Esta es la severa declaración
hecha a la iglesia de Sardis, en las cartas del Apocalipsis. Y nosotros inmediatamente
logramos actualizar el mensaje que tiene como primer objetivo aquella iglesia
de la provincia de Asia, al pensar en tantas iglesias de hoy que presentan
condiciones semejantes.
Y recordamos a iglesias incluidas en la
confesión evangélica, que, a pesar de su forma externa de culto, están indudablemente
muertas.
Aparentemente podrían pasar como iglesias vivas. Tienen un hermoso culto,
muy elaborado y emocionante. Hay música solemne, bien ejecutada. Coros y cánticos
congregacionales hermosos.
Sin embargo, no es muy difícil cerciorarse de que en tal iglesia no hay
vida. No hay crecimiento. No hay fervor. No se descubre el amor. No hay signos
evidentes de vida espiritual. Hay, eso sí, una hermosa forma de vida. Pero se
trata solamente de una manifestación externa, que es reminiscencia de un
pasado, que una vez fue vivo. Décadas atrás, o tal vez un siglo antes, tal
iglesia era magnífica y ferviente. Pero hoy, de todo aquel pasado glorioso,
sólo queda la forma de la vida. El nombre, lo externo. Hay mero formalismo
allí. “Tienes nombre de que vives y estás muerto”. Y para condiciones así, hay
palabras de dura condenación en las cartas apocalípticas.
Pero nos resultará mucho más provechoso reflexionar en la condición en que
se haya la iglesia a la que nosotros pertenecemos. ¿Qué tal las cosas en ella?
Muchas veces nos sentimos orgullosos por poseer en nuestras asambleas una
forma de culto tan sencilla y elemental. Tan escritural, decimos. Personalmente,
amo por sobre todas las cosas a la Cena del Señor, y la oportunidad que en
ella se me ofrece de concurrir cada primer día de la semana junto con todos
mis hermanos, a hacer memoria del Señor, tener comunión con él, y todos juntos
adorarle. Es un gozo renovado el que experimento cada vez que se produce este
encuentro con el Cristo resucitado. Y me parece bien adecuado y práctico el
culto que celebramos en nuestras iglesias. Encuentro que es ajustado a las enseñanzas
de la Palabra de Dios, y apto para el servicio de adoración.
Pero es necesario tener presente que no hay ningún mérito en la forma de
culto en sí. Que muchas veces solemos pensar que un culto sencillo es válido,
y en cambio una liturgia compleja no se presta para la adoración.
Vale la pena recordar siempre que
la liturgia más sencilla y neotestamentaria puede llegar a ser también una
forma de vida. La forma que más nos impresione como vida, y, sin embargo, haber
muerto allí. Podemos reunimos tan sencillamente como queramos invocando aún él
nombre del Señor, que, con esto, no le habremos agradado, si no adoramos en
espíritu y en verdad. Y de la misma manera puede ocurrir, que TIENE
NOMBRE una iglesia de la más compleja y elaborada liturgia, sepa
adorar a Dios y honrarle mediante su culto.
Ojalá supiéramos tener presente aquello de que “Dios no mira lo que mira el
hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el
corazón”.
—Miguel Angel Zandrino
Sendas de Luz, Junio-Julio 1976
No hay comentarios:
Publicar un comentario