"Cuando
vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer".
(Gálatas 4.4)
La
historia está en Mateo 1.16, 18-25, 2.1-23, 13.55, Marcos 6.3, Lucas 1.26-56,
Juan 2.1-11, 19.25 y Hechos 1.14.
Una humilde joven
llamada María fue escogida por Dios para ser madre de nuestro Señor Jesucristo.
Dios, por medio del ángel Gabriel, la llamó muy favorecida y bendita entre las
mujeres. Más tarde su prima Elisabet, guiada por el Espíritu Santo, también proclamó
que ella era bendita entre las mujeres.
En la escena de la
historia mundial, cuando el imperio romano trataba a las mujeres con desprecio
y degradación, apareció una mujer que todas las generaciones llamarían
bienaventurada. Dios, en su infinito amor, mandó a su amado Hijo al mundo,
nacido de aquella mujer piadosa, María.
El nacimiento virginal
del Señor Jesucristo fue profetizado miles de años antes de que Jesús tomara
forma humana. Después de la caída del hombre, Dios le dijo a Satanás que la
simiente de la mujer lo iba herir, y no hubo mención de la simiente del varón (Génesis
3.15). Más tarde el profeta Isaías escribió: "El Señor mismo os dará
señal: He aquí la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre
Emanuel" (Isaías 7.14).
El Evangelio según
Mateo empieza con una genealogía de Jesucristo y esta lista de nombres termina
con "José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el
Cristo". "La cual" es femenino; José no fue el padre biológico
de Jesús, sino su padre legal. En Lucas 3 tenemos la genealogía de María, la
madre del Señor. Vemos que ambos M
María vivía en
Nazaret, un pueblo de poca importancia. Era joven estaba comprometida para
casarse con José, un carpintero. La Biblia dice poco acerca de la familia de
María, pero sabemos que José y María eran pobres a pesar de ser descendientes
del rey David.
Conocemos la historia
del ángel Gabriel anunciándole a María que ella iba dar a luz un hijo y que
debía llamar su nombre Jesús. "¿Cómo será esto?", preguntó María,
siendo ella una virgen. El ángel le dijo que iba ser obra del Espíritu Santo de
Dios. "El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra". El milagro
iba a ocurrir en la concepción del Hijo de Dios, no en el nacimiento del niño.
María se sometió
totalmente y respondió: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo
conforme a tu palabra". Fue una respuesta reverente, acertada y sin
reserva. Nos hace pensar en la oración de Jesucristo: "No sea como yo
quiero, sino como tú" (Mateo 26.39),
María aceptó aquel día
una carga difícil, la de dar a luz y criar aquel Niño que era el Hijo de Dios.
Ella iba a ser objeto de burla y vergüenza. Su sumisión a la voluntad divina
constituye un reto para nosotras. ¿Hay en nuestro corazón el deseo de hacer la
voluntad de Dios aún si fuera bajo circunstancias difíciles?
El ángel Gabriel le
dijo también que su prima Elisabet había concebido e iba a dar a luz un hijo,
como hemos notado en la historia de ella. María fue a la casa de Zacarías y
Elisabet, y la salutación que aquella anciana le dio a María le confirmó que
ella ciertamente había sido destinada para ser la madre del Mesías. María
respondió engrandeciendo al Señor con su propio cántico, llamado el Magníficat.
En
este poema de alabanza a Dios, la virgen no dijo directamente que ella iba a
ser madre de aquel Santo Ser, aunque ésta era la
de su gozo y ella iba ser
bienaventurada. Ella hizo referencia a Dios su Salvador, reconociéndose como
una persona que había pecado, y humildemente confesando su propia bajeza
llamándose "su sierva".
Aquella joven reveló
su conocimiento de las Escrituras del Antiguo Testamento cuando engrandeció a
Dios por su santidad, poder y misericordia hacia la nación de Israel.
Cuando José, un hombre
recto, supo que María estaba encinta, él pensó que no debía casarse con ella y
que sería mejor dejarla secretamente y no infamarla. Pero un ángel le habló una
noche, diciéndole que la voluntad de Dios era que él se casara con María, pues
ella había concebido por obra del Espíritu Santo e iba a dar a luz el esperado
Mesías.
Además, el ángel le
dijo a José que el nombre del niño sería Jesús, que significaba "Jehová es
salvación", porque Él salvaría a su pueblo de sus pecados. José obedeció
al ángel. Se casaron, pero no tuvieron relaciones conyugales hasta que María
dio a luz a Jesús. Siendo padre adoptivo del Niño, José proveyó para María el
apoyo que ella necesitaba.
En aquellos tiempos el
poder mundial estaba bajo el control de un solo hombre, Augusto César. Un
carpintero y su joven esposa fueron a Belén para ser empadronados como
resultado del mandato de César. ¡Qué maravilla que la mujer, María, llevaba en
su matriz al Hijo de Dios!
Mucho tiempo antes el
profeta Miqueas había profetizado: "Pero tú, Belén Efrata, pequeña para
estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel;
y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad" (Miqueas
5.2). Se cumplieron muchas profecías del Antiguo Testamento.
¡Cuánto nos conmueve
la historia del nacimiento de Jesús! Parece que no hubo partera para atender a
María en su parto en aquel establo. Pero en el Salmo 22.9 y IO está profetizado
que la presencia de Dios ellos al nacer el Señor Jesucristo.
