CONTRARIO a la opinión popular, el cultivo de una
sicología de credulidad sin criterio no es un bien absoluto, y si se lleva al
extremo puede ser un mal positivo. Todo el mundo ha caído en la trampa del
diablo, y la trampa más mortal es la religiosa. El error nunca aparece tan
inocente como cuando se encuentran en el santuario.
Un campo en que aparecen trampas mortales en gran profusión que parecen
innocuas, es en el terreno de la oración. Hay más nociones dulces acerca de la
oración que las que cabrían en un gran libro, todas erróneas y todas muy
perjudiciales para las almas de los hombres.
Creo que una de estas nociones falsas que se suele
encontrar en lugares agradables en compañía sonriente de otras nociones indudablemente
ortodoxas, es que Dios siempre contesta la
oración.
Este error aparece entre los santos como una especie de terapéutica para
prevenir que algún cristiano desalentado sufra demasiado shock cuando se hace
evidente que las expectaciones de su oración no se cumplen. Se le explica que
Dios siempre contesta la oración, ya sea diciendo Sí o diciendo No, o
sustituyendo otra cosa por el favor deseado.
Sería difícil inventar una excusa mejor qae ésta para
halagar al peticionario cuyas súplicas han sido
rechazadas por falta de obediencia. Por consiguiente, cuando una oración no es
contestada tiene solamente que sonreír alegremente y explicar, “Dios dijo No.”
Todo es muy cómodo. Su fe vacilante es salvada de la confusión y su conciencia
permanece tranquila. Pero me pregunto acaso es honrado.
Para recibir una respuesta a la oración como la Biblia usa el término y
como los cristianos han comprendido a través de la historia, dos elementos son
indispensables: (1) Una petición específica hecha a Dios por un favor
determinado. (2) La concesión exacta por Dios de la súplica hecha. No puede
torcer la semántica, ni cambiar las etiquetas, ni alterar el mapa
durante el viaje para ayudar al turista avergonzado a encontrarse,
Cuando vamos a Dios con una petición que él modifique la situación
existente para nosotros, es decir, que él conteste la oración, hay dos
condiciones que debemos cumplir:
(1)
Debemos orar en la voluntad de Dios y
(2)
tenemos que estar en condición de orar; eso es, debemos
estar viviendo vidas agradables a Dios.
Es inútil rogar a Dios que actúe en contra de sus propósitos revelados.
Para orar con confianza el peticionario tiene que estar seguro que su plegaria
cao dentro de la amplia voluntad de Dios para su pueblo.
La segunda condición también es
de vital importancia. Dios no tiene ninguna obligación de conceder las
peticiones de cristianos mundanos, carnales o desobedientes. Él contesta las
oraciones de los que andan en sus sendas. “Amados, si nuestro corazón no nos
reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la
recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que
son agradables delante a él”. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen
en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (1 Juan 3:21, 22; Juan
15:7).
Dios quiere que oremos y él
quiere contestar nuestras oraciones, pero él hace que nuestra
oración sea un privilegio que va unido a su uso de la oración como una
disciplina. Para
recibir respuesta a la oración tenemos que cumplir los
requisitos de Dios. Si somos negligentes con sus mandamientos, nuestras
peticiones no serán contestadas. El alterará las situaciones solamente a petición
de las almas obedientes v humildes.
La falacia del Dios-siempre-contesta-la -oración deja al hombre de oración
sin disciplina. Ejerciendo esta falaz casuística él pasa por alto la necesidad
de vivir sobria, justa y santamente en este mundo actual, y realmente toma la
negación de Dios a contestar su oración como una respuesta misma. Desde luego
que tal hombre no va a crecer en santidad; nunca aprenderá a luchar y esperar;
no conocerá la corrección; él no oirá la voz de Dios llamándole a avanzar; nunca
llegará al lugar donde es moral y espiritualmente apto para que sus oraciones
sean contestadas. Su filosofía errada le ha arrumado.
Es por eso que me detengo para exponer su teología errada sobre la cual
funda su filosofía errada. El hombre que la acepta no sabe nunca en qué
terreno está parado; nunca sabe acaso tiene fe verdadera, porque si su plegaria
no es contestada él evita las implicatorias por la simple evasiva de declarar
que Dios ha cambiado la situación y le ha dado otra cosa. No quiere apuntar al
blanco, así que nunca puede saber si tiene buena puntería o no.
Santiago dice claramente de ciertas personas: “Pedís, y no recibís, porque
pedís mal, para gastar en vuestros deleites.” De esa sencilla oración podemos
aprender que Dios rehúsa algunas peticiones porque los que las hicieron no eran
dignos moralmente de recibir la concesión. Pero esto no tiene ningún
significado para el que ha sido seducido a creer que Dios siempre contesta la
oración. Cuando tal hombre pide y no recibe mete su mano a la bolsa y sale con
la respuesta en alguna otra forma. A una cosa se aferra con gran tenacidad:
Dios nunca rechaza a nadie, pero invariablemente concede todas las peticiones.
La verdad es que Dios siempre contesta la oración que está de acuerdo con
su voluntad según está revelada en las Escrituras, siempre que el que ora es
obediente y tiene fe. Más allá de esto no podemos ir.
Revista sendas de Luz Abril-Mayo 1976
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