domingo, 5 de enero de 2020

TIENES NOMBRE QUE VIVE, Y ESTÁS MUERTO

Esta es la severa declaración hecha a la iglesia de Sardis, en las cartas del Apocalipsis. Y nosotros inmediatamen­te logramos actualizar el mensaje que tiene como primer objetivo aquella iglesia de la provincia de Asia, al pen­sar en tantas iglesias de hoy que pre­sentan condiciones semejantes.
Y recordamos a iglesias incluidas en la confesión evangélica, que, a pesar de su forma externa de culto, están in­dudablemente muertas.
Aparentemente podrían pasar co­mo iglesias vivas. Tienen un hermoso culto, muy elaborado y emocionante. Hay música solemne, bien ejecutada. Coros y cánticos congregacionales her­mosos.
Sin embargo, no es muy difícil cer­ciorarse de que en tal iglesia no hay vida. No hay crecimiento. No hay fer­vor. No se descubre el amor. No hay signos evidentes de vida espiritual. Hay, eso sí, una hermosa forma de vida. Pe­ro se trata solamente de una manifes­tación externa, que es reminiscencia de un pasado, que una vez fue vivo. Dé­cadas atrás, o tal vez un siglo antes, tal iglesia era magnífica y ferviente. Pero hoy, de todo aquel pasado glorio­so, sólo queda la forma de la vida. El nombre, lo externo. Hay mero forma­lismo allí. “Tienes nombre de que vives y estás muerto”. Y para condiciones así, hay palabras de dura condenación en las cartas apocalípticas.
Pero nos resultará mucho más pro­vechoso reflexionar en la condición en que se haya la iglesia a la que nos­otros pertenecemos. ¿Qué tal las cosas en ella? Muchas veces nos sentimos or­gullosos por poseer en nuestras asam­bleas una forma de culto tan sencilla y elemental. Tan escritural, decimos. Per­sonalmente, amo por sobre todas las cosas a la Cena del Señor, y la opor­tunidad que en ella se me ofrece de con­currir cada primer día de la semana junto con todos mis hermanos, a ha­cer memoria del Señor, tener comunión con él, y todos juntos adorarle. Es un gozo renovado el que experimento ca­da vez que se produce este encuentro con el Cristo resucitado. Y me pare­ce bien adecuado y práctico el culto que celebramos en nuestras iglesias. Encuentro que es ajustado a las ense­ñanzas de la Palabra de Dios, y apto para el servicio de adoración.
Pero es necesario tener presente que no hay ningún mérito en la forma de culto en sí. Que muchas veces sole­mos pensar que un culto sencillo es válido, y en cambio una liturgia compleja no se presta para la adoración.
Vale la pena recordar siempre que la liturgia más sencilla y neotestamentaria puede llegar a ser también una forma de vida. La forma que más nos impresione como vida, y, sin embargo, haber muerto allí. Podemos reunimos tan sencillamente como queramos invo­cando aún él nombre del Señor, que, con esto, no le habremos agradado, si no adoramos en espíritu y en verdad. Y de la misma manera puede ocurrir, que TIENE NOMBRE una iglesia de la más compleja y ela­borada liturgia, sepa adorar a Dios y honrarle mediante su culto.
Ojalá supiéramos tener presente aquello de que “Dios no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”.
—Miguel Angel Zandrino
Sendas de Luz, Junio-Julio 1976

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