martes, 2 de septiembre de 2014

LIBERTAD, LO QUE IMPLICA.

Este mes os será principio de los meses;  para vosotros será éste el primero en los meses del año  (Éxodo 12:2).
“… libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia… Más ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (Romanos 6:18, 22)
“…como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios” (1 Pedro 2:16).
“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gálatas 5:1).



La  Libertad es un bien supremo que todos quieren tener, todos quieren ser libres. Muchos adolescentes quieren llegar luego a la mayoría de edad para emanciparse de los padres, pues no quieren ser regidos por ellos. Algunos quieren ser trabajadores independientes para no tener encima de ellos a un “odioso jefe”.  Y los pueblos  que fueron  colonias, quisieron autogobernarse.
La libertad tiene un costo muy grande. Los jóvenes adultos tienen que soportar la soledad al estar sin sus padres, por lo cual tienen que aprender a auto valerse. El trabajador independiente pasa por zozobras cuando falta el trabajo y tiene que buscar como subsistir para mantener su independencia. Y en las colonias, la sangre de los insurgentes o independentistas debió ser derramada abundantemente.
Cuando se firma el acta de independencia, se da el inicio a una nueva vida libre. Y es un testimonio de que la nación se rige soberanamente.

Israel.
El ejemplo más gráfico que encontramos en las Escrituras es el caso de Israel “esclavo en Egipto”. Esta nación, por medio de Moisés y Aarón formularon a faraón  su petición de libertad (Éxodo 3:16-17; 5:1). Como era de esperarse Faraón se negó. Nadie que esté en su sano juicio se desprende de una gran cantidad de esclavos; es decir,  no le convenía dejarlos, era mano de obra barata,  y lo debilitaba a él como rey  ante la  nación y a la nación  misma, porque los podría usar como muro en caso de un ataque proveniente desde el extranjero. Pero quien luchaba por la libertad de este pueblo fue  Dios. Él demostró su poder sobre faraón, sus dioses y la nación de Egipto.
En toda lucha por la libertad hay muertes de los antagonistas. No es la excepción en lo que respecta a la lucha que lleva Dios. Por el lado de Dios, un cordero tuvo que morir (Éxodo 12:7,13), y  por el lado de los egipcios, los primogénitos de todas la familias que no sacrificaron un cordero y marcaron con su sangre los postes y el dintel de las puertas de sus hogares debieron morir (cf. Éxodo 12:12, 23, 29,30).

El cristiano.
En el Nuevo testamento, apreciamos que la liberación de Israel es una figura de la liberación del cristiano.
Los que somos cristianos ¿qué éramos?
Para responder podemos citar las palabras de Pablo que hace referencia al salmo 14: “No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3:11-12).
En ningún ser humano encontramos algo bueno, pero aun así Dios dispuso los medios para rescatarnos de nuestro actual modo de vivir. Podemos ver que Dios intervino y nos proveyó de  un cordero (Juan 1:29,36) con el cual pintó con sangre, los dinteles y postes del corazón de aquel que cree en el juicio que Dios hace y hará. El juicio cayó  sobre su Hijo  (cf. Juan 3:16; col 1:15; Isaías 53:6b, 10). Y el grito de victoria no es  “somos libres”, sino un “consumado es” (Juan 19:30), indicando que la deuda con Dios por causa del pecado estaba saldada.
Entonces surge la siguiente pregunta:

