontrará de nuevo viva,
cuerpo y alma reunidos. Por eso en numerosos pasajes vivir equivale a
resucitar: "El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (Juan 11:
25). "Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre
la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también
en Cristo todos serán vivificados" (1 Corintios 15: 21-22). Por último,
en Apocalipsis 20 se dice de los mártires del tiempo futuro que participarán
en el último acto de la primera resurrección: "Y vivieron y reinaron con
Cristo mil años”; y, en cuanto a los malvados que resucitarán para ser
juzgados: "Los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron
mil años". Pero de los creyentes se dice: "Esta es la primera
resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección;
la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de
Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años" (Apocalipsis 20: 4-6).
Estas
expresiones muestran que una persona no es llamada viva más que cuando el alma
y el cuerpo están unidos, sea antes de la muerte, sea después de la resurrección.
En el estado intermedio entre la muerte y la resurrección, esta misma persona
existe, teniendo provisionalmente su cuerpo en tierra y su alma junto al
Señor, como dice el Eclesiastés: "Y el polvo vuelva a la tierra, como era,
y el espíritu vuelva a Dios que lo dio" (Eclesiastés 12:7).
Volvamos ahora
a la frase: "Los que duermen". Es una figura que se aplica, como lo
hemos visto, al cuerpo y no al alma, pero la cual, en el Nuevo Testamento,
nunca es empleada más que para los rescatados. Figura preciosa, que se refiere
al reposo que sigue al trabajo y la lucha aquí abajo, pero que también indica
la certeza del despertar en resurrección. ¿Cómo hablar de la muerte de un
hombre que un instante después podría resucitar? Además, en ese momento, aquel
que parte cierra los ojos a todo el universo visible, como una persona que se
duerme, y permanece en ese estado hasta el despertar. Sin embargo, hay cierta
diferencia: en el sueño terrenal se pierde más o menos la conciencia de uno
mismo, mientras que en el «dormir», el alma siempre activa vive junto a Cristo
gozando las realidades invisibles, en el reposo, esperando lo que es muchísimo
mejor y que no puede ser experimentado más que en el hombre completo, cuerpo y
alma, a saber, la gloria y verle tal como Él es, hechos semejantes a Él.
Este estado de
sueño interrumpe las comunicaciones entre aquellos que han partido y los que
permanecen. Sabemos que ellos están en la felicidad con el Señor, pero no
podemos tener relaciones con ellos y pensamos con gozo en el momento en que
ellas se reanudarán en resurrección.
La esperanza del creyente a
través del duelo
Esta digresión
nos lleva a los versículos 13-18 de 1 Tesalonicenses 4. El apóstol dice:
"Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen,
para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza". Él
no dice: «Para que no seáis entristecidos en absoluto». La aflicción del duelo
es reconocida en la Palabra y la ruptura momentánea de las relaciones mutuas es
cruel para el corazón. No se espera de un cristiano que tome el duelo a la
manera de los estoicos. Pero, por otra parte, el apóstol no quería que los
cristianos de Tesalónica se afligiesen a la manera de aquellos que no tienen
esperanza. En efecto, ese sentimiento se expresa a menudo entre los incrédulos
mediante esta exclamación desesperada: «¡No te volveré a ver nunca!». Pero los
hijos de Dios tienen la certeza de que esta separación no es más que momentánea
y esta esperanza es un bálsamo precioso sobre la herida de sus corazones.
"Por tanto, alentaos (o consolaos) los unos a los otros con estas
palabras" (v. 18).
"Creemos
que Jesús murió y resucitó" (v. 14). Tal es la fe del cristiano en toda su
sencillez y toda su verdad. Él cree, no sólo que su Salvador murió, sino también
que resucitó: "El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y
resucitado para nuestra justificación" (Romanos 4: 25). "Porque primeramente
os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados,
conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día,
conforme a las Escrituras" (1 Corintios 15: 3-4).
La venida del Señor en
gloria
A continuación
el apóstol saca, del hecho que Jesús murió y resucitó, la conclusión de que es
imposible que los rescatados que pasaron por la muerte no sigan el mismo camino
que su Salvador. Deberán, pues, resucitar. Aquellos que durmieron en Jesús no
pueden faltar en el cortejo glorioso del Señor, cuando él vuelva a tomar todo
en sus manos y a establecer su reino. El último versículo del capítulo 3 ya les
decía: "En la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos".
Dios, quien
resucitó a Jesús, no dejará de recoger con él a aquellos que hayan dormido en
Jesús. ¿Cómo dejar atrás a los rescatados por quienes el acto de morir fue
transformado en el de dormir en el seno de su Salvador? Notemos aun que el
apóstol no podía decir: «Si creemos que Jesús durmió», pues nuestro adorable
Salvador debió gustar la muerte, como juicio de Dios a causa de nuestros pecados,
pero, al sufrirla, la anuló para sus rescatados, de manera que ellos pueden dormir
en lugar de morir.
