domingo, 20 de septiembre de 2020

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (48)

 

Asa, enfermo de los pies

               



Figura este rey de Israel entre los que durante su reinado mejor se portaron. Su buen ejemplo animaba su pueblo a buscar al Señor y a servirle. Encontrándose en su país las imágenes y objetos visibles de culto, Asa los quitó sin demora, y mandó al pueblo a buscar al Señor de corazón sincero. En esto nos sirve también de ejemplo. Hoy día, como en aquel entonces, es abominación al Señor la veneración de cualquier cosa visible, y no se debe ni ofrecer adoración ni pedirle. Asa conocía al Dios vivo, y deseaba que también lo conociesen y sirviesen los de su país.

            No duró mucho este feliz estado de bendición espiritual sin presentarse dificultades. Le vino en contra Zera el etíope con un ejército de mil millares, y trescientos carros. ¡Qué fuerza parecía! Los piadosos siempre han encontrado persecución, pero el Señor les hace estar en pie. Confiando solo en él, hay victoria, y Asa supo apoyarse en Dios, y así oró: “Jehová, no tienes tú más con el grande que con el que ninguna fuerza tiene, para dar ayuda. Ayúdanos, oh Jehová Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos … no prevalezca contra ti el hombre”.

            Asa había edificado ciudades fuertes y había preparado buenos ejércitos, pero no confiaba en ellos. El cristiano que es sabio no confía en sí mismo en la hora de prueba, sino en el Señor.

            El resultado, por cierto, fue victoria para Asa. El enemigo fue derrotado.

            Entonces vino la prueba mayor: una tentación a vanagloriarse, de pensar que él mismo era alguna gran cosa. Para avisarle de este peligro, le mandó el Señor al profeta Azarías, que le dijo: “Jehová es con vosotros, si vosotros fuereis con él: y si le buscarais, será hallado de vosotros; más si le dejareis, él también os dejará”.

            Este aviso fue desatendido. Asa no comprendía todavía la maldad de su corazón, y pasado el tiempo le salió otro enemigo asechándole.

            Ya no clamó al Señor, más buscó ayuda en los de Siria, a quienes mandó los tesoros del país en pago. Se le alejó el enemigo con sus amenazas, pero la cosa desagradó a Dios. Le habían dejado, para buscar ayuda en otro.

            La apostasía siempre ha sido un peligro. Dejando el Señor, los hombres buscan ayuda en otro, sea para la salvación de sus almas, o en cuanto a otro apuro alguno. En los días de los apóstoles de Jesucristo, los que profesaban ser cristianos no edificaban sobre otro fundamento que Cristo y su obra de redención. No conocían otro remedio para el mal del pecado que la sangre de Cristo, ningún otro mediador con Dios que Cristo sólo.

            Con el tiempo vino la apostasía. Dejándose guiar ya por las opiniones de los hombres, llegaron a confiar en el bautismo y las ceremonias religiosas como medios de salvación; a creer la palabra del clero en vez de la Palabra de Dios. De aquí viene el fenómeno de personas que se llaman cristianos y desechan las claras enseñanzas de Cristo, prohíben la lectura de la Santa Biblia y denuncian a los sencillos creyentes en Jesucristo de ser herejes.

            El apóstata es el que ha dejado las claras enseñanzas de la Palabra de Dios, para seguir otras. Amigo, busca conocer a Dios por medio de la Biblia, y no serás condenado en la apostasía que abunda en estos tiempos. 

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