Este mes os será principio de los meses; para vosotros será éste el primero en los
meses del año (Éxodo 12:2).
“… libertados del pecado, vinisteis a ser
siervos de la justicia… Más ahora que habéis sido libertados del pecado y
hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin,
la vida eterna. (Romanos 6:18, 22)
“…como libres, pero no como
los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos
de Dios” (1 Pedro 2:16).
“Estad, pues, firmes en la
libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo
de esclavitud” (Gálatas 5:1).
La Libertad es un bien supremo que todos quieren
tener, todos quieren ser libres. Muchos adolescentes quieren llegar luego a la
mayoría de edad para emanciparse de los padres, pues no quieren ser regidos por
ellos. Algunos quieren ser trabajadores independientes para no tener encima de
ellos a un “odioso jefe”. Y los pueblos que fueron
colonias, quisieron autogobernarse.
La libertad tiene un costo muy
grande. Los jóvenes adultos tienen que soportar la soledad al estar sin sus
padres, por lo cual tienen que aprender a auto valerse. El trabajador
independiente pasa por zozobras cuando falta el trabajo y tiene que buscar como
subsistir para mantener su independencia. Y en las colonias, la sangre de los
insurgentes o independentistas debió ser derramada abundantemente.
Cuando se firma el acta de
independencia, se da el inicio a una nueva vida libre. Y es un testimonio de
que la nación se rige soberanamente.
Israel.
El ejemplo más gráfico que
encontramos en las Escrituras es el caso de Israel “esclavo en Egipto”. Esta
nación, por medio de Moisés y Aarón formularon a faraón su petición de libertad (Éxodo 3:16-17; 5:1).
Como era de esperarse Faraón se negó. Nadie que esté en su sano juicio se
desprende de una gran cantidad de esclavos; es decir, no le convenía dejarlos, era mano de obra
barata, y lo debilitaba a él como
rey ante la nación y a la nación misma, porque los podría usar como muro en
caso de un ataque proveniente desde el extranjero. Pero quien luchaba por la
libertad de este pueblo fue Dios. Él
demostró su poder sobre faraón, sus dioses y la nación de Egipto.
En toda lucha por la libertad
hay muertes de los antagonistas. No es la excepción en lo que respecta a la
lucha que lleva Dios. Por el lado de Dios, un cordero tuvo que morir (Éxodo
12:7,13), y por el lado de los egipcios,
los primogénitos de todas la familias que no sacrificaron un cordero y marcaron
con su sangre los postes y el dintel de las puertas de sus hogares debieron
morir (cf. Éxodo 12:12, 23, 29,30).
El
cristiano.
En el Nuevo testamento, apreciamos que la
liberación de Israel es una figura de la liberación del cristiano.
Los que somos cristianos ¿qué éramos?
Para responder podemos citar las palabras de
Pablo que hace referencia al salmo 14: “No
hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron
inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos
3:11-12).
En ningún ser humano
encontramos algo bueno, pero aun así Dios dispuso los medios para rescatarnos
de nuestro actual modo de vivir. Podemos ver que Dios intervino y nos proveyó de un cordero (Juan 1:29,36) con el cual pintó
con sangre, los dinteles y postes del corazón de aquel que cree en el juicio
que Dios hace y hará. El juicio cayó
sobre su Hijo (cf. Juan 3:16; col
1:15; Isaías 53:6b, 10). Y el grito de victoria no es “somos libres”, sino un “consumado es” (Juan
19:30), indicando que la deuda con Dios por causa del pecado estaba saldada.
Entonces surge la siguiente
pregunta:
¿Y después qué?
Pablo dice: “Estad, pues, firmes en la libertad
con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de
esclavitud” (Gálatas 5:1). El cristiano está libre del poder del pecado y la
ley (“de la esclavitud”) ya no tiene poder sobre él. Pero es fácil
perder el rumbo. Si lo vemos en la historia, vemos que países se debaten en
guerras civiles una vez que se declararon independientes. En vez de haber
seguido por una senda clara y precisa de orden y justicia, caudillos que ven
sus propios intereses por sobre los de la nación misma, se toman el poder por
medio de la fuerza, provocando mucho dolor y desgarrando a la nación misma.