Es importante
captar que el final del versículo 14 tiene relación con el retorno del Señor
Jesús en gloria, acompañado por todos sus santos, y no con el arrebatamiento.
Este versículo 14 respondía de una manera completa al error de los
tesalonicenses acerca de sus hermanos que habían dormido. En adelante no
estarían en la ignorancia al respecto; sabían que ninguno de ellos faltaría en
el glorioso cortejo del Señor y que Dios les traería con Él. En los versículos
15-18, tenemos una revelación completamente nueva sobre lo que les acontecerá
a todos los santos antes de su retorno en gloria con el Señor. Para ser traídos
con él, es preciso que previamente sean levantados a lo alto por él.
El Señor mismo descenderá
del cielo
La revelación
contenida en estos versículos sin duda alude a lo que los tesalonicenses habían
temido acerca de sus muertos, pero ella les enseña que ellos mismos, al igual
que aquéllos, antes serán levantados a lo alto, a la gloria. "Por lo cual
os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos
quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron".
Ellos habían pensado que estos últimos permanecerían atrás; ahora saben que,
por el contrario, los santos que durmieron les precederán. "Porque el
Señor mismo con voz de mando (o de reunión), con voz de arcángel (o del arcángel,
pues no hay más que un arcángel en la Palabra), y con trompeta de Dios, descenderá
del cielo". Destaquemos primeramente que el Señor en persona —y no uno de
sus agentes— viene al encuentro de sus amados. Se dice de otra categoría de
rescatados: "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a
sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el
otro" (Mateo 24:31). Es la congregación de los elegidos del pueblo de
Israel en su país a la venida del Hijo del hombre. Pero, cuando se trata del
arrebatamiento de los santos, estando su querida Iglesia en medio de ellos,
viene Él mismo, tal como lo había dicho a sus discípulos: "(Yo) vendré
otra vez, y (yo) os tomaré a mí mismo" (Juan 14:3). Cuando un amigo me
anuncia la hora de su llegada a la estación, puedo enviar a otra persona por
él, pero, si es mi esposa, voy yo mismo.
El Señor hará
oír el grito de reunión, el arcángel transmitirá la voz de mando, sonará la
trompeta y todos los santos partirán juntos. Sin embargo, diversos actos se
suceden en ese momento glorioso: "Los muertos en Cristo resucitarán
primero". En lugar de quedar demorados, precederán a los vivos, pues ellos
habrán seguido el mismo camino que su Salvador, a través de la muerte, para
alcanzar la resurrección, es preciso haber muerto en Cristo para participar de
ella. Ellos saldrán de entre los muertos, dejándoles donde se encuentran hasta
la resurrección de juicio. En ese momento, la gran mayoría de los santos, en
estado de espíritus, estaban desde hacía tiempo con el Señor, pero es preciso
aun que salgan de entre los muertos, como lo hizo su Salvador, y que, como Él,
suban en persona de la tierra al cielo.
Queridos hijos
de Dios que creen en el arrebatamiento de los santos, piensan equivocadamente
que esta frase del versículo 14 ("traerá Dios con Jesús a los que
durmieron en él") tiene relación con su resurrección. Creen que sus almas
volverán con el Señor para reunirse con sus cuerpos salidos del polvo. Si el
apóstol se hubiera detenido en el versículo 14, nadie podría tener tal pensamiento.
El hecho es que, según el versículo 14, Él les traerá a continuación consigo
mismo.
"Luego
nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente
con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire". El Señor desciende
del cielo, pero no precisamente sobre la tierra; al descender, nos llama; todos
juntos subimos a su encuentro, el que tendrá lugar en el aire. El lugar de la
cita de los resucitados y los transmutados no es la tierra; ellos son raptados
juntos, pero para ser reunidos con el Señor.
Los muertos en Cristo: 2 categorías
Puede ser útil
recordar que "los muertos en Cristo" que serán resucitados incluyen a
los justos del Antiguo Testamento que, desde Abel, han pasado por la muerte, al
igual que aquellos que forman parte de la Iglesia. Hebreos 11:40 nos enseña que
ellos nos esperan y no llegarán a la perfección sin nosotros. La perfección
es la resurrección de entre los muertos (Filipenses 3: 11-12). Los veinticuatro
ancianos del Apocalipsis 4 y 5 representan a los santos del Antiguo y del Nuevo
Testamento que serán arrebatados a la venida del Señor. Esos capítulos nos los
presentan primeramente como un conjunto, pero, al celebrarse las bodas del
Cordero (Apocalipsis 19), cada una de las dos clases que forman ese conjunto
toma su respectivo lugar. La esposa del Cordero es la Iglesia, los bienaventurados
convidados al banquete de bodas son aquellos que no han formado parte de ella.