¿Y después qué?
Pablo dice: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gálatas 5:1). El cristiano está libre del poder del pecado y la ley (“de la esclavitud”) ya no tiene poder sobre él. Pero es fácil perder el rumbo. Si lo vemos en la historia, vemos que países se debaten en guerras civiles una vez que se declararon independientes. En vez de haber seguido por una senda clara y precisa de orden y justicia, caudillos que ven sus propios intereses por sobre los de la nación misma, se toman el poder por medio de la fuerza, provocando mucho dolor y desgarrando a la nación misma.
Volvamos al caso de Israel. Tenemos que este pueblo se hizo “esclavo” de la idolatría y, posteriormente (post exilio), “esclavo” del legalismo religioso. Es decir, salió de una nación que los tenía en esclavitud férrea (tanto físicamente como religiosamente) y Dios le entregó leyes que lo hacían una nación libre y ordenada y además obediente a los principios que Dios quería entregar a través de sus mandatos. Pero al ver a las naciones paganas que le rodeaban, pasaron rápidamente a la esclavitud espiritual que genera la idolatría (Jueces 2:10-23; 2 Reyes 21:1-26; 2 Crónicas 33:1-11), se pusieron voluntariamente un “yugo” que les pesaría mucho y les provocaría un inconmensurable sufrimiento[1] (Deuteronomio 28:15-68 compare con los relatos del libro de Jueces, como caían en la idolatría y clamaban a Dios en busca de ayuda; Vea  2 Reyes 17:6; 25:11; Lamentaciones 2:5). Cuando Dios los disciplinó desterrándolos de su tierra, pasaron al otro extremo, olvidando los principios de Dios y colocando sus propios mandamientos como si fueran de parte de Dios (cf. Tito 1:14-16; Marcos 7:1-23; Isaías 29:13-16; Mateo 15:7-9; 23:23). El  mismo Señor, en una discusión con los líderes judíos, tuvo que decirles: “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).  Ellos sintieron el impacto de las palabras y con orgullo  le respondieron olvidando de donde Dios los había sacado: “Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?” (Juan 8:33).  A lo cual el Señor les indicó que es lo que verdaderamente hace libre al hombre: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).  Por lo cual  entendemos que  la libertad verdadera y bien fundamentada es sólo en Cristo y en nadie más. De modo que:  

La libertad no debe ser usada como libertinaje.
Algunos piensan que ahora que somos salvos  podemos hacer lo que queramos. De hecho hay una enseñanza denominada  como antinomismo que significa anti ley o sin ley. Quienes creen en esta doctrina, utilizan el pasaje de Romanos  que dice  Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7:6). Quienes piensan de este modo, no tienen en cuenta lo que expresa Pablo en la misma carta a los Romanos  en el capítulo 3 y versículo 8,  además de  1 Corintios 6:9-19; 10:23-24 y Gálatas 5:1-13. Estos pasajes contradicen tal modo de pensar, e indican que el creyente está sujeto a la ley, pero no a la ley levítica, sino a la de Cristo, la que nos estimula a no pecar de ningún modo.
El hecho de que una nueva nación se constituya libre, quiere decir que es libre para gobernarse de acuerdo a sus propios intereses, para lo cual creará leyes propias.  Es curioso lo que Pablo les dijo a los cristianos de Roma: “Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia” (Romanos 6:20). Podríamos entenderlo así. Cuando se era parte de otra nación, se era miembro de esa nación dominadora, por decirlo en palabras de Pablo,  se era “esclavo”, por lo cual  eran libres de las leyes de la nueva nación que se formaría a partir de la independencia. Si miramos este contraste desde otro punto de vista, muestra algo que es muy interesante de tener siempre presente, muestra que una vez que hemos salido de la esclavitud del pecado a la libertad de Dios, no hemos quedado sin ley, no hemos quedado a la deriva ni a nuestro propio arbitrio. ¡No! Estamos bajo la ley de Cristo (1 Corintios 9:21). 
En toda nación recién emancipada no hace de la anterior ley  un “borrón y cuenta nueva”. No. El nuevo gobierno tomas las leyes del gobierno anterior como si fueran suyas. Es decir, no porque se independiza de otra nación, se desecha todo, sino que lo que es bueno y útil se reutiliza y se perfecciona. Lo mismo sucede cuando se cambia una constitución  por otra, simplemente se recoge lo bueno de la anterior y se le adiciona lo nuevo. EN la experiencia del CREYENTE ES LO MISMO.
El hecho de ser criaturas nuevas, no nos da pie para hacer lo que queramos y perseverar en el pecado como si este no existiera. Pablo dice: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?  En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2). Además agrega: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera.  ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:15-16). El creyente ha muerto al pecado y no debe practicarlo.  Esto no quiere decir que no pequemos o hagamos cosas que son reprochables, quiere decir que ya no estamos bajo el dominio del pecado.
Un hermano contaba que en su tierra había un joven creyente que no tenía claro lo que era ser cristiano. Pensaba que si pecaba y se arrepentía todo quedaría arreglado entre Dios y él. Él tenía la costumbre de frecuentar mujeres a las que pagaba por sus servicios sexuales. Un día despertó con una flor en su almohada, una señal de que la mujer era portadora de VIH.  Es verdad que si uno se arrepiente, Dios perdona, pero las consecuencias del pecado lo persiguen. Esto le sucedió al joven, porque por una noche de libertinaje, dio su cuerpo a una mujer sin que esta fuera su conyugue, cuando la Biblia expresa claramente que no debía hacerse tal acto (1 Corintios 6:15-19).
La actitud del creyente debe ser como la describe Pedro: “como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios” (1 Pedro 2:16). Somos SIERVOS DE DIOS y como tales debemos comportarnos, de lo contrario blasfemaran el nombre de Dios por culpa nuestra.  ¿Qué sucede cuando nuestros hijos hacen lo malo? Normalmente es acordarse en forma negativa de la madre o de padre del muchacho o de la familia: Ellos concluyen que si el hijo es ladrón,  entonces todos ellos son ladrones. ¿No han escuchado la expresión despectiva “estos evangélicos son todos iguales”? Porque algunos se han comportado en forma improcedente a la dignidad conferida.  Del mismo modo mancillamos el nombre de Dios con nuestra “propia libertad” o libertinaje.
Como en todos lados, hay elementos que desean volver al antiguo régimen, entonces surge la pregunta:

