domingo, 20 de septiembre de 2020

LA LEY Y LA GRACIA

 


Es importante ver que hubo dos claras ocasiones en las que encontramos tablas de piedra, según el mandamiento de Dios, encomendadas, aunque de una manera diferente, al hombre. En la primera ocasión, como sabemos, había una ruina total; y cuando Dios pronunció Sus mandamientos, que después fueron escritos, no había ningún resplandor en el rostro en absoluto; no había un Moisés transfigurado por el poder de la gloria. La ley, pura y simple, nunca hizo resplandecer el rostro de un hombre; no es la intención de la ley; ni tampoco es el resultado de la ley. La ley, simplemente como tal, se caracteriza por la oscuridad y la tempestad, por el trueno y el relámpago, por la voz de Dios tratando con el culpable -más tremendo que todo junto. Y así fue en la primera ocasión cuando la ley fue anunciada por el propio Dios, y las tablas fueron quebradas (incluso antes de que llegaran al hombre) por el indignado legislador.

                        ¡Qué diferencia en la segunda ocasión! El legislador fue llamado a la presencia de Dios, quien en seguida se agradó de dar una mezcla de gracia junto con la ley. Había un pacto hecho expresamente de este carácter compuesto combinado. No era sólo la ley y no era sólo la gracia, sino más bien la mezcla de la gracia junto con la ley. Porque habría sido absolutamente imposible para Dios haber continuado con los tratos con Israel, o incluso haberlos llevado a la tierra, a menos que hubiese habido esta mezcla de gracia y misericordia con la ley. Por consiguiente, en esta ocasión la ley todavía fue encomendada al hombre; pero estaba encerrada en el arca, no expuesta con todos sus terrores antes los ojos de los hombres; estaba puesta, como sabemos, en el testimonio.

(Continuará)

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