Éxodo capítulos 25-40
« Los objetos profundos e infinitos de nuestra fe se hacen cercanos y se tornan como palpables para nosotros por medio de las figuras » (J.N.D.).
INTRODUCCIÓN
En Génesis vemos cómo Dios se dirige individualmente a ciertos hombres —a Abraham por ejemplo (cap. 9) — para requerirles que abandonen el medio en que están y se conviertan en peregrinos y extranjeros mientras esperan una "patria... mejor" (Hebreos 11:14-16). Igualmente hoy en día el Señor Jesús requiere del creyente que salga del mundo y se vuelva "extranjero y peregrino" (1 Pedro 2: 11) en camino al cielo.
Pero, en Éxodo, Dios nos muestra que Él no se dirige solamente a personas individuales, sino que desea tener un pueblo en la tierra. A este pueblo Él primeramente lo liberó del poder del enemigo (Faraón), lo libró del juicio por medio de la sangre del Cordero (la Pascua: Éxodo 12), lo separó del mundo (Egipto) mediante el mar Rojo y lo condujo al desierto.
Allí, en el desierto, Dios se revela como aquel que desea habitar en medio de su pueblo (Éxodo 25: 8; 29:45-46).
Asimismo hoy habita Dios en medio de sus rescatados, quienes forman un todo: la Casa de Dios — compuesta por piedras vivas, tal como lo vemos en 1 Pedro 2:5 —, "la morada de Dios en el Espíritu", tal como la presenta Efesios 2: 19-22.
En la Palabra de Dios encontramos siete moradas sucesivas de Dios en la tierra:
a) el tabernáculo (Éxodo 40: 34-35),
b) el templo de Salomón (2 Crónicas 5: 13-14),
c) Cristo (Juan 2: 21; 2 Corintios 5:19),
d) la Iglesia (1 Timoteo 3: 15),
e) el templo de Ezequiel en relación con la tierra milenaria (Ezequiel 43: 2-7),
f) la nueva Jerusalén (Apocalipsis 21: 22),
g) la nueva tierra (Apocalipsis 21: 3).
Las enseñanzas relativas al tabernáculo se encuentran en los capítulos 25 a 40 del Éxodo. Nada quedó librado al buen criterio del pueblo o de Moisés, sino que todo debía ser según el modelo mostrado por Dios (25: 9). Igualmente, en el Nuevo Testamento, Dios nos revela el modelo de la Iglesia.
Del capítulo 25 al capítulo 31 tenemos las instrucciones que Jehová imparte a Moisés. Ellas comprenden:
— Capítulos 25 a 27: el tabernáculo y sus objetos principales, con excepción del altar de oro y de la fuente de bronce.
— Capítulos 28 y 29: los sacerdotes, sus vestiduras y su consagración.
— Capítulo 30: el altar de oro, el dinero (o la plata) del rescate, la fuente de bronce y las especias aromáticas.
— Del capítulo 35 al capítulo 40 tenemos la construcción del tabernáculo.
Pero, entre las instrucciones de Jehová y la construcción del tabernáculo, ocurre la triste circunstancia del becerro de oro (capítulo 32). Era preciso que el pueblo aprendiese a conocer su corazón y supiera que no merecía más que el juicio. Entonces se manifiestan los afectos hacia Jehová de parte de aquellos que le buscan y esos sentimientos les llevan a salir hacia "el Tabernáculo de Reunión" (33:7). Finalmente Moisés, cuando su rostro despide rayos de luz (34:29-35), puede revelar al pueblo las instrucciones divinas concernientes a Su morada en medio de ellos. Esto encierra una gran enseñanza para nosotros: en la medida en que los corazones de los creyentes —reconociendo su incapacidad personal — se sientan ligados a la persona del Señor y dispuestos a "salir... del campamento" hacia Él (Hebreos 13:13), captarán los pensamientos de Dios acerca de su morada en medio de su pueblo (véase también Ezequiel 43: 10-11).
