Es mucho más agradable considerar las riquezas de
la gracia de Dios y del amor de Cristo, que discutir las cuestiones de los
cargos (diácono) y las instituciones (obispo). Sin embargo a veces es necesario
hablarlo, cuando se hacen estas preguntas, para turbar el reposo de los
cristianos y para excitar su espíritu, como si el cristianismo fuera
defectuoso, o caminaran desordenadamente y les faltara alguna cosa ante
Dios.
Es
pues para aclarar estos puntos discutidos y para tranquilizar los espíritus de
los cristianos, que escribiremos algunas líneas sobre los cargos y los dones.
Pero deseamos de todo nuestro corazón que cada uno, después que esté
realmente claro sobre esto, se aparte de estas preguntas y las deje
enteramente de lado, para ocuparse de Cristo, de su inmensurable amor y de su
inmensa gracia. Es esto lo que nos alimenta y edifica, mientras que tales
preguntas resecan el alma.
Existe
una gran diferencia entre los dones y los cargos. Los dones emanan de la
Cabeza, que es Cristo, en los miembros, con el fin de reunirlas, por su medio,
en la Iglesia fuera del mundo y de edificarla mientras que las reúne.
A
quienes se le confiaron cargos eran, como tales, diáconos o
servidores que habían sido establecidos, en cada localidad, por los
cristianos mas adelantados, es decir por lo Apóstoles, y la habían recibido de
aquellos por su posición y autoridad. Podían tener dones — y esto era
deseable; pero a menudo ellos no lo tenían. En todo caso, cuando eran
fieles y devotos en su servicio, eran bendecidos por Dios. — Vamos ahora a
examinar la enseñanza de la Escritura sobre los dones.
Todo lo que es bueno es un don y viene de
Dios. Pero, aquí, hablamos de dones en un sentido un poco mas restringido y mas
limitado, a saber: los dones que Dios ha dado para congregar a su Iglesia
y para edificarla, según está escrito: «El ha subido a lo alto, y ha llevado
cautiva la cautividad, y ha dado dones a los hombres». Es decir los dones de
los cuales hablamos según la Escritura y que son los que Cristo ha recibido el
Padre luego de haber subido a lo alto, para ser la Cabeza de la Iglesia, sobre
todas las cosas.
El
hombre ha puesto fin a una multitud de cosas por el pecado. Sin ley, estaba
perdido en la disolución, en la independencia, al colmo de la violencia y de la
corrupción. Bajo la ley, ha venido ha ser transgresor y despreciativo de
la voluntad de Dios. Dios le ha visitado en misericordia, donde estaba
sumido en la miseria, la deshonra y la desobediencia; y el hombre ha
rechazado a Dios. — Era pecador, expulsado de un paraíso terrenal. Dios ha
descendido a este mundo de miseria del hombre; pero, mientras estuvo en
el, el hombre ha alejado a Dios del mundo. Toda esperanza para el primer hombre, como
tal, está perdida. Pero Dios ha glorificado al segundo hombre, aquel que fue
obediente (el Señor que es del cielo) y le ha hecho subir en su posición
celestial y determinada de ante mano. El actúa sin embargo según su gracia
en los corazones de los hijos de los hombres, para darles una nueva
vida, y reunir fuera del mundo a los objetos de esta gracia uniéndolos al
Cristo glorificado, con el fin de que ellos gocen con Él de todos los privilegios
y, lo que es mas hermoso de todo, con el fin que se regocijen con
Él en el amor del Padre. Así, los nacidos de nuevo son también miembros de
Cristo, de Aquel que es la Cabeza del cuerpo.
Pero
hay aun una verdad que se menciona al principio de nuestras notas, a saber que
Cristo ha adquirido esta posición, para el cumplimiento de la obra de la
redención. Éramos esclavos del Diablo y del pecado. Ahora somos libres; Cristo
ha llevado cautiva la cautividad, y ha llenado a aquellos que ha rescatado, del
poder del Espíritu Santo, con el fin que le sirvan. Habiendo vencido a Satanás
y cumplido la redención, ha subido a lo alto y, como Cabeza de la Iglesia, ha
recibido del Padre el Espíritu Santo de la promesa, para los miembros.