¿Porque querer ser esclavos nuevamente?
Al leer la historia de Israel (Números 11:4-35), vemos que sintió ansias de volver a ser esclavo porque se vio con privaciones y no miró lo que tenía por delante, no puso sus ojos en la promesa que Dios mismo le había entregado. A pesar de ser un pueblo libre, con leyes propias (Éxodo 20:1-26), Israel sintió deseos de volver a ser esclavo en Egipto proveía. Allí tenían satisfechas  sus necesidades y ahora se sentían hastiados de lo que Dios les estaba proveyendo. No veían el efecto o trasfondo espiritual que  había detrás de todo lo que les estaba pasando. Ellos no veían con los ojos de la fe sino con los físicos. Si lo decimos con palabras del nuevo testamento, el viejo hombre estaba muy vivo en ellos.
Pablo enseña que “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Efesios 4:22). “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos…” (Colosenses 3:9). El viejo hombre es el hombre natural que tiene ansias de volver a hacer lo que naturalmente realizaba cuando no era un hombre libre que se debe doblegar para dar paso al nuevo hombre, que es a imagen de Cristo.  La lucha puede ser angustiosa, pero sabemos esto,  “que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6). Tengamos siempre presente que esta lucha es feroz y se libra en nuestro ser, pero sepamos “… que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).  “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:11).
La nueva vida en Cristo tiene promesas de una vida futura (1 Pedro 1:1-5, 2 Pedro1:4; 3:13; Lucas 18:28-30; Hebreos 8:6; 2 Corintios 1:20; 7:1) y promesa de mejorar el presente. Este caminar en libertad tiene reglas y leyes que son severas en muchas ocasiones. Si lo vemos como un deportista, observamos que el atleta corre pensando en la victoria (1 Corintios 9:24), en el galardón, no piensa en otra cosa, pues si lo hace, lo desviará de su concentración. El deportista se priva de todo para alcanzar la condición física óptima.  Pablo nos dice  no “presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6:13).  Debemos “golpear” nuestro cuerpo (1 Corintios 9:27) para ponerlo en disciplina. En concordancia  con esto, sigamos el principio que establece el autor de la carta a los Hebreos: “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2).
Ahora podemos responder la pregunta hecha al inicio de esta sección.  La razón de querer volver a “ser esclavos” es producto de una falta de fe y de visión  que se tiene de esta nueva libertad.  Al no tener la “fe” bien cimentada, al utilizar nuestros ojos perdemos la perspectiva que Dios muestra y cedemos a la desesperanza,  esto nos lleva a flaquear y ver “la tormenta” que nos rodea y no lo ojos de nuestro Señor Jesucristo (Mateo14:31; Hebreos 12:22). Un ejemplo nos da las Escrituras en forma de advertencia. Israel transitaba por el desierto hacia la tierra prometida,  el pueblo “vio” que lo que lo rodeaba sólo era un desierto estéril, sin agua y alimentos, y que iban a un destino incierto (vea Números 11:5; 14:4; 20:3-5).  Su fe flaqueó; tuvieron por tardanza  las promesas que Dios había dado (cf. 2 Pedro 3:9). Ya que al ver lo que los rodea, los peligros de las carencias, los enemigos y compararlos con la relativa seguridad que les daba Egipto, provocó que tuvieran ansias de volver atrás. En lenguaje del Nuevo Testamento  vemos “el viejo hombre” que procura volver a tener el control del “nuevo hombre”, aprovechando toda situación para hacerlo retornar a la naturaleza pecaminosa de la que ha sido libertado, para así aprisionarlos en una esclavitud cruel y opresiva y tener dominio sobre la persona. Quien se deja dominar por esta actitud termina en un estado peor que  el que él tenía antes de conocer al Señor Jesucristo como Salvador[2]. Si lo llevamos al plano de una joven nación, los partidarios del antiguo régimen forman cuerpos armados para luchar contra el nuevo régimen, y estos enemigos utilizan distintos medios atrayentes para reclutar soldados, de modo de oponer resistencia. De seguro muchos soldados resultarán muertos, y sus esperanzas de lograr éxito quedarán enterradas junto a su cadáver.
Una vez consolidada nuestra libertad en Cristo,  debemos…