Extraeremos tres ideas principales de las enseñanzas que nos proporciona el tabernáculo:
a) la Casa de Dios, el lugar en el cual Él mora en la tierra y que corresponde hoy a la Iglesia o Asamblea;
b) la manifestación de Dios en Cristo, es decir, la revelación de Dios al hombre;
c) el acceso al santuario, es decir, el camino que Dios abrió para que el hombre se allegara a Él.
División del tema
— Plan general y material
— El tabernáculo propiamente dicho: Tablas, velos y cortinas
— El atrio: Puerta, altar de bronce, fuente de bronce
— Las vestiduras del sumo sacerdote
— El Lugar Santo: Mesa; candelero; altar de oro
— El Lugar Santísimo: El arca
— El acceso al santuario
PLAN GENERAL Y MATERIALES
Dimensiones principales
Atrio: 100 codos[1] por 50 (Éxodo 27: 9-12). Puerta: 20 codos.
Tabernáculo propiamente dicho: 30 codos de largo, 10 codos de ancho y 10 codos de alto.
Lugar Santo: 20 codos de largo, 10 codos de ancho y 10 codos de alto. (El velo hacía separación entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo y estaba ubicado debajo de los Corchetes (26: 33 y 6).
Lugar Santísimo: 10 x 10 x 10: cúbico (la perfección, cuando lo infinito se da a conocer en lo finito); véase Apocalipsis 21: 16.
Seis objetos principales se encontraban en el tabernáculo, en el siguiente orden a partir de la entrada (Este):
— en el atrio: el altar de bronce, la fuente de bronce.
— en el Lugar Santo: a la derecha: la mesa de la proposición; al fondo: el altar de oro; a la izquierda: el candelero.
— en el Lugar Santísimo: el arca.
Materiales (25: 3-7; 35: 4 a 36: 7)
Todos los materiales tienen una significación espiritual. Se pueden clasificar en cuatro grupos, referente a las personas divinas o a los rescatados.
a) Éxodo 25: 3: Dios.
· Oro: (el metal más precioso de los mencionados en la Biblia) lo que es divino, la naturaleza divina ("oro puro"); la justicia intrínseca de Dios ("oro").
· Plata: la redención, el rescate (30: 16).
· Bronce (o cobre): la justicia de Dios en juicio (Apocalipsis 1:15; Números 16: 36-40).
b) Éxodo 25: 4-5: Cristo.
· Azul: Aquel que descendió del cielo; el Hijo de Dios en el evangelio de Juan.
· Púrpura: El Hijo del hombre que más allá del sufrimiento recibe la gloria universal (Números 4: 13): Marcos 15: 17; 16: 19).
· Carmesí (o escarlata): Sangre; sufrimiento; gloria terrenal del Mesías en relación con Israel (Números 4:8): Mateo 27: 28.
· Lino fino: El Hombre perfecto (comparar Apocalipsis 19:8), justo para con Dios y los hombres, tanto en su servicio como en su andar. Pelo de cabras: Separación para Dios (vestimenta de los profetas: Zacarías 13:4 (V.M.); Mateo 3:4).
· Pieles de carneros tenidas de rojo: consagración hasta la muerte (el carnero era la ofrenda de consagración, Éxodo 29: 15-35).
· Pieles de tejones: vigilancia que resiste a toda tentación. Humildad (cubierta exterior: Isaías 53: 2).
· Madera de acacia (imputrescible): humanidad de Jesús.
c) Éxodo 25: 6: Espíritu Santo.
Aceite: luz.
· Especias aromáticas para la unción.
· Incienso: perfecciones de Cristo presentadas a Dios por el Espíritu Santo (Filipenses 3: 3).
d) Éxodo 25: 7: Los rescatados (objetos del sacerdocio).
· Piedras de ónice: Sobre Sus hombros.
