Me
parece que una pocas palabras en cuanto a la iglesia serán ahora oportunas,
aunque no presentando alguna cosa enteramente nueva. La cuestión de la Iglesia
es debatida en todo sentido; y aquellos que favorecen la opinión católica o la
de la alta iglesia (Iglesia Anglicana o de Inglaterra) sacan provecho de
ciertas expresiones que algunos encuentran difícil de explicar. Mi nota acerca
del tema será breve.
Hay dos puntos
a ser considerados que contienen todo aquello de lo cual me ocupo ahora. El
primero es uno que yo he advertido hasta ahora, y sobre el cual descansan la
confusión y la discordia que agitan al protestantismo creyente; a saber, la
identificación de la casa con el cuerpo, o la cosa exterior aquí en la tierra
(que incluye a todos quienes profesan el Cristianismo y a todos los bautizados)
con la cosa interior, o aquello que está unido a Cristo por el Espíritu Santo.
El otro punto es tomar la figura de un edificio (tal como la Escritura lo
hace), y luego confundir lo que Cristo mismo edifica con lo que es el fruto de
la obra de edificar exteriormente, confiada aquí en la tierra a la
responsabilidad del hombre.
La confusión
sobre el primer punto me parece que ha sido el origen del sistema completo del
papado (catolicismo) en sus rasgos principales; y la Reforma no consiguió
librarse de dicha confusión. Yo me refiero al atribuir los privilegios del
cuerpo a todo aquel que era introducido exteriormente en la profesión interior
de Cristianismo - a toda persona bautizada. Al principio, de hecho, fue así: el
Señor añadía diariamente a la Iglesia a los que iban siendo salvos. No había
ningún principio implicado en esto. Era la propia obra del Señor; y,
obviamente, era llevada a cabo real y perfectamente. Lo que Él hizo con los
perdonados al final de la dispensación Judía no fue llevarlos al cielo, tal
como Él lo hará al final del período actual, sino añadirlos a la asamblea que
Él había formado. No puede haber ninguna duda razonable acerca de que ellos
fueron añadidos mediante el bautismo, puesto que era la forma conocida habitual
de hacerlo. Estos, como introducidos por el Señor, ciertamente, tenían
realmente parte en todos los privilegios que se encontraban en el cuerpo al
cual ellos eran añadidos. El sistema sacramental (o de ordenanzas) y vital
permaneció sin distinción; y, de hecho, permaneció no desarrollado en ciertos
aspectos, ya que aún no había Gentiles recibidos, ni tampoco la unidad del cuerpo
había sido enseñada. Todo lo que hubo allí fue dado; ya que el Espíritu Santo
había descendido, pero estaba, como un hecho, limitado a los judíos y a
Jerusalén; de modo que si la nación se hubiera arrepentido, Hechos 3 podría
haberse cumplido así como el capítulo 2. Pero si todo estuviera desarrollado
aquí, si los caracteres distintivos de la Iglesia, tal como la unidad de Judíos
y Gentiles en un cuerpo, no eran puestos en evidencia, todo era, en todo caso,
real. El Señor, quien añadía a la Iglesia, llevó a los hombres a los
privilegios que la Iglesia poseía, y trajo a ella a los que los habían de
poseer.
Pero este
pronto dejó de ser el caso. Simón el mago y falsos hermanos entraron
encubiertamente, y la introducción sacramental (o por ordenanzas) y el disfrute
real del privilegio llegaron a ser distintivos. No todos quienes eran
introducidos mediante el bautismo eran miembros del cuerpo de Cristo, ni
tampoco tenían realmente vida eterna. Yo no digo que no gozaran de ventajas.
