Por Hamilton Smith
6. advertencia contra el Orgullo de la Carne y
Enseñanza en la Piedad (1 Timoteo 6)
(c) El reincidente atraído por las riquezas del mundo (versículos
9, 10)
En oposición al contentamiento piadoso existe el desasosiego
de aquellos que desean ser ricos. La riqueza tiene sus lazos, como el apóstol
muestra un poco más adelante, pero no es necesariamente la posesión de riqueza
lo que arruina el alma, sino el querer enriquecerse o desear ser rico.
Se ha indicado que esta palabra desear incluye la idea de un
propósito. El peligro es que el creyente, en lugar de contentarse con ganarse
la vida, pueda proponerse en su corazón ser rico. De esta forma las
riquezas se convierten en un objeto en vez del Señor. Es mejor para nosotros
que permanezcamos fieles al Señor "con propósito de corazón" (Hechos
11:23).
El apóstol nos advierte
contra los males resultantes del deseo de adquirir riqueza. Todos son tentados,
pero aquel que desea enriquecerse caerá en la tentación y se encontrará él
mismo atrapado en algún lazo escondido del enemigo. Además, el querer
enriquecerse abre el camino a las codicias necias y dañosas, pues ello complace
a la vanidad y al orgullo de la carne, ministrando al egoísmo y la ambición.
Estas son las cosas que "hunden a los hombres en destrucción y
perdición". Así que no es simplemente el dinero, sino que "el amor al
dinero" es la raíz de todos los males. Cuán solemne es el hecho de que sea
posible que el creyente sea atraído a las cosas mismas que traen destrucción y
perdición sobre los hombres de este mundo. Incluso en los días del apóstol
algunos habían codiciado riquezas, solamente para extraviarse de la fe y ser
traspasados de muchos dolores.
(d) El hombre de Dios (versículos 11, 12)
(V. 11). En contraste con
el reincidente que se extravía de la fe, el apóstol nos presenta las
características del "hombre de Dios". En el Nuevo Testamento la
expresión "hombre de Dios" se encuentra solamente en las Epístolas a
Timoteo. Aquí es aplicada ciertamente a Timoteo; en la Segunda Epístola se
aplica a todos quienes, en un día malo, andan en fiel obediencia a la Palabra
de Dios (2 Timoteo 3:17). Hay cosas de las cuales el hombre de Dios tiene que huir;
cosas que es exhortado a seguir; cosas por las cuales es llamado a pelear;
hay algo a lo que se debe echar mano; y algo que ha de ser profesado (confesado,
según la VM).
El hombre de Dios huirá de las codicias
necias y dañosas de las que el apóstol ha estado hablando. Sin embargo, no es
suficiente evitar el mal; se debe perseguir lo bueno. Por consiguiente, el
hombre de Dios ha de seguir" la justicia, la piedad, la fe, el
amor, la paciencia, la mansedumbre". Como quiera que los demás actúen, el
hombre de Dios procurará andar en consistencia con su relación con los demás
como hermanos; esto es justicia. Pero esta justicia hacia los demás ha de ser
adoptada en el santo temor que se percata de nuestras relaciones con Dios, y de
lo que es debido a Dios; esto es piedad. Además, el hombre de Dios seguirá la
fe que tiene a Cristo como Su objeto, y el "amor" que brota hacia sus
hermanos, soportando males e insultos con tranquila paciencia y mansedumbre, en
vez de impaciencia y resentimiento.
(V. 12). Aún más, el hombre de Dios no se contentará huyendo del
mal y siguiendo ciertas grandes cualidades morales. Estas cosas, de hecho, son
de primera importancia, pero el hombre de Dios no se contenta con la formación
de un hermoso carácter individual, mientras se permanece indiferente al mantenimiento
de la verdad del cristianismo. Él se da cuenta que las grandes verdades del
cristianismo se encontrarán con la oposición incesante y mortal del diablo y no
evitará pelear por la fe.
Además, al pelear por la fe, el hombre de Dios no
olvidará la vida eterna que, aunque él la posee, en toda su plenitud, se
presenta ante él. Él ha de echar mano de ella en el disfrute presente como su
esperanza sustentadora.
Finalmente, si el hombre de Dios huye del mal,
sigue el bien, pelea por la fe y echa mano de la vida eterna, él será uno que
en su vida hace una buena profesión delante de los demás. Llega a ser un
testimonio viviente de las verdades que profesa.
