martes, 1 de diciembre de 2015

El Mundo (Parte II)

“Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor”. (2 Cor. 6:17).
II. Falsas ideas con respecto a la separación del mundo.
Es conveniente tener ideas claras con respecto a lo que debe entenderse por separación del mundo. Los errores sobre el tema que nos ocupa han sido abundantes. Algunas veces nos hemos encontrado con cristianos sinceros y bien intencionados que hacen ciertas cosas que Dios nunca dispuso las hicieran y que ellos, sinceramente, creen que conducen a esta separación del mundo que aconseja el Apóstol. A menudo los errores de estas personas ocasionan grandes daños y dan motivo a que los no convertidos ridiculicen el Evangelio y encuentren un pretexto para no preocuparse de los asuntos espirituales. Con su manera de actuar dan ocasión a que las gentes murmuren del camino de la verdad y añadan más escándalo a la ofensa de la cruz. Nunca debemos olvidar que es posible mostrar un grado sumo de sinceridad y creer que estamos "haciendo servicio a Dios”, cuando en realidad estamos “cometiendo un gran error.” Tengamos presente que hay una clase de celo que “no es conforme a ciencia”. Para juzgar rectamente con respecto a lo que debe entenderse por separación del mundo es necesario que oremos para que el Señor nos dé un juicio claro y un sentido común santificado.
“Salid de en medio de ellos y apartaos.” Con estas palabras el apóstol no quiere dar a entender que el cristiano debe abandonar todo comercio, profesión o negocio; ni se prohíbe tampoco con estas palabras, que los hombres sean soldados, marineros, abogados, médicos, banqueros o negociantes. No hay nada en el Nuevo Testamento que implique tal conclusión, sino que se nos habla de Cornelio el centurión, de Lucas el médico, de Zonas el abogado, etcétera. La ociosidad es pecado; cualquier vocación u oficio es un remedio contra la tentación. “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (II Tesalonicenses 3:10). Abandonar cualquier negocio de la vida que de por sí no sea pecaminoso y hacer que caiga en manos de gente mala por miedo a que tal negocio nos contamine es, en realidad, una solución cobarde y fácil. Lo que tendríamos que hacer es introducir nuestras convicciones religiosas en nuestro negocio y no desentendemos de éste bajo el superfluo pretexto de que no queremos ser influenciados por el mundo.
“Salid de en medio de ellos y apartaos.” Esta exhortación no significa que los creyentes deban abstenerse de todo contacto con los no convertidos y rehuir las relaciones sociales con los mismos. Tal proceder no encuentra apoyo en el Nuevo Testamento. El mismo Señor Jesús, junto con sus discípulos, no declinó la invitación de asistir a una boda o el sentarse en torno a la mesa de más de un fariseo. En I Corintios 10:27, el apóstol Pablo no nos aconseja rechazar la invitación de comer en casa de un incrédulo, sino que nos exhorta a cómo debemos comportarnos en tal situación. Por lo demás, resulta siempre peligroso erigirnos en jueces dogmatizando quienes son creyentes y quienes no lo son, pues a menudo nos equivocaremos. Si nos separamos de la sociedad no creyente, nos privaremos de muchas Oportunidades de hacer bien. Lo que debemos hacer es llevar a nuestro Maestro a todos los lugares donde vayamos, pues ¿quién sabe si de esta manera podremos “salvar a algunos”? (I Corintios 9:22).
“Salid de en medio de ellos y apartaos.” Estas palabras del Apóstol no deben interpretarse como si el cristiano no tuviera que manifestar ningún interés en cosas que no hagan referencia a su profesión de fe. El descuidar la ciencia, la literatura, el arte, etcétera; el abstenerse de leer cualquier cosa que no se refiera directamente al asunto espiritual; el dejar de leer un periódico y desentenderse de lo que sucede en el mundo por mucho que a los ojos de algunos cristianos parezca la línea de conducta más apropiada — para mí tal proceder implica un abandono egoísta de nuestra obligación. San Pablo no se avergonzaba de haber leído los autores clásicos y de citarlos en sus escritos y discursos, como tampoco consideró denigrante el mostrar familiaridad con las leyes, costumbres y profesiones de su tiempo en las ilustraciones que usó en sus escritos. Los cristianos que se enorgullecen de su ignorancia de las cosas seculares, son precisamente los que dan hincapié a que la gente no creyente desprecie el Evangelio. Conozco a un herrero que no se decidió a escuchar el Evangelio hasta que se enteró de que el predicador conocía las propiedades del hierro; entonces fue a oírle con agrado.
