III ¾ 2:1 al 10; ¡Qué
cambio!
Alguien ha dicho, “No soy lo que
debo ser, pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y por lo menos esto es más
de lo que era”. A lo mejor este dicho está basado en las palabras de Pablo en 1
Corintios 15.10: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”. Sea como fuere, este
trozo de Efesios trata de estas tres cosas, ya que en los versículos 1 al 3
Pablo hace recordar a los santos lo que eran en un tiempo; en el 4 al 7 les
dice qué ha hecho la gracia de Dios en ellos; y en el resto de la sección él
enfatiza lo que deberían ser.
Dos veces dice que por la gracia son
salvos, 2.5,8. Él emplea el tiempo del verbo que indica algo que sucedió en el
pasado en un momento preciso, que tuvo, y que tiene un efecto duradero en cada
creyente en particular. Uno fue salvo en un momento; uno es salvo para siempre.
No es sólo por gracia de parte de Dios sino por fe de parte del individuo, 2.8.
No es que la fe de uno le da mérito. El pecado original del hombre consistió en
no creer y confiar en Dios, y para deshacer el daño de ese pecado uno tiene que
renunciar ese desafío, creyendo y confiando en Dios.
“Gracia” y “fe” son
palabras femeninas, tanto en el griego como en el español, pero el “esto” en el
versículo 8 es neutral: “esto no de vosotros”. Si fuera la gracia o la fe que el
escritor tenía en mente, él hubiera escrito, “esta ... es don de Dios”. No es
la fe que es el don de Dios, sino el hecho de ser salvo. La capacidad de creer
y confiar es parte de la naturaleza humana. Nadie puede decir en verdad que él
no puede creer a Dios; si así fuera, Dios no tendría por qué reclamar la
incredulidad. Así, “el don de Dios” no debe ser restringido a una sola cosa; la
frase abarca toda la obra de la salvación por gracia y por fe.
Al decirles que son salvos
por gracia, Pablo está asegurando a los efesios que están seguros por la
eternidad y que su alabanza será eterna, por cuanto la salvación no fue cosa de
ellos.
Lo que eran
El trozo 2:1 al 3
describe su condición anterior. “Vosotros” se refiere a los gentiles y
“nosotros” a los judíos.
Estaban muertos espiritualmente,
ajenos a la vida de Dios, consecuencia de transgresiones y pecados. Estaban
dominados físicamente; al decir que andaban así, 2.2, él se refiere al estilo
de vida que tenían. Aun cuando hayan dicho que estaban libres, su conducta
estaba gobernada por el estado terrenal (la corriente) de este cosmos ¾este mundo¾ cuyo “príncipe” es Satanás, Juan 14.30. En vez de conocer la libertad de
la eternidad, ellos estaban restringidos por condiciones terrenales y
materiales.
Estaban en desobediencia moral. Eran
“hijos de desobediencia” en el sentido de que su carácter era de persistir
tercamente en desconocer la voluntad de Dios. Eran egoístas moralmente,
motivados por la voluntad y los pensamientos de la carne, 2.3. Pablo reconoce
que era así tanto entre judíos como entre gentiles, “todos nosotros”. Eran
diferentes, pero ni el uno ni el otro amaba a Dios con corazón, alma y mente.
Estaban condenados judicialmente.
Eran “hijos de ira, lo mismo que los demás”. Es
decir, aquellos judíos estaban tan perdidos como los gentiles. La ira de Dios
estaba sobre ellos, aun cuando su terrible destino estaba todavía por
realizarse.
El pecado y sus consecuencias habían
invalidado todo departamento de su ser: espíritu, alma y cuerpo. Su posición
estaba de un todo opuesta a la que Dios deseaba; ellos se interesaban en lo
terrenal, gobernados por Satanás, insensibles a las cosas divinas, opuestos a
la voluntad divina. ¡Qué estado! ¡Con qué material tendría que trabajar Dios!
Pero veamos lo que sigue en los versículos 4 al 7.
