sábado, 9 de junio de 2012

No vestirás ropa de lana y de lino juntamente


LISTOS PARA EL VIAJE
            Los Rubenitas, Gaditas y los de la media tribu de Manasés parecen tomar lugar entre Lot, Jonatán y Abdías por un lado y Moisés, Abraham y Elías por el otro. Ellos representan una generación que no quiere de ninguna manera separarse del llamamiento de Dios y de su pueblo, pero que sin embargo traiciona en su carácter moral, una extraña inconsecuencia con relación a este llamamiento. Esta clase es muy común y hasta podemos decir, la más numerosa (ver Nm. 32). Cada uno de nosotros lo siente muy bien en su corazón. Josué experimentaba una ansiedad temerosa para con este pueblo; precisa­mente como Moisés lo había sentido antes. Los llama a él para dirigirlos particularmente una palabra de exhortación y de advertencia en el momento cuando comienza la acción para el pueblo de Dios (Jos. 1). Lo más mínimo en las Escrituras son las cosas a veces más significativas, como es el caso del primer capítulo de Josué, creo. En cuanto a las tribus en general, para Josué le es suficiente decirles: "Preparaos comida, porque dentro de tres días pasaréis el Jordán, para entrar a poseer la tierra que Jehová vuestro Dios os da en pose­sión". Las tribus estaban libres de toda preocupación y en orden para el viaje; no tenían sino que esperar la señal de partida. Noé también estaba listo para el viaje hacia otro mundo; no le faltaba sino el mo­mento para entrar, él y su familia, en el barco. Las dos tribus y me­dia no estaban tan libres; varias cosas les ataban; tal vez por eso Josué, instintivamente obra para con ellos como con personas atadas con un bagaje pesado y numeroso, en el momento de salir. Les tuvo que re­cordar el compromiso para con Israel, pues a sus ojos, ellos no estaban ligados y unidos completamente a Israel. En cierta medida, él hace para con estas tribus lo que el ángel hizo con Lot cuando vino a Sodoma.
            Consideremos todavía a este mismo pueblo en Josué 22.
            El arca había pasado del otro lado del Jordán, cuando las aguas se separaron ante los pies de los sacerdotes que la llevaban; el arca había atravesado el río dirigiendo y garantizando al Israel de Dios. Rubén, Gad y Manasés habían pasado también. Pero mientras que Israel y el arca quedan en Canaán, las dos tribus y media vuelven para esta­blecerse allá donde sus hermanos habían vivido errantes y viajeros; presentando así a los ojos de todos el espectáculo extraño de israe­litas encontrando su lugar y su interés fuera de los límites naturales de la heredad prometida y buscando un lugar para sí mismos, allí donde el arca no había podido ni debido permanecer.
            Josué lo siente y es así como antes del regreso les dirige una adver­tencia especial. Parece que ellos también sienten algo igual tan pronto como ponen los pies en la tierra de su elección. Cierto ma­lestar parece tomar sus almas y levantan un altar. Todo esto tiene para nosotros un lenguaje que debería ser comprendido por los "israelitas de nuestros días que habitan el país de Galaad".

