jueves, 30 de septiembre de 2021

LA EPÍSTOLA A LOS EFESIOS (3)

 


III ¾ 2:1 al 10; ¡Qué cambio!

 


            Alguien ha dicho, “No soy lo que debo ser, pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y por lo menos esto es más de lo que era”. A lo mejor este dicho está basado en las palabras de Pablo en 1 Corintios 15.10: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”. Sea como fuere, este trozo de Efesios trata de estas tres cosas, ya que en los versículos 1 al 3 Pablo hace recordar a los santos lo que eran en un tiempo; en el 4 al 7 les dice qué ha hecho la gracia de Dios en ellos; y en el resto de la sección él enfatiza lo que deberían ser.

            Dos veces dice que por la gracia son salvos, 2.5,8. Él emplea el tiempo del verbo que indica algo que sucedió en el pasado en un momento preciso, que tuvo, y que tiene un efecto duradero en cada creyente en particular. Uno fue salvo en un momento; uno es salvo para siempre. No es sólo por gracia de parte de Dios sino por fe de parte del individuo, 2.8. No es que la fe de uno le da mérito. El pecado original del hombre consistió en no creer y confiar en Dios, y para deshacer el daño de ese pecado uno tiene que renunciar ese desafío, creyendo y confiando en Dios.

            “Gracia” y “fe” son palabras femeninas, tanto en el griego como en el español, pero el “esto” en el versículo 8 es neutral: “esto no de vosotros”. Si fuera la gracia o la fe que el escritor tenía en mente, él hubiera escrito, “esta ... es don de Dios”. No es la fe que es el don de Dios, sino el hecho de ser salvo. La capacidad de creer y confiar es parte de la naturaleza humana. Nadie puede decir en verdad que él no puede creer a Dios; si así fuera, Dios no tendría por qué reclamar la incredulidad. Así, “el don de Dios” no debe ser restringido a una sola cosa; la frase abarca toda la obra de la salvación por gracia y por fe.

            Al decirles que son salvos por gracia, Pablo está asegurando a los efesios que están seguros por la eternidad y que su alabanza será eterna, por cuanto la salvación no fue cosa de ellos.

Lo que eran

El trozo 2:1 al 3 describe su condición anterior. “Vosotros” se refiere a los gentiles y “nosotros” a los judíos.

            Estaban muertos espiritualmente, ajenos a la vida de Dios, consecuencia de transgresiones y pecados. Estaban dominados físicamente; al decir que andaban así, 2.2, él se refiere al estilo de vida que tenían. Aun cuando hayan dicho que estaban libres, su conducta estaba gobernada por el estado terrenal (la corriente) de este cosmos ¾este mundo¾ cuyo “príncipe” es Satanás, Juan 14.30. En vez de conocer la libertad de la eternidad, ellos estaban restringidos por condiciones terrenales y materiales.

            Estaban en desobediencia moral. Eran “hijos de desobediencia” en el sentido de que su carácter era de persistir tercamente en desconocer la voluntad de Dios. Eran egoístas moralmente, motivados por la voluntad y los pensamientos de la carne, 2.3. Pablo reconoce que era así tanto entre judíos como entre gentiles, “todos nosotros”. Eran diferentes, pero ni el uno ni el otro amaba a Dios con corazón, alma y mente.

            Estaban condenados judicialmente. Eran “hijos de ira, lo mismo que los demás”. Es decir, aquellos judíos estaban tan perdidos como los gentiles. La ira de Dios estaba sobre ellos, aun cuando su terrible destino estaba todavía por realizarse.

            El pecado y sus consecuencias habían invalidado todo departamento de su ser: espíritu, alma y cuerpo. Su posición estaba de un todo opuesta a la que Dios deseaba; ellos se interesaban en lo terrenal, gobernados por Satanás, insensibles a las cosas divinas, opuestos a la voluntad divina. ¡Qué estado! ¡Con qué material tendría que trabajar Dios! Pero veamos lo que sigue en los versículos 4 al 7.

