En Lucas 1:26-33, el
evangelista narra lo siguiente: "Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado
por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con
un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era
María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida!
El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se
turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. Entonces el ángel
le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora,
concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.
Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el
trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin."
Cada uno de los
autores de los evangelios, a pesar de que los cuatro, por supuesto, proclaman
el mismo mensaje, ha destacado un punto en especial:
- Mateo habla de
Cristo, el Rey.
- Marcos nos muestra
a Cristo, el siervo.
- En Lucas se habla
de Cristo, el hombre.
- Y Juan proclama a
Cristo en Su deidad.
Por lo tanto, es
mucho más interesante que, justamente el evangelista Lucas, quien escribe su
evangelio basándose principalmente en Cristo el hombre, hable del nacimiento
del Rey: "Y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no
tendrá fin" (Le. 1:33). En el evangelio del rey (Mateo), se menciona
claramente que los Sabios de Oriente buscaban un rey: "Cuando Jesús nació
en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén
unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque
su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle" (Mt. 2:1-2).
Pero, la mención directa y literal del Rey, cuyo reino no tendrá fin, no la
encontramos en Mateo, sino solamente en Lucas.
Hay otro pasaje en
los evangelios en el cual nuestro Señor es llamado Rey, y esto es en el
evangelio de Juan. En el contexto de la entrada de nuestro Señor a Jerusalén,
en el domingo de palmas, Juan cita Zacarías 9:9: "No temas, hija de
Sion; he aquí tu Rey viene, montado sobre un pollino de asna" (Jn. 12:15).
Esto es, sin lugar a dudas, un indicio especialmente claro de la dignidad real
de nuestro Señor Jesucristo.
Ahora, hágase la siguiente pregunta: Cuando usted festeja la Navidad y
ve al niño en el pesebre, ¿en qué piensa? Seguramente en el Salvador, el
Redentor, el Libertador. Y eso también es correcto. Después de todo, el mensaje
del ángel a los pastores, entre otras cosas, decía: "Os ha nacido hoy; en
la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor" (Le. 2:11). De
modo que es totalmente correcto que, en Navidad, nos alegremos por la llegada
de nuestro Salvador, Redentor y Liberador. Pero, cuando este niño vino al mundo,
allá en Belén, ¡también nació un rey! Un rey de quien se dice: "Y reinará
sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin" (Le.
1:33). Y justamente eso es lo que a veces se pierde en nuestra Navidad. No
está mal adorar al Niño de Belén como Redentor y Salvador; ¡pero ese niño es
un Rey y como tal quiere ser honrado y adorado!
Además, el reinado de Jesús no faltó tampoco en el anuncio del ángel a
los pastores, al contrario - el ángel les dijo claramente: "Os ha nacido
hoy; en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor" (Le.
2:11). La expresión "en la ciudad de David...el Señor", ya testifica
con suma claridad de un reino, pero, aparte, la expresión "Cristo"
también indica realeza. El nombre "Cristo" significa "el
Ungido". En Israel, los sacerdotes y los reyes eran instituidos solemnemente
en su función a través de la unción con aceite. De ahí que - especialmente al
comienzo de la era de los reyes - el calificativo "el Ungido", era
uno de los títulos del rey. Y este título lo lleva nuestro Señor. Es decir: ¡Él
es rey y vino a este mundo como tal!
Incluso cuando leemos la historia de Navidad, según Mateo - el evangelio
del rey nuestros pensamientos fácilmente se desvían. Si bien somos
conscientes de que los Sabios buscaban un rey, pronto olvidamos la realeza de
Jesús, y nos apresuramos otra vez al establo de Belén para ver al Redentor.
Pero, ¡los Sabios buscaban a un rey y rindieron homenaje a un rey! Ellos entraron
"en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo
adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y
mirra" (Mt. 2:11). Sí, los pastores buscaban a un niño que era su
Redentor, su Libertador, y los sabios buscaban un niño que era un Rey - ¡y
ambos son parte de la historia navideña!
Deberíamos, nuevamente, tomar muy en serio el mensaje de Lucas: "Y
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin"
(Le. 1:33). Él, verdaderamente vino por nosotros, como nuestro Redentor,
Libertador y Salvador, pero, del mismo modo, Él también vino como nuestro gran
Rey. Y esta verdad la queremos analizar un poco más a fondo ahora.
¿En verdad Jesús también es nuestro Rey?
