CAPITULO 6: El Cristo
La persona de Jonás representa al Cristo bajo dos
aspectos diferentes, el primero de los cuales, la muerte y la resurrección de
Cristo, para cumplir la obra de la Redención, lo encontramos en los evangelios
de Mateo y de Lucas.
En Mateo 12, los escribas y los fariseos que acababan de
acusar al Señor de "no echar fuera los demonios sino en unión con Belcebú,
príncipe de los demonios" (Vers. 24), pidiéndole una "señal de su
parte" (Vers. 38), un milagro para acreditarle a El en sus ojos. ¡Pedir a
Jesús lo que Le acreditaba, cuando toda Su vida y los milagros de bondad que
operaba a cada paso proclamaban que era Emanuel, Dios con nosotros! Esa
generación mala y adúltera, ¿podría todavía ser convencida por una señal? Por
eso el Señor les contesta: "Mas ninguna señal le será dada, sino la señal
de Jonás el profeta. Porque de la manera que Jonás estuvo en el vientre del
gran pez por tres días y tres noches, así el Hijo del hombre estará tres días y
tres noches en el corazón de la tierra" (Vers. 39-40). ¡Tipo maravilloso,
dado en la persona de Jonás, de los sufrimientos de Cristo, cerca de 900 años
antes de Su venida! En efecto, Sus sufrimientos y Su muerte son el primer tema
de la profecía.
Pero la estancia de Cristo en la tumba fue también la
señal de que ahora era demasiado tarde para el pueblo; que ya no había
posibilidad para él de recibir al Profeta, al Enviado, al Hijo del hombre, al
Hijo de Dios, como Rey suyo. Desde ese momento, todas las relaciones antiguas
de Dios con Su pueblo quedaban interrumpidas y, para ser reanudadas, tan solo
podrían ser basadas en su rechazamiento, y ya no en Su presentación al pueblo
Suyo como Mesías y como Rey. Cristo vino a tomar, en amor, el lugar de Israel
rechazado por su desobediencia, para que éste, en virtud de la expiación
cumplida, pudiese volver a encontrar su sitio en el reino. Para nosotros
cristianos, El tomó nuestro sitio, como pecadores, bajo el juicio, para que los
cielos pudiesen sernos abiertos.
A estas palabras, añade Jesús (Vers. 14): "Los
hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la
condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás; y he aquí
uno mayor que Jonás en este lugar". Las naciones, tan despreciadas por los
judíos, eran mucho menos culpables que este pueblo. Nínive se había arrepentido
sin ninguna señal, y por la simple predicación de un profeta sobre el juicio; —
¿Se había arrepentido Jerusalén con la predicación de uno más grande que Jonás,
que no sólo era el Profeta de gracia, obedeciendo a la voluntad de Dios, sino
Hijo de Dios? Por lo tanto esos hombres de las naciones serán, en el día del
juicio, los testigos abrumadores de la justa condenación de Israel, que rechazó
a Dios en la persona de Cristo venido en gracia.
En Lucas 11:29-32, la instrucción es algo diferente.
Después de haber dicho, en el versículo 29, que no sería dada a esa generación
mala otra señal sino la de Jonás, Jesús añade: "Porque de la manera que
Jonás fue señal a los Ninivitas, así también lo será el Hijo del hombre a esta
generación" (Vers. 30). Asemeja esta generación judía culpable, a los
Ninivitas, a un pueblo pagano.
