domingo, 5 de enero de 2020

¿CONTESTA DIOS SIEMPRE LA ORACIÓN?


Por A.W.Tozer

CONTRARIO a la opinión popular, el cul­tivo de una sicología de credulidad sin criterio no es un bien absoluto, y si se lleva al extremo puede ser un mal positivo. Todo el mundo ha caído en la trampa del diablo, y la trampa más mortal es la religiosa. El error nun­ca aparece tan inocente como cuando se en­cuentran en el santuario.

Un campo en que aparecen trampas mor­tales en gran profusión que parecen innocuas, es en el terreno de la oración. Hay más nociones dulces acerca de la oración que las que cabrían en un gran libro, todas erróneas y todas muy perjudiciales para las almas de los hombres.
Creo que una de estas nociones falsas que se suele encontrar en lugares agradables en compañía sonriente de otras nociones induda­blemente ortodoxas, es que Dios siempre con­testa la oración.
Este error aparece entre los santos como una especie de terapéutica para prevenir que algún cristiano desalentado sufra demasiado shock cuando se hace evidente que las expec­taciones de su oración no se cumplen. Se le ex­plica que Dios siempre contesta la oración, ya sea diciendo Sí o diciendo No, o sustituyendo otra cosa por el favor deseado.
Sería difícil inventar una excusa mejor qae ésta para halagar al peticionario cuyas súplicas han sido rechazadas por falta de obediencia. Por consiguiente, cuando una oración no es contestada tiene solamente que sonreír alegre­mente y explicar, “Dios dijo No.” Todo es muy cómodo. Su fe vacilante es salvada de la con­fusión y su conciencia permanece tranquila. Pero me pregunto acaso es honrado.
Para recibir una respuesta a la oración co­mo la Biblia usa el término y como los cris­tianos han comprendido a través de la historia, dos elementos son indispensables: (1) Una pe­tición específica hecha a Dios por un favor determinado. (2) La concesión exacta por Dios de la súplica hecha. No puede torcer la se­mántica, ni cambiar las etiquetas, ni alterar el mapa durante el viaje para ayudar al turista avergonzado a encontrarse,
Cuando vamos a Dios con una petición que él modifique la situación existente para nosotros, es decir, que él conteste la oración, hay dos condiciones que debemos cumplir:
(1)       Debemos orar en la voluntad de Dios y
(2)       tenemos que estar en condición de orar; eso es, debemos estar viviendo vidas agradables a Dios.
Es inútil rogar a Dios que actúe en contra de sus propósitos revelados. Para orar con confianza el peticionario tiene que estar seguro que su plegaria cao dentro de la amplia volun­tad de Dios para su pueblo.
La segunda condición también es de vital importancia. Dios no tiene ninguna obligación de conceder las peticiones de cristianos mun­danos, carnales o desobedientes. Él contesta las oraciones de los que andan en sus sendas. “Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante a él”. “Si per­manecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (1 Juan 3:21, 22; Juan 15:7).
Dios quiere que oremos y él quiere con­testar nuestras oraciones, pero él hace que nuestra oración sea un privilegio que va unido a su uso de la oración como una disciplina. Para recibir respuesta a la oración tenemos que cumplir los requisitos de Dios. Si somos negligentes con sus mandamientos, nuestras peticiones no serán contestadas. El alterará las situaciones solamente a petición de las almas obedientes v humildes.
La falacia del Dios-siempre-contesta-la -oración deja al hombre de oración sin discipli­na. Ejerciendo esta falaz casuística él pasa por alto la necesidad de vivir sobria, justa y santa­mente en este mundo actual, y realmente toma la negación de Dios a contestar su oración como una respuesta misma. Desde luego que tal hombre no va a crecer en santidad; nunca aprenderá a luchar y esperar; no conocerá la corrección; él no oirá la voz de Dios llamándole a avanzar; nunca llegará al lugar donde es mo­ral y espiritualmente apto para que sus oracio­nes sean contestadas. Su filosofía errada le ha arrumado.
Es por eso que me detengo para exponer su teología errada sobre la cual funda su fi­losofía errada. El hombre que la acepta no sabe nunca en qué terreno está parado; nunca sabe acaso tiene fe verdadera, porque si su plegaria no es contestada él evita las implica­torias por la simple evasiva de declarar que Dios ha cambiado la situación y le ha dado otra cosa. No quiere apuntar al blanco, así que nun­ca puede saber si tiene buena puntería o no.
Santiago dice claramente de ciertas perso­nas: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, pa­ra gastar en vuestros deleites.” De esa sencilla oración podemos aprender que Dios rehúsa algunas peticiones porque los que las hicieron no eran dignos moralmente de recibir la con­cesión. Pero esto no tiene ningún significado para el que ha sido seducido a creer que Dios siempre contesta la oración. Cuando tal hombre pide y no recibe mete su mano a la bolsa y sale con la respuesta en alguna otra forma. A una cosa se aferra con gran tenacidad: Dios nunca rechaza a nadie, pero invariablemente conce­de todas las peticiones.
La verdad es que Dios siempre contesta la oración que está de acuerdo con su voluntad según está revelada en las Escrituras, siempre que el que ora es obediente y tiene fe. Más allá de esto no podemos ir.
Revista sendas de Luz Abril-Mayo 1976

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