El texto lo dice con claridad: "Y reinará sobre la casa de Jacob
para siempre..." (Lc. 1:33). La casa de Jacob es Israel. Lo extraño, en
nosotros los cristianos, es esto: ¡A algunas cosas que realmente, en primer
lugar, están dirigidas a Israel, en Jesús las aceptamos para nosotros como si
tal cosa, mientras que a otras no! Está claro que nuestro Señor vino, en primer
lugar, como rey, para Israel, y que Su reino tiene una importancia mucho más
profunda que aquello que les estoy diciendo. Después de todo, Su reino alcanza
hasta el reinado de mil años, hasta que Él haya entregado el reino a Su Dios y
Padre. Pero, a pesar de eso, Él también es el Rey suyo y mío - en forma muy
personal. Es justamente la historia de la Navidad, la que deja muy en claro
que es imposible separar al Salvador y Redentor de Su reino.
En Lucas 2:11, en
una misma frase se habla tanto del Salvador como también del Rey: "Os ha
nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor."
¿Podríamos hacer una separación aquí, diciendo: "El salvador es para mí,
pero Cristo el Señor - o sea el rey - es para Israel"? ¡No, por supuesto
que no! ¡Eso es imposible! ¡O su Salvador es también su Rey, su Señor - es
decir aquel que tiene el derecho de reinar sobre usted - o usted no tiene
ningún Salvador!
Nuestro Señor Jesús
tiene el derecho de dominio sobre nuestras vidas. En ese sentido, Él realmente
es nuestro Rey, nuestro Señor. Él mismo dijo: "Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando" (Jn. 15:14). Reconozcamos que en esta
declaración del Señor tenemos ambas cosas, al Salvador y al Rey.
"Vosotros sois mis amigos", ése es el Salvador. Y luego: "Si
hacéis lo que yo os mando", ése es el Rey. El recibir al Salvador siempre
tiene que ver también con la obediencia hacia el Rey. Por eso, Pablo, en
Romanos 1:5, donde menciona su apostolado, habla de la obediencia de la fe,
que él quería establecer entre todos los gentiles. De modo que la fe no
solamente es un medio de gracia, a través del cual puedo llegar al Salvador,
sino que la fe siempre tiene que ver también con la obediencia. En Romanos
15:18, Pablo habla de eso, cuando dice que él quiere llevar a los gentiles a
la obediencia en palabra y obra. Y en el capítulo 16:19 de la carta a los romanos,
da testimonio de ellos diciendo: "Porque vuestra obediencia ha venido a
ser notoria a todos"
También en 2a
Corintios 10:5, Pablo habla de la obediencia a Cristo: "Llevando cautivo
todo pensamiento a la obediencia a Cristo "O sea que está claro: Usted no
solamente recibió un Salvador, un Redentor y un Libertador, cuando Jesús
nació en Belén, sino también un Rey a quien usted pertenece en cuerpo y alma.
¿Le queda claro esto? Y si le queda claro, ¿lo quiere aceptar también para su
vida personal?
Los derechos de dominio de un
rey:
"Dijo, pues:
Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá
en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro;
y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo
a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra
y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean
perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras
tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos.
Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus
siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes,
y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños,
y seréis sus siervos" (1 Samuel 8:11-17).
Estas fueron las
palabras que Samuel dirigió a Israel, después que la gente expresara su deseo
de un rey. Se trata aquí de un rey terrenal, normal, para Israel. Pero, estos
versículos expresan con bastante claridad el derecho absoluto de dominio del
rey, y lo hacen con frases como: "Tomará vuestros hijos... Tomará también
a vuestras hijas... Tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y
de vuestros olivares... Diezmará vuestro grano y vuestras viñas... Tomará
vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos.
.. Diezmará también vuestros rebaños... Seréis sus siervos”. Eso en sí ya es
bastante duro y exorbitante. Samuel advirtió a Israel con mucha seriedad, y
señaló: "Si ustedes realmente quieren un rey recuerden que eso no será
sencillo. Porque un posible rey exigirá de ustedes todo, sea lo que sea que
desee. Y entonces no les será posible decir que no. De lo contrario: Le
pertenecerán con sus cuerpos, sus bienes, y sus vidas."
Se trata aquí del
derecho de dominio de un rey de Israel, pero que eso no nos dé ahora una
seguridad falsa. No deberíamos pensar: "Y... el reinado de Jesucristo por
suerte no es tan duro, no tengo mucho que temer." Si pensamos así, entonces
estamos en el camino equivocado. Aun cuando el Señor Jesús no obliga a nadie a
ser Su discípulo, Su derecho de dominio es tan absoluto como lo era en el caso
de un rey de Israel. Eso significa: Si hemos aceptado Su obra redentora,
entonces Él también dice acerca de nuestra vida: "Yo tomo..." Él,
nuestro Rey, toma todo lo que Él quiera. Y Él nos quiere tener totalmente. Él
quiere todo nuestro corazón, todo nuestro afecto, nuestro primer amor, toda
nuestra obediencia. Él exige una fe total, una confianza absoluta, una
fidelidad total. Él quiere nuestro mejor tiempo, busca todo nuestro empeño,
espera una entrega del cien por ciento. Él desea una aplicación desinteresada,
busca una aplicación total y también quiere ser el Señor de nuestros bienes
materiales.