Aquella noche unos
pastores cuidaban sus ovejas en un cerro de Belén cuando de repente vieron la
"gloria del Señor" y oyeron el mensaje del ángel acerca del
nacimiento del Salvador. Llegando a donde estaban el Niño, María y José, los
pastores les contaron el mensaje divino: "Que os ha nacido hoy, en la
ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor". "María
guardaba todas estas cosas
Cuando María y José
llevaron a su Hijo al templo para los ritos de la ley, un hombre de fe llamado
Simeón tomó al Niño en sus brazos. Espiritualmente viendo la salvación del
mundo en la faz del Niño, Simeón dio gloria a Dios. Pero también le dijo a
María que una espada iba a traspasar su corazón, prediciendo lo que ella iba a
sentir al ver al Señor crucificado.
Después de haber
cumplido lo de la purificación del Niño y de María, la familia regresó a su
hogar en Nazaret. Jesús, bajo el cuidado de María y José, creció como un niño
normal en su desarrollo, y más aún, la gracia de Dios estaba sobre Él y no
tenía pecado. El se deleitaba en hacer la voluntad de su Padre celestial y
durante toda su vida estuvo en comunión con El.
En las Escrituras no
se registran las palabras dichas por María desde su cántico hasta que Jesús
tenía doce años de edad. José y María regresaban de la fiesta de la Pascua en
Jerusalén pensando que Jesús estaba en la compañía. Por tres días lo buscaron, y
cuando por fin 10 hallaron, María le dijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho
así?" Entonces Él les dijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que
en los negocios de mi Padre me es necesario estar?" (Lucas 2.49).
Por segunda vez leemos
que María guardaba algunas cosas en su corazón. Jesús estaba haciendo la
voluntad de su Padre celestial' pero parece que José y María no entendían lo
que Él les estaba diciendo
Unos años después,
cuando el Señor estaba empezando su ministerio público, la madre de Jesús
estaba en una boda. Jesús y sus discípulos también fueron invitados y ella le
dijo: "No tienen vino”. Jesús dijo: "¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún
no ha venido mi hora". María comprendió el sentido de sus palabras, y
mostró su fe en el Señor al decirles a los que servían: "Haced todo lo que
os dijere". Estas palabras son un buen consejo para todas nosotras
también.
En esas dos ocasiones
mencionadas, María habló fuera de lugar — algo que cada una de nosotras hace a
veces. Como todo ser humano, ella también se equivocaba y necesitaba un
Salvador. Lo que ella dijo en las bodas de Caná (Juan capítulo 2) fueron sus
últimas palabras registradas en las Escrituras.
María,
la madre de nuestro Señor, es nombrada otra vez durante el ministerio terrenal
del Señor. Mientras Él estaba tan ocupado enseñando a sus discípulos,
predicando las buenas nuevas del reino de Dios y curando a los enfermos, sus
familiares se preocupaban pensando que tal vez estaba fuera de sí. Sus hermanos
biológicos y su madre llegaron a Capernaum deseando llevárselo a su hogar en
Nazaret.
Mientras Jesús estaba
rodeado de la gente que escuchaba sus enseñanzas, unos le dijeron: "Tu
madre y tus hermanos están fuera, y te buscan". Jesús les respondió:
"Todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana,
y mi madre".
El Señor nunca
deshonró a su madre, pero ella tuvo que entender que el Señor Jesucristo estaba
en el mundo para hacer la voluntad de su Padre Dios. María, la madre del Señor,
llegó a ser discípula de Él.
Pasaron unos años y se
cumplió la profecía hecha por Simeón de que una espada iba a traspasar el
corazón de María. Cuántos recuerdos tendría ella de Jesús, pero aquel día Él
iba a dar su vida para ser su Salvador. La presencia de María ante la cruz de
Cristo demuestra su entendimiento del sacrificio de Cristo a favor de la
humanidad.
No podemos imaginarnos
la angustia que sufrieron aquellas mujeres. Nos conmueve saber que cuando Él
las vio, el Salvador encomendó do de Juan, el discípulo a quien Él amaba, mostrando
así el gran aprecio que le tenía. Jesús dijo: "Mujer, he ahí tu
hijo", y a Juan: "He ahí tu madre". Pero había un vínculo nuevo:
Jesús era su Salvador y Señor. Ella había dado a luz al niño Jesús, pero
Jesucristo cargó en su cuerpo en la cruz los pecados de María, y los de cada
una de nosotras.
Es importante notar
que ésta no es la última referencia a María en la Biblia. Leemos en Hechos 1.14
que después de la ascensión del Señor al cielo los que creían en Él se juntaron
en el aposento alto para orar. Con ellos estaba María, la madre de Jesús,
probablemente viuda ya, y los hermanos de Jesús. Parece que ellos creyeron en Él
cómo Salvador después de su resurrección.
Sabemos por la Biblia
que la concepción de María no fue inmaculada, que ella no es "la reina del
cielo" ni "la madre de Dios". Pero queremos darle a María el
lugar que Dios le dio. Como hemos notado, ella fue bendita entre las mujeres,
no sobre las mujeres; además nunca pretendió ser más que una humilde sierva del
Señor.
Nos regocijamos de que
María haya hallado gracia delante de Dios. El mensaje celestial fue dirigido a
una joven mujer que fue pura en medio de un ambiente inmundo, en medio del
desorden fue sumisa, y que se entregó sin reservas a la voluntad de Dios. El ejemplo
de María, visto a la luz de las Escrituras, nos enseña que debemos hacer lo
mismo. María fue favorecida y bendecida por Dios, pero un día delante de la
multitud Jesucristo dijo: "Bienaventurados los que oye] la palabra de
Dios, y la guardan" (Lucas 11.28).
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