domingo, 5 de mayo de 2024

Las últimas palabras de Cristo (5)

 

JUAN 14

Los discípulos en relación con el Espíritu Santo (Juan 14:15-31)


Habiendo llevado los pensamientos de los discípulos del presente al futuro, el Señor procede a revelarles el segundo acontecimiento que sería señal de los días venideros. El Señor no solo iba al Padre, sino que el Espíritu Santo vendría del Padre.

El Señor los prepara para los cambios trascendentales que van a ocurrir. El Hijo regresará al Padre para tomar su lugar como Hombre en la gloria; y el Espíritu Santo vendrá a hacer morada en los creyentes como una Persona divina en la tierra. Estos dos sucesos extraordinarios son los que introducirán el cristianismo en escena y traerán a la Iglesia a la existencia, la sostendrán en su viaje por el mundo y la guardarán del mal, haciendo que mantenga el testimonio de Cristo, y finalmente se la presentarán en la gloria.

Sin embargo, aquí el Señor no revela la doctrina de la Iglesia ni cómo llegó a ser formada. Tampoco revelará el testimonio que estará encargada de dar por medio del Espíritu. El momento para dichas revelaciones estaba aún por venir. Lo que se tratan aquí son las profundas experiencias espirituales que los creyentes gozarán cuando venga el Espíritu que está delante del Señor, y esto era lo que se ajustaba a ese momento. La idea de perder a Aquel que les era tan querido y cuya presencia habían gozado apenaba sus corazones. El Señor habla entonces de la venida de otro Consolador, que no solo les quitaría ese sentimiento de soledad, sino que también dirigiría sus corazones a un conocimiento mucho más íntimo y profundo de su Maestro de lo que lo habían tenido en épocas cuando Él vivía con ellos. Estas experiencias gozadas por el Espíritu prepararán a los discípulos para ser testigos de Cristo en el poder de este Espíritu.

¿No suele ocurrir que nuestro testimonio de Cristo se debilita porque no gozamos lo suficiente de nuestra íntima relación personal con Él, a la que solo el Espíritu sabe llevarnos? Tenemos intención de emprender nuestro servicio sin haber vivido antes en el lugar secreto de comunión con el Padre y el Hijo. Lo que hace tan estimada esta porción del último discurso es la revelación de estas experiencias secretas, pues son una escena en la que el creyente entra acompañado de las Personas divinas a fin de poder ofrecer, a su debido tiempo, un testimonio de Cristo en el mundo de afuera.

v. 15. No es menos sorprendente la manera como el Señor introduce este tema de la venida del Espíritu Santo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos». En el evangelio de Juan hemos oído una y otra vez acerca del amor del Señor por sus discípulos. Ahora, por primera vez, oímos del amor de los discípulos por su Señor. El don del Espíritu se relaciona con una compañía de gente que ama y obedece al Señor, y para la que el Señor se deleita en rogar al Padre que les envíe un Consolador. ¿No son estas palabras indicativas de que las experiencias gozadas en el poder del Espíritu son únicamente conocidas por quien vive una vida de amor y obediencia al Señor?

En los versículos precedentes el Señor habla de la fe y la oración (12-14). Ahora hablará del amor y la obediencia. Deducimos que el Señor da a entender que estas hondas experiencias espirituales a las que nos conduce el Consolador están ahí para aquellos que tienen la marca de la fe puesta en el Señor, que dependen de la oración presentada en Su nombre y poseen un amor de adhesión al Él, así como una obediencia que se deleita en guardar sus mandamientos. Estos son los grandes rasgos morales que darán beneficio al alma por la presencia del Espíritu. No es suficiente que tengamos el Espíritu morando con nosotros, también es necesario tener un estado de corazón favorable en nuestra vida.

v. 16. Al comienzo del evangelio, Juan el Bautista nos dice que el Señor bautizaría con el Espíritu Santo. Más adelante, y en relación con la visita que el Señor hace a Jerusalén, se nos dice claramente, bajo la figura del agua vivificante, que Él habló del Espíritu que recibirían un día aquellos que creerían en Él. Un don que no fue dado en aquel entonces porque Cristo no había sido glorificado todavía. Ahora ha llegado el momento en que el Señor va a serlo, y es una buena ocasión para revelar a sus discípulos la gran verdad de la llegada a la tierra de esta Persona divina.

Buscando la oportunidad del momento, el Señor habla del Espíritu Santo como el Consolador. Por grandes y variopintas que sean las funciones del Espíritu, la de ofrecer consuelo es una que los discípulos precisaban en ese momento. El título de consolador tiene un significado demasiado profundo para ser soslayado. Según la acepción moderna de nuestro idioma, implica en realidad que alguien muestra su empatía en el dolor. Su principal uso es el de que alguien está ahí «para fortalecer, apoyar y dar ánimo». En el Consolador los discípulos tendrían a alguien que estaría con ellos fortaleciéndolos en sus flaquezas y consolándolos en el dolor.