El
cristiano rescatado recibe el Espíritu Santo de dos maneras. Es sellado del
Espíritu, las arras de nuestra herencia y, así, uno con el Señor y unido a él;
después, ha recibido el Espíritu Santo para cumplir su servicio hacia Cristo,
He aquí como los dones se relacionan con estas verdades. La obra de la
redención está cumplida y los creyentes están perfectamente purificados de sus
pecados, de manera que, en virtud de la sangre de Cristo que les ha sido
vertida, el Espíritu Santo puede habitar en ellos. Cristo habiendo glorificado
a Dios, su Padre, en la tierra, se ha sentado como hombre a la derecha de Dios,
como Cabeza de la Iglesia de donde es la justicia eternal. Como tal,
el ha recibido el Espíritu Santo para sus miembros, es decir para los creyentes
(Hechos 2: 33; Efesios 4:8). «Somos justicia de Dios en Él» (2ª Corintios
5:21).
Ahora,
el Espíritu Santo—enviado por el Padre en nombre del Hijo— ha descendido del
Hijo como Espíritu de liberación y de adopción, habitando en los creyentes por
la parte del Padre y viniendo del Padre, para comunicar a
aquellos la seguridad de la salvación y también para acabar en
la tierra, con poder y sabiduría, la obra del Señor, en los miembros del
cuerpo Aunque importante y precioso sea el primer punto, lo dejaremos de lado,
por el momento, para ocuparnos de los dones. El Espíritu Santo es, en la tierra, en
virtud de la obra cumplida de la redención y de la entrada de Cristo a la
derecha de Dios. Allí el obra, por medio el evangelio, para anunciar el amor de
Dios, para congregar a los elegidos y para formar un solo cuerpo, el cuerpo de
Cristo. Cada alma convertida, que ha recibido la vida de Cristo y que ha sido
sellada por el Espíritu Santo, es un miembro de Cristo, de la Cabeza celestial.
Se puede entonces considerar los dones, sea como dones de Cristo, sea como la
operación el Espíritu Santo, actualmente en la tierra. La Escritura Santa
hace estas dos cosas. En la epístola a los Efesios, capítulo cuatro, ella
habla de los dones de Cristo. En al primera a los Corintios, capítulos 123 y
14, ella habla de la unidad del cuerpo y de los dones producidos del Espíritu
en los diferentes miembros. En todo caso, los done están en relación con
la unidad del cuerpo, se puede fácilmente convencer, leyendo el cuarto
capítulo a los Efesios.
Yendo
un poco más lejos, notemos que los dones son e dos maneras: los que sirven para
despertar a las almas o para reunir congregar a la Iglesia, en la persona
del Espíritu. La epístola a los Efesios no habla solo de los
primeros dones; la epístola a los Corintios nos habla de los dos. La
misma Palabra de Dios hace la diferencia, cuando nos dice que las lenguas son
una señal para los incrédulos, y la profecía para los creyentes (1ª Corintios
14:22). Esta distinción es importante, porque es imposible que falte alguna
cosa de lo que es necesaria para la conversión de las almas y para la
edificación de la Iglesia; mientras que es muy fácil concebir que Dios
retira lo que era un ornamento de la Iglesia y un testimonio de aceptación,
cuando la Iglesia es infiel y que, en lugar de honrar a Dios, ella ha
contristado al Espíritu. Sin embargo este testimonio exterior ha permanecido,
según la sabiduría de Dios, en la Iglesia, era necesaria que permaneciera
por mucho tiempo para confirmar la predicación de las verdades cristianas.