(e) El Ejemplo perfecto (versículos 13-16)
Para animarnos a guardar este mandato, el apóstol
nos recuerda que nosotros vivimos en presencia de Aquel que da vida a todas las
cosas. (N. del T.: "que preserva todas las cosas con vida",
traducción del Nuevo Testamento de J. N. Darby en inglés). ¿No puede preservar
Él a los Suyos, no obstante, lo severo del conflicto a través del cual ellos
puedan tener que pasar? Además, si somos llamados a fidelidad, no olvidemos que
estamos bajo la mirada de Aquel que ha estado antes que nosotros en el
conflicto, y quien, en presencia de la contradicción (hostilidad, oposición) de
pecadores, de la envidia y el insulto, actuó en absoluta fidelidad a Dios,
manteniendo la verdad en paciencia y mansedumbre, y dio así testimonio de la
buena profesión.
Además, la fidelidad
tendrá su recompensa. El mandamiento es, por lo tanto, guardarse sin mancha,
irreprensible, "hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo". La
gloria de Su aparición traerá con ella una respuesta a toda pequeña fidelidad
por parte nuestra, así como, efectivamente, será la gloriosa respuesta a la fidelidad
perfecta de Cristo. Entonces, en efecto, cuando Aquel que los hombres
ultrajaron, insultaron y crucificaron sea manifestado en gloria, no habrá
solamente una respuesta plena a toda Su fidelidad, sino una manifestación plena
de todo lo que Dios es. Se manifestará a todo el mundo lo que ya se ha revelado
a la fe, a saber, que, en la Persona de Cristo, Dios se revela como el
bienaventurado y único Soberano, Rey de reyes, y Señor de los hombres, Aquel
único que, en la majestad de Su Deidad, tiene inmortalidad esencial, y que
habita en luz inaccesible.
Aquellos que forman la casa de Dios pueden dejar de
testificar para Dios; el hombre de Dios sólo puede manifestar a Dios con
medida, pero en Cristo estará la manifestación plena de Dios para Su gloria
eterna.
(f) Los ricos en este siglo (versículos 17-19)
El apóstol tiene una exhortación especial para los
creyentes que son ricos en este siglo. Los tales son asediados por dos
peligros. En primer lugar, existe la tendencia de las riquezas a conducir a los
poseedores a asumir un aire de altivez, pensando que ellos son superiores a los
demás debido a sus riquezas. En segundo lugar, existe la tendencia natural a
confiar en las riquezas que, en el mejor de los casos, son inciertas.
La salvaguardia contra estos lazos se encuentra en
poner la esperanza en el Dios vivo, el cual nos da abundantemente todas las
cosas para que las disfrutemos. Sin importar cuan rico pueda ser un hombre, él
no puede comprar las cosas que Dios da. No obstante, lo pobre que sea el
hombre, él puede recibir y disfrutar lo que Dios da.
El poner la esperanza en el Dios vivo, que es el
Dador de todo lo bueno, le permitirá al rico convertirse en un dador. Pero Dios
ama a un dador alegre; de ahí que el rico es exhortado a ser liberal en el
repartir (dadivoso, generoso) y pronto a compartir. Actuando así él estará
atesorando para sí un buen fondo considerando futuras bendiciones, en lugar de
atesorar riquezas para este presente siglo. El hombre que atesora para el tiempo
venidero echará mano de aquello que es realmente la vida, en contraste con la
vida de placer y autoindulgencia que las riquezas terrenales podrían asegurar.
(g) El que profesa ser científico (versículos 20,
21)
Finalmente, se nos advierte que guardemos lo
que se nos ha encomendado. La verdad completa del cristianismo ha sido dada
a los santos como un depósito que ha de ser mantenido frente a
toda oposición. Aquí se nos advierte especialmente contra las teorías de los
hombres, las cuales demuestran ser completamente falsas subordinando a Dios, a
Su creación y a Su revelación, a la mente del hombre, en lugar de sujetarse a
Dios y a Su Palabra. Ocupados presuntuosamente con sus teorías infieles ellos
se han desviado de la fe.
Hamilton Smith (1862/3? - 1943)
Traducido del inglés por: B.R.C.O
No hay comentarios:
Publicar un comentario