Lo que Dios hizo en ellos

Por la gracia de Dios,

las cosas viejas pasaron.

He aquí, todo fue hecho nuevo.

 

            Podemos emplear una ilustración para ayudarnos a entender estos versículos. Todo río, o casi todo, comienza con una fuente. Ésta se convierte en río, el río tiene una boca y fluye finalmente al vasto océano. Vamos a descubrir estas cuatro etapas en esta sección.

 

La fuente: Se define en el 2.4: “su gran amor con que nos amó”. Es “por causa” de ese amor. En ese amor se encuentra la gran razón de todo lo que Dios ha hecho por nosotros. El escritor no emplea aquí fileo sino la palabra más fuerte de Juan 3.16 y 1 Corintios 13, agápe.

 

¡Oh! quién jamás pudo expresar tu amor,

o sondear la hondura, oh Salvador,

del manantial en el Divino Ser,

o la extensión, o grande altura ver,

de tal amor!

 

            Tenemos que resistir aquí la tentación a quedarnos en este tema encantador del amor, eterno amor, de Dios. Diremos sólo que es la explicación de todo lo que sigue.

El río: “Pero Dios, que es rico en misericordia”, versículo 4. Él ha sido, es, y siempre será rico en misericordia. Fue misericordioso en anular de un todo el juicio.

            Ejemplos en el Antiguo Testamento son David y Manasés. Cuando uno lee Salmos 32 y 51 y 2 Crónicas 33.12,13 (“Dios oyó su oración y lo restauró”), se da cuenta de que el corazón de Dios abraza al ofensor cuando éste confiesa de veras su pecado. “Dios, sé propicio [misericordioso] a mí, pecador”, exclamó el publicano, y fue él ¾no el fariseo¾ que descendió a su casa justificado. Saulo de Tarso, en un tiempo blasfemo, perseguidor e injuriador, declara: “Fui recibido a misericordia”, 1 Timoteo 1.13. Podríamos multiplicar caso sobre caso, pero Dios es tan rico en misericordia que todavía la habrá en abundancia para el que la necesita.

            Aunque somos hijos de ira, la promesa es que “por él seremos salvos de la ira”, Romanos 5.9. Esa misericordia se extendió a nosotros cuando estábamos “muertos en pecados”. La verdad quería condenarnos y la justicia castigarnos, pero la misericordia nos salvó.

 

La desembocadura: La boca es más amplia, más profunda, más grande que el río. Y así es en el trozo que estamos estudiando. Obsérvese la redacción en el versículo 7: “las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”.

 

            Gracia, perdón y paz consiguen

            El pecador que, a Jesús, contrito,

            pide su compasión y amor.

 

            Son “las abundantes riquezas” de su gracia. En el 3.8 el apóstol hablará de “las inescrutables riquezas de Cristo” en el evangelio. La gracia es el favor inmerecido, y no hay ningún objeto digno de semejante favor. Y el versículo habla también de la bondad de Dios para con nosotros. Fue ésta que suplió nuestra necesidad.

            Amor, misericordia, gracia, bondad: todos manifestados en Cristo Jesús. Y son abundantes, dice; la idea no es tanto de cantidad sino de calidad. Esta es para la alabanza de la gloria de la gracia de Dios, con la cual nos hizo aceptos, 1.6. Ninguna actividad de Dios, antes o después de la cruz, es de comparar con el hecho de que nosotros hayamos sido hechos aceptos en el amado Hijo de Dios.

 

El océano: En los siglos venideros de la eternidad Él manifestará lo que ha hecho y cuál es la esfera tan vasta en la cual ha introducido su pueblo redimido. “Nos dio vida juntamente con Cristo”. El Señor Jesús sucumbió a la muerte a causa de delitos y pecados, pero no los suyos. Lo hizo a favor de su pueblo para que fuesen redimidos. Él descendió adonde estábamos con el fin de llevarnos adonde Él está ahora.

