El significado de la cruz para Dios
La
cruz es el hecho más trascendental de la historia de la salvación: mayor aun
que el de la resurrección, bien que los dos son inseparables. Se puede decir
que la cruz es la victoria, mientras que la resurrección es el triunfo, siendo
más importante aquélla que éste, bien que el triunfo es la consumación natural
e inevitable de la victoria. En la resurrección, pues, se manifestó
públicamente la victoria del Crucificado, bien que la victoria en sí había sido
ganada cuando el vencedor exclamó: “¡Consumado es!” (Jn. 19:30).
La cruz es la evidencia
suprema del amor de Dios
En la
cruz el Señor de toda vida entregó a la muerte a su Amado, a su Unigénito Hijo,
al Mediador y el Heredero de la creación (Col. 1:16; He. 1:2-3). El Cristo que
murió en la cruz era el Señor de todo, en honor de quien los astros siguen su
curso por el espacio, y al otro extremo de la creación, en cuya honra los
insectos revolotean en un rayo de sol (He. 2:10). Verdaderamente, en este gran
acontecimiento, “Dios da prueba de su amor para con nosotros, porque siendo aun
pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8).
La
cruz es la mayor prueba de la justicia de Dios
En la cruz el Juez de toda la
tierra, y “como manifestación de su justicia”, no perdonó aun a su propio Hijo
(Ro. 3:25; 8:32). En el transcurso de los siglos, pese a muchos juicios
individuales y parciales. Dios no había castigado jamás el pecado con juicio
final (Hch. 17:30). Tanto es así que a causa de su paciencia su santidad
aparentemente estaba en tela de juicio por “haber pasado por alto, en su
paciencia, los pecados pasados” (Ro. 3:25). En vista de ello, solamente la
muerte expiatoria del Redentor, como acto justificativo de Dios frente a la
pasada historia de la humanidad, pudo demostrar la justicia irrefutable del
Juez supremo de los hombres. Comprendemos, desde luego, que la paciencia de los
tiempos anteriores se fundaba exclusivamente en el hecho futuro de la cruz, de
la manera en que todo pecado presente y futuro puede ser expiado por la
“justificación” del pecador tan sólo por la mirada retrospectiva de la
justicia divina hacia la cruz. Por ende, la paciencia pasada, el juicio
presente y la gracia futura hallan todo su punto de convergencia en la cruz
(Ro. 3:25-26; 1 Jn.1:9; Jn. 12:31).
En
el evangelio se revela por primera vez “una justicia de Dios” (Ro. 1:17 VHA)
que no es sólo un atributo de Dios, sino también un don que procede de Dios, y
que es válido delante de su trono de justicia al ser aceptado en sumisión y fe
por el pecador (Ro. 1:17; 2 Co. 3:9; 5:21).
Los
redimidos en el cielo cantan: ‘Tu fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios
con tu sangre de todo linaje y lengua y pueblo y nación, y nos has hecho para
nuestro Dios un reino de sacerdotes y reinaremos sobre la tierra” (Ap. 5:9-10).
El cántico expresa maravillosamente el hecho de que los salvos, en su
conjunto, son la posesión de Dios, un pueblo adquirido, que es de su propiedad
exclusiva (1 P. 2:9; Tit. 2:11). Claro está que no queremos decir que esta
riqueza adquirida por medio de la cruz signifique un incremento de la gloria
esencial de Dios, porque es infinito en todo. Sin embargo, las Escrituras
afirman que, al redimir la Iglesia, Dios ha ganado un instrumento eficaz para
la revelación de su gloria, puesto que aun ahora, en este período en que
vivimos, la función de la Iglesia no se limita a testificar en la tierra, sino,
según Efesios 3:10-11, existe “para que la multiforme sabiduría de Dios sea
ahora notificada por la Iglesia a los principados y potestades de los lugares
celestiales”. Ante tal pensamiento, ¡que se eleve nuestro espíritu por encima
del polvo de nuestra jomada de hoy, hermanos! ¡Por medio nuestro los
principados de los lugares celestiales han aprendido hoy algo de la rica
diversidad de la sabiduría de nuestro Dios! ¡Que nuestro corazón vuele, pues,
por encima de las estrellas, para morar al abrigo del trono de Dios el
Omnipotente, quien se digna ser nuestro Padre por medio de su Hijo!
Erich
Sauer
El Triunfo del Crucificado, Página 47,48.
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