ALTARES ARTIFICIALES
            Josafat se había sentido molesto también en el trono de Acab; bajo el peso de este malestar que siempre oprime a un verdadero israelita en medio de incircuncisos, Josafat hizo llamar a un profeta de Jehová. Este es precisamente el lenguaje del espíritu renovado que se encuentra en una tierra extraña. Las dos tribus y media levantan un altar y le ponen el nombre "Ed", que quiere decir Testimonio (Jos. 22:34). Era como un testimonio de que el Dios de Israel era su Dios y que ellos tenían parte en el llamamiento y en las esperanzas del Israel de Dios. ¿Por qué todo esto? Si ellas hubieran tomado su porción en Canaán, nada semejante hubiera sido necesario; ellas hubieran tenido el altar original en lugar de una sombra. Sus almas hubieran poseído el verdadero testimonio interior y no hubieran tenido necesidad de un "Ed" exterior. Pero estas tribus no estaban en Canaán, sino en Galaad. Silo no estaba más a su vista. Necesitaban pues un memorial para sostener y ayudar a su confianza y para dar testimonio por un medio de su propia invención, de que ellas eran uno con el Israel de Dios. Esto es de un gran significado y que se ve mucho hoy. Nuestra alma, como la de los que nos rodean, requiere un testimonio eviden­te de lo que somos, cuando nos encontramos en una posición que no está en armonía con el llamamiento de Dios. Se siente la necesidad de algo artificial o secundario; tener la aprobación de otros; un he­cho con el que se nos reconozca; el examen de nuestra condición personal junto a una incertidumbre de espíritu; mucho razonamiento con nosotros mismos sobre todo esto, o también el recuerdo de días mejores vuelven "necesario algo secundario", como el altar de "Ed'". Tal es el caso del alma cuando no es íntegra, simple y fiel. Conoce­mos todo esto representado por la inscripción en el país de Galaad. La mujer de Lot, o la estatua de sal, lleva una sentencia que nuestro divino Maestro descifró para nosotros: Que el monumento erigido por los israelitas fuera de los límites del país de la promesa, pueda advertir a nuestras almas, si ellas buscan la tranquilidad, la seguridad del corazón y la paz profunda de la conciencia, para que no vayamos a establecemos fuera de donde la Iglesia debe estar como peregrina.
            Alma mía, ¿sabes leer esta inscripción? Cada corazón conoce sus propios motivos de humillación. Toda esa turbación de espíritu, esta agitación de pensamiento, el deseo de Josafat por ver un profeta de Jehová, el altar de "Ed", son tantos testimonios en favor y en contra nuestro: ellos demuestran un espíritu renovado, pero lo muestran en medio de condiciones y de experiencias que un ojo simple, un cora­zón más lleno de amor por Cristo, lo hubiera rechazado.
            Rubén, Gad y Manasés reciben una segunda advertencia. Josué y las tribus que están en Canaán les hablan como ya lo había hecho Moisés. El altar de Galaad despierta dudas como ya anteriormente había despertado dudas el hecho de querer establecerse en Galaad. Todo esto es frecuente y muy natural, pero al mismo tiempo muy significativo. Los santos de Galaad no dan seguridad de su llama­miento y elección en el corazón de sus hermanos, al menos sin previa información. Se produce un gran movimiento entre las tribus que ya estaban en Canaán, y en la posesión consciente de Silo y del taber­náculo de Dios. Es enviada una embajada de en medio de ellos para inquirir sobre el asunto. Algo de lo que ellos no pueden darse cuenta, llama la atención a su mirada como en desacuerdo con el llama­miento de Israel; es necesario, pues, una explicación a todo esto. ¡Qué cuadro tan significativo para nosotros! Seguramente que estamos en una escena semejante en la cristiandad, circunstancias semejantes nos son muy familiares. No dudamos que el apóstol fue lo mismo en las epístolas a los Corintios en el Nuevo Testamento como lo fue el Antiguo Finees, hijo de Eleazar el sacerdote, cuando cruzó el río pa­ra ir a pedir informes sobre el altar erigido en Galaad. Había en Corinto algunas cosas que alarmaron al apóstol, y que eran para él síntomas tremendos de abandono de la posición celestial de los santos. Los corintios parecían estar como príncipes de este siglo, reinando como reyes sobre la tierra. El ministerio del apóstol Pablo, ejercido con amor y celo en Cristo, empezaba a ser rechazado mien­tras que otros comenzaron a gozar de la estima y la confianza a causa del rango y ventajas que tenían en este mundo. Las escuelas del hombre y su sabiduría tomaban autoridad, y los santos parecían querer afirmarse allí donde la Iglesia no tenía que ser sino una ex­tranjera desconocida. Con el celo de Finees, Pablo "cruza el Jordán", por así decirlo, y, qué tranquilidad produjo su descubrimiento... (2 Cor. 6:11-13).
            Las tribus de Galaad pueden satisfacer a Finees y a sus hermanos, mejor de lo que los santos en Corinto pudieron satisfacer al apóstol. He aquí tantas diferencias y variedades que se reproducen en nuestros días, en el estado moral del pueblo de Dios. He aquí pues nuestro motivo común de tristeza y de humillación porque el llamamiento y elección no son retenidos con firmeza en nuestros corazones y que a menudo tenemos que hacer el camino, o lo mandamos a hacer a los demás para la inspección de nuestros caminos, de nuestro "Ed", de nuestros altares, de nuestras columnas, y del balido de nuestros ganados en las llanuras de Galaad, en lugar de reposar y nutrirnos juntos aprendiendo los secretos del tabernáculo y del altar de Silo. En el Nuevo Testamento, la Iglesia de Corinto recuerda al israelita del otro lado del Jordán, del lado del desierto. Los temores del após­tol para con ellos no se trataba de las influencias del judaísmo; tam­poco de las especulaciones incrédulas del pensamiento; al menos no es el caso de la segunda epístola; no se trataba de la gracia vuelta en disolución. Es cierto que estos temores ocupaban el pensamiento del Espíritu cuando se dirige a otros santos o a otras iglesias; pero a Corinto, era por la mundanalidad con que estaba amenazada la Igle­sia. Parece que un individuo había cautivado a los santos; la natura­leza y las circunstancias le habían dotado de todo lo que es suscepti­ble para ganar el corazón del hombre del mundo. Parece tratarse de una persona como le llamaríamos hoy "una persona bien"; sus mane­ras elegantes, buena posición, influencia a la que los corintios habían cedido; se habían dejado embelesar en alguna manera, mirando las apariencias de un hombre que se engrandecía tomando ocasión de su naturaleza y de sus circunstancias para recomendarse a ellos.
            Fue también como el apóstol tuvo que oponerse a un miserable esta­do de cosas. Se notaba que una parte del afecto y de la confianza de sus queridos corintios había desaparecido, porque él no podía glo­riarse de las ventajas carnales que comenzaban a tener precio para ellos. Seguramente que tampoco tuvo jamás el pensamiento de hacer­se valer en algo semejante. Aunque sabemos que tuvo mucho de qué gloriarse "en la carne", sin embargo Pablo prefirió gloriarse en "sus debilidades". Quiso ser débil en cuanto a sí mismo. Habla de las ventajas carnales que ese hombre poseía y que había hecho valer en medio de los santos, en un lenguaje semejante al que Moisés hubiera podido emplear hablando de la "ropa tejida de lana y de lino". "No os unáis en yugo desigual con los infieles", dice el apóstol ahora co­mo Moisés lo había dicho a Israel: "No ararás con buey y con asno juntamente. No vestirás ropa de lana y lino juntamente". Pablo no estaba asociado de esa manera ni tampoco vestido así. Había sido uno de los primeros de la vanguardia de la tribu de Judá para cruzar el río.