Ellos gozaban de muchas en todo sentido, pero ello solo se volvió en mayor
condenación, y según Judas, ellos eran la simiente del juicio en lo que se
refiere a la Iglesia: la Escritura es así testigo de esto. Permanece así, como
hemos mostrado acerca de la Iglesia primitiva, que esta cuestión, o diferencia,
se perdió completamente. Ellos contendieron por la verdad contra la herejía,
como Irineo; por la unidad, de hecho, en lo que existía, como Ignacio (aunque
la mayor parte de lo que comúnmente se lee de él considero que es claramente
espurio). Ambos tenían razón en lo principal, pero la doctrina que Pablo
sostuvo con dificultad contra los judaizantes, y, en general, la doctrina de un
solo cuerpo (del cual Cristo era la cabeza, y aquellos personalmente sellados
con el Espíritu Santo eran los miembros), se perdió; y en general, los derechos
del cuerpo fueron atribuidos a todos los bautizados. Yo digo en general, porque
los verdaderos privilegios del cuerpo habían desaparecido totalmente de sus
mentes. Si ellos guardaban los grandes elementos de la fe, y el Gnosticismo (la
negación de la humanidad, o de la divinidad, de Cristo) era rechazado, ellos se
sentían satisfechos; mientras el Platonismo (por medio de Justino Mártir,
Orígenes, y Clemente) corrompía suficientemente en el interior. Pero el efecto
fue evidente. El cuerpo exterior llegó a ser la Iglesia, y cualquier cosa que
se consideraba un privilegio fue atribuido a todos los bautizados.
Esto ha
continuado en las iglesias reformadas. De esta manera, se dice 'el bautismo
en el cual fui hecho un miembro de Cristo, un hijo de Dios, y un heredero del
reino de los cielos'; así Lutero, así Calvino: sólo que el último
afirmando, en otras enseñanzas, que sólo se llevaba a cabo en los elegidos; así
la Iglesia Escocesa (Presbiteriana) - difiriendo sólo el grado de privilegio.
Muchas consecuencias importantes derivaron de esto en anglicanos y luteranos;
tales como que una persona tenía realmente vida eterna, era realmente un
miembro de Cristo, y con todo, finalmente se perdía. No me detengo en estas
cosas; pero la inmensa relevancia de ellas es evidente. Ahora bien, había un
doble error en atribuir así a los ritos sacramentales exteriores, la real
introducción vital a la posesión viviente de los privilegios divinos; y, en la
total confusión de pensamiento que siguió a continuación, el hecho de atribuir
los privilegios de un sacramento u ordenanza a la participación en el otro.
Yo no niego
que se habla de la señal como la cosa significada. Cristo pudo decir,
"esto es mi cuerpo que por vosotros es partido" (1 Corintios 11:24),
cuando aún no había sido partido en absoluto y mientras Él sostenía el pan en
Su propia mano estando vivo; "Pascua es de Jehová" (Levítico 23:25),
cuando Dios ya no estaba 'pasando sobre' en absoluto; "Yo soy la vid
verdadera" (Juan 15:1), y lo mismo acerca de otros miles de casos. Ello
cabe en todo idioma. Yo digo acerca de un retrato: «Esta es mi madre.» Nadie es
engañado por ello sino los que eligen ser engañados. "Por tanto, fuimos
sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo" (Romanos 6:4 -
BTX), no obstante, nosotros no estamos sepultados, y no morimos: eso es seguro.
De ahí que en la Escritura encontramos, de un modo general, este uso del
lenguaje en cuanto al bautismo y a la cena del Señor. Sólo que, es excepcional
decirlo, nosotros no encontramos la comunicación de vida atribuida al bautismo,
ni tampoco el comer la carne de Cristo ni beber la sangre de Cristo atribuidos
al participar de la cena del Señor. El más cercano enfoque a ello es el
lavamiento de la regeneración[1]. [1]
Puede haber pasajes de los cuales se puede pensar que lo demuestran, tal como
Juan 3 y 6 (cuya aplicación a los sacramentos u ordenanzas yo debo negar
completa y absolutamente); pero no hay ningún pasaje directo. El bautismo es
usado figuradamente en cuanto a nuestra sepultación para muerte, y puede ser
aseverado de nuestra resurrección con Cristo. Saulo fue llamado para que sus
pecados fueran lavados (Hechos 9); pero de nadie se dice que reciba vida o se
vivifique en él.
