Uno de los problemas más comunes que
el ganador de almas tendrá que enfrentar es la dificultad que mucha gente
presenta en relación con la seguridad de la salvación: “¿Cómo puedo saber si soy
salvo?”.
Existe una opinión bastante
difundida que dice que el nuevo nacimiento siempre es una experiencia
emocional espectacular, acompañada de misteriosos sentimientos internos.
Puesto que el corazón humano siempre está buscando señales, maravillas y
milagros, no es sorprendente que también lo quiera hacer en el momento de la
conversión.
Claro
que es verdad que en algunos casos la salvación es realmente un evento
conmovedor, que trae con él una gran expresión emocional. Así fue con Saulo de
Tarso. Sin embargo, es igualmente cierto que en otras oportunidades el nuevo
nacimiento ocurre silenciosamente y sin ningún tipo de manifestaciones
sensacionales.
El punto que debe enfatizarse es que
Dios no declara en ninguna parte que sabremos que somos salvos si
experimentamos un éxtasis interno o sentimientos de felicidad. Hay tanta gente
que realmente cree en el Señor Jesucristo que se decepciona o desilusiona
cuando no reciben una señal sobrenatural, ya sea interna o externa. Su problema
es que están buscando algo que Dios nunca prometió.
En lugar de eso, la constante
enseñanza de la Biblia es que la certeza de la salvación viene, en primer
lugar, por medio de la Palabra de Dios. Permítame ilustrarlo de la siguiente
manera. Tenemos el ejemplo de una persona que ha tocado fondo, ha confesado
toda su pecaminosidad e indignidad, y definitivamente ha invocado el nombre del
Señor para ser salvo. Aun así, sus sentimientos no han tenido cambios
particulares, y está lleno de dudas y temores.
La pregunta es: “¿Ha nacido de
nuevo?”.
La respuesta es: “Sí”. Dios dice en
Romanos 10:13: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será
salvo”.
“Pero ¿cómo puede este pobre hombre
temeroso saber que es salvo?”
“Simplemente creyendo en la Palabra
de Dios. Dios dice que todo el que invoca el nombre del Señor será salvo. Este
hombre lo ha hecho; por tanto, debería aceptar la promesa de Dios de que es
salvo.”
“¿Aunque sus sentimientos no den fe
del hecho?”
“Sí, a pesar de la evidencia de sus
sentimientos, él debe creer lo que Dios dice.”
Si las almas ansiosas dejaran de
pensar al respecto, se darían cuenta de que no hay mejor autoridad en todo el
mundo que la Palabra de Dios. “Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en
los cielos” (Salmo 119:89). “La suma de tu palabra es verdad” (Salmo 119:160).
“Es imposible que Dios mienta" (Hebreos 6:18). ¿Preferiría que algún otro
hombre le dijera que es salvo? Ese hombre podría ser ignorante o engañoso.
¿Preferiría que los sentimientos de
felicidad le confirmaran que es salvo? Esos sentimientos pueden fluctuar día a
día.
Pero, en cambio, está la invariable
e infalible Palabra de Dios, ofreciendo la seguridad más firme posible de que
todos los que han creído en Cristo son salvos para la eternidad. Nada puede ser
más concluyen- te que esto.
Se dice que una vez le preguntaron a Martín Lutero:
“¿Siente que sus pecados han sido perdonados?”. Su respuesta fue: “No, pero
estoy tan seguro de ello como de que existe un Dios en el cielo”.
“Los
sentimientos vienen y van,
Y los
sentimientos son engañosos
Mi
garantía es la Palabra de Dios.
Nada mis vale la pena
creer.”
Es casi un insulto a Dios que una
persona que ha puesto su fe y confianza en el Señor Jesús dude de su salvación.
Dios dice que aquellos que confían en Cristo son salvos. Desconfiar de Dios es
como acusarlo de mentir. “El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso” (1 Juan
5:10). “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso" (Romanos 3:4).
Previamente hemos dicho que no
sabemos que somos salvos a través de sentimientos de felicidad. Sin embargo,
no debe deducirse a partir de esto que la salvación no tiene nada que ver con
las emociones, o que una persona que sabe que es salva no debería sentirse
feliz. Este no es el caso. Todo el que ponga su confianza en Cristo debería
regocijarse (Salmo 5:11). Pero el punto importante es que una persona no puede
sentirse feliz por su salvación, sino hasta que sabe que es salvo, y nunca
sabrá que es salvo sino hasta que crea en el testimonio de la Palabra de Dios.
Cuando un creyente lee y acepta la
Biblia, el Espíritu de Dios testifica que él es hijo de Dios (Romanos 8:16; 1
Juan 5:10). Por ejemplo, al leer Juan 6:47, el Espíritu de Dios me dice que
tengo vida eterna. He creído en Cristo, por tanto, el resto del versículo debe
ser verdad—tengo vida eterna. Estoy lleno de las emociones más felices y de la
paz más profunda, porque sé que soy salvo.
Luego de que una persona ha sido
salva, recibe otras evidencias de la nueva vida. Tiene la certeza de que ha
pasado de muerte a vida porque ama a sus hermanos (1 Juan 3:14). Encuentra que
tiene nuevos gustos, nuevos deseos y nuevas ambiciones. Tiene un nuevo desprecio
por el pecado, y temor de desagradar al Señor. Pero esto no siempre es
aparente en el momento de la conversión. El primer e inmediato medio de
certeza es la Escritura.
Cuando el obrero contacta a alguien
que está turbado por dudas y temores, debe llevar a esa persona a la Biblia.
Cuando el Señor Jesús fue tentado por Satanás, Él citó la Escritura y Satanás
huyó. Así que, cuando el enemigo pone dudas en la mente del cristiano, este
debe citar algún versículo bíblico que prometa vida a todo el que cree en Cristo.
Lo que está diciendo es, en efecto, “Dios dice que soy salvo; y no me importa
lo que tú digas”.
A veces el ganador de almas se
encontrará con aquellos que piensan que dudar de su propia salvación es una
señal de humildad o piedad. Debe recordarles que, si realmente han recibido al
Hijo de Dios, están deshonrando la majestad de Su Trono al dudar de Su promesa.
Las personas con poca salud o de edad avanzada, frecuentemente dudan de su
salvación, pero ese es un tema diferente. El Señor lo sabe todo, y Su promesa
permanece a pesar de la enfermedad de la frágil mente humana.
Para muchas personas, la seguridad
de la salvación viene como una segunda conversión. Una de las grandes
recompensas del ganador de almas es ver el gozo y la paz que sobrevienen a
quienes descansan en la Palabra de Dios por la certeza del perdón de sus
pecados. Vale mucho más que lo que el mundo pueda ofrecer.
El siguiente verso es del poema “Las
últimas palabras de Samuel Rutherford.” Rutherford era un gran siervo de Cristo
que vivió en Anwoth, Escocia, en el siglo diecisiete.
“Oh, si
tan solo un alma de Anwoth
Me
encontrara a la diestra de Dios,
Mi
cielo sería dos cielos
En la
tierra de Emmanuel.”
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