sábado, 14 de enero de 2012

No vestirás ropa de lana y de lino juntamente

(Deuteronomio 22:11).



El camino de la Iglesia de Dios es una senda tan estrecha que el sim­ple sentido moral puede engañarse siempre. Pero sin embargo, debe­ríamos gozarnos en ello, puesto que el Señor quiere que seamos ejercitados en sus verdades y en sus caminos, olvidando lo que hemos aprendido como nociones humanas sobre el bien y el mal para ser llenos del pensamiento de Cristo.
                El caso de Elías ejerciendo juicio contra los capitanes del rey de Israel, y la alusión sobre esto que hacen los Evangelios, despierta en nosotros una cantidad de ideas (ver Lc. 9:52-56). El Señor había afir­mado su rostro para ir a Jerusalén bajo la impresión de que "se cumplió el tiempo en que había de ser recibido arriba". La gloria y el reino ocupaban su alma. Creo que la conciencia de su dignidad personal y de su alto destino, llenaba su espíritu al comienzo de su viaje a Jerusalén. "Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén. Y envió men­sajeros delante de él". La conciencia que El tenía de su dignidad resalta en estas palabras, y caracteriza toda la escena. Los discípulos lo sienten. Hasta parece que ellos se elevan hasta sus pensamientos y cuando en la primera aldea que su Señor debía atravesar es rechaza­do, se indignan y, como Elías en otro tiempo, quisieran hacer des­cender fuego del cielo sobre estos impíos samaritanos.
                Esto era según la naturaleza y también por el sentimiento natural del bien y del mal. ¿Por qué entonces el Señor les reprende? Ni la justi­cia ni el afecto faltaban en los discípulos. Vendrá el día cuando los enemigos de Cristo que se oponen a que El reine sobre ellos, serán muertos delante suyo. Podemos estar seguros que si nosotros tuviéra­mos un instante en la mente a la persona y a los derechos de Aquel que era así desconocido e injuriado, comprenderíamos inmediatamente que no había nada de injusto en esa pregunta: "¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elias?". Había pues un arranque de afecto del corazón. Un celo santo por su Maes­tro lo había producido y esto podría ser honrado y el sentido moral podría justificarlo plenamente. Sin embargo, Cristo lo censura, y les dice: "no sabéis de qué espíritu sois".

¿POR QUE ESE REPROCHE?
                Y nos preguntamos, ¿por qué ese reproche? ¿Era que ellos exigían más que los derechos de Aquel a quien buscaban vengar? No, ya lo dijimos, esos derechos serán ejercidos un día, pero los discípulos no tuvieron la inteligencia espiritual de la posición del Señor en ese mo­mento. No tenían el "pensamiento de Cristo"; no tenían inteligencia en el conocimiento de los tiempos para saber lo que Israel debía hacer" (1 Cr. 12:32). No distinguían lo excelente. No sabían dividir justamente la palabra de la verdad. He aquí pues, dónde esta­ba su error: "no sabéis de qué espíritu sois". No era un principio moral falso que el Señor descubría en sus almas, sino más bien la ignorancia del carácter real o divino del momento por el que pasaban. Ellos no comprendían —como millares de discípulos hoy en día no comprenden todavía que el sendero de Cristo hacia la gloria no se constituye en el derecho de juzgar al mundo, sino en el privilegio de renunciar a ese derecho; no es la reivindicación de esos derechos, si­no el renunciamiento hacia los mismos. Tal era el error de ellos y es lo que el Señor les reprende. Los discípulos pensaban muy natural­mente que una injuria debía recibir su retribución, y que si la pers­pectiva de la gloria llenaba el espíritu de su Maestro, y si ellos iban también en el espíritu de un tal momento para preparar su camino, todo obstáculo encontrado debía ser puesto a un lado. Así juzgaba la naturaleza, y el sentido moral del hombre lo hubiera vindicado.
                Sin embargo, el pensamiento de Cristo es distinto, y sólo este pensa­miento puede guiar al creyente de una manera perfecta. La analogía humana, lejos de poderle guiar, ella misma debe ser probada y a menudo condenada por la inteligencia espiritual. Existían numerosas y notables relaciones entre las circunstancias de Elías y las del Señor. Elías estaba a un paso de la gloria; muy pronto iría a ser levantado cuando destruyó, por varias veces, a los capitanes y sus cincuentenas.
                Se encontraba en la cumbre de un monte anticipando las perspecti­vas más brillantes; el carro de Israel y sus caballos estaban a pocos pasos, casi a la vista, para llevarle al cielo. Para los discípulos, el alma de su Maestro estaba en este momento íntimamente ligada a la de Elías. Pero las analogías no son suficientes y hasta pueden confundir empleándolas fuera de lugar, como al final del día de la gracia del Señor, para introducirle en el día del juicio, invitándole a obrar en el espíritu de los tiempos de Apocalipsis 11, mientras que estaba en la hora de Lucas 4:23-30. Los testigos de Apocalipsis 11 pueden ir al cielo a través de la muerte de sus enemigos, haciendo salir fuego de sus bocas para consumirlos, como lo había hecho Elías; pero las ana­logías no son la regla. Es necesario que pasen por el tamiz del "pen­samiento de Cristo" que distingue las cosas que difieren y que enseña por medio de la luz de la Palabra, que Jesús va al cielo por el camino de la salvación y no por el de la destrucción de los hombres; renun­ciando al mundo y no juzgándolo.
                Elías se vengó de los capitanes que le injuriaban y luego fue llevado al cielo. Los testigos del Apocalipsis subirán al cielo a la vista de sus enemigos; pero Jesús toma la forma de un siervo obediente hasta la muerte, y después es exaltado por Dios. Para cada santo individual­mente es lo mismo y también para la Iglesia: "pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí" (Lc. 22:29).