Jonás, muerto y resucitado en figura, era no solamente
predicador, sino señal a los Ninivitas, señal que lo acreditaba entre ellos. En
efecto, no se trata, en este pasaje, de la predicación, sino de la persona de
Jonás. Un Cristo muerto y resucitado, recibido ahora entre las naciones como
Salvador, y del cual Jonás es tipo, condena en adelante a Israel. Este pueblo
era culpable de su muerte, y, Dios, al resucitarle, declaraba su plena
satisfacción de la obra de Su Bien-amado, del cual Israel nada había querido,
lo que le condenaba sin remisión. El Señor añade: "Los hombres de Nínive
se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque ellos
se arrepintieron a la predicación de Jonás; y he aquí uno mayor que Jonás en
este lugar" (Vers. 32). De hecho, los Ninivitas se habían arrepentido sin
señal, mientras que los judíos pedían una. La predicación de Jonás les había
llevado al arrepentimiento; su palabra había producido este resultado. ¿Qué
había ellos hecho, esos judíos, de la predicación del Cristo? Y sin embargo,
¡qué diferencia existía entre estos dos testimonios! Jonás venía para anunciar
el juicio y la destrucción de Nínive; Cristo venía para anunciar la gracia a Su
pueblo culpable. ¡Cuánto era pues el endurecimiento de Israel por haber
rechazado tal mensaje!
Tal es el tipo de Jonás en el Nuevo Testamento: Jonás
rechazado, Jonás pasando tres días y tres noches en las entrañas del pez, Jonás
resucitado: es Cristo, y, como tal, es presentado hoy para salvación a todos
los hombres.
El libro de Jonás nos muestra, además, más que ningún
otro, que la profecía no puede interpretarse por el cumplimiento de
acontecimientos históricos, uno de los numerosos errores de la teología
moderna, pero que Cristo es el propósito final y la única solución.
Cristo nos es presentado en este libro bajo un segundo
aspecto. Jonás allí es tipo de Cristo, sufriendo él mismo la ira de Dios en Su
gobierno y siendo librado de ésta, para que los fieles del fin (el residuo judío),
atravesando la gran tribulación, encuentren en ello ánimo y consolación de los
cuales precisarán para sufrirla ellos mismos. Esta verdad importante es resumida
en un pasaje de Isaías: "Y así él se hizo Salvador suyo. En todas sus
aflicciones él fue afligido, y el Ángel de su presencia los salvaba"
(Isaías 63:8, 9). Es así que el remanente de Judá, culpable del rechazamiento
del Mesías, pasando, en virtud de este pecado, en el horno y la angustia, y
encontrándose él mismo rechazado, según Mateo 16: 4, encontrará, cuando sea
tragado en las aguas profundas, que otro, su Salvador y su Redentor, ha estado
allí antes que él y por él, y ha sido librado de ello. ¡Qué seguridad tal
descubrimiento dará a su alma! En efecto, en la escena de Getsemaní, pudo
decir: "en el día de mi angustia ¡inclina a mí tu oído!"; y: "Y
he mezclado mi bebida con lloro, a causa de tu enojo y de tu ira; porque me has
alzado, y me has arrojado" (Salmo 102:2, 10). El mismo dijo también:
"¡Las aguas se me han entrado hasta el alma!" (Salmo 69:1). El mismo,
"en los días de su carne, ofreció oraciones y también súplicas, con vehemente
clamor y lágrimas, a aquel que era poderoso para librarle de la muerte; y fue
oído y librado de su terror" (Heb. 5:7). Vemos en estos pasajes, y en
otros muchos, a Cristo en Getsemaní, atravesando el día de la
"angustia" (Salmo 102:2), y las angustias del juicio merecido por Su
pueblo; simpatizando con él, realizando en Su alma lo que es la ira de Dios
contra Israel culpable. Es al considerar eso, que los fieles del Residuo del
fin serán animados en su piedad, en la confianza suya en Dios, en la seguridad
de su libera¬ción final, y podrán decir: "¿Hasta cuándo?" ciertos de
que un día tendrán respuesta. Aprenderán a conocer a Cristo en la profundidad
de las aguas y compartiendo Su angustia, pero sabrán que salió en resurrección
del gran abismo, para que ellos volviesen a encontrar la bendición en la "tierra
de los vivientes".
Esta liberación que nosotros, cristianos, poseemos hoy
día, nos ha abierto el cielo; la de Israel, en los últimos días, le abrirá la
tierra renovada bajo el reinado del Rey de paz, de suerte que ese pueblo podrá
decir con la misma certidumbre que nosotros hoy día: "¡La liberación es de
Jehová!"
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