¿Quiere darle todo
esto a su Rey? ¿Quiere servirle de esta manera? ¿Quiere entregarle todo esto
de corazón, y decirle: "Reina tú sobre mí; a Ti te pertenezco con cuerpo
y alma"? Quizás usted necesite un nuevo avivamiento con respecto a su
Rey. Al pueblo de Israel, Dios el Señor una vez le tuvo que decir a través de
Oseas: "Sembrad para vosotros en justicia, segad para vosotros en
misericordia; haced para vosotros barbecho; porque es el tiempo de buscar a
Jehová, hasta que venga y os enseñe justicia" (Os. 10:12), porque el pueblo
había desbaratado Su derecho de dominio por medio del pecado. ¿Será que
también en su caso esto es así?
¿Quizás usted en
este momento caiga en la cuenta de que le ha quitado los derechos de propiedad
a su Rey, de que usted no le pertenece en cuerpo y alma? Si es así, entonces
usted necesita una conversión, un avivamiento personal. Pero, ¿qué es eso de
una conversión, de un avivamiento personal? El predicador Salomón dice en
Eclesiastés 3:3: "Tiempo de destruir, y tiempo de edificar." Cuando
Dios quiere dar un avivamiento - algo nuevo -, eso sucede en la siguiente secuencia:
destruir y edificar. Antes de toda renovación interior, primeramente hay que
desbaratar en gran manera, y después, entonces, se puede edificar algo
nuevo. Pero, ¿qué es lo que tiene que ser desbaratado? ¡Aquello que le ha
quitado Sus derechos de propiedad a su Rey! Sobre el Rey Asa, quien en su
tiempo pudo experimentar un avivamiento, leemos: "E hizo Asa lo bueno y
lo recto ante los ojos de Jehová su Dios. Porque quitó los altares del culto
extraño, y los lugares altos; quebró las imágenes, y destruyó los símbolos de
Asera; y mandó a Judá que buscase a Jehová el Dios de sus padres, y pusiese por
obra la ley y sus mandamientos" (2 Cr. 14:2-4). Todo lo que en el correr
de muchos años había sido levantado en el reino de Judá, cosas contrarías a
Dios y cosas pecaminosas, fue destruido por Asa. Primero tuvo que desbaratar
y quitar todo lo que conscientemente había ido entrando al reino, en lo que se
refiere a inmundicias abominables. Antes de hacer esto, no habría una
renovación, un avivamiento.
A veces pedimos por
avivamiento, pero no tiene sentido orar, si cada uno de nosotros,
personalmente, no estamos dispuestos a desbaratar y quitar de nuestras vidas
todo lo que sea innecesario, allí donde sea necesario. Antes de que la ciudad
de Jericó fuera conquistada, Josué dijo a los israelitas: "Pero en
cuanto a vosotros, guardaos ciertamente de las cosas dedicadas al anatema, no
sea que las codiciéis y tomando de las cosas del anatema, hagáis maldito el
campamento de Israel y traigáis desgracia sobre él” (Jos. 6:18, LBLA). Un
hombre llamado Acán tomó algo del anatema, a pesar de la prohibición, y lo
enterró debajo de su tienda. La consecuencia fue lo que Josué había anunciado:
gran desgracia sobrevino a Israel, sufriendo una derrota contra la pequeña
ciudad de Hai. A causa de eso, Josué se tiró al suelo y comenzó a orar, como
quizás nunca lo había hecho en toda su vida: "Entonces Josué rompió sus
vestidos, y se postró en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová
hasta caer la tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus
cabezas. Y Josué dijo: ¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo
el Jordán, para entregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destruyan?
¡Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado del Jordán! ¡Ay, Señor! ¿Qué diré,
ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? Porque los
cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán
nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tú grande
nombre?" (Jos. 7:6-8). Una oración que toca el corazón, pero el Señor
contestó a este ruego diciendo: "Y Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por
qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi
pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado,
han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres. Por esto los hijos de Israel
no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos
volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con
vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros" (vs.
10-12).