EL CAMPO Y LA CIZAÑA
                La ignorancia era el error de los discípulos, y esto les llevó a un espí­ritu que no era conforme al pensamiento de Cristo. La analogía justificaba pues el movimiento de sus corazones; el sentido moral que juzga según los pensamientos del hombre y no según la luz de los misterios de Dios, los sancionaba completamente. Pero Aquel que discierne lo que difiere, los censuró fuertemente: "no sabéis de qué espíritu sois". Cumplidos los propósitos de los discípulos, los desig­nios de Dios hubieran cambiado totalmente. Con relación a esto, po­demos recordar a los siervos en la parábola del campo y la cizaña. Los discípulos tenían razón desde el punto de vista humano y estos siervos también. ¿No es acaso conveniente limpiar el trigo? La cizaña, ¿no es perjudicial? y, como la buena semilla, aprovecha también del buen terreno, aunque ella no es de ningún provecho. Todo esto dice el sentido común del hombre, su juicio moral hubiere dicho lo mis­mo, pero el pensamiento de Cristo dice justamente lo contrario: "dejarlos crecer juntos hasta la siega". Cristo juzgaba de acuerdo a los principios divinos. Esto era pues lo que formaba el pensamiento del Maestro, y es lo que debe formar el pensamiento de los santos. Dios tenía sus intenciones con respecto al campo; una cosecha debía pro­ducirse y los ángeles serían enviados para su recolección. Sólo des­pués de esto, un fuego debía ser encendido para consumir la cizaña separada del trigo, atada en manojos; en el momento (Mt. 13), no acontecía nada de esto; los ángeles no estaban ocupados en la siega del campo, el fuego no estaba preparado para consumir la cizaña, estaba todavía la gracia paciente del Maestro. El Señor quiere que el campo quede todavía sin limpiar; los misterios de Dios, los pensa­mientos y consejos del cielo, preciosos y gloriosos más que toda medida, exigen que todavía sea así y ningún camino es el verdadero, salvo aquel que se sigue bajo la luz del Señor, en el conocimiento de los misterios del reino de los cielos.

LA IGLESIA EN EL MUNDO
                La Iglesia tampoco tiene que marchar hacia el cielo a través de un mundo purificado, puesto en orden o embellecido. Así como Cristo no quiso ir a través de un mundo juzgado. Esta es una consideración que se necesita pesar atentamente, pues, ¿qué hace actualmente la cristiandad? Precisamente lo contrario. Ella aspira a ordenar el mundo, a limpiar el campo, quiere hacer que el camino al cielo y a la gloria pase por un mundo bien ordenado y adornado. Ha puesto la espada en la mano de aquellos que se dicen discípulos de Cristo. No quiere esperar el tiempo de la siega ni dejar ir "a otra aldea". Toma venganza de las injurias en lugar de sufrirlas; regula a la Iglesia con el modelo de una nación bien organizada y no sobre el modelo de un Jesús rechazado de la tierra. En una palabra, está llena de pensamien­tos, los más falsos, juzgando todo según el sentido moral humano y no a la luz de los misterios de Dios; es sabia a sus propios ojos.
                Pero sabemos bien que en medio de este estado de cosas, hay muchos corazones que laten por Jesús con un amor sincero, pero no saben de qué espíritu son. Sabemos que el celo, si es por Cristo, aunque mal dirigido, es preferible a muchos que tienen el corazón frío o son indi­ferentes en cuanto a sus derechos y sus ultrajes. Y sin embargo, el único verdadero camino es el que es tomado bajo la mirada del Señor y en la inteligencia de los misterios de Dios, de su llamamiento y de la dirección del Espíritu Santo y no simplemente según las costum­bres o los principios de los pensamientos y la moral humanos. El lla­mamiento de Dios requiere que el campo no sea limpiado ahora de la cizaña, que la injuria hecha por los samaritanos quede todavía sin castigo, que los recursos carnales y del mundo sean dejados de lado y no empleados, y que la Iglesia llegue al cielo sin llamar el juicio sobre el mundo, sino guardando el corazón en una separación santa de to­do lo que caracteriza al mundo y que haga esto en la compañía de un Maestro rechazado.

