domingo, 20 de septiembre de 2020

HOMILÉTICA (3)


VII.- DEBE SER APTO PARA EL TRABAJO

1. Debe ser apto espiritualmente:

El predicador no sólo debe ser regenerado, sino debe ser dotado por el Señor para poder pre­dicar o enseñar (Ef. 4:7-16).

            El hecho de que una persona haya sido dotada por el Señor para evangelizar o enseñar no le da jerarquía sobre sus hermanos ni le confiere rango o ingreso a una sociedad profesional.

Cuando se predica o enseña, simplemente se usa un don reci­bido de Dios. No tiene por qué adoptar una actitud presuntuosa sintiéndose superior a los que no han sido igualmente dotados.

Cada creyente tiene su Don propio y cuando uno ejerce su don con humildad, oración y fidelidad, toda la iglesia es edificada (1 Co. 12:1-14: 21).

Pero no basta que un cristiano haya recibido el don de pre­dicar. este don debe ser despertado y desarrollado (2 Ti. 1:6).

2. Debe ser apto físicamente:

El cuerpo del creyente es un vehícu­lo divinamente ordenado, mediante el cual se expresa el Espíri­tu Santo. Por tanto, es necesario cuidar de él bien. No debe ser descuidado ni mimado en exceso.

El predicador debe cuidar lo que pone dentro de su cuerpo, es decir sus alimentos; lo que pone sobre su cuerpo en forma de vestido; donde lleva su cuerpo en lo que respecta a lugares que frecuenta; y lo que hace su cuerpo en lo que se refiere a ejercicio.

            El cuerpo del cristiano, al igual que todo lo que posee, perte­nece a su Señor (1 Co. 6:15,22).

            El deseo de Dios para con sus hijos es que rindan sus cuerpos a Él para una vida justa y luego que los presenten a Él para una vida útil (Ro. 6:13; 12:1,2).

3. Debe ser apto mentalmente:

Un predicador más que nadie, debe po­seer una mente sana. Debe poder meditar claramente el curso a seguir a través de una proposición y debe poder apreciar correc­tamente la verdad en lo que lee y oye.

La agilidad mental es sin duda un requisito esencial para a­quel cuyo privilegio y responsabilidad es el de proclamar temas tan elevados y sublimes como lo son Dios, Cristo, El Espíritu Santo, la salvación y la felicidad o desdicha eterna de la huma­nidad.

            Mucho ha sido desacreditado el evangelio por causa de predicado­res que toman un aspecto de la verdad y luego la impulsan a tal extremo que excluye todo lo demás que las Escrituras dicen so­bre el tema bajo consideración. Si consideraran todo lo que dice la Biblia, sus conceptos tendrían perspectiva correcta y equili­brio. Tales personas son correctamente tildadas de fanáticos.

            Leer Tito 1:9,13; 2:1,2,6.

4. Debe ser apto en lo que se refiere a educación.

            Ser hallado deficiente en cuanto a educación al convertirse no es deshonra, pero permanecer voluntariamente en tal condición es inexcusable. Cada cristiano debe tener este texto colgado en la pared de su hogar:

"Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová" (Jer. 48:10).

La teoría de que Dios no le concede valor a la educación no hay justificación en las Escrituras. Nuestro Señor seleccionó personalmente a sus discípulos y les enseñó durante tres años antes de enviarlos a predicar (Mr. 3:14).

El castigo de la ignorancia voluntaria es ignorancia más pro­funda o abismal (1 Co. 14:38). Al cristiano se le exhorta:

 "Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado como obrero que no tiene de que avergonzarse" (2 Ti. 2:15).

            Debemos distinguir entre conocimiento y sabiduría.

            El conocimiento consiste en la acumulación intelectual de datos. La sabiduría es la habilidad de relacionar y utilizar correcta­mente estos datos.

            El predicador debe procurar por todos los medios a su alcance, educarse a sí mismo para la tarea que le ha sido encomendada. Debe leer extensamente con el fin de aumentar su vocabulario. Debe escribir mucho puesto que desarrollará su habilidad para pensar lógicamente y expresarse en forma clara. Debe buscar y aceptar agradecido, la crítica hecha por otros sobre su temario, expresiones, pronunciación, gramática y ademanes porque

“Fieles son las heridas del que ama" (Pr. 27:6). 

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