Volvamos al caso de Israel. Tenemos que
este pueblo se hizo “esclavo” de la idolatría y, posteriormente (post exilio),
“esclavo” del legalismo religioso. Es decir, salió de una nación que los tenía
en esclavitud férrea (tanto físicamente como religiosamente) y Dios le entregó
leyes que lo hacían una nación libre y ordenada y además obediente a los
principios que Dios quería entregar a través de sus mandatos. Pero al ver a las
naciones paganas que le rodeaban, pasaron rápidamente a la esclavitud
espiritual que genera la idolatría (Jueces 2:10-23; 2 Reyes 21:1-26; 2 Crónicas
33:1-11), se pusieron voluntariamente un “yugo” que les pesaría mucho y les
provocaría un inconmensurable sufrimiento[1]
(Deuteronomio 28:15-68 compare con los relatos del libro de Jueces, como caían
en la idolatría y clamaban a Dios en busca de ayuda; Vea 2 Reyes 17:6; 25:11; Lamentaciones 2:5).
Cuando Dios los disciplinó desterrándolos de su tierra, pasaron al otro
extremo, olvidando los principios de Dios y colocando sus propios mandamientos
como si fueran de parte de Dios (cf. Tito 1:14-16; Marcos 7:1-23; Isaías
29:13-16; Mateo 15:7-9; 23:23). El mismo
Señor, en una discusión con los líderes judíos,
tuvo que decirles: “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan
8:32). Ellos sintieron el impacto de las
palabras y con orgullo le respondieron
olvidando de donde Dios los había sacado: “Linaje de Abraham somos, y jamás
hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?” (Juan 8:33). A lo cual el Señor les indicó que es lo que
verdaderamente hace libre al hombre: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis
verdaderamente libres” (Juan 8:36). Por
lo cual entendemos que la libertad verdadera y bien fundamentada es
sólo en Cristo y en nadie más. De modo que:
La
libertad no debe ser usada como libertinaje.
Algunos piensan que ahora que somos
salvos podemos hacer lo que queramos. De
hecho hay una enseñanza denominada como
antinomismo que significa anti ley o sin ley. Quienes creen en esta doctrina,
utilizan el pasaje de Romanos que dice “Pero ahora estamos libres de la ley, por
haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo
el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos
7:6). Quienes piensan de este modo, no tienen en cuenta lo que expresa Pablo en
la misma carta a los Romanos en el
capítulo 3 y versículo 8, además de 1 Corintios 6:9-19; 10:23-24 y Gálatas
5:1-13. Estos pasajes contradicen tal modo de pensar, e indican que el creyente
está sujeto a la ley, pero no a la ley levítica, sino a la de Cristo, la que
nos estimula a no pecar de ningún modo.
El hecho de
que una nueva nación se constituya libre, quiere decir que es libre para
gobernarse de acuerdo a sus propios intereses, para lo cual creará leyes
propias. Es curioso lo que Pablo les
dijo a los cristianos de Roma: “Porque
cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia” (Romanos
6:20). Podríamos entenderlo así. Cuando se era parte de otra nación, se era
miembro de esa nación dominadora, por decirlo en palabras de Pablo, se era “esclavo”, por lo cual eran libres de las leyes de la nueva nación
que se formaría a partir de la independencia. Si miramos este contraste desde
otro punto de vista, muestra algo que es muy interesante de tener siempre
presente, muestra que una vez que hemos salido de la esclavitud del pecado a la
libertad de Dios, no hemos quedado sin ley, no hemos quedado a la deriva ni a
nuestro propio arbitrio. ¡No! Estamos bajo la ley de Cristo (1 Corintios
9:21).
En toda
nación recién emancipada no hace de la anterior ley un “borrón y cuenta nueva”. No. El nuevo
gobierno tomas las leyes del gobierno anterior como si fueran suyas. Es decir,
no porque se independiza de otra nación, se desecha todo, sino que lo que es bueno
y útil se reutiliza y se perfecciona. Lo mismo sucede cuando se cambia una
constitución por otra, simplemente se
recoge lo bueno de la anterior y se le adiciona lo nuevo. EN la experiencia del CREYENTE ES LO MISMO.
El hecho de ser criaturas nuevas,
no nos da pie para hacer lo que queramos y perseverar en el pecado como si este
no existiera. Pablo dice: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado
para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque
los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2).
Además agrega: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino
bajo la gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que si os
sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a
quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para
justicia?” (Romanos 6:15-16). El creyente ha muerto al pecado y no debe
practicarlo. Esto no quiere decir que no
pequemos o hagamos cosas que son reprochables, quiere decir que ya no estamos
bajo el dominio del pecado.
Un hermano contaba que en su
tierra había un joven creyente que no tenía claro lo que era ser cristiano.
Pensaba que si pecaba y se arrepentía todo quedaría arreglado entre Dios y él.