El Señor habla del Consolador como de otro Consolador, comparando de esta manera a Aquel que ya había venido con Él, pues ¿no había estado con ellos dándoles apoyo, animándolos y consolándolos? No solo hace la comparación, sino también el contraste entre el Consolador y Él. Había vivido entre ellos unos cuantos años, mientras que el Consolador que vendría moraría con ellos para siempre. Más de un pasaje del Antiguo Testamento hace referencia al Espíritu viniendo sobre determinados hombres y tomando control de ellos durante un tiempo para algún propósito especial, pero el hecho de que una Persona divina viniera para morar con ellos para siempre era un hecho inaudito.

v. 17. Otro contraste entre Cristo, que es la Verdad, y la Persona que vendría, radica en que esta se trataba del Espíritu de Verdad. En Cristo vemos la verdad presentada de manera objetiva, pero por el Espíritu de Verdad se ha originado en nosotros una verdadera comprensión de todo lo que Cristo representa.

Siguiendo todavía con este contraste, el Espíritu es quien el mundo no recibirá ni conocerá porque no le ve. Cristo se había encarnado y los hombres podían verle, y fue presentado así para que le recibieran. El Espíritu Santo no se encarnará ni será presentado como un objeto visible y conocido intelectualmente. Para el mundo no es ninguna Persona divina sino, en el mejor de los casos, una vaga y etérea influencia. Pero para los discípulos no será una mera influencia, sino una Persona que more con ellos en contraste a lo que Cristo representó. El Espíritu estará en ellos, en contraste también con Cristo, que estaba con ellos, pero no en ellos.

vv. 18-20. En estos pasajes el Señor pasa de hablar de la persona del Espíritu Santo a revelarles los efectos derivados de su presencia en el creyente. La partida del Señor para estar con el Padre, y la venida del Espíritu, no significan que ellos pierdan una Persona divina y ganen otra. Alguien ha dicho con razón: «la promesa no es ninguna sustitución, sino un medio que ofrece la seguridad de Su presencia». De este modo el Señor dice a los discípulos que no los dejará huérfanos, que volverá a ellos. Se ha dicho también: «cuando Cristo estuvo en la tierra el Padre no estaba lejos». Yo puedo decir, pues, que no estoy solo porque el Padre está conmigo, y si el Consolador está aquí Cristo no puede estar lejos de mí.

Si el versículo 18 nos dice que la venida del Espíritu hará que Cristo esté muy cerca de nosotros, los otros dos versículos dan la respuesta al creyente para el Cristo que ha de venir. El Señor expresa, finalmente, los temores del creyente con estas palabras: vosotros me habéis visto, viviréis y conoceréis. El Espíritu Santo no vendrá para hablar de sí o para hacernos estar ocupados con Él, ni para crear un culto del Espíritu, sino para conducir el alma a Cristo. Faltaba muy poco para que el mundo no viera más a Cristo, pero, aunque se hubiera alejado de su vista continuaría siendo el objeto de la fe para el creyente. Para el mundo, Cristo vendría a ser una figura histórica de alguien que vivió una hermosa vida y murió como un mártir. Para el creyente continuará siendo una Persona que está viva, y tendrá plena conciencia de que su presencia podrá ser sentida y gozada por el poder del Espíritu. Los creyentes, al verle por la fe, vivirán. Los hombres del mundo viven porque hay un mundo que continúa dándoles sus placeres, su política y sus escandaleras de cada día, pero cuando estos se terminan la vida de la gente deja de ser poco menos que interesante. El cristiano vive porque Cristo vive, y al igual que el objeto de nuestra vida, vive para siempre. La vida del cristiano es una vida eterna.

Por medio del Espíritu el creyente sabe que Cristo está en el Padre, que los creyentes están en Cristo y que Él está en los creyentes. Sabemos que tiene un lugar especial en los afectos del Padre, que nosotros tenemos un lugar en el corazón de Cristo y que Él tiene un lugar en nuestros corazones. El mundo no puede ver, ni experimentar, ni conocer. Está ciego a las glorias de Cristo y muerto en delitos y pecados. Ignora a Dios, pero en el poder del Espíritu habrá una compañía de gente sobre la tierra que verán por fe, vivirán y conocerán. Ellos poseen a Cristo en la gloria como objeto de sus almas, una vida que obtiene su gozo y deleite en Él, y el conocimiento del lugar que ellos tienen en Su corazón.

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