Todos
los dones proceden de Cristo, la Cabeza, y tienen su existencia en los
creyentes por la energía del Espíritu Santo. Efesios 4 y 1ª Corintios 12, nos
presentan estas dos importantes verdades muy claramente y muy explícitamente,
exponiendo su principio y desarrollo. Efesios 4 nos habla exclusivamente de los
dones que sirven para la reunión y para la edificación de la Iglesia. Cristo ha
subido a lo alto y ha recibido los dones para los hombres. Aquellos que,
gozando por la fe de la obra redentora de Cristo, por la cual son perfectamente
librados del poder de Satanás, por la cual estaban en otro tiempo sumidos;
después, siendo hechos vasos de gracia y de poder que emana de los alto, de
Cristo que es la Cabeza, vienen a ser instrumentos de un Cristo ausente, por
medio e los dones que les son comunicados. El Señor ha puesto los fundamentos,
por los apóstoles y profetas. Son (dice el apóstol, Efesios 2) el fundamento,
Jesucristo mismo siendo la piedra angular. Quedan aun los evangelistas, los
pastores y maestros; ahora bien, por mucho tiempo Cristo ha amado a la
Iglesia y El es la única fuente de la gracia; también mucho tiempo desea
alimentar a los miembros de su propio cuerpo, estos mismo dones quedaron para
la edificación de la Iglesia. Pero mientras que estos dones actúan por la
presencia y el poder del Espíritu Santo, los cristianos son a menudo
desgraciadamente infieles y descuidan sus amonestaciones, sucede que el
desarrollo de los dones y su eficacia pública son un poco aparentes y que su
actividad es mínima. Estas cosas son verdaderas en general y es también en
cuanto a la vida cristiano individual que en cuanto al estado práctico de la
Iglesia. Pero no es menos verdadero que Cristo cuida fielmente su cuerpo.
Podemos siempre contar con esto aunque, en cuanto a los detalles, podemos ser
humillados por nuestra propia infidelidad. También el Señor nos ha dicho que la
mies es mucha, pero los obreros pocos; y que debemos rogar al Maestro de la
mies que envíe obreros para su mies.
Cualquiera
que ha recibido un don, por lo mismo, ha llegado a ser siervo de
Aquel que le ha comunicado. Por esto mismo somos siervos de Cristo, del único
Señor de nuestras almas; sin embargo cada cristiano, en particular, es un
siervo en razón del don que se le a comunicado; y, porque se le ha comunicado,
cada uno es responsable de emplearlo o de trabajarlo; Sin duda,
cada cristiano esta sujeto a la disciplina general de la Iglesia o de la
asamblea, tanto como en toda su vida como en su servicio Pero el sirve a Cristo
no a los hombres. El lleva fruto para la asamblea, porque el sirve a
Cristo. El da un servicio a los cristianos, porque el es
un siervo de Cristo, del
Señor. También está obligado a servir,
porque es un siervo de Cristo y le ha recibido, por esto, una parte del bien es
de su Señor. Tal es l adoctrina de la parábola de los tres siervos, donde el
maestro sale fuera del país y le entrega sus bienes; a uno mas, a otro menos.
¿Por qué? ¿Sería con el fin de que fueran perezosos e inactivos? ¡No! Deseaba
confiarle los talentos con el fin de que ellos lo trabajaran. Uno no da materiales
y herramientas a los hombres, con el fin de que no hagan nada. Esto no sería
razonable, pero, si el amor por Cristo y su amor por las
almas está activo en el corazón, la pereza y la inactividad son imposibles.
La
presencia y la actividad de este amor son en efecto puestas así a la prueba. Si
el amor de Cristo obra en mi amor y yo puedo ser útil a una sola alma amada por
Él, ¿Será posible que quede aún inactivo? Ciertamente que no. El poder para
obrar así, la sabiduría necesaria para hacerlo de una manera que le sea a El
agradable, viene siempre y sobre el terreno de él mismo, cuando el amor de
Cristo en el corazón está lo que hace un corazón activo. Para tener la valentía
de obrar, es necesario que tenga confianza en Cristo, sino el corazón dirá:
Puede ser que no acepte mi trabajo; puede ser que no esté contento
conmigo; puede que sea muy osado, muy precipitado; puede ser que sea mi orgullo
que pretende hacer esto. La pereza dice: Hay un león en el camino; mientras que
el amor no es nada inactivo, pero inteligente, porque el se confía en Cristo.
El amor comprende lo que desea el amor, obedece a la voluntad de Cristo y sigue
el ejemplo de Cristo, su conductor. Es esta la acción misma del amor que es en
Cristo y que emplea una sabiduría humilde y verdadera. Es obediente e inteligente,
comprendiendo su deber por la gracia, y teniendo, en el amor de Cristo,
la valentía de cumplirlo. ¿De quien Cristo ha aprobado y conocido
la conducta? De aquel que, por una confianza amable, ha trabajado sin otro
mandamiento—o de aquel que no se ha atrevido? Lo sabemos todos. La aprobación
de Cristo es suficiente para el corazón del cristiano y es suficiente para su
justificación en la obra. Hermanos, cuando tenemos su manifiesta aprobación,
declarada, podemos dejar a un lado todo lo que queda. Es esto la justa
fidelidad a Cristo. Tengamos paciencia. El juzgará todo mas adelante. Por
ahora, caminemos por la fe. Su palabra nos es suficiente. A su tiempo, el nos
justificará delante del mundo y honrará su palabra y la fe.