EL LLAMAMIENTO DE DIOS NOS SEPARA
            Todo esto es para nosotros una ilustración de lecciones importantes. No debemos mezclamos con lo que el llamamiento de Dios nos sepa­ra. No tenemos que llevar puesto un vestido de diversos materiales. Pero si lo rechazamos, si vestimos el vestido puro, si tomamos la po­sición y entramos en las relaciones que conducen al llamamiento de Dios, es necesario que nos encontremos con un vestido ceñido, no solamente un vestido sin mezcla, y que persistamos en estas cosas. El Señor no nos llama a trabajar para mejorar al mundo, sino a tomar y a guardar una posición separada del mundo. Pues, muy amados, si tomamos como principio esta posición de separación, busquemos la gracia y el poder que solos pueden adornar y embellecer ese testimo­nio según el Señor.
            Tal es el carácter del tiempo por el que atravesamos hoy. El dios y príncipe de este mundo deja que los ciudadanos barran y ordenen la casa; y esto les hace admirar su nuevo estado, y felicitarse de haberla transformado tanto que ya no es, según piensan ellos, la misma de antes. El error es grande y peligroso; la casa sigue hoy más que nunca como la morada del espíritu inmundo; pero está tanto más limpia para sus designios, pues se halla barrida y adornada. No tardará él en hacer uso de todo ese trabajo de sus ciudadanos para el cumplimien­to de sus propósitos impíos. "El que conmigo no recoge, desparrama"

CUIDADO CON EL YUGO DESIGUAL
            Nuestro trabajo, ¿es conforme a los designios de Cristo? ¿Es cumpli­do según Su peso y Su medida? Si no es así, aunque lo hagamos en Su nombre, ese trabajo no será sino para ventajas del enemigo. En la parábola se encuentra que el cuidado que se empleó para barrer y adornar la casa, fue completamente aprovechado por el espíritu inmundo, quien no dejó de ser el maestro aunque le hubiera dejado por un tiempo. Todo lo que fue hecho para el embellecimiento de la casa es para su maestro. Satanás es hoy el dios de este mundo tanto como jamás lo ha sido; y continuará siéndolo hasta que el juicio cai­ga sobre él por parte de Aquel que está sentado en el caballo blanco. La paz que durante tantos años ha gozado Europa, ha dado numero­sas ocasiones para barrer y adornar la casa. A la manera humana, la espada se cambió en arado; la tierra y sus recursos, el hombre y sus facultades han sido cultivados más allá de lo que había sido hecho; la casa parece pues muy distinta de lo que fue, después que los siervos, por sus esfuerzos, han venido a limpiarla y a adornarla. Los progresos literarios, morales, artísticos y religiosos son inmensos. Las sociedades de paz y las que luchan contra los vicios, el gusto por la literatura y la música, los congresos de las diferentes naciones, las proclaman tan alto como las orgullosas pretensiones del día que se hacen en todas partes. Toda esa diligencia es según el pensamiento del maestro de la casa, o el dios de este mundo. Esta es una verdad muy seria. "Aquel que conmigo no recoge, desparrama". Palabras solemnes. "No os unáis en yugo desigual con los incrédulos". Es la confusión. Es el tejido "prohibido" de lana y de lino. Mientras que nuestros labios pronuncian esas palabras, nuestros corazones confie­san con humildad que más de un siervo del Señor, recto y sincero, trabajando con amor, con celo y con simplicidad, pero equivocado en cuanto al objetivo, se encuentra en cuanto a la práctica, delante de muchos que han discernido netamente el error.
            Tememos a la indiferencia más que a la mezcla. Tememos a Laodicea más que a Sardis. Que podamos recibir una lección de la una y de la otra. Que aprendamos a evitar la actividad religiosa de Sardis, que tiene el nombre del que vive, tanto como el formalismo frío y egoís­ta de Laodicea. Seamos diligentes, pero en un servicio verdadero. Utilicemos nuestros talentos, pero utilicémoslos para servir a un Maestro rechazado, sin esperar nada de este mundo que le rechazó, sino contando en todo con Su presencia, de la que pronto iremos a gozar.
Por  J.G. Bellet. Editorial Luz.

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