jueves, 30 de septiembre de 2021

Ganando Almas a la manera bíblica (9)

 


            Uno de los problemas más comunes que el ganador de almas ten­drá que enfrentar es la dificultad que mucha gente presenta en relación con la seguridad de la salvación: “¿Cómo puedo saber si soy salvo?”.

            Existe una opinión bastante difundida que dice que el nuevo na­cimiento siempre es una experiencia emocional espectacular, acom­pañada de misteriosos sentimientos internos. Puesto que el cora­zón humano siempre está buscando señales, maravillas y milagros, no es sorprendente que también lo quiera hacer en el momento de la conversión.

Claro que es verdad que en algunos casos la salvación es realmente un evento conmovedor, que trae con él una gran expresión emocio­nal. Así fue con Saulo de Tarso. Sin embargo, es igualmente cierto que en otras oportunidades el nuevo nacimiento ocurre silenciosamente y sin ningún tipo de manifestaciones sensacionales.

            El punto que debe enfatizarse es que Dios no declara en ninguna parte que sabremos que somos salvos si experimentamos un éxtasis interno o sentimientos de felicidad. Hay tanta gente que realmente cree en el Señor Jesucristo que se decepciona o desilusiona cuando no reciben una señal sobrenatural, ya sea interna o externa. Su proble­ma es que están buscando algo que Dios nunca prometió.

            En lugar de eso, la constante enseñanza de la Biblia es que la certe­za de la salvación viene, en primer lugar, por medio de la Palabra de Dios. Permítame ilustrarlo de la siguiente manera. Tenemos el ejem­plo de una persona que ha tocado fondo, ha confesado toda su pecaminosidad e indignidad, y definitivamente ha invocado el nombre del Señor para ser salvo. Aun así, sus sentimientos no han tenido cambios particulares, y está lleno de dudas y temores.

            La pregunta es: “¿Ha nacido de nuevo?”.

            La respuesta es: “Sí”. Dios dice en Romanos 10:13: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”.

            “Pero ¿cómo puede este pobre hombre temeroso saber que es salvo?”

            “Simplemente creyendo en la Palabra de Dios. Dios dice que todo el que invoca el nombre del Señor será salvo. Este hombre lo ha he­cho; por tanto, debería aceptar la promesa de Dios de que es salvo.”

            “¿Aunque sus sentimientos no den fe del hecho?”

            “Sí, a pesar de la evidencia de sus sentimientos, él debe creer lo que Dios dice.”

            Si las almas ansiosas dejaran de pensar al respecto, se darían cuen­ta de que no hay mejor autoridad en todo el mundo que la Palabra de Dios. “Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos” (Salmo 119:89). “La suma de tu palabra es verdad” (Salmo 119:160). “Es imposible que Dios mienta" (Hebreos 6:18). ¿Preferiría que algún otro hombre le dijera que es salvo? Ese hombre podría ser ignorante o engañoso.

            ¿Preferiría que los sentimientos de felicidad le confirmaran que es salvo? Esos sentimientos pueden fluctuar día a día.

            Pero, en cambio, está la invariable e infalible Palabra de Dios, ofre­ciendo la seguridad más firme posible de que todos los que han creído en Cristo son salvos para la eternidad. Nada puede ser más concluyen- te que esto.

            Se dice que una vez le preguntaron a Martín Lutero: “¿Siente que sus pecados han sido perdonados?”. Su respuesta fue: “No, pero estoy tan seguro de ello como de que existe un Dios en el cielo”.

“Los sentimientos vienen y van,

Y los sentimientos son engañosos

Mi garantía es la Palabra de Dios.

Nada mis vale la pena creer.”

            Es casi un insulto a Dios que una persona que ha puesto su fe y confianza en el Señor Jesús dude de su salvación. Dios dice que aque­llos que confían en Cristo son salvos. Desconfiar de Dios es como acusarlo de mentir. “El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso” (1 Juan 5:10). “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso" (Romanos 3:4).

            Previamente hemos dicho que no sabemos que somos salvos a tra­vés de sentimientos de felicidad. Sin embargo, no debe deducirse a partir de esto que la salvación no tiene nada que ver con las emocio­nes, o que una persona que sabe que es salva no debería sentirse feliz. Este no es el caso. Todo el que ponga su confianza en Cristo debería regocijarse (Salmo 5:11). Pero el punto importante es que una perso­na no puede sentirse feliz por su salvación, sino hasta que sabe que es salvo, y nunca sabrá que es salvo sino hasta que crea en el testimonio de la Palabra de Dios.

            Cuando un creyente lee y acepta la Biblia, el Espíritu de Dios testi­fica que él es hijo de Dios (Romanos 8:16; 1 Juan 5:10). Por ejemplo, al leer Juan 6:47, el Espíritu de Dios me dice que tengo vida eterna. He creído en Cristo, por tanto, el resto del versículo debe ser verdad—ten­go vida eterna. Estoy lleno de las emociones más felices y de la paz más profunda, porque sé que soy salvo.

            Luego de que una persona ha sido salva, recibe otras evidencias de la nueva vida. Tiene la certeza de que ha pasado de muerte a vida por­que ama a sus hermanos (1 Juan 3:14). Encuentra que tiene nuevos gustos, nuevos deseos y nuevas ambiciones. Tiene un nuevo despre­cio por el pecado, y temor de desagradar al Señor. Pero esto no siem­pre es aparente en el momento de la conversión. El primer e inmedia­to medio de certeza es la Escritura.

            Cuando el obrero contacta a alguien que está turbado por dudas y temores, debe llevar a esa persona a la Biblia. Cuando el Señor Jesús fue tentado por Satanás, Él citó la Escritura y Satanás huyó. Así que, cuando el enemigo pone dudas en la mente del cristiano, este debe ci­tar algún versículo bíblico que prometa vida a todo el que cree en Cris­to. Lo que está diciendo es, en efecto, “Dios dice que soy salvo; y no me importa lo que tú digas”.

            A veces el ganador de almas se encontrará con aquellos que pien­san que dudar de su propia salvación es una señal de humildad o pie­dad. Debe recordarles que, si realmente han recibido al Hijo de Dios, están deshonrando la majestad de Su Trono al dudar de Su promesa. Las personas con poca salud o de edad avanzada, frecuentemente dudan de su salvación, pero ese es un tema diferente. El Señor lo sabe todo, y Su promesa permanece a pesar de la enfermedad de la frágil mente humana.

            Para muchas personas, la seguridad de la salvación viene como una segunda conversión. Una de las grandes recompensas del ganador de almas es ver el gozo y la paz que sobrevienen a quienes descansan en la Palabra de Dios por la certeza del perdón de sus pecados. Vale mu­cho más que lo que el mundo pueda ofrecer.

            El siguiente verso es del poema “Las últimas palabras de Samuel Rutherford.” Rutherford era un gran siervo de Cristo que vivió en Anwoth, Escocia, en el siglo diecisiete.

 

“Oh, si tan solo un alma de Anwoth

Me encontrara a la diestra de Dios,

Mi cielo sería dos cielos

En la tierra de Emmanuel.”

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