La Escritura
reconoce un sistema sacramental (es decir, un sistema de ordenanzas) mediante
el cual los hombre se reúnen manifiestamente en un sistema en la tierra, donde
se encuentran privilegios. Las Escrituras Judías y cristianas tienen ambas este
carácter; pero la Escritura distingue cuidadosamente la posesión personal de
privilegios de la admisión al lugar donde están estos privilegios. "¿Qué
ventaja tiene pues el judío? . . . Mucho, en todos los sentidos. Primero,
ciertamente en que les fueron encomendados los oráculos de Dios." (Romanos
3: 1, 2 - BTX). Y en otra parte tenemos una enumeración de estos privilegios
que es llevada a cabo aun hasta Cristo siendo de ellos según la carne. (Romanos
9: 1-5). Pero no todos los que descendían de Israel eran Israelitas, ni eran judíos
los que lo eran exteriormente.
Lo mismo es
verdad en el Cristianismo. En 1 Corintios 10 el apóstol insiste que los hombres
podrían participar de los sacramentos u ordenanzas y, después de todo, perecer.
Y esto puede ir muy lejos: una persona puede tener todos los privilegios
exteriores y reales que pertenecen al sistema Cristiano y puede no tener vida.
Este es el caso en Hebreos 6. Uno puede hablar las lenguas de los hombres y de
los ángeles (1 Corintios 13:1 - VM), puede tener fe para mover montañas, y ser
nada. Estas cosas pueden estar allí, y no "acompañan a la salvación."
("Empero, amados míos, esperamos con confianza mejores cosas de vuestra
parte, y que acompañan a la salvación,..." Hebreos 6:9 - VM). Por eso, en
el caso de los Gálatas, el apóstol estuvo perplejo en cuanto a ellos (Gálatas
4:20), aunque el Espíritu fue ministrado a ellos; y nosotros tenemos al Señor
admitiendo que los hombres echaban fuera demonios en Su nombre, y sin embargo
Él nunca los había conocido (Mateo 7). Y aunque esto (es cierto) está
directamente conectado con Su estadía en la tierra, uno puede ser un pámpano en
la vid, y ser quitado[2]. [2] Yo
meramente confirmo la verdad general mediante esto. En el orden Cristiano de
cosas, nosotros somos admitidos al sistema Cristiano reconocido mediante
ordenanzas, y aun podemos disfrutar de privilegios exteriores y, con todo,
podemos no tener vida divina o unión con Cristo.
Pero el
sistema Anglicano va más allá. Atribuye a los bautizados aquello de lo cual el
bautismo no es ni siquiera una señal. Yo no deseo negar que el bautismo debiera
ser una señal de regeneración. Es conforme a la Escritura específicamente para
muerte, y, en general, en el nombre de Cristo. Pero es como una señal de
muerte, y saliendo de ella puede ser considerado como resurrección; pero esto
es individual, y no tiene nada que ver con el cuerpo de Cristo. El bautismo no
es ni siquiera una señal de ser, o de haber sido hecho, un miembro de Cristo.
El bautismo no va más allá de la muerte, y, a lo más, de la resurrección. Es
individual. Yo muero allí: yo me levanto nuevamente. La unidad del cuerpo no
tiene ningún lugar en él. Nosotros somos bautizados solos, cada uno por sí
mismo. Pero es por un solo Espíritu que nosotros somos bautizados en un solo
cuerpo, no por agua. La cena del Señor es una señal de eso; nosotros todos
somos un solo cuerpo, puesto que participamos de aquel un solo pan. El hecho de
alegar que todas las personas bautizadas tienen vida no es Escritural y es
falso. Adscribir la posesión de privilegios vitales, vida eterna, a dichas
personas es un error fatal, y es lo que conduce al juicio revelado en la
epístola de Judas. El atribuir la membresía de Cristo a ellos no se encuentra
en el bautismo ni siquiera en figura.
