martes, 1 de octubre de 2013

Meditaciones.

“No es vuestra la guerra, sino de Dios” (2Cr 20:15).


 Si un hombre es un soldado de la Cruz, puede esperar ser atacado tarde o temprano. Cuanto más valientemente declare la verdad de Dios y más certeramente ejemplifique la verdad en su propia vida, mucho más se verá sujeto al ataque. Un viejo puritano decía: “El que está cerca de su Capitán es blanco seguro de los arqueros”.
Será acusado de agravios que no cometió. Será atacado violentamente con chismes, calumnia y murmuración. Será condenado al ostracismo y ridiculizado. Este trato vendrá del mundo a veces, pero es triste decir que muchas veces viene de otros que se llaman creyentes.
En tales ocasiones, es importante recordar que la batalla no es nuestra sino de Dios. Y debemos apropiarnos de la promesa de Éxodo 14:14, “Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos”. Esto significa que no tenemos que defendernos a nosotros mismos o devolver el ataque. El Señor nos vindicará en el tiempo oportuno.
F. B. Meyer escribió: “¡Cuánto se pierde con una palabra! Estad quietos; permaneced en calma; al que te hiera en una mejilla, vuélvele también la otra. Nunca devolvamos el insulto. No importa tu reputación o carácter, ellos están en Sus manos, y tú los echarás a perder si intentas retenerlos”.
José sobresale como ejemplo de uno que no trató de vindicarse a sí mismo cuando fue acusado falsamente. Encomendó su causa a Dios, y Dios limpió su nombre y le promovió a un lugar de gran honor.
Un siervo de Cristo ya entrado en años testificaba que había sido difamado muchas veces a través de los años. Pero oraba con las palabras de Agustín: “Señor, líbrame del deseo de vindicarme siempre a mí mismo”. Decía que el Señor jamás había fallado en justificarle y de exhibir a sus acusadores.
El Señor Jesús, por supuesto, es el Ejemplo supremo: “...quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1Pedro 2:23).

Este es el mensaje para hoy. No tenemos que defendernos a nosotros mismos cuando somos acusados falsamente. La batalla es del Señor. Él peleará por nosotros. Debemos estar tranquilos.

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