XIII.
Conclusión.
Hemos pasado mucho tiempo desarrollado este tema y de seguro no hemos
alcanzado profundizar sino algunos milímetros en este profundo mar. Hemos dejado las bases
para que cada creyente pueda seguir indagando en este tema y pueda
personalmente profundizarlo.
Es muy probable que no todos estén de acuerdo en este tema de cómo se
abordó, pero no por eso es menos cierto que los temas tocados, creemos que se
ajustan a lo que la Escritura dice al respecto; sin embargo, en nuestra
flaqueza podemos haber cometido errores, pero aun así es deber de cada creyente
indagar y corregir esos “desajustes” con Biblia en mano, ya que ella y solo con
ella, y no lo que diga “fulano de tal” o ese “pastor Tanto” es lo que cuenta,
para refutar lo descrito en los artículos que preceden esta conclusión.
Los puntos principales que hemos tocado se refieren a la naturaleza
propia del hombre, ya que esta “enfermedad” adquirida por voluntad propia de un
hombre (recordemos que de Eva fue engañada y el hombre, no) nos ha traído la
trágica consecuencia de estar separados de Dios por la eternidad, a causa de
ese pecado. Y hemos visto que Dios no se quedó “con los brazos cruzados” cuando
sucedió esto, sino que salió a buscar al hombre y “a exigirle explicaciones por
lo que había hecho” (cf. Génesis 3:9,13), y al no quedar satisfecho, proveyó
los medios para acercarse a Él y la
promesa de un mediador que vendría. Y cuando Él vino, los suyos no le conocieron (Juan 1:11) sino
que lo mataron de la forma más cruel e infame que existe, por medio de la
crucifixión.
A consecuencia del pecado, el hombre vive en la más abyecta oscuridad, y
toda luz externa no es apreciada, sino
que es apagada para que “no hiera sus ojos”, es decir, para que sus obras malas
no sean expuestas al escrutinio Divino.
El hombre (bajo el poder de Satanás) creyendo que había destruido esa
fuente de luz y que por segunda vez trastocaba los planes divinos, pensó que
había vencido, pero no contaban que esto era parte del plan de Dios (cf. Hechos
2:23), que por medio de la muerte del cordero perfecto, el hombre pudiese tener
redención.
Esta nueva vida de los rescatados, porque tenemos la vida del Cordero de
Dios, debe apreciarse, por eso se nos dice que somos luz del mundo (Mateo 5:14),
que somos lumbreras para demostrar a otros que se puede salir y estar en la “luz
admirable” (1 Pedro 2:9). Pero al tener
esta condición humana, en donde el “viejo hombre” (Efesios 4:22) intenta volver
a hacer lo que antes le deleitaba, nos lleva a pecar. No por ello perdemos lo
que se nos ha otorgado por la imputación de la obra de Cristo. Es cierto que
perdemos de estar en comunión con Dios, pero nuestro Paracleto, nuestro
ayudador, intercesor, vela por nosotros (1 Juan 2:1), pero de parte nuestra se
debe mostrar el arrepentimiento por los pecados cometidos y con el fuerte
propósito de no volver a cometerlos.
Cerrando esta conclusión, diremos que cuando el Señor
Jesucristo venga a por los suyos, todo vestigio de pecado ya no existirá,
seremos semejante a él (Filipenses 3:21).
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