El
Señor Jesús pues ha recibido estos dones en su humanidad y los ha dado a
los hombres para terminar la obra del Evangelio y de la
Iglesia.; así, aquellos que han recibido estos dones están obligados a hacerlos
valer conforme a Dios, de ganar almas, de edificar a los cristianos, de
glorificar a su Señor y Maestro celestial. En el capítulo 4 de la epístola a
los Efesios, hemos encontrado los dones de edificación representados como
siendo confiados aquí abajo, por Cristo mismo subido a lo alto, mientras que su
cuerpo, en la tierra, está reunida y que, por su actividad recíproca, este
cuerpo crece y permanece, y al mismo tiempo, guardada de todo viento de
doctrina, para que crezca hasta la estatura de Cristo.
En
el capítulo 12 de 1ª de Corintios, los dones son primeramente considerados como
la actividad del Espíritu Santo en la tierra, que los distribuye a cada uno
como el quiere. Es por esto que encontramos aquí, no solamente los dones de
edificación, sino todos los que tienen un poder del Espíritu y las señales de
su presencia. Este capítulo examina todo lo que puede ser considerado como
manifestación espiritual y, hablando de la acción de los poderes de los
demonios, muestra los medios para distinguirlos de los dones divinos. Expone de
una manera muy clara la doctrina del cuerpo y de los miembros de Cristo, llamando
nuestra atención sobre esto: Que hay un solo Señor, por la cual la autoridad de
aquellos que tienen dones trabajan—sea en el mundo, sea en la asamblea—para
cumplir la obra de Dios por la eficacia del Espíritu Santo. Cada miembro
es dependiente de la acción del otro, porque todos han sido bautizados por un
solo y mismo Espíritu.
En
Romanos 12 y 1ª Pedro 4:10, los dones son enumerados brevemente— en Romanos 12
aún. Como miembros del cuerpo de Cristo * y, en general, con el motivo de
exhortar a aquellos que poseen los dones a no sobrepasar lo que les ha sido
dado, sino a concentrarse en los límites de su don. En 1ª de Pedro 4, el
Espíritu Santo exhorta a los cristianos a usar los dones que les han sido
dados, como administradores inmediatos y fieles del Dios mismo; hable
como los oráculos de Dios; de servir como por una facultad que se tiene de
Dios. En toda esta doctrina, no encontramos nada sobre los cargos, pero es
únicamente una cuestión de los miembros del cuerpo de Cristo que toman toda su
parte para la edificación del cuerpo y que tienen que hacerlo. Todos no hablan; todos no predican el Evangelio; todos no enseñan, porque no todos tienen estos dones;
pero todos están
obligados, según la Escritura, de hacer (según el orden escritural de la casa
de Dios), lo que Dios les ha confiado a hacer. Ahora que se ha
comprendido que todos los cristianos son miembros del cuerpo de Cristo, y que
cada miembro tiene su propio trabajo, su propio deber en el cuerpo, llega a ser
todo muy simple y claro.
Tenemos
un deber que cumplir, y esto por la fortaleza de Dios; y los menos aparentes
pueden ser los más preciosos, todos ejerciéndolos ante Dios y no delante de los
hombres. — Luego todos tienen algo que cumplir. Decir que todos tienen cargos,
es negar todos lo cargos. Todo es mas claro, si sondeamos la historia y la
enseñanza de la Escritura sobre este punto. Vemos que, en lo que concierne sea
en la predicación del Evangelio en el mundo, sea en la edificación de los
cristianos en las asambleas, no es de ningún modo una cuestión de cargos, sino
que todo depende de los dones.
Citemos
algunos pasajes para proveer esta aseveración.
