viernes, 15 de febrero de 2019

EL CRISTIANO VERDADERO(14)

TU RESPONSABILIDAD: GANAR OTRAS ALMAS PARA CRISTO

(continuación)


Pero, por otra parte, en esta misma ilustración se nos enseña otra verdad de un modo indirecto. El sarmiento es también indispensable para la vid. El sarmiento no puede llevar fruto sin la vid, pero tampoco puede ésta, llevar fruto sin el sarmiento. El fruto siempre es producido en las ramas de los árboles y nunca en el tronco. Este es el orden establecido por Dios tanto en la naturaleza como en el campo espiritual. Recuerda que Cristo dijo: “Vosotros sois los sar­mientos”. Esto quiere decir que nosotros somos indispensables para él. No puede llevar fruto sin nosotros. Y al hablar de fruto, queremos decir almas traídas a Cristo. Es únicamente por medio de nosotros, que somos sarmientos de la Vid, que otros hombres y otras mujeres pueden llegar a conocer al Salvador. Somos sus instrumentos indispensables.


Toda la obra que Cristo está haciendo ahora en el mundo, y la ha estado haciendo desde Pentecostés, la efectúa por medio de su pueblo. El Espíritu Santo mora en el pueblo de Dios, los cristianos, y toda su obra se hace por medio de éstos. Es sólo cuando los cristianos oran, testifican, predican y hablan a los demás acerca del Señor, que pueden salvarse las almas. Si todos los cristianos que están en el mundo dejaran de trabajar para Dios, se detendría toda la obra del reino espiritual de Cristo sobre la tierra.
Somos indispensables para él y para su obra. El único modo en el cual pueden salvarse las almas actualmente es por medio del testimonio y la instrumentalidad de los cristianos. Si nosotros no ganamos almas para Cristo, las almas no serán ganadas. Si no testificamos nosotros acerca de la gracia sal­vadora de Cristo, no habrá testimonio alguno. Si no procla­mamos nosotros el evangelio, éste no será anunciado. Si no evangelizamos nosotros el mundo, éste no será evangelizado. Los únicos pies que tiene Cristo para que anden y lleven su mensaje al mundo, son los pies nuestros. La única lengua que tiene para proclamar su evangelio a los hombres per­didos, es nuestra lengua. Las únicas manos que tiene para traducir las Sagradas Escrituras a otros idiomas son nuestras manos. El único testimonio de su misericordia y su gracia que tiene entre los hombres es nuestro testimonio. Sabiendo todo esto ¿no le seremos fieles?
Puede parecer un tanto difícil comenzar este ministerio de ganar almas, pero una vez que hayas ganado una sola alma para Cristo, no vas a querer dejar de efectuarlo. El evan­gelista D. L. Moody tenía por regla en su vida nunca dejar pasar un solo día sin hablar a alguien acerca de la salvación, tratando de ganarlo para Cristo. No es necesario ser ni elo­cuente ni tener gran inteligencia para ganar almas.
Cuando nos proponemos hablar con alguna persona acerca de su alma, el mayor problema parece ser el de cómo iniciar la conversación. Una manera de hacerlo es mediante la en­trega de algún buen folleto evangélico cuando se presente la oportunidad. El folleto ya prepara el camino para la conver­sación sobre la salvación. Luego puedes decirle a la persona que eres salvo, y asegurarle que Cristo quiere su salvación y que lo salvará si le acepta como lo hiciste tú.
Otro buen sistema es el de llevar tal vez en el ojal alguna pequeña escarapela que llame la atención de la gente y pro­voque sus preguntas. Yo durante un tiempo llevaba un signo de interrogación de oro, que lo hice hacer especialmente en una joyería. Cuando me preguntaban qué quería decir esa insignia, les contestaba que representaba la pregunta más importante del mundo. Luego les explicaba que dicha pre­gunta es: ¿Es usted salvo?
Un amigo nuestro llevaba en la solapa del saco un número 3 de oro, y cuando le preguntaban qué significaba, les decía que representaba la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego seguía explicándoles cómo Dios el Padre amó a los hombres, cómo Cristo, su Hijo, murió por ellos, y cómo el Espíritu Santo espera, para entrar en el corazón de todo el que acepte al Salvador, y transformar su vida.
El hijo del Dr. R. A. Torrey nos contó en cierta oportu­nidad, del gran gozo que experimentó cuando llevó a Cristo su primera alma. Estaba en la galería del coro durante una reunión en que predicaba su padre, y mientras era dada la invitación final, el predicador pidió a la gente que estaba en el coro, que bajase al auditorio y tratara de llevar almas a Cristo. El joven Torrey se quedó inmóvil y estupefacto, hasta que el director del coro le empujó hacia los escalones y le dijo: “Baja y gana un alma”. Con nerviosidad y timidez, Torrey se detuvo frente al primer joven que encontró y le preguntó si quería venir a Cristo. Se asombró cuando el muchacho respondió levantándose y dirigiéndose hacia el altar. Torrey hijo, llevó a Cristo a ese joven, y dice que fue la mayor experiencia de su vida espiritual después de su conversión a Cristo. Y así será también contigo, amigo lector. Una vez que hayas comenzado el ministerio de ganar almas, será el gozo y el mayor deseo de tu vida ganar a otro para el Salvador.
Lo que ha de resultar más convincente en su testimonio, mientras tratas de ganar almas para Cristo, será un genuino amor para ellas en tu corazón. Los hombres casi siempre responden al amor, y cuando vean que realmente tienes amor y preocupación por sus almas, no te recibirán mal cuando tratas de llevarlos a Cristo. Si les hablas con amor, puedes ga­nar sus almas para el Salvador. Si no tienes en tu corazón este amor por las almas de los hombres, ruega al Santo Espíritu de Dios que derrame el amor de Dios en tu corazón, pues hacerlo es uno de sus ministerios en la vida de todo cristiano (Rom. 5:5). Nosotros no podemos amar por nuestras pro­pias fuerzas, ni llenar nuestros corazones de amor por las almas perdidas, pero el Espíritu Santo puede, está dispuesto a hacerlo, y lo hará con gozo si se lo pedimos y si le per­mitimos que obre. Todo esfuerzo para ganar almas, que se origine en un verdadero amor por ellas, aun cuando sea defectuoso, ha dé impresionar a las almas buscadas y es muy probable que resulte en su salvación.
Un cristiano verdadero, gana almas. Un cristiano que gana almas jamás vuelve al mundo. A ningún cristiano que gana almas, lo vence el desaliento. Todo cristiano que gana almas es un cristiano feliz. Ningún cristiano que gana almas es un cristiano derrotado.
Desde luego, una vida de oración es el secreto de todo el trabajo de ganar almas. Si iniciamos la tarea sin pedirle a Dios que bendiga nuestros esfuerzos y nos permita ganar almas para Cristo, nuestros esfuerzos han de terminar en fracaso. Pero si le rogamos que nos conceda verdadero poder, gracia y amor en nuestras vidas, para que podamos ganar almas, y luego salimos con sinceridad proponiéndonos traer a nuestros amigos y conocidos al Salvador, nuestros esfuerzos se han de ver recompensados abundantemente.
Si deseas ser un cristiano verdadero, tienes que ser un ga­nador de almas. Comienza ahora mismo. Comienza de rodillas en tu cuarto, y luego habla con la primera persona con que te encuentres que esté necesitada de tu Salvador.

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