domingo, 5 de enero de 2020

Extractos

El significado de la cruz para Dios

La cruz es el hecho más trascendental de la historia de la salvación: mayor aun que el de la resurrección, bien que los dos son inseparables. Se puede decir que la cruz es la victoria, mientras que la resurrección es el triunfo, siendo más importante aquélla que éste, bien que el triunfo es la consumación natural e inevitable de la victoria. En la resurrección, pues, se manifestó públicamente la victoria del Crucificado, bien que la victoria en sí había sido ganada cuando el vencedor exclamó: “¡Consumado es!” (Jn. 19:30).

La cruz es la evidencia suprema del amor de Dios
En la cruz el Señor de toda vida entregó a la muerte a su Amado, a su Unigénito Hijo, al Mediador y el Heredero de la creación (Col. 1:16; He. 1:2-3). El Cristo que murió en la cruz era el Señor de todo, en honor de quien los astros siguen su curso por el espacio, y al otro extremo de la creación, en cuya honra los insectos revolo­tean en un rayo de sol (He. 2:10). Verdaderamente, en este gran acontecimiento, “Dios da prueba de su amor para con nosotros, porque siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8).

La cruz es la mayor prueba de la justicia de Dios
En la cruz el Juez de toda la tierra, y “como manifestación de su justicia”, no perdonó aun a su propio Hijo (Ro. 3:25; 8:32). En el transcurso de los siglos, pese a muchos juicios individuales y par­ciales. Dios no había castigado jamás el pecado con juicio final (Hch. 17:30). Tanto es así que a causa de su paciencia su santidad aparentemente estaba en tela de juicio por “haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Ro. 3:25). En vista de ello, solamente la muerte expiatoria del Redentor, como acto justificati­vo de Dios frente a la pasada historia de la humanidad, pudo de­mostrar la justicia irrefutable del Juez supremo de los hombres. Comprendemos, desde luego, que la paciencia de los tiempos ante­riores se fundaba exclusivamente en el hecho futuro de la cruz, de la manera en que todo pecado presente y futuro puede ser expiado por la “justificación” del pecador tan sólo por la mirada retrospecti­va de la justicia divina hacia la cruz. Por ende, la paciencia pasada, el juicio presente y la gracia futura hallan todo su punto de conver­gencia en la cruz (Ro. 3:25-26; 1 Jn.1:9; Jn. 12:31).
En el evangelio se revela por primera vez “una justicia de Dios” (Ro. 1:17 VHA) que no es sólo un atributo de Dios, sino también un don que procede de Dios, y que es válido delante de su trono de justicia al ser aceptado en sumisión y fe por el pecador (Ro. 1:17; 2 Co. 3:9; 5:21).

Los redimidos en el cielo cantan: ‘Tu fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre de todo linaje y lengua y pueblo y nación, y nos has hecho para nuestro Dios un reino de sacerdotes y reinaremos sobre la tierra” (Ap. 5:9-10). El cántico expresa maravi­llosamente el hecho de que los salvos, en su conjunto, son la pose­sión de Dios, un pueblo adquirido, que es de su propiedad exclusiva (1 P. 2:9; Tit. 2:11). Claro está que no queremos decir que esta riqueza adquirida por medio de la cruz signifique un incremento de la gloria esencial de Dios, porque es infinito en todo. Sin embargo, las Escrituras afirman que, al redimir la Iglesia, Dios ha ganado un instrumento eficaz para la revelación de su gloria, puesto que aun ahora, en este período en que vivimos, la función de la Iglesia no se limita a testificar en la tierra, sino, según Efesios 3:10-11, existe “para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora notificada por la Iglesia a los principados y potestades de los lugares celestiales”. Ante tal pensamiento, ¡que se eleve nuestro espíritu por encima del polvo de nuestra jomada de hoy, hermanos! ¡Por medio nuestro los principados de los lugares celestiales han aprendido hoy algo de la rica diversidad de la sabiduría de nuestro Dios! ¡Que nuestro cora­zón vuele, pues, por encima de las estrellas, para morar al abrigo del trono de Dios el Omnipotente, quien se digna ser nuestro Padre por medio de su Hijo!
Erich Sauer
El Triunfo del Crucificado, Página 47,48.

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