“Cada
uno en el estado en que fue llamado en él se quede”
(1Co 7:20).
Cuando una persona se convierte puede pensar que tiene que romper con todo
lo que estaba asociado con su vida anterior. Para corregir esta idea, el
apóstol Pablo instituye la regla general que establece que una persona debe
permanecer en el estado en que fue llamada al tiempo de su conversión.
Consideremos esta regla y veamos lo que significa y lo que no significa.
En su contexto inmediato, el versículo se aplica a una
relación matrimonial especial. Se da el caso donde uno de los cónyuges es salvo,
pero el otro no. ¿Qué debe hacer el creyente? ¿Debe divorciarse de su esposa?
No, dice Pablo, debe permanecer en esa relación matrimonial con la esperanza de
que su compañera se convierta por medio de su testimonio.
En general, la regla de Pablo, señala que la
conversión no requiere la interrupción violenta o el derrumbe contundente de
las relaciones y asociaciones sostenidas antes de la salvación que no están
prohibidas expresamente por la Escritura. Por ejemplo, un judío no necesita
recurrir a la cirugía para borrar la marca física de su trasfondo judío. Tampoco
un creyente gentil debe someterse a algún cambio físico, como la circuncisión,
para distinguirse de los paganos. Las características o marcas físicas
realmente no importan. Lo que Dios desea ver es que obedecemos Sus
mandamientos.
Un hombre que es esclavo en el momento de su nuevo
nacimiento, no debe rebelarse de su servidumbre atrayendo sobre sí problemas y
castigo. Puede ser un buen esclavo y un buen cristiano al mismo tiempo. La
posición social y las distinciones de clase no cuentan para Dios. Sin embargo,
si un esclavo puede obtener su libertad por medios legítimos, debe hacerlo.
Hasta aquí lo que significa la norma de Pablo. Es
evidente que hay excepciones importantes en la regla. Por ejemplo, no significa
que un hombre en una ocupación impía debe continuar en ella. Si un hombre,
trabaja en un bar de copas o dirige una casa de prostitución o un casino, sabrá
por instinto espiritual que tiene que cambiar.
Otra excepción a la regla general tiene que ver con
las relaciones religiosas. Un nuevo convertido no debe continuar en un sistema
donde se niega las grandes verdades de la fe cristiana. Debe separarse de
cualquiera iglesia que deshonre al Salvador. Esto también se aplicaría a la
membresía en un club social donde el Nombre de Cristo se proscribe o es indeseable.
La lealtad al Hijo de Dios requiere que un creyente renuncie a lugares como
éste.
Para resumir, la norma es que
un nuevo creyente debe permanecer en el estado en que fue llamado a menos que
este estado sea pecaminoso y deshonre al Señor. No tiene que romper con
relaciones establecidas anteriormente a menos que estén claramente prohibidas
por la Palabra de Dios.
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