Lo que Dios hizo en ellos
Por la gracia de Dios,
las cosas viejas pasaron.
He aquí, todo fue hecho
nuevo.
Podemos emplear una ilustración para
ayudarnos a entender estos versículos. Todo río, o casi todo, comienza con una
fuente. Ésta se convierte en río, el río tiene una boca y fluye finalmente al
vasto océano. Vamos a descubrir estas cuatro etapas en esta sección.
La fuente: Se define en el 2.4: “su gran amor con que nos amó”. Es
“por causa” de ese amor. En ese amor se encuentra la gran razón de todo lo que
Dios ha hecho por nosotros. El escritor no emplea aquí fileo sino la palabra más fuerte de Juan 3.16 y 1 Corintios 13, agápe.
¡Oh!
quién jamás pudo expresar tu amor,
o
sondear la hondura, oh Salvador,
del
manantial en el Divino Ser,
o
la extensión, o grande altura ver,
de
tal amor!
Tenemos que resistir aquí la
tentación a quedarnos en este tema encantador del amor, eterno amor, de Dios.
Diremos sólo que es la explicación de todo lo que sigue.
El río: “Pero Dios, que es rico en misericordia”, versículo 4.
Él ha sido, es, y siempre será rico en misericordia. Fue misericordioso en
anular de un todo el juicio.
Ejemplos en el Antiguo Testamento
son David y Manasés. Cuando uno lee Salmos 32 y 51 y 2 Crónicas 33.12,13 (“Dios
oyó su oración y lo restauró”), se da cuenta de que el corazón de Dios abraza
al ofensor cuando éste confiesa de veras su pecado. “Dios, sé propicio
[misericordioso] a mí, pecador”, exclamó el publicano, y fue él ¾no el fariseo¾ que descendió a su casa justificado. Saulo de Tarso, en un tiempo
blasfemo, perseguidor e injuriador, declara: “Fui recibido a misericordia”, 1
Timoteo 1.13. Podríamos multiplicar caso sobre caso, pero Dios es tan rico en
misericordia que todavía la habrá en abundancia para el que la necesita.
Aunque somos hijos de ira, la
promesa es que “por él seremos salvos de la ira”, Romanos 5.9. Esa misericordia
se extendió a nosotros cuando estábamos “muertos en pecados”. La verdad quería
condenarnos y la justicia castigarnos, pero la misericordia nos salvó.
La
desembocadura: La boca es más amplia,
más profunda, más grande que el río. Y así es en el trozo que estamos estudiando.
Obsérvese la redacción en el versículo 7: “las abundantes riquezas de su gracia
en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”.
Gracia, perdón y paz consiguen
El pecador
que, a Jesús, contrito,
pide su
compasión y amor.
Son “las abundantes
riquezas” de su gracia. En el 3.8 el apóstol hablará de “las inescrutables
riquezas de Cristo” en el evangelio. La gracia es el favor inmerecido, y no hay
ningún objeto digno de semejante favor. Y el versículo habla también de la bondad
de Dios para con nosotros. Fue ésta que suplió nuestra necesidad.
Amor, misericordia,
gracia, bondad: todos manifestados en Cristo Jesús. Y son abundantes, dice; la
idea no es tanto de cantidad sino de calidad. Esta es para la alabanza de la
gloria de la gracia de Dios, con la cual nos hizo aceptos, 1.6. Ninguna
actividad de Dios, antes o después de la cruz, es de comparar con el hecho de
que nosotros hayamos sido hechos aceptos en el amado Hijo de Dios.
El
océano: En los siglos
venideros de la eternidad Él manifestará lo que ha hecho y cuál es la esfera
tan vasta en la cual ha introducido su pueblo redimido. “Nos dio vida
juntamente con Cristo”. El Señor Jesús sucumbió a la muerte a causa de delitos
y pecados, pero no los suyos. Lo hizo a favor de su pueblo para que fuesen
redimidos. Él descendió adonde estábamos con el fin de llevarnos adonde Él está
ahora.
