martes, 2 de septiembre de 2014

El atavío cristiano (Parte II)

Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad. (1 Timoteo 2:9-10)
Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. (1 Pedro 3:3-4)


La ropa: Consideración de otros

Ahora el pudor. Vivimos en una sociedad enloquecida y corrompida por cuestiones sexuales. La televisión y otros medios de comunicación enaltecen lo que es vil. “Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos... Como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios les entregó a una mente reprobada”, Romanos 1.24, 28.
Hay ropa que no es lujosa, y aun se puede decir que es de buen gusto en su diseño, pero provoca. Tal vez la falta sea tan sólo en la talla o el corte, pero el efecto es el mismo. Quizás Srta. Fulana sabría usarla sin problema, pero Doña Mengana no debe ponerla.
La tentación es mayor para las jóvenes, pero resueltamente no se limita a las señoritas. Hay señoras de edad madura que son muy niñas en cómo salen a la calle, o cómo se cuidan en la reunión. La necesidad de manifestar pudor predomina para el sexo femenino, pero los varones pueden faltar también en poner prendas demasiado ajustadas. Si puede incitar pasiones innecesariamente, la ropa no es cristiana. Si provoca, es sólo para el uso de inconversos.

El cabello

A la mujer dejarse crecer el pelo le es honroso. Vanagloriarse en ese cabello es pecaminoso. El cabello es su gloria, pero ella no debe enaltecerse por medio de su cabello.
Habiendo mencionado el atavío en general, Pablo y Pedro hacen mención del peinado en primer lugar. El tropiezo no es el cabello, sino la ostentación. Un cristiano (varón o mujer) puede ser cuidadoso en cuanto a su ropa, y puede renunciar toda suerte de fantasía y joyas, pero todavía llamarse la atención a sí por su peinado.
En todo lo que estamos considerando en este escrito sencillo, las palabras clave son “llamarse la atención a sí”. Cuando nuestro hombre interior está desnudo, nuestra naturaleza pecaminosa nos impulsa a prestar atención al exterior. Nosotros los creyentes podemos aprender mucho de cómo actuaron Adán y Eva cuando se vieron desnudos ante Dios. ¡La lección de la inútil hoja de higuera es para el cristiano también!
La protesta de los autores inspirados, citados arriba, va en contra de “un trenzado de cabello”, “peinados refinados”, “cabellos encrespados”, “rizos”, y otros intentos a traducir todo lo que en el fondo dice, a través de cabello, “¡Mírenme a mí!”
Estamos obligados a abrir un paréntesis aquí, pero sin el ánimo de que este escrito se torne en una exposición de doctrina. El asunto es que no estamos hablando de lo que popularmente se llama el pelo largo y el pelo corto. (Realmente no es en esencia largo/corto; la misma naturaleza nos enseña esto, notando el largo del cabello que algunas tienen u otras no).
La doctrina de “dejarse crecer” el cabello (o no dejarlo crecer en el caso del varón) es algo muy aparte de escoger un estilo de peinado. La mujer cristiana no deja crecer el cabello por apariencia, gusto, conveniencia o moda. Lo hace porque esa cubierta se reviste de un profundo significado espiritual, como se explica en 1 Corintios 11.
Repetimos: este aspecto más importante del manejo del cabello no cabe en una exhortación titulada El atavío cristiano, sino sería parte de un escrito sobre el señorío de Cristo en la vida cristiana. La mujer ejercitada parte de la base que va a dejar crecer su pelo; de allí en adelante es cuestión de cómo arreglar el peinado. Es fácil para algunas y dificilísimo para otras.

Los adornos

Ambos apóstoles hablan del oro, pero no tan sólo el oro puede ser ostentación. Por ejemplo, otro que habla del oro es Santiago, y ni siquiera critica al hombre que lleva el anillo, sino a los hermanos que dan preferencia a quien puede sufragar este gasto. (Ya que hemos tocado ese malentendido pasaje en Santiago 2.2, vamos a decir de paso que en esta sociedad corrupta, conviene que ambos, el esposo y la esposa, lleven una señal de que están bajo el yugo conyugal).
Pablo habla del oro y las perlas, y nosotros del oro y las fantasías de quincallería. Hay una diferencia de precio, ¡pero no de motivo!
Si fuera asunto de precisar más sobre los adornos que le llaman la atención a Dios como evidencias de un mal estado espiritual, iríamos a Isaías 3. Aquel capítulo profético habla de la condición desastrosa del pueblo de Israel y contiene una línea que viene muy al caso de lo que dijimos al principio de este escrito acerca del atavío como indicio de nuestro estado espiritual. Dice: “La apariencia de sus rostros testifica contra ellos”.
¡Qué lista de evidencias cuando el profeta llega a hablar de aquellas mujeres! “Atavío del calzado, lunetas...” No dice que son cuestión de gusto o criterio de cada cual, sino evidencias de orgullo; 3.16. Estas evidencias están en el andar, vestir, arreglo y adorno. Francamente, da a pensar. El resultado para Israel en ese tiempo venidero de la tribulación será: 1. Jehová descubrirá la vergüenza de las mujeres. 2. “Tus varones caerán a espada”.
(Señora, señorita, fíjese por favor en el punto 2. La espiritualidad / carnalidad suya impacta fuertemente en el varón).
Ya que ella está con el Señor ahora, quizás puedo usar el ejemplo de una hija nuestra. Tenía su propio carácter, sus virtudes y sus faltas, pero un punto clave en lo que sigue es que se trata de una época en su vida cuando vivía sola en la capital, tenía buen empleo y en fin estaba en libertad de vivir como quería.
Ella esperó larga y quietamente en la cola en la farmacia cierto día, y se sorprendió cuando un hombre maduro se acercó y dijo: “Señorita, ¿me permite una pregunta? ¿Usted es verdadera cristiana?” “Soy salva por Cristo”, respondió. “Señorita, le felicito”. Y con esto él salió a la calle. La moraleja es lo que dijimos al principio: el atavío de la mujer cristiana habla a gritos. 
¿Qué le conviene al cristiano hoy en día? Que cada uno esté persuadido en su propio ánimo pero que no se conforme con su propio gusto. Profesamos piedad, y sabemos por la Palabra que hay cosas que son “de grande estima delante de Dios”.

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