· Piedras de engaste: Sobre Su corazón; unidad en la diversidad. (Desde otro ángulo, esas piedras nos hablan también de las perfecciones del Señor Jesús).
Ofrenda del pueblo
Jehová pide al pueblo que le traiga para Él (Éxodo 25: 2) una ofrenda tomada de entre las pertenencias de ellos (35: 5). Todos podían traer la ofrenda, pues todos habían recibido de los egipcios, a su salida de Egipto, diversas riquezas (11:2-3; 12:35-36), pero nadie estaba obligado a traer. Sólo lo hacían aquellos que tenían un espíritu liberal, según su corazón les impulsaba a ello (35: 21; 36: 2). Cada uno daba según sus medios: uno oro, otra plata, otros tejidos, otros pelos de cabras; los príncipes ofrecían piedras preciosas; pero todos tenían por finalidad traer algo para la casa de Dios.
Por otra parte, hombres y mujeres tuvieron el deseo no sólo de traer algo, sino también de "venir a la obra para trabajar en ella" (36: 2), impulsados también a ello por su corazón.
Por ejemplo, dice el capítulo 35: 25, que "todas las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos" azul, púrpura, carmesí y lino fino. Éstas no sólo habían aportado algo para la casa de Dios, sino que también colaboraban en la obra. Pero ellas lo hacían en su esfera, probablemente en sus tiendas o a la entrada de éstas. El hilo que ellas procuraban así para el santuario tenía gran importancia, ya que si el hilo no era resistente, si estaba mal preparado, de poco valía el talento de los hombres "sabios de corazón" (36: 8), de manera que las cortinas y los velos del tabernáculo no habrían sido perfectos. Cada cristiana, joven o de más edad, puede, en su esfera, "hilar" los diversos colores que nos hablan de las variadas glorias del Señor Jesús. En sus conversaciones, en su actitud, en la influencia que ejercen pueden presentar algo de Cristo, de sus perfecciones, de sus glorias. María de Betania estaba tan compenetrada de ello que, cuando hubo ungido la cabeza y los pies del Salvador, "la casa se llenó del olor del perfume" (Juan 12: 3; véase también Mateos 26: 6-7 y Marcos 14:3).
Luego otras mujeres hábiles "cuyo corazón las impulsó en sabiduría hilaron pelo de cabra" (Éxodo 35: 26). Si la separación práctica de la cual nos habla el pelo de cabra no es realizada en la casa, en la familia, en los hábitos, los modales, los lugares que se frecuenta, la educación de los hijos, ¿cómo podría serlo en la casa de Dios? Los dones más eminentes en una asamblea no podrán traer la bendición que Dios querría dar si las hermanas, actuando de manera dependiente del Señor, no "hilaron" el azul, la púrpura, el carmesí, el lino fino y el pelo de cabra.
Se pueden así distinguir cuatro clases de personas en el pueblo:
a) aquellos que no traían nada porque eran demasiado egoístas o bien porque lo habían hecho en el caso del becerro de oro (Éxodo 32 : 2-3);
b) aquellos que traían su ofrenda;
c) aquellos que trabajaban en la obra;
d) aquellos que, como consecuencia de un especial llamado de Dios, estaban particularmente dotados para colaborar en la construcción de la casa (comparar con los dones del Espíritu para la Iglesia, según 1 Corintios 12, por ejemplo). Todos aquellos que colaboraban así en la obra de la casa de Dios lo hacían por amor a Él. Si nosotros amamos al Señor Jesús, sentiremos la necesidad de no vivir solamente de la Iglesia (por precioso que ello sea), pero también para la Iglesia, aportando cada uno, según lo que haya recibido, su contribución para el bien del conjunto, de manera dependiente y según las instrucciones divinas.
Llega el momento en el cual ya no se puede traer ni servir (Éxodo 36:6). No dejemos pasar nuestra juventud sin sentir la necesidad de colaborar en la obra de la casa de Dios según la gracia que el Señor nos otorgue.
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