Los
sacramentos u ordenanzas, puesto que existe un sistema sacramental, son las
administraciones terrenales de privilegios revelados, un sistema exterior de la
fe profesada, y un cuerpo visible en la tierra. Tener vida y ser miembros de
Cristo son por el Espíritu Santo. Nosotros nacemos del Espíritu, y por un solo
Espíritu somos bautizados en un solo cuerpo. Decir que somos miembros de Cristo
por el bautismo es una falsificación de la verdad de Dios, confundiendo (lo que
es directamente contrario a la Escritura) la admisión exterior a la profesión
terrenal con la vida de parte de Dios, se trata de la falsificación aun del
significado de la señal. Es el otro sacramento u ordenanza, no el bautismo, el
que (aun exteriormente) exhibe la unidad del cuerpo. La cena del Señor es, en
su naturaleza, recibida en común. La asamblea o Iglesia participa. Por tanto
tenemos (Efesios 4), "Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como también
fuisteis llamados con una misma esperanza de vuestro llamamiento."
(Efesios 4:4 - BTX). Esto pertenece al Espíritu y a personas espirituales.
"Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo" (Efesios 4:5 - BTX);
tal es la profesión exterior y la fe de Cristo.
El confundir
la administración exterior mediante ordenanzas con el poder del Espíritu de
Dios es la fuente del catolicismo y la apostasía. Es lastimoso ver de qué
manera Agustín de Hipona (un hombre verdaderamente piadoso personalmente, quien
sintió lo que la vida y la verdadera Iglesia eran, cuando la cosa exterior
llegó a estar groseramente corrupta) se retorcía bajo el esfuerzo de conciliar
los dos; y se desalienta y se sobresalta en su respuesta a los Donatistas - la
cual es ninguna. Se había determinado que el bautismo por medio de herejes era
bueno; se sostenía que el Espíritu Santo era dado mediante dicha ordenanza
(otro error a lo menos atroz, tal como el libro de los Hechos muestra
claramente): por consiguiente, los Donatistas lo tenían, por consiguiente ellos
eran de la Iglesia verdadera. Agustín procuró en vano, actuando con indecisión, salirse de la red que él mismo había
extendido o en la que el mismo se había introducido. Ello requería un nuevo
remedio. De hecho, los obispos y Constantino habían utilizado más bien otros
medios en vez de argumentos.
Permítanme
añadir aquí, lo que no es menos importante comentar, que el bautismo importa,
no un cambio de estado recibiendo vida, sino un cambio de lugar. Hay dos cosas
necesarias para el hombre caído. Él estaba en enemistad con Dios, en la mente
de su carne, y era conducido lejos de Dios. Ambas cosas tenían que ser
remediadas. Nosotros hemos nacido de Dios, obtenemos el Espíritu de vida en
Cristo Jesús; pero el hecho de tener vida no cambia nuestro lugar; tomamos
conciencia de la pecaminosidad de la carne - de que no hay ninguna cosa buena
en nosotros (es decir, en nuestra carne); pero si nosotros traemos esto a la
luz de las demandas de Dios, entonces sólo podemos exclamar "¡Miserable de
mí!" Se necesita también un cambio de lugar, de posición, de nivel, siendo
reconciliados con Dios. Pero eso es por la muerte de Cristo y entrando así como
Hombre en resurrección en un lugar y una posición nuevos para el hombre,
conforme al valor de Su obra. Él murió al pecado una vez por todas: más en cuanto
vive, vive para Dios. (Romanos 6:10). Ahora bien, es de esto de lo que el
bautismo es señal, no simplemente de Su poder vivificador como Hijo de Dios.