¡Qué serias e
inequívocas palabras! El Señor le estaba diciendo acá: "No sirve de nada,
Josué, que ores de esta manera y que implores delante de mi presencia, deja
eso. Más bien debes estar dispuesto a hacer lo que en este caso, sin lugar a
dudas, es necesario hacer, ¡de otro modo Yo ya no estoy con ustedes!" Israel
no tendría tranquilidad, ni alcanzaría otra victoria, si no estaba dispuesto
a derribar el baluarte del pecado acontecido en su medio. Aun si el pueblo
entero orara día y noche, eso no tendría ningún sentido. No, sino que debía
asumir una postura absolutamente necesaria e indispensable.
Esto nos hace recordar
las estremecedoras palabras de Jeremías 15:1, donde dice: "Me dijo
Jehová: Si Moisés y Samuel se pusieran delante de mí, no estaría mi voluntad
con este pueblo; échalos de mi presencia, y salgan " O de Ezequiel 14:14,
donde Dios el Señor dice: "Si estuviesen en medio de ella estos tres
varones, Noé, Daniel y Job, ellos por su justicia librarían únicamente sus
propias vidas, dice Jehová el Señor." ¿Por qué palabras tan duras? Porque
Israel en ese tiempo quería recibir algo nuevo, pero no estaba dispuesto a derribar
y quitar de en medio.
Lo mismo sucede con
el renuevo necesario. ¡Algo así sólo puede suceder, si cada uno muy
personalmente está dispuesto a dar primeramente ese paso exigido por Dios, es
decir, destruir! A eso nos llama el Nuevo Testamento. En Efesios 4:25 dice, por
ejemplo: "Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con
su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros." En Colosenses
3:5 podemos leer: "Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación,
impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría/'
Y Santiago dice en su carta: "Por lo cual, desechando toda inmundicia y
abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual
puede salvar vuestras almas" (Stg. 1:21).
Algunos dicen que un
cristiano ya no puede cometer pecados graves. Pero si eso fuera así, ¿por qué
entonces la Biblia habla de eso? ¿Por qué nos advierte de ya no cometer esos
pecados? En Efesios 4:25, Pablo habla a "miembros", es decir a
cristianos nacidos de nuevo. El hecho es que los cristianos renacidos, en todo
tiempo son capaces de todo pecado. Y como eso es así, en las vidas de algunos
creyentes Cristo ya no es Rey. Él ya no puede hacer uso de Su derecho de
dominio. ¡Es una de las condiciones más importantes para una renovación
minuciosa, que los cristianos comiencen a destruir, a ordenar y a quitar de en
medio!
¿Qué aspecto práctico tiene ese
destruir?
Deberíamos ponernos
sin reservas en la luz del Todopoderoso. Y eso podría causarnos un gran
sobresalto. Porque, entonces, quizás seamos repentina y duramente confrontados
con algo que en realidad no nos había importado mucho, algo en lo cual ya no,
o casi no, pensábamos.
¿Ya le ha sucedido
que en la presencia de Dios sus pecados, de repente, le han comenzado a pesar
terriblemente, y que su condición corrompida, de un momento a otro, le ha hecho
sufrir mucho? Sí, un cristiano puede experimentar algo así; y bendito el hijo
de Dios a quien le sucede de tiempo en tiempo.
Recuerde a David, el hombre según el corazón de Dios,
quien clama lastimeramente en el Salmo 38, diciendo: "Porque mis
iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado
sobre mí Hieden y supuran mis llagas, a causa de mi locura... Porque mis enemigos
están vivos y fuertes, y se han aumentado los que me aborrecen sin causa"
(Sal. 38:4-5; 19). Este salmo en la Biblia Scofield lleva el título: "La
verdadera tristeza por el pecado". O recordemos a Jeremías, quien delante
de la ciudad de Jerusalén destruida, sólo pudo clamar: "El yugo de mis
rebeliones ha sido atado por su mano; ataduras han sido echadas sobre mi
cerviz; ha debilitado mis fuerzas" (Lam. 1:14).
Tanto David como
Jeremías en estos versículos no hablan de los pecados de terceros - quizás
de personas paganas sino de los suyos propios. Sí, bien por aquel cristiano
que le sucede de tiempo en tiempo, que casi quiere colapsar por descubrir una
vez más todo lo que hay en él. Pero, para eso debemos ponernos sin reservas
en la presencia, en la luz, del Todopoderoso. Sólo entonces veremos y
reconoceremos nuestros pecados y errores. Es entonces que podemos comenzar, derribar
y ordenar. Es entonces que puede haber una renovación personal.
¿Cree usted esto? Sí
lo cree, entonces, ¡por qué no dar nuevamente esos pasos! Devuélvale a Su Rey
Su zona de dominio. Entréguese a Él de nuevo, con todo lo que eso implica.
Porque: ¡En Belén nació un Rey! También eso es Navidad.
Llamada de Medianoche, Diciembre 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario