sábado, 9 de junio de 2012

Los Amores de mi Vida.


Muy cierto es que el amor es la marca que distingue al cristiano. Demostramos el amor para nuestros hermanos en la fe cuando nos dedicamos a servir y a cuidar de ellos. Es un amor pensado, deliberado. El Señor Jesucristo quiso que sus discípulos fueran conocidos por su amor entre ellos. No fue simplemente una bonita sugerencia, era su mandamiento. El apóstol Pablo nos instó: "Que el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos." 1 Tes. 3:12
      Con nuestra preocupación para nuestros hermanos en Cristo, no ignoremos el amor que Cristo quiere que brindemos al mundo. Claro -no amemos al mundo en su sistema, su rebeldía contra Dios -sino a los que vi­ven en el mundo, los desorientados, infelices, deses­perados, que Cristo vino a salvar- no los sanos, sino los enfermos. Si amamos a nuestros enemigos, nuestro galardón será grande y seremos hijos del Altísimo que es benigno y misericordioso para con los ingratos y malos.
      El libro de la Biblia, el Cantar de los Cantares, trata de otro amor, el amor humano entre un hombre y una mujer- una relación creada por Dios. La joven dice: "¡Llévame grabada en tu corazón, llévame graba­da en tu brazo!" (Ca. 8:6). Es una costumbre saludable de las personas casadas, tanto el marido como la mujer, que usan un anillo de boda. Cuando un marido anda solo, todo el mundo puede ver en su mano el anillo que indica que es hombre casado, comprometido a una sola mujer. Cuando una casada anda sola, su anillo de boda es una señal a cualquier hombre de que pertenece a un solo hombre; ese anillo pone limitaciones a las otras amistades que los esposos entablan. La joven del Can­tar quiere que su amado la lleve grabada en su corazón, pero también grabada en su brazo: una señal de su rela­ción.
      ¿Qué decir de este amor de nuestra vida- el amor por nuestros hijos? Aún cuando están grandes cada cual con su vida independiente, no dejamos de amarlos y orar por ellos, aún más intensamente ahora porque ellos llevan ya mayores responsabilidades. Como no podemos dirigirlos de una manera directa, oremos mucho por ellos y estemos a su disposición para cuan­do nos necesiten.
      Tocamos el amor más importante como el último. Es nuestro amor para el Señor Jesucristo, nuestro Creador y Redentor, a quien amamos sin haberle visto, en quien creemos aunque ahora no lo vemos, y nos ale­gramos con gozo inefable y glorioso al pensar en verlo un día muy pronto.
            Estos son los amores de mi vida. Son suyos tam­bién. Pidamos de nuestro Dios que es amor, que nos ayude aumentar el amor en todos sus aspectos, día tras día.
(Tomado de Senda de Luz 2008)

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