Él tenía la costumbre de frecuentar mujeres a las que pagaba por sus servicios
sexuales. Un día despertó con una flor en su almohada, una señal de que la
mujer era portadora de VIH. Es verdad
que si uno se arrepiente, Dios perdona, pero las consecuencias del pecado lo
persiguen. Esto le sucedió al joven, porque por una noche de libertinaje, dio
su cuerpo a una mujer sin que esta fuera su conyugue, cuando la Biblia expresa
claramente que no debía hacerse tal acto (1 Corintios 6:15-19).
La actitud del creyente debe ser
como la describe Pedro: “como libres, pero no como los que tienen la
libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios” (1 Pedro
2:16). Somos SIERVOS DE DIOS y como tales debemos comportarnos, de lo contrario
blasfemaran el nombre de Dios por culpa nuestra. ¿Qué sucede cuando nuestros hijos hacen lo
malo? Normalmente es acordarse en forma negativa de la madre o de padre del
muchacho o de la familia: Ellos concluyen que si el hijo es ladrón, entonces todos ellos son ladrones. ¿No han
escuchado la expresión despectiva “estos evangélicos son todos iguales”? Porque
algunos se han comportado en forma improcedente a la dignidad conferida. Del mismo modo mancillamos el nombre de Dios
con nuestra “propia libertad” o libertinaje.
Como en todos lados, hay elementos que desean
volver al antiguo régimen, entonces surge la pregunta:
¿Porque
querer ser esclavos nuevamente?
Al leer la historia de Israel (Números
11:4-35), vemos que sintió ansias de volver a ser esclavo porque se vio con
privaciones y no miró lo que tenía por delante, no puso sus ojos en la promesa
que Dios mismo le había entregado. A pesar de ser un pueblo libre, con leyes
propias (Éxodo 20:1-26), Israel sintió deseos de volver a ser esclavo en Egipto
proveía. Allí tenían satisfechas sus
necesidades y ahora se sentían hastiados de lo que Dios les estaba proveyendo.
No veían el efecto o trasfondo espiritual que
había detrás de todo lo que les estaba pasando. Ellos no veían con los
ojos de la fe sino con los físicos. Si lo decimos con palabras del nuevo
testamento, el viejo hombre estaba muy vivo en ellos.
Pablo enseña que “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos
del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Efesios
4:22). “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre
con sus hechos…” (Colosenses 3:9). El viejo hombre es el hombre natural que
tiene ansias de volver a hacer lo que naturalmente realizaba cuando no era un hombre
libre que se debe doblegar para dar paso al nuevo hombre, que es a imagen de
Cristo. La lucha puede ser angustiosa,
pero sabemos esto, “que nuestro viejo
hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea
destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6). Tengamos
siempre presente que esta lucha es feroz y se libra en nuestro ser, pero
sepamos “… que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). “Así también vosotros consideraos muertos al
pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:11).
La
nueva vida en Cristo tiene promesas de una vida futura (1 Pedro 1:1-5, 2
Pedro1:4; 3:13; Lucas 18:28-30; Hebreos 8:6; 2 Corintios 1:20; 7:1) y promesa
de mejorar el presente. Este caminar en libertad tiene reglas y leyes que son
severas en muchas ocasiones. Si lo vemos como un deportista, observamos que el atleta
corre pensando en la victoria (1 Corintios 9:24), en el galardón, no piensa en
otra cosa, pues si lo hace, lo desviará de su concentración. El deportista se
priva de todo para alcanzar la condición física óptima. Pablo nos dice no “presentéis
vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos
vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a
Dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6:13). Debemos “golpear” nuestro cuerpo (1 Corintios
9:27) para ponerlo en disciplina. En concordancia con esto, sigamos el principio
que establece el autor de la carta a los Hebreos: “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador
de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz,
menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos
12:2).
Ahora
podemos responder la pregunta hecha al inicio de esta sección. La razón de querer volver a “ser esclavos” es
producto de una falta de fe y de visión
que se tiene de esta nueva libertad.
