“Jehová los destruirá... y tú los echarás, y los
destruirás enseguida” (Deuteronomio 9:3).
En
todos los tratos de Dios con la humanidad hay una interesante fusión de lo
divino y lo humano. Tomemos la Biblia como ejemplo. En ella se destacan el
autor Divino y los autores humanos que escribieron movidos por el Espíritu
Santo.
En
lo tocante a la salvación, ésta pertenece al Señor de principio a fin. No hay
nada que un hombre pueda hacer para ganarla o merecerla; pero debe recibirla
por la fe. Dios elige individuos para la salvación, no obstante, éstos tienen
que entrar por la puerta angosta. Por esta razón Pablo escribe a Tito acerca
de: “la fe de los escogidos de Dios” (Tito 1:1).
Desde
el punto de vista divino somos “guardados por el poder de Dios”. Sin embargo,
también existe la parte humana: “mediante la fe” (1 Pedro 1:5). “Guardados por
el poder de Dios mediante la fe”.
Solamente
Dios puede hacerme santo. Sin embargo, no me hará santo sin mi cooperación.
Debo añadir a mi fe virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad,
afecto fraternal y amor (2Pedro 1:5-7) y vestirme de toda la armadura de Dios
(Efesios 6:13-18). Debo despojarme del viejo hombre, vestirme del nuevo hombre
(Efesios 4:22-24) y caminar en el espíritu (Gálatas 5:16).
Encontramos
la mezcla de lo divino y lo humano en toda el área del ministerio cristiano.
Pablo planta, Apolos riega, mas Dios da el crecimiento (1 Corintios 3:6).
En
lo que respecta al liderazgo en la iglesia local, aprendemos que sólo Dios
puede hacer de un hombre un anciano. Pablo recordó a los ancianos de Éfeso que
era el Espíritu Santo quien les había hecho sobreveedores (Hechos 20:28). Sin
embargo, la voluntad del hombre está implicada: Debe anhelar el obispado (1
Timoteo 3:1).
Por
último, en el texto de este día vemos que es Dios quien destruye a nuestros
enemigos, pero somos nosotros quienes debemos echarlos y destruirlos.
(Deuteronomio 9:3).
Para
poder llegar a ser cristianos equilibrados, debemos reconocer esta fusión de lo
divino y lo humano. Debemos orar como si todo dependiese de Dios pero trabajar
como si todo dependiera de nosotros. Algunos soldados solían decir en tiempo de
guerra: “Alabado sea Dios, y pasa las municiones”, o como alguien sugirió:
debemos orar por una buena cosecha y mantener el azadón en la mano. Decimos de
forma más castiza: “a Dios rogando y con el mazo dando”.
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