domingo, 5 de enero de 2020

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (40)



Saúl, el primer rey de Israel





No fue el propósito de Dios dar a su pueblo Israel la misma constitución como tenían las demás naciones, con un rey para encabezarles. Él deseaba mostrar cómo un pueblo redimido por Dios podría ser guiado también por Él. Deseaba mostrar que podía suscitar entre ellos los hombres con dones y aptitudes, según demandara la ocasión, así como en este día es su voluntad en cuanto a la Iglesia, su pueblo redimido de ahora.
Pero la decadencia espiritual de Israel les hizo clamar por un rey para ser ellos como las demás naciones. Debían tener una cabeza a quien mirasen, quienes les libraran de sus enemigos y les sacara de sus apuros. En la iglesia cristiana primitiva no había clero de ninguna especie, mucho menos un papa. Pero con la decadencia espiritual que sobrevino, comenzaron a verse los que corresponden a Saúl en Israel, el elegido del pueblo. Eran hombres grandes y sabios según el mundo, pero muchos de ellos sin la gracia de Dios en el corazón. El resultado fue fatal para la iglesia profesante. Gracias a Dios por los que de nuevo han buscado el antiguo sendero, que con sencillez de corazón procuran andar según la Palabra de Dios.
 
En estatura, Saúl fue un modelo. Al presentarse, “del hombro arriba sobrepujaba a cualquiera del pueblo”. Era mancebo y hermoso, y al verlo presentarse, gritaron a una voz: “¡Viva el Rey!” Sin embargo, él no conocía el temor de Dios. La nación siguió su mal ejemplo en avaricia y vanidad, y en proporción menguaba su influencia entre los pueblos de alrededor.
El Señor le mandó a Saúl en una expedición contra los amalecitas, en castigo del mal que antes habían hecho al pueblo de Dios, pero en eso él no cumplió el mandamiento divino a exterminar y destruir todo lo que hallara. Él trajo vivo al rey de Amalec y salvó lo mejor del ganado. Por esto, fue desechado por Dios, y otro rey (David) fue ungido en su lugar.
Desde ese día cayó el disfraz del rey Saúl, y comenzó a portarse vilmente en Israel. Los piadosos del pueblo le tuvieron temor; David y los que le amaban fueron a esconderse en las montañas y cuevas. Se veía que la anterior profesión de Saúl en cuanto a cosas espirituales no fue más que una hipocresía. A veces se veía en tan mal humor que hasta tiraba una lanza contra los que le rodeaban. Sospechaba de sus amigos más íntimos, y aun de su hijo Jonatán.

Pobre de Saúl, se le iba de mal en peor. Los filisteos le amenazaban y no tuvo valor para salir a su encuentro. Sintió que Dios le había desamparado y fue a buscar la ayuda del Diablo, por consultar un medio espiritista. Al ruego de Saúl, esta mujer, que se había entregado a ser poseída de un espíritu pitonisa, quiso que un espíritu impersonase (o manifestase) al ya difunto profeta Samuel. Pero parece que Dios permitió hacerse un milagro, y salió Samuel mismo, lo que causó grande espanto a la mujer. Samuel le dijo claramente a Saúl que Dios le había dejado, y que le había cortado el reino de su mano. Y más, que al día siguiente el también estaría muerto.
Oyendo esto, el rey se llenó de temor, tal que se cayó tendido en el suelo e incapacitado para levantarse. Cuando al fin salió de la casa de la espiritista, resultó para ser vencido en la batalla. Él y sus hijos fueron muertos en el monte Gilboa, y parece que su pobre alma fue a la perdición.
Lector mío, no basta que usted sea tenido por cristiano. ¿Qué en cuanto a la vida suya? Dijo Jesús: “Por sus frutos los conocerás”. ¿Tiene usted sólo el nombre de cristiano, o lo es por ser convertido de corazón a Jesucristo?
No busque a los espiritistas para saber de las cosas del más allá. Su poder es poder satánico; las voces y visiones que le podrán presentar son obra de los demonios, espíritus infernales. De éstos hay multitudes al mando de su gran jefe, el príncipe de demonios, Satanás.
Busque su Biblia. En ella Dios revela lo que debemos saber del futuro y cómo ser salvo por fe en el Señor Jesús. Es la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, que nos puede limpiar de todo pecado; 1 Juan 1.7.

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