Al no tener la “fe” bien cimentada, al utilizar nuestros ojos perdemos
la perspectiva que Dios muestra y cedemos a la desesperanza, esto nos lleva a flaquear y ver “la tormenta”
que nos rodea y no lo ojos de nuestro Señor Jesucristo (Mateo14:31; Hebreos
12:22). Un ejemplo nos da las Escrituras en forma de advertencia. Israel
transitaba por el desierto hacia la tierra prometida, el pueblo “vio” que lo que lo rodeaba sólo
era un desierto estéril, sin agua y alimentos, y que iban a un destino incierto
(vea Números 11:5; 14:4; 20:3-5). Su fe
flaqueó; tuvieron por tardanza las
promesas que Dios había dado (cf. 2 Pedro 3:9). Ya que al ver lo que los rodea,
los peligros de las carencias, los enemigos y compararlos con la relativa
seguridad que les daba Egipto, provocó que tuvieran ansias de volver atrás. En
lenguaje del Nuevo Testamento vemos “el
viejo hombre” que procura volver a tener el control del “nuevo hombre”,
aprovechando toda situación para hacerlo retornar a la naturaleza pecaminosa de
la que ha sido libertado, para así aprisionarlos en una esclavitud cruel y
opresiva y tener dominio sobre la persona. Quien se deja dominar por esta
actitud termina en un estado peor que el
que él tenía antes de conocer al Señor Jesucristo como Salvador[2]. Si lo
llevamos al plano de una joven nación, los partidarios del antiguo régimen
forman cuerpos armados para luchar contra el nuevo régimen, y estos enemigos
utilizan distintos medios atrayentes para reclutar soldados, de modo de oponer
resistencia. De seguro muchos soldados resultarán muertos, y sus esperanzas de
lograr éxito quedarán enterradas junto a su cadáver.
Una
vez consolidada nuestra libertad en Cristo,
debemos…
…Divulgar
la Libertad.
Las naciones que se hicieron
libres, propagaron esta idea a otros pueblos, de modo que muchos siguieron este
nuevo camino. Uno de los deberes del
cristiano es divulgar las verdades del evangelio. Tenemos un mandato que obedecer. Escuchemos al Señor hablarnos: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda
potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos
a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y
he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”
(Mateo 28:18-20).
Conclusión.
Un creyente recién convertido
pasa de la esclavitud de la ley del pecado (Romanos 7:23,25; 8:2) a la libertad
en Cristo. Si bien es cierto que hay un pasaje que nos indica que al
convertirnos quedamos libres de la ley que nos condenaba, pero no por ello
pasamos a un estado de “anarquía espiritual”, sino que estamos bajo la ley de
Cristo (1ª Corintios 9:21; Gálatas 6:2).
Si no existiera esta ley de Cristo, ese creyente sería un barco sin
timón ni dirección alguna. Gracias a Dios que en la Escritura encontramos
suficientes directrices para todas las necesidades de nuestra vida. No
olvidemos que lo que está escrito es para nuestra enseñanza (Romanos 15:4, 1
Corintios 10:6), porque “Toda la
Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2Timoteo 3:16-17).
A diferencia de la ley
anterior, que fue escrita en tablas de piedra, las nuevas están escritas en el
corazón desde el momento de la conversión a Cristo (2 Corintios 3:3). Por eso
cuando pasamos de muerte a vida, pasamos a ser un pueblo que está perfectamente
regulado, con leyes que nos hacen libres y no esclavos del pecado. Por tanto,
la libertad para hacer lo que queramos debería quedar excluida de la vida
cristiana.
Agregamos este comentario
final. Como dijo el novelista inglés Charles Kingsley: Hay dos clases de
libertad: la falsa, en la que el hombre es libre para hacer lo que quiere y la verdadera,
en la que un hombre hace lo que debe. A través de la historia, el pueblo de
Dios ha luchado entre estos dos tipos de libertad.
¿En cuál de las dos te
encuentras tú?
Es una señal de madurez cuando
aprendemos que la libertad es una herramienta para edificar con ella no es un
juguete con el cual divertirnos. La libertad involucra aceptar la
responsabilidad.
¿Cuál es tu realidad?
[1] Solo con leer un poco de la historia de este pueblo después de la
dispersión por los romanos, vemos que en muy pocos lugares tuvieron paz y
tranquilidad, y cuando se sentían tranquilos y que podían desarrollarse como
pueblo, venía la persecución. Durante estos casi dos mil años de estar en la
diáspora, el muchos han muerto por ser judíos. (Y, ¡ay!, muchas muertes fueron
hechas por “cristianos” en el nombre de Cristo). Tal vez, la máxima expresión de sufrimiento
la encontramos en el holocausto nazi, donde la saña maligna cayó sobre este
pueblo.
Al leer Deuteronomio 28, podemos observar que literalmente este pueblo
ha sufrido las maldiciones que están descritas en el pasaje.
[2] Entendemos que el hombre que se convierte a Cristo, aunque caiga en
pecado es de Cristo. No pierde su condición de salvado por la obra de cruz.
Pero un creyente que da rienda suelta a su condición pecadora, el “viejo hombre”, termina llevando una vida
que es peor que la que tenía antes de convertirse.
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