sábado, 14 de enero de 2012

La Biblia - Resumen de Sus 66 Libros

Mateo
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:29-30).
           

            El evangelio de Mateo («Regalo de Dios»), primer libro del Nuevo Testamento, está escrito con una perspectiva judía, y conserva una admirable continuidad con el Antiguo Testamento. Presenta al Señor Jesucristo como el largamente esperado Mesías de Israel. Por lo tanto, su genealogía se remonta hasta David y Abraham. Esta genealogía corresponde a la de José y, por consiguiente, establece su derecho oficial al trono.
                Este evangelio es el único libro de la Escritura que utiliza la frase “el reino de los cielos”. Esto nos muestra que, mientras estaban bajo la ley, la autoridad del reino de Dios había sido confiada a los judíos y Jerusalén era la sede de ese reino. Pero debido al completo fracaso de Israel, Dios había revocado esta situación, y su reino tenía entonces su sede en el cielo. Antes había hablado en la tierra entre los judíos, pero ahora hablaba desde el cielo. Esto explica la razón por la cual Mateo se refiere a menudo al reino de Dios como el “reino de los cielos”. Este evangelio marca un cambio notable y completo en los caminos dispensacionales de Dios (pasando de la dispensación de la ley a la de la gracia). Cristo, el verdadero Rey, vino y regresó, de hecho, al cielo.
                En conformidad con lo que precede, comprendemos que Mateo insista sobre una sumisión y obediencia a la soberana autoridad del Señor Jesús —no a la ley, sino a Aquel que está por encima de la ley—. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí”. Por consiguiente, se pone énfasis en las obras, en las obras de la fe, por supuesto, porque la autoridad (y no la gracia, como en Lucas) es el gran tema de Mateo. Estas lecciones serán provechosas si echan raíz en nuestros corazones.


Marcos
“El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).
           

            Marcos da un relato conciso y enérgico del servicio del Señor Jesucristo, presentándolo como el Siervo perfecto de Dios. Su lenguaje es directo y sencillo, y su descripción de los eventos sigue el orden cronológico en que éstos realmente sucedieron. Ninguno de los demás evangelistas sigue este orden, pero cada uno utiliza un orden adecuado para el tema que trata.
                A medida que las escenas pasan rápidamente una tras otra, la humildad y el servicio incansable del Señor Jesús brillan de forma hermosa en este evangelio. Él satisface la necesidad de incontables personas, en el momento y de la manera perfecta. Su muerte, también, corresponde al sacrificio de un siervo perfectamente consagrado a la voluntad de Dios, a fin de responder a las necesidades más profundas de las almas de los hombres.
                Aquí se pone en evidencia el carácter de ofrenda por el pecado de su sacrificio. No solamente el hecho de que llevó nuestros pecados, sino que soportó todo el juicio contra el pecado, la terrible raíz de los pecados, el principio mismo de todo lo que se opone a Dios. El Señor Jesús sirvió a Dios en absoluta consagración hasta aceptar, pavorosa necesidad, el ser abandonado por Dios en aquellas horas de indecibles sufrimientos.
                Notemos que Marcos utiliza frecuentemente las palabras “muy pronto”, “en seguida”, “inmediatamente”, “al instante”, “al momento”, y otras similares (también en la V.M.) que traducen la misma palabra griega (más o menos 40 veces). Bajo este precioso carácter de Siervo, no sólo admiramos al Señor Jesús por su consagración, sino también como ejemplo a seguir por los que son salvos por su gracia.


Lucas
“Él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:38-39).
           

            Lucas («una luz») es el único autor gentil conocido de un libro de la Escritura. Aquí Cristo es presentado como el “Hijo del Hombre”, admirable en toda la realidad y la perfección de su humanidad. Respecto de Cristo, encontramos aquí:
a)       su nacimiento, anunciado y descrito,
b)       su crecimiento en sabiduría y estatura,
c)       su accesibilidad por el interés en el bienestar de la humanidad,
d)       su “deseo” de comer con sus discípulos (Lucas 22:15),
e)       sus palabras de perdón en la cruz,
f)        la demostración a sus discípulos de la realidad de su resurrección,
g)       su ascensión corporal al cielo.
                Si bien en Mateo se ve la autoridad, y en Marcos el servicio, en Lucas resplandece la gracia, no sólo para Israel, sino también para con los hombres. Esto lo comprobamos de forma sorprendente en las parábolas y los milagros del Señor Jesús.
                Por consiguiente, esta gracia, que se deleita en bendecir y elevar al alma hasta la presencia de Dios, no puede ser satisfecha con nada menos que la comunión cálida y sin estorbo de los creyentes con su Dios.
                Esto nos recuerda el carácter de la ofrenda del sacrificio de paz de la obra expiatoria del Señor Jesús, rasgo predominante en Lucas. Su obra reúne juntos a Dios y al hombre en paz y concordia. Dios recibe su porción de la comida de la ofrenda, el Sacerdote (Cristo) recibe también la suya, y los que ofrecen también reciben su parte. Todos, por decirlo así, comen juntos.

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