Conforme todos
participamos en el solo acto de desobediencia de nuestra cabeza terrenal, Adán,
así todo creyente participa ahora en lo que Dios ha realizado en el caso de
nuestra Cabeza nueva, el Señor Jesús. Cuando Él recibió vida en muerte, ellos
también. El hecho de que haya llevado los suyos al disfrute inmediato de todo
lo que está vida encierra en la gloria, no debe ser causa de preocupación;
todos los salvos estaban en la meta y el propósito de Dios en ese momento.
La segunda vez que encontramos
“para” en estas líneas está en el versículo 9: “no por obras, para que nadie se
gloríe”. Lo que Dios ha hecho es para su propia gloria: “El que se gloríe,
gloríese en el Señor”, 1 Corintios 1.31. “Todo esto”, dice 2 Corintios 5.18,
“proviene de Dios”, no dejando nada de la salvación como tema de jactancia
nuestra. Bien sabía Pablo, como comenta en el capítulo 3 de Filipenses, que en
las cosas espirituales no hay ventaja por antecedentes morales, educacionales,
nacionales o raciales.
El tercer “para” lo encontramos en
el versículo 10: “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas
obras, las cuales Dios preparó ... para que anduviésemos en ellas”. Las buenas
obras no son necesarias para que uno llegue a ser salvo, pero sí son requeridas
después de la salvación. Nuestro andar diario debe ser caracterizado por ellas.
Anduvimos en otro tiempo (versículo 2)
en egoísmo; los judíos en Éfeso andaban en un gran ritualismo. Ahora debemos
ser como Dorcas, Hechos 9.36, quien “abundaba en buenas obras”.
En todas estas cosas habrá
defectos en nosotros, sin duda. ¡Cuán imperfecta es la manifestación nuestra de
la bondad de Dios! Nos contradecimos a nosotros mismos muchas veces, ¡y aun nos
jactamos de nuestra posición y logros! Cuán prestos somos a intentar esquivar
oportunidades para “buenas obras” en vez de andar en una senda donde puede
haber oportunidades para encontrarlas.
Lo que yo era en mis
tiempos en Adán es cosa del pasado. Lo que soy por la gracia de Dios es
perfecto y no puede ser alterado. Lo que debo ser requiere una constante
ocupación del Señor de gloria para que yo sea transformado día tras día a la
semejanza suya, 2 Corintios 3.18.
Es más: Él nos resucitó
juntamente con Cristo, según el 2.6, de manera que participamos de la vida
suya. Y: “nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús. El hecho
de que esté allí ahora es garantía de que nosotros participaremos un día de su
gloria y reino.
Por ahora, Dios considera
esto como un hecho consumado. Esta idea se desarrolla al final del capítulo 3,
como veremos más adelante. Pero el océano no puede ser medido, y preguntamos
¿quién podrá medir la profundidad a la cual Cristo bajó, o la altura a la cual
nos llevó, o la longitud del amor que lo hizo posible, o la anchura del
Calvario?
Lo que deben ser
Hemos visto qué es el
pecador antes de la salvación y qué hace la gracia de Dios en uno. ¿Pero somos
en la práctica lo que Dios quiere que seamos?
Hay una palabra griega que
figura tres veces en los versículos 7 al 10; es úna, en nuestro idioma “para”. En el versículo 7 leemos: “para
mostrar ... las riquezas ... de su gracia”. Es cierto que es en el milenio
mayormente que Dios va a mostrar sus riquezas, pero no podemos excluir el
tiempo presente.
Nos faltaría tiempo para
contar casos sobresalientes y obvios de la manifestación de la gracia de Dios,
tanto en tiempos bíblicos (Saulo de Tarso, por ejemplo) como en la historia
posterior y en la generación actual. Cada lector sabrá de personas cuyas vidas
han sido cambiadas radicalmente por el evangelio, y cada uno que es salvo debe
saber algo de esto en su experiencia propia. El caso de Saulo de Tarso se comenta
en 1 Timoteo 1.12 al 17.
E. W. Rodgers
No hay comentarios:
Publicar un comentario