Hemos
puesto ya la atención en nuestros lectores sobre Mateo 25. En la parábola de
los talentos confiados a tres esclavos, el Señor muestra este principio, que
dos de ellos son dignos de alabanza porque habían trabajado, sin estar
acreditados si no que por el hecho mismo de que su Señor les había
confiado su dinero. Mientras que el tercero es censurado y castigado, por haber
esperado un autorización, porque no tenía nada de confianza en su Señor y
no se había atrevido a trabajar sin una autorización posterior. Esto significa
que los dones en si mismos son, para el obrero, una autorización plenamente
suficiente para trabajar con el don que tiene, si
el amor de Cristo obra en su corazón;
pero si este amor no está allí, el es responsable; y la prueba que el amor de
Cristo no ha actuado en él es que no está activo en él, es que él n ha servido
por medio de su don; —es un esclavo malo y perezoso. Cristo da siempre
los dones, con el fin de que lo aprovechemos. Es los da siempre, con el fin de
que lo empleemos activamente. También encontramos que, de hecho, esto tenía
lugar entre los primeros cristianos. Cuando llegó la persecución con la muerte
de Esteban, los cristianos fueron dispersados, fueron a todo lugar predicando
el Evangelio. Leemos, en Hechos 8:4, y 11:21, que la mano del Señor estaba con
ellos. Pero es posible que yo conozca el medio por el cual un alma puede ser
salva y que no lo haga por este medio, aunque Dios me haya dado la capacidad
de hacerlo. Cada uno puede hacerlo en secreto; perola facultad de predicar
públicamente, es precisamente un don de Dios.
Muchos
hermanos al ver que Pablo se encontraba en prisión en Roma, Tomaron confianza
al ver sus cadenas, se atrevieron a anunciar la Palabra sin temor. (Filipense
1:13-14).
Cuando
los falsos maestros han salido para seducir a los cristianos, recibirlos o no
depende de ningún modo de un cargo o de la ausencia de un cargo. —Esto mismo se
le dice a una mujer (2ª Juan). —No pasa ni por un instante por la mente del
apóstol emplear tal medio para prevenir a una mujer sobre la ocasión de un
tiempo difícil; el le escribe simplemente de juzgar a cada un según su
doctrina. El no va solamente con la idea de aconsejar a esta mujer para pedirle
aquel que se presente como predicador, si tiene un cargo o si está consagrado u
ordenado. Al contrario, el alaba al muy amado Gayo, porque el había recibo a
los hermanos que habían partido por el nombre de Cristo, y le exhorta a
encaminarlos mas lejos de una manera digna de Dios; haciendo esto, Gayo
venía a ser un cooperador para la verdad (3 Juan 8).
En
cuanto a lo que concierne a la predicación el Evangelio, la Palabra de Dios
confirma pues esta doctrina, que cada uno, según su capacidad y las ocasiones
que Dios le provee en su gracia, está obligado a anunciar las buenas
nuevas.
La
Escritura es muy clara en cuanto a la edificación de los creyentes. No
solamente nos presenta esta verdad general, que Cristo, a dado los dones y que
el Espíritu Santo obra por ellos, con el fin de que se cumpla la obra de Dios
de todas maneras ( Efesios 4 y 1ª Corintios 12)., sino aún ella habla
exactamente y claramente del deber de aquellos que poseen estos dones. El
Espíritu Santo dice, pro boca de Pedro: «Cada uno según el don que haya
recibido, empléelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme
gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios, ».
Después, en 1ª Corintios 14, encontramos el orden según la cual el ejercicio de
los dones debiera tener lugar: «Que hablen dos o tres profetas, y que los demás
juzguen.... porque podéis profetizar todos uno por uno, con el fin de que
todos aprendan y que todos sean consolados». Santiago nos muestra claramente
los verdaderos límites de este servicio, sin mirar a los cargos, cuando dice
que los creyentes no se hicieran muchos maestros, porque la responsabilidad
es mayor (porque tropezamos todos en diversas maneras) y sufrirá un
juicio mucho mayor.
Es
perfectamente verdadero que los dones y que el servicio que los creyentes dan
por los dones, son completamente independientes de los cargos, y que aquellos a
los cuales Dios ha entregado estos dones, están obligados a emplearlos para la
edificación de los santos. La Escritura da las reglas según las cuales el
ejercicio de estos dones debe tener lugar; desea que los espíritus de los
profetas estén sujetos a los profetas y que todo sea hecho para edificación, de
tal manera que no haya ningún desorden en la asamblea. En cuanto a os
cargos. La Escritura no dice ni una sola palabra a este respecto.
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