David fue un hombre conforme al corazón de Dios y
en toda su vida procuró agradar a su Señor. Dios mismo pudo decir de él: “He
hallado a David, hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, el cual hará todo
lo que yo quiero” Hech. 13.22, y “David había hecho lo recto ante los ojos de
Jehová, y de ninguna cosa que le mandase se había apartado en todos los días de
su vida, excepto el negocio de Urías Heteo” 1 R. 15.5.
El carácter de David fue siempre dulce y apacible. Su
principal anhelo fue agradar a Aquel que había aprendido a amar “atrás de las
ovejas” y su corazón entero para Dios fue lo que le hizo ser el elegido por
Dios mismo para guiar a su pueblo Israel. “Suave en cánticos”; “