…Divulgar la Libertad.
Las naciones que se hicieron libres, propagaron esta idea a otros pueblos, de modo que muchos siguieron este nuevo camino.  Uno de los deberes del cristiano es divulgar las verdades del evangelio. Tenemos un mandato que  obedecer. Escuchemos al Señor hablarnos: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:18-20).

Conclusión.
Un creyente recién convertido pasa de la esclavitud de la ley del pecado (Romanos 7:23,25; 8:2) a la libertad en Cristo. Si bien es cierto que hay un pasaje que nos indica que al convertirnos quedamos libres de la ley que nos condenaba, pero no por ello pasamos a un estado de “anarquía espiritual”, sino que estamos bajo la ley de Cristo (1ª Corintios 9:21; Gálatas 6:2).  Si no existiera esta ley de Cristo, ese creyente sería un barco sin timón ni dirección alguna. Gracias a Dios que en la Escritura encontramos suficientes directrices para todas las necesidades de nuestra vida. No olvidemos que lo que está escrito es para nuestra enseñanza (Romanos 15:4, 1 Corintios 10:6), porque  “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2Timoteo 3:16-17).
A diferencia de la ley anterior, que fue escrita en tablas de piedra, las nuevas están escritas en el corazón desde el momento de la conversión a Cristo (2 Corintios 3:3). Por eso cuando pasamos de muerte a vida, pasamos a ser un pueblo que está perfectamente regulado, con leyes que nos hacen libres y no esclavos del pecado. Por tanto, la libertad para hacer lo que queramos debería quedar excluida de la vida cristiana.
Agregamos este comentario final. Como dijo el novelista inglés Charles Kingsley: Hay dos clases de libertad: la falsa, en la que el hombre es libre para hacer lo que quiere y la verdadera, en la que un hombre hace lo que debe. A través de la historia, el pueblo de Dios ha luchado entre estos dos tipos de libertad.
¿En cuál de las dos te encuentras tú?
Es una señal de madurez cuando aprendemos que la libertad es una herramienta para edificar con ella no es un juguete con el cual divertirnos. La libertad involucra aceptar la responsabilidad.
¿Cuál es tu realidad?




[1] Solo con leer un poco de la historia de este pueblo después de la dispersión por los romanos, vemos que en muy pocos lugares tuvieron paz y tranquilidad, y cuando se sentían tranquilos y que podían desarrollarse como pueblo, venía la persecución. Durante estos casi dos mil años de estar en la diáspora, el muchos han muerto por ser judíos. (Y, ¡ay!, muchas muertes fueron hechas por “cristianos” en el nombre de Cristo).  Tal vez, la máxima expresión de sufrimiento la encontramos en el holocausto nazi, donde la saña maligna cayó sobre este pueblo.
Al leer Deuteronomio 28, podemos observar que literalmente este pueblo ha sufrido las maldiciones que están descritas en el pasaje.
[2] Entendemos que el hombre que se convierte a Cristo, aunque caiga en pecado es de Cristo. No pierde su condición de salvado por la obra de cruz. Pero un creyente que da rienda suelta a su condición pecadora,  el “viejo hombre”, termina llevando una vida que es peor que la que tenía antes de convertirse.

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