“Salid de en medio de ellos y apartaos”. Esta exhortación no implica el que los creyentes tengan que exhibir ciertas singularidades y peculiaridades excéntricas en lo que hace referencia a la manera de vestir, de portarse y de hablar. Cualquier cosa que llame la atención en todo lo que hemos mencionado es en extremo censurable y debe evitarse. Es un gran error llevar vestidos o trajes de tal color y moda que llamen la atención de aquellos con los cuales nos asociamos. Con ello se da pie a que los inconversos ridiculicen nuestra profesión cristiana y que ésta aparezca superficial y afectada. No tenemos la más mínima prueba de que Nuestro Señor, sus discípulos, Priscila, Pérsida, no vistieran ni se condujeran como la demás gente en sus respectivos escaños sociales. Por otra parte, una de las muchas acusaciones que el Señor pronunció en contra de los fariseos era la de que “ensanchaban sus filacterias y extendían los flecos de sus mantos”, y todo para “ser vistos de los hombres”. (Mateo 23:5.) La verdadera santidad no debe confundirse con la santurronería. Aquellos que tratan de demostrar su despego del mundo vistiendo de una manera disforme y fea y se expresan con un tono de voz fingido, a la par que se presentan con un manto de gravedad y humildad no genuinas, se equivocan lamentablemente y dan ocasión a que los enemigos del Señor blasfemen.
“Salid de en medio de ellos y apartaos.” Estas palabras no encierran una invitación a la vida monástica y solitaria; este ha sido y es uno de los grandes errores de la Iglesia Romana; monjes y ermitaños buscan en el aislamiento y prácticas de sus respectivas órdenes la santidad que los libere del mundo. Esta separación es contraria a la mente de Cristo, quien en su oración al Padre dijo: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15). Ni en el libro de los Hechos, ni en ninguna de las Epístolas, podemos encontrar evidencia alguna para fundamentar la tesis romanista. En el Nuevo Testamento se nos representa a los verdaderos cristianos como viviendo en sociedad y no desertando cobardemente del mundo. Con paciencia, humildad y valor, los creyentes han de desempeñar sus obligaciones y glorificar a Dios en medio de un siglo malo. Además, es una locura pretender librarse del mundo y del diablo morando en una celda o viviendo en algún rincón. Nuestra verdadera profesión religiosa y desapego del mundo se manifiesta, no abandonando la posición que Dios nos ha asignado, sino manteniéndonos firmes en la misma y mostrando a los que nos rodean el poder y gracia del Evangelio para vencer el mal.
Quiero advertir a los creyentes que no siempre el cortar por lo sano, como vulgarmente se dice, constituye la manera más indicada de apartarse del mundo No debemos evitar, de buenas a primeras, las discusiones con nuestros familiares que se oponen, ni abandonar al amigo y a la sociedad no creyente bajo el pretexto de que necesitamos todo el tiempo para el servicio de Cristo. A primera vista, esta manera de obrar parece la más apropiada, la más simple y la más fácil. Pero yo me pregunto si en la mayoría de los casos no es ésta una línea de conducta egoísta y perezosa. Por el contrario, la verdadera línea de conducta yo creo que consiste más bien en negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz, y adoptar un curso de acción completamente distinto.
Por lo demás, quienes desean apartarse del mundo deben guardarse de adoptar una actitud tosca, agria, morosa e insociable; y nunca han de olvidar que a veces las almas se ganan sin palabras (I Pedro 3:1). En todo momento deben esforzarse para mostrar a los inconversos que los principios de conducta que gobiernan sus acciones hace de ellos — al contrario de lo que se piensa — personas alegres, amables, de temperamento sosegado y sin ribetes de egoísmo; personas que muestran interés por el prójimo y por cualquier cosa que es de buen nombre. En resumen: no deben existir separaciones innecesarias entre nosotros y el mundo. En muchas cosas, tal como demostraré a continuación, tenemos que separarnos del mundo, pero cuidémonos bien de que estas separaciones sean legítimas, y si por ellas el mundo se ofende, nosotros, por nuestra parte, no podemos evitarlo. Pero nunca demos ocasión a que el mundo diga que nuestra separación es necia, sin sentido, ridícula, desprovista de caridad y sin justificación bíblica.
El Contendor por la Fe (N° 4) Julio-Agosto 1970

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