Figura este rey de Israel
entre los que durante su reinado mejor se portaron. Su buen ejemplo animaba su
pueblo a buscar al Señor y a servirle. Encontrándose en su país las imágenes y
objetos visibles de culto, Asa los quitó sin demora, y mandó al pueblo a buscar
al Señor de corazón sincero. En esto nos sirve también de ejemplo. Hoy día,
como en aquel entonces, es abominación al Señor la veneración de cualquier cosa
visible, y no se debe ni ofrecer adoración ni pedirle. Asa conocía al Dios
vivo, y deseaba que también lo conociesen y sirviesen los de su país.
No duró
mucho este feliz estado de bendición espiritual sin presentarse dificultades.
Le vino en contra Zera el etíope con un ejército de mil millares, y trescientos
carros. ¡Qué fuerza parecía! Los piadosos siempre han encontrado persecución,
pero el Señor les hace estar en pie. Confiando solo en él, hay victoria, y Asa
supo apoyarse en Dios, y así oró: “Jehová, no tienes tú más con el grande que
con el que ninguna fuerza tiene, para dar ayuda. Ayúdanos, oh Jehová Dios
nuestro, porque en ti nos apoyamos … no prevalezca contra ti el hombre”.
Asa había
edificado ciudades fuertes y había preparado buenos ejércitos, pero no confiaba
en ellos. El cristiano que es sabio no confía en sí mismo en la hora de prueba,
sino en el Señor.
El
resultado, por cierto, fue victoria para Asa. El enemigo fue derrotado.
Entonces
vino la prueba mayor: una tentación a vanagloriarse, de pensar que él mismo era
alguna gran cosa. Para avisarle de este peligro, le mandó el Señor al profeta
Azarías, que le dijo: “Jehová es con vosotros, si vosotros fuereis con él: y si
le buscarais, será hallado de vosotros; más si le dejareis, él también os
dejará”.
Este
aviso fue desatendido. Asa no comprendía todavía la maldad de su corazón, y
pasado el tiempo le salió otro enemigo asechándole.
Ya no clamó al Señor, más buscó ayuda en los de Siria, a
quienes mandó los tesoros del país en pago. Se le alejó el enemigo con sus
amenazas, pero la cosa desagradó a Dios. Le habían dejado, para buscar ayuda en
otro.
La apostasía siempre ha sido un peligro. Dejando el
Señor, los hombres buscan ayuda en otro, sea para la salvación de sus almas, o
en cuanto a otro apuro alguno. En los días de los apóstoles de Jesucristo, los
que profesaban ser cristianos no edificaban sobre otro fundamento que Cristo y
su obra de redención. No conocían otro remedio para el mal del pecado que la
sangre de Cristo, ningún otro mediador con Dios que Cristo sólo.
Con el tiempo vino la apostasía. Dejándose guiar ya por
las opiniones de los hombres, llegaron a confiar en el bautismo y las
ceremonias religiosas como medios de salvación; a creer la palabra del clero en
vez de
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