¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma
de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena. (Salmo 139:17-18)
Normalmente le damos valor a los pensamientos de un hombre importante que
es considerado sabio y bueno. Los atesoramos por su propio peso, pero ¡cuánto
realzamos su valor cuando nos conciernen personalmente! Entonces, ¡cuánto más
debiésemos valorar los pensamientos de Dios, especialmente cuando nos
conciernen!
Las
Escrituras registran Sus pensamientos hacia nosotros. Se nos dice que nos ama,
que se compadece de nosotros y nos lleva en Su corazón. La naturaleza también
está llena de tales pensamientos. Sin embargo, no es por medio de los símbolos
mudos de la naturaleza que descubrimos los pensamientos del Padre, quien quería
reconciliarnos consigo mismo. Sus pensamientos nos los reveló “en el Hijo” (He.
1:2). Jesús es Aquel por medio de quien fluyen los preciosos pensamientos del
Padre, llenos de inefable bondad, gracia y amor. ¡Cuán preciosos son estos
pensamientos de Dios!
¡Oh,
cuánto debiésemos apreciar Sus inefables pensamientos hacia nosotros! Cómo
solucionarían nuestras dudas, calmarían nuestros temores, aliviarían nuestros
dolores, acallarían nuestras dudas y suavizarían nuestras enfermedades. Ellos
traen confianza, paz y gozo a muchos con un espíritu alicaído, enlutado,
atribulado y pensativo. Esta ha sido la experiencia de los creyentes en todas
las épocas.
¡Qué
molesta incredulidad a veces se agita dentro nuestro! Si dejásemos que los pensamientos
de Dios, tal como están revelados en Su Palabra, entren y llenen los aposentos
de nuestras mentes, ¡cuán diferentes serían nuestras perspectivas y
pensamientos con respecto a lo que estamos atravesando!
J. R. Macduff
No hay comentarios:
Publicar un comentario