            Conforme todos participamos en el solo acto de desobediencia de nuestra cabeza terrenal, Adán, así todo creyente participa ahora en lo que Dios ha realizado en el caso de nuestra Cabeza nueva, el Señor Jesús. Cuando Él recibió vida en muerte, ellos también. El hecho de que haya llevado los suyos al disfrute inmediato de todo lo que está vida encierra en la gloria, no debe ser causa de preocupación; todos los salvos estaban en la meta y el propósito de Dios en ese momento.

            La segunda vez que encontramos “para” en estas líneas está en el versículo 9: “no por obras, para que nadie se gloríe”. Lo que Dios ha hecho es para su propia gloria: “El que se gloríe, gloríese en el Señor”, 1 Corintios 1.31. “Todo esto”, dice 2 Corintios 5.18, “proviene de Dios”, no dejando nada de la salvación como tema de jactancia nuestra. Bien sabía Pablo, como comenta en el capítulo 3 de Filipenses, que en las cosas espirituales no hay ventaja por antecedentes morales, educacionales, nacionales o raciales.

            El tercer “para” lo encontramos en el versículo 10: “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó ... para que anduviésemos en ellas”. Las buenas obras no son necesarias para que uno llegue a ser salvo, pero sí son requeridas después de la salvación. Nuestro andar diario debe ser caracterizado por ellas.    Anduvimos en otro tiempo (versículo 2) en egoísmo; los judíos en Éfeso andaban en un gran ritualismo. Ahora debemos ser como Dorcas, Hechos 9.36, quien “abundaba en buenas obras”.

            En todas estas cosas habrá defectos en nosotros, sin duda. ¡Cuán imperfecta es la manifestación nuestra de la bondad de Dios! Nos contradecimos a nosotros mismos muchas veces, ¡y aun nos jactamos de nuestra posición y logros! Cuán prestos somos a intentar esquivar oportunidades para “buenas obras” en vez de andar en una senda donde puede haber oportunidades para encontrarlas.

            Lo que yo era en mis tiempos en Adán es cosa del pasado. Lo que soy por la gracia de Dios es perfecto y no puede ser alterado. Lo que debo ser requiere una constante ocupación del Señor de gloria para que yo sea transformado día tras día a la semejanza suya, 2 Corintios 3.18.

            Es más: Él nos resucitó juntamente con Cristo, según el 2.6, de manera que participamos de la vida suya. Y: “nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús. El hecho de que esté allí ahora es garantía de que nosotros participaremos un día de su gloria y reino.

            Por ahora, Dios considera esto como un hecho consumado. Esta idea se desarrolla al final del capítulo 3, como veremos más adelante. Pero el océano no puede ser medido, y preguntamos ¿quién podrá medir la profundidad a la cual Cristo bajó, o la altura a la cual nos llevó, o la longitud del amor que lo hizo posible, o la anchura del Calvario?

Lo que deben ser

            Hemos visto qué es el pecador antes de la salvación y qué hace la gracia de Dios en uno. ¿Pero somos en la práctica lo que Dios quiere que seamos?

            Hay una palabra griega que figura tres veces en los versículos 7 al 10; es úna, en nuestro idioma “para”. En el versículo 7 leemos: “para mostrar ... las riquezas ... de su gracia”. Es cierto que es en el milenio mayormente que Dios va a mostrar sus riquezas, pero no podemos excluir el tiempo presente.

            Nos faltaría tiempo para contar casos sobresalientes y obvios de la manifestación de la gracia de Dios, tanto en tiempos bíblicos (Saulo de Tarso, por ejemplo) como en la historia posterior y en la generación actual. Cada lector sabrá de personas cuyas vidas han sido cambiadas radicalmente por el evangelio, y cada uno que es salvo debe saber algo de esto en su experiencia propia. El caso de Saulo de Tarso se comenta en 1 Timoteo 1.12 al 17.

E. W. Rodgers

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