NO ES SUFICIENTE TRABAJAR EN NOMBRE DE CRISTO
                "El que conmigo no recoge, desparrama" (Lc. 11:23); es decir, que aquel que no trabaja según el pensamiento de Cristo, de hecho con­tribuye al progreso del mal. No es suficiente trabajar en el nombre de Cristo. Ningún santo quisiera trabajar de otra manera; pero si no trabaja conforme a los designios de Cristo, desparrama. Muchos están ocupados hoy en dirigir y embellecer el mundo; quieren hacer de la cristiandad una casa barrida y adornada; pero, como no está en los planes de Dios que ahora se haga, estos cristianos no hacen sino desa­rrollar el mal. Cristo no echó del mundo al espíritu inmundo; su pen­samiento no es de hacerlo por ahora. El enemigo puede cambiar su manera de obrar, pero por eso no es menos "el dios" y "el príncipe" de este mundo. La casa le pertenece todavía, como lo vemos en la parábola de Lucas 11:24-26. El espíritu inmundo apenas salió, pero todavía no ha sido echado fuera por uno más fuerte que él; de mane­ra que se manifiesta todavía su derecho sobre ella, de tal manera que regresa nuevamente y lo que encuentra en ella no es sino que está preparada para sus propios designios. La encuentra barrida y adorna­da, lista para traer consigo otros siete espíritus de la misma naturale­za para hacer de la condición de la casa, un estado peor que el primero.
                Los errores que hemos querido subrayar son errores muy antiguos. David erraba de la misma manera queriendo construir una casa para Dios. Aunque procedía de un corazón recto y sincero, era un error. No era el tiempo de construir una casa a Jehová, porque Jehová no había construido todavía una casa para David. El país estaba man­chado de sangre y hasta que no fuera purificado, no era posible que el Señor encontrara reposo, o que estableciera el reino. David estaba en un error, no por doblez de corazón, sino por ignorancia; pensaba que el Señor podría tener su trono en la tierra sin estar purificada aún. Por otra parte, los siervos erraban también, creyendo que la Iglesia podía ser el instrumento para purificar el mundo.
                Tomando el lenguaje según la ordenanza levítica escrita como título de este artículo, podría decirse que David pensaba revestirse con un "vestido con mezcla de hilos", pero el Señor intervino para evitarlo. El motivo de su corazón, como una expresión de sus sentimientos, era aceptable ante el Señor, pero su proyecto debió ser abandonado.  ¿No nos dice esto el celo del Señor por ver observados sus principios y mantenida la posición en la cual El puso a sus servidores? De otra manera, aprendemos que el deseo del santo, aunque esté lleno de devoción, no llevará al Señor al abandono de sus designios y de sus pensamientos, aunque pueda aprobar el móvil de este deseo Si no fuera así, todo sería confusión. Los pensamientos de David, tan Inocentes como hayan sido, hubieran acarreado el completo desorden hubieran dado el resultado de colocar el trono del Señor en un reino no purificado y de permitir a su siervo darle el reposo, antes de que El se lo hubiese dado a su siervo. ¡Qué confusión habrían acarreado, qué triste testimonio habrían causado esos principios mezclados! ¿Quién hubiera podido reconocer en ese resultado algo de la gracia o de la gloria del Dios de Israel?
                La reprensión hecha a Pedro en Antioquía fue terminante, pues había un error no por ignorancia como en el caso de David, sino por temor al hombre; temor que llega a ser un “lazo" como nos lo enseñan las Escrituras y que hemos podido experimentar. Esto era pues, más que confusión, una perversión. (En Deuteronomio 20:19-20, tenemos otro caso de perversión o el empleo de ciertas cosas para un mal uso). Aun cuando un hecho de un amado siervo de Dios no sería sino por confusión, no podría por eso ser tolerado, como se ve en el caso de David; también cuando trajo el arca de Dios de Quiriat-Jearim. Su consagración de corazón y el gozo no fueron excusa para la confu­sión ni aun por condescendencia. Aunque fuese aceptable para el Se­ñor estos movimientos de corazón, sus caminos eran blasfemados; los caminos del Señor, sus designios, sus consejos y sus pensamientos son preciosos y deben subsistir para siempre.
                No queremos decir con esto que David o Pedro fuesen personas con principios mezclados, como lo dice la Palabra, o que ellos llevasen "vestidos tejidos con lana y con lino", como dice la ordenanza; sino que esos rasgos de su historia son una ilustración llamativa de una verdad solemne que deberíamos retener cuidadosamente, a saber, que el Señor hará valer sus propios principios aun a costa de sus amados siervos; que El pone fin a los movimientos de los corazones si éstos tienden a oscurecer sus consejos y su testimonio, aun cuando esos movimientos sean producidos por sentimientos que podría apro­bar o en los cuales podría tomar placer.

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