Saúl, el primer rey de
Israel
Pero la decadencia espiritual de Israel les hizo clamar
por un rey para ser ellos como las demás naciones. Debían tener una cabeza a
quien mirasen, quienes les libraran de sus enemigos y les sacara de sus apuros.
En la iglesia cristiana primitiva no había clero de ninguna especie, mucho menos
un papa. Pero con la decadencia espiritual que sobrevino, comenzaron a verse
los que corresponden a Saúl en Israel, el elegido del pueblo. Eran hombres
grandes y sabios según el mundo, pero muchos de ellos sin la gracia de Dios en
el corazón. El resultado fue fatal para la iglesia profesante. Gracias a Dios
por los que de nuevo han buscado el antiguo sendero, que con sencillez de
corazón procuran andar según la
Palabra de Dios.
En estatura, Saúl fue un modelo. Al presentarse, “del
hombro arriba sobrepujaba a cualquiera del pueblo”. Era mancebo y hermoso, y al
verlo presentarse, gritaron a una voz: “¡Viva el Rey!” Sin embargo, él no
conocía el temor de Dios. La nación siguió su mal ejemplo en avaricia y
vanidad, y en proporción menguaba su influencia entre los pueblos de alrededor.
El Señor le mandó a Saúl en una expedición contra los
amalecitas, en castigo del mal que antes habían hecho al pueblo de Dios, pero
en eso él no cumplió el mandamiento divino a exterminar y destruir todo lo que
hallara. Él trajo vivo al rey de Amalec y salvó lo mejor del ganado. Por esto,
fue desechado por Dios, y otro rey (David) fue ungido en su lugar.
Pobre de Saúl, se le iba de mal en peor. Los filisteos le
amenazaban y no tuvo valor para salir a su encuentro. Sintió que Dios le había
desamparado y fue a buscar la ayuda del Diablo, por consultar un medio
espiritista. Al ruego de Saúl, esta mujer, que se había entregado a ser poseída
de un espíritu pitonisa, quiso que un espíritu impersonase (o manifestase) al
ya difunto profeta Samuel. Pero parece que Dios permitió hacerse un milagro, y
salió Samuel mismo, lo que causó grande espanto a la mujer. Samuel le dijo
claramente a Saúl que Dios le había dejado, y que le había cortado el reino de
su mano. Y más, que al día siguiente el también estaría muerto.
Oyendo
esto, el rey se llenó de temor, tal que se cayó tendido en el suelo e
incapacitado para levantarse. Cuando al fin salió de la casa de la espiritista,
resultó para ser vencido en la batalla. Él y sus hijos fueron muertos en el
monte Gilboa, y parece que su pobre alma fue a la perdición.
Lector mío, no basta que usted sea tenido por cristiano.
¿Qué en cuanto a la vida suya? Dijo Jesús: “Por sus frutos los conocerás”.
¿Tiene usted sólo el nombre de cristiano, o lo es por ser convertido de corazón
a Jesucristo?
No busque a los espiritistas para saber de las cosas del
más allá. Su poder es poder satánico; las voces y visiones que le podrán
presentar son obra de los demonios, espíritus infernales. De éstos hay multitudes
al mando de su gran jefe, el príncipe de demonios, Satanás.
Busque su Biblia. En ella Dios revela lo que debemos
saber del futuro y cómo ser salvo por fe en el Señor Jesús. Es la sangre de
Jesucristo, el Hijo de Dios, que nos puede limpiar de todo pecado; 1 Juan 1.7.
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