“Porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada”
(2 Samuel 24:24).
Cuando a David se le
indicó que ofreciera holocaustos donde el Señor había detenido la peste, Arana
presentó de inmediato un regalo que consistía en terreno, bueyes y leña para el
fuego. Pero David insistió en comprar estas cosas. No ofrecería al Señor algo
que no le costara.
Sabemos que llegar a ser
cristiano no cuesta nada, pero también debiéramos saber que una vida de
discipulado genuino cuesta mucho. La religión que no cuesta nada no vale nada.
Muy a menudo el grado de
nuestro compromiso está determinado por consideraciones de conveniencia, costo
y comodidad. Sí, iremos a la reunión de oración sino estamos cansados o no
tenemos dolor de cabeza. Sí, enseñaremos en la clase bíblica siempre y cuando
ésta no interrumpa un fin de semana en la montaña.
Nos pone nerviosos orar
en público, dar un testimonio o predicar el evangelio, por lo tanto,
permanecemos en silencio. No tenemos deseos de trabajar predicando entre los
marginados y los de clase baja, por temor a los piojos o las moscas. Desechamos
cualquier deseo de ir al campo de misión por el horror a las víboras o las
arañas.
A menudo ofrendamos
solamente propinas en lugar de sacrificios. Ofrendamos lo que nos sobra, a
diferencia de aquella viuda que lo dio todo. Nuestra hospitalidad depende del
importe de los gastos, las incomodidades y el desorden en nuestras casas, a
diferencia del ganador de almas que decía que cada alfombra de su casa estaba
manchada por el vómito de los borrachos que recibía. La disponibilidad hacia la
gente necesitada llega a su fin cuando nos metemos en nuestra cama de agua, a
diferencia del pastor que estaba dispuesto a levantarse en cualquier momento
para dar asistencia espiritual o material.
Con mucha frecuencia
cuando Cristo nos llama, nos preguntamos: “¿Cómo me beneficia esto?” o “¿Valdrá
la pena?” La pregunta debería ser: “¿Es ésta una ofrenda que realmente cuesta?”
Bien se ha dicho: “En la vida espiritual es mejor dar que recibir”.
Cuando pensamos en lo que le costó nuestra redención al Salvador, es
bien pobre el retroceder ante el coste y sacrificio por él.
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