miércoles, 1 de agosto de 2018

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte XXIII)

Los enemigos vencidos

¡Cuán preciosa es la libertad! Los que han estado detenidos o en la esclavitud lo sabrán. Los largos días de angustia y humillación han pasado y el individuo respira de nuevo como hombre libre.
Cuando los egipcios vieron muertos a sus hijos mayores, vinieron rogando a los israelitas que abandonaron el país y les dieron prendas de oro y plata en pago de tanto trabajo duro que habían prestado. Así fue como una nación de esclavos pudo ser emancipado en un solo día.
Se formaron en compañías según sus tribus y salieron como un gran ejército de cerca de tres millones de personas. Delante iba una misteriosa señal en la forma de una columna de nube que les guiaba de día y de noche.
Pronto llegaron al Mar Rojo y no pudieron pasar. Faraón, arrepentido de haberles dejado ir, venía atrás con sus ejércitos y a cada lado les impedía un pendiente cerro. A los israelitas se les fue toda esperanza. Se angustiaron, pero Dios abrió un paso por el mar. Durante una noche oscura las aguas se iban alejando y dejaron un camino abierto para pasar los israelitas. A la palabra de Dios el pueblo avanzó, y los egipcios siguieron. Pero cuando los redimidos de Dios se encontraron todos salvos al otro lado, las terribles olas del mar volvieron y cubrieron a los egipcios. No escapó ni uno.
 

En la redención de Israel por la sangre del cordero y su salida de Egipto por el Mar Rojo, se figura la redención del pecador de nuestros tiempos por la sangre de Cristo y su regeneración por el Espíritu Santo. Cuando la persona cree en Cristo para su salvación, experimenta un poder en su alma. Es el poder del Espíritu Santo que libra de la esclavitud del pecado. ¿Lo has experimentado? ¿O está aún bajo aquel terrible dominio?
Los israelitas cantaron el canto de los redimidos, el cual será la canción de los cielos. ¿La has entonado? Si no la cantas en esta vida, no podrás en la eternidad. Los israelitas podían decir que el Cordero de Dios (Cristo) había muerto por cada uno de ellos y por eso eran salvos, pero tú corres el peligro de hundirte para siempre en las olas del Lago de Fuego de la ira de Dios.
En amor Dios te ha provisto una redención a precio infinito, por la muerte de su Hijo en la cruz, pero resta de parte tuya refugiar tu alma bajo esa sangre, confiando sólo en su virtud.

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