Desde entonces no se ve más a los veinticuatro ancianos.
"Y así
estaremos siempre con el Señor". Una vez reunidos todos juntos con el
Señor, nuestra dicha será completa; estaremos con él para siempre. Eso es suficiente;
la revelación termina allí sin hablar de todas las glorias que seguirán.
"Alentaos (o consolaos) los unos a los otros con estas palabras".
En un abrir y cerrar de
ojos
En 1 Corintios
15, el mismo apóstol, después de haber dado muchos detalles sobre la
resurrección de los muertos en Cristo, agrega: "He aquí, os digo un misterio:
No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un
abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y
los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos
transformados" (v. 51-52). No es necesario dormir para entrar en la
gloria, sino que es preciso ser transformados. "Esperamos al Salvador, al
Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra,
para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual
puede también sujetar a sí mismo todas las cosas" (Filipenses 3:20-21).
Ese poder se ejercerá en los santos vivos para revestirlos de sus cuerpos
gloriosos, sin que sus almas sean separadas de sus cuerpos ni por un instante.
Lo que es mortal en ellos será absorbido por la vida. La muerte no será más el
instrumento para liberarlos de lo que es mortal, sino que esto será absorbido
por el poder de vida (2 Corintios 5: 4-5).
El apóstol
dice: "A la final trompeta" (1 Corintios 15: 52). Esa será la última
señal de la trompeta de Dios de 1
Tesalonicenses 4: 16, la señal conocida en los ejércitos para levantar
campamento y no, como lo piensan algunos, la última de las siete trompetas del
Apocalipsis.
"Y los
muertos serán resucitados incorruptibles". Aquí los detalles de la resurrección
no se aplican más que a la de los rescatados; por eso no es necesario decir:
"Los muertos en Cristo". Pero anteriormente el apóstol dice: "En
un momento, en un abrir y cerrar de ojos". Esto es difícil de concebir,
dada nuestra actual imperfección. Al considerar toda la sucesión de los hechos
enunciados, nos es imposible pensar que ellos no se cumplan al menos en algunos
minutos. El Señor desciende del cielo con tres cosas sucesivas: la "voz de
mando", la "voz de arcángel", la "trompeta de Dios”; luego
los muertos, precediendo a los vivos, resucitan primeramente, después los vivos
son transmutados, y finalmente todos son raptados juntamente. Sin embargo,
estas seis cosas sucesivas pasan "en un momento, en un abrir y cerrar de
ojos”: el tiempo para hacer un guiño. Para los muertos, un guiño y serán
resucitados en gloria con el Señor en compañía de todos los santos; para los
vivos, un guiño —el instante previo: el trabajo, la fatiga, el sufrimiento— y
el instante posterior, teniendo apenas el tiempo de percatarse de ello,
reunidos con todos los santos, junto al Señor, en la gloria.
Liberación completa y dicha
eterna
¿Por qué, pues,
nuestros corazones no brincan de gozo al pensar en ese momento maravilloso que
será la respuesta final a tantos gritos, suspiros, necesidades y lágrimas, que
comprenderá, al mismo tiempo, la completa liberación de todo el actual orden
de cosas y la completa introducción en todos los resultados gloriosos y eternos
de la obra de nuestro amado Salvador? Momento bendito, en el cual habremos
terminado individualmente con todo lo que se relaciona con nuestra presencia
en un cuerpo de humillación, en un mundo de pecado, y donde incluso
reanudaremos nuestras relaciones en Cristo —pero en la gloria— con nuestros seres
queridos que hayan dormido. Momento maravilloso, en el cual saborearemos, en
su conjunto y en todos sus detalles, la dicha eterna en la radiante presencia
de nuestro Salvador, cuyos rasgos adorables veremos con ojos capaces de
contemplarlos, pues seremos semejantes a él y le veremos como Él es. Si, ¡qué
momento ése en el cual nuestro primer sentimiento será que él es para siempre!
De esa
felicidad no se verá privado ningún rescatado, así haya muerto hace 6000 años,
o después del cumplimiento de la obra de la cruz o viva en ese momento. Todos
se encontrarán en ese momento y subirán juntos de la tierra al cielo, así como
subió su Salvador. "Ya sea que velemos —en el cuerpo— o que durmamos
—ausentes del cuerpo— vivamos juntamente con él" (1 Tesalonicenses 5:
10).
Quiera Dios que
podamos, con corazones apegados a la persona del Señor, realizar lo que dice
el apóstol Juan: "Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se
purifica a sí mismo, así como él es puro" (I Juan 3:3).
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