Nosotros somos bautizados en Su muerte, sepultados con Él para muerte, para que
como Cristo fue resucitado de los muertos por la gloria del Padre, nosotros
andemos también en novedad de vida (o en vida nueva). No hay duda que si
nosotros resucitamos, nosotros estamos vivos; pero somos vivificados junto con
Él. La muerte nos ha sacado totalmente fuera del antiguo lugar; morimos fuera
de él, tal como Cristo murió fuera del mundo[3],
y al pecado; estamos muertos a la ley por medio del cuerpo de Cristo; estamos
muertos al pecado, hemos crucificado la carne, estamos crucificados para el
mundo. Ahora bien, el bautismo representa la muerte, y por tanto, una vez
salido de él, un nuevo lugar y posición delante de Dios - muerte y no
vivificación. Nosotros nos hemos revestido de Cristo como estando en este lugar
nuevo, y hemos terminado con el mundo, la carne, y la ley, por medio de la
muerte. Esto sería verdad aunque no hubiese más que un Cristiano salvado en el
mundo. La unidad del cuerpo, la cual sigue a esto, es otra verdad. La doctrina
de la Epístola a los Romanos no trata esto, aunque las partes prácticas se ocupan
de ella como una verdad bien sabida.
Me vuelvo
ahora al edificio. Cristo declara en Mateo 16, que Él edificará la Iglesia y
que las puertas del infierno (Hades) - el poder de Satanás, como teniendo el
poder de la muerte - no prevalecerán contra ella. El título dado al poder de
Satanás muestra claramente qué era la roca. Cristo era el Hijo del Dios
viviente. El poder de la muerte (que Satanás tiene) no podía prevalecer contra
eso. La resurrección fue la prueba de ello: entonces Él fue declarado Hijo de
Dios con poder. La confesión de Pedro de la verdad revelada a él por el Padre
lo coloca, por el don de Cristo, en el primer lugar en conexión con esta
verdad. El lector puede observar que las llaves no tienen nada que ver con la
Iglesia: las personas no edifican, tal como hasta aquí lo he comentado, con
llaves. Además, las llaves, las del reino, fueron dadas a Pedro. Él no tenía
nada que ver con el hecho de edificar: Cristo iba a hacer eso.
"Edificaré", dice Cristo. El Padre había revelado el carácter de
Cristo. Sobre esa roca Cristo edificaría; Pedro podría ser la primera piedra en
importancia, pero no edificador. Además de eso, Cristo mismo tiene
("también" se refiere a esto: "Yo también", es decir,
además de lo que el Padre ha hecho, Mateo 16:18) una administración que
confiere a Pedro, la del reino cuyas llaves le son dadas. Pero más allá de toda
controversia, el reino de los cielos no es la Iglesia, aunque puedan correr
paralelamente en la época actual. Por consiguiente, cuando Pedro se refiere a esto,
él no habla, de ningún modo, de él mismo como edificando. Era la obra personal
secreta personal de Cristo en el alma llevada a cabo por Él, una obra
espiritual real, aplicable individualmente y sólo a aquellos que eran
espirituales, y, aunque por gracia en sus corazones, el que ellos hayan venido
a Cristo. "Acercándoos
a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, más para Dios
escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como
casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales
aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Por lo cual también contiene la
Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo,
escogida, preciosa; Y el que creyere en él, no será avergonzado. Para vosotros, pues, los que creéis, él es
precioso." (1 Pedro 2: 4-7); por otra parte, una piedra de tropiezo. Ahora
bien, no hay aquí ninguna ordenanza, sino fe; piedras vivas acercándose a una
piedra viva. Todo es espiritual, personal, real. Cristo es precioso para la fe.
Ellos han gustado que el Señor es benigno: de lo contrario no es cierto, Pedro
no edifica, ni tampoco ningún otro instrumento. Ellos vienen por fe y son
edificados. Contra esto, con toda seguridad, las puertas del hades no
prevalecerán; pero el edificio del hombre no tiene nada que decir a ello. El
cuerpo o la membresía del cuerpo no forma parte de la revelación de Pedro. Ni él
tampoco habla de la Iglesia o asamblea en absoluto.
Volvámonos
ahora a Pablo. Él abunda sobre esta cuestión. Él era un ministro de la Iglesia
para proclamar plenamente o completar la Palabra de Dios. Por eso es que la
doctrina de la Iglesia como el cuerpo de Cristo es desarrollada plenamente por
él. En Efesios 4, en 1 Corintios 10 y 12, en Romanos 12, en Colosenses, tenemos
una amplia y elaborada enseñanza sobre el tema; pero, obviamente, no se habla
acerca de edificar un cuerpo. Cristo ha resucitado para ser la Cabeza del
cuerpo. En Colosenses 1, Él es exaltado a la diestra de Dios. Y Dios le ha dado
a Él, en esa posición, ser Cabeza del cuerpo que es Su plenitud, la plenitud
del que todo lo llena en todo. Cristo ha reconciliado a ambos en un cuerpo por
medio de la cruz. Y, en cuanto a su cumplimiento, es por el bautismo del
Espíritu Santo: por un solo Espíritu todos hemos sido bautizados en un solo
cuerpo. Y, además, cuando él habla del edificio en su verdadero ajuste
perfecto, él tampoco tiene un edificador instrumental. "Edificados sobre
el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del
ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va
creciendo para ser un templo santo en el Señor." (Efesios 2: 20, 21).
Esto, aunque diferentemente visto, es el edificio de Pedro. Podemos encontrar
lo mismo en Hebreos 3, la casa de Cristo, "la cual casa somos
nosotros." (Hebreos 3:6). Pero Pablo habla de manera diferente en otra
parte, y nos muestra la casa levantada por instrumentos humanos, una ostensible
obra pública en el mundo. "Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y
vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia de Dios
que me fue dada, yo, como sabio arquitecto, puse el fundamento, y otro edifica
sobre él. Pero cada uno tenga cuidado cómo edifica encima." (1 Corintios
3: 9, 10 - LBLA). Y luego él
muestra el efecto de la fidelidad, o de la infidelidad, en la obra. Ahora bien,
en esto nosotros tenemos directamente involucradas en la obra la
responsabilidad del hombre, y la agencia del hombre. Cristo no es el edificador
de esta obra. Pablo es el sabio (o perito) arquitecto y pone el fundamento, el
cual es Cristo; otros edifican sobre él; y tampoco el edificio es, por
consiguiente, bien coordinado. Madera y heno y hojarasca no se coordinan bien
en un edificio con oro y plata y piedras preciosas: la obra, en tal caso, debe
ser quemada: la obra de Cristo jamás lo será. Ahora bien, esto presenta,
evidentemente, otro carácter de la Iglesia distinto del presentado en Mateo 16
o 1 Pedro 2.
Es
sobre esta confusión y este error que el catolicismo, el Puseyismo[4], y el
sistema completo de la alta iglesia (Anglicana) está edificado. Ellos no han
distinguido entre el edificio que Cristo edifica, donde piedras vivas se
allegan a una piedra viva, donde todos crecen para ser un tempo santo en el
Señor (es decir, donde el resultado es perfecto), y aquello que el hombre
edifica abiertamente, aunque como si fuera edificio de Dios, y donde el hombre
puede fracasar y ha fracasado. Yo estoy enteramente justificado al considerar
la cosa exterior en este mundo como un edificio, el cual en pretensión,
carácter, y responsabilidad es el edificio de Dios; no obstante, este ha sido
edificado por el hombre, y edificado de madera y hojarasca, de tal manera que
la obra va a ser quemada en el día del juicio, la cual va a ser revelada por
fuego. Efectivamente, hay más, yo puedo ver que los corruptores la han
corrompido; y que, si algunos han tratado con ella en este carácter, ellos
serán destruidos. En una palabra, yo tengo un edificio que Cristo edifica, un
edificio en el cual piedras vivas vienen y son edificadas como piedras vivas,
un edificio que crece para ser un templo santo en el Señor. Yo tengo, asimismo,
lo que es llamado el edificio de Dios, como aquello que es para Él y
establecido por Él en la tierra, pero que es edificado, en lo que respecta a la
agencia y la responsabilidad, por el hombre, donde puedo encontrar muy mala
edificación e incluso personas corrompiéndolo. El fundamento está bien puesto,
y es un buen fundamento, pero toda la superestructura está puesta en duda. De
este modo, la iglesia profesante completa se encuentra en la posición y
responsabilidad del edificio de Dios; el edificio en sí mismo, o la obra, es la
obra de los hombres y puede ser madera, heno, y hojarasca, o la mera corrupción
de los corruptores. No es aquello de lo cual Cristo dice,
"Edificaré." Sería una blasfemia decir que Él edifica con madera,
heno, y hojarasca, o que corrompe el templo de Dios. No obstante, el apóstol
nos dice que eso puede suceder; y ello ha sucedido, y aquel que pone el título
de Dios sobre la madera, heno, y hojarasca, o sobre la malvada corrupción de Su
templo, deshonra a Dios (en lo que a ellos concierne) poniendo Su sello y
aprobación sobre el mal, lo cual es la mayor de las iniquidades. Pablo nos dice
cuál es nuestra senda en un caso tal (2 Timoteo 2); pero no es mi objetivo
dedicarme a esto aquí, sino distinguir entre aquellos admitidos por el bautismo
y el cuerpo; y entre la Iglesia que Cristo edifica, y lo que el hombre edifica
cuando el edificio de Dios le es confiado. Todo lo que ha sido confiado al
hombre, el hombre ha fracasado en ello. Y Dios ha puesto primero todo en sus
manos, para ser establecido perfecto en el segundo Hombre quien jamás fracasa.
El propio Adán
fracasa y es reemplazado por Cristo.
La ley fue
dada, e Israel hizo el becerro de oro; de aquí en adelante, cuando Cristo
venga, la ley será escrita en el corazón de Israel.
El sacerdocio
fracasó, fuego extraño fue ofrecido y a Aarón se le prohibió entrar en el
santuario, excepto en el gran día de la expiación, y esa ocasión, no sin sus
vestiduras para honra y hermosura; Cristo es un sumo sacerdote misericordioso y
fiel aun ahora en gloria.
El hijo de
David establecido fracasa completa y personalmente, amando mujeres extranjeras,
y el reino es dividido. Nabucodonosor, establecido por Dios sobre los Gentiles,
hace una imagen de oro, pone a aquellos fieles a Dios en el fuego, y llega a
ser una bestia. Cristo tomará el trono de David en gloria inagotable, y se
levantará para reinar sobre los Gentiles.
La Iglesia fue
llamada a glorificar a Cristo. "Yo", dice Él, "soy glorificado
en ellos." ("Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los
que tú me has dado; porque tuyos son: y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío;
y yo soy glorificado en ellos." Juan 17: 9, 10 - VM). Pero el resultado es
anticristos y apostasía: aun en el tiempo del apóstol todos buscan lo suyo
propio; y el último tiempo (Juan), los objetos de juicio (Judas), estaban ya
allí. Después del deceso de Pablo, lobos rapaces vendrían, y del seno de la
Iglesia se levantarían aquellos que arrastrarían tras sí a los discípulos (Hechos
20), y tiempos peligrosos y malos hombres y engañadores irían de mal en peor (2
Timoteo 3:13), y si ellos no continuaban en la bondad de Dios, ellos serían
cortados: pero Él vendrá, para todo esto, para ser glorificado en Sus santos y
admirado de todos los que creen. (2 Tesalonicenses 1:10). La Iglesia ha caído
al igual que el resto. La gracia producirá y perfeccionará su propia obra. El
edificio de Cristo estará completo y será perfecto, pero para ser manifestado
en gloria. El edificio del hombre está mal edificado y corrompido, y caerá bajo
el peor y el más severo de los juicios.
Traducido del Inglés por: B.R.C.O.
[1] En 1 Pedro 1 la palabra "regeneración" no
es la misma palabra que "nacer de nuevo". Se trata de un cambio de
estado, como en Mateo 19:28, no de una comunicación de vida.
[2] "Si alguno", no 'si vosotros', "no permaneciere en mi" (Juan 15:6 - VM):
el Señor los conocía, y sabía que ellos ya estaban limpios.
[4] (N del E)
Referencia
al movimiento surgido dentro del protestantismo con inclinación a la “fe
católica”. La expresión proviene del nombre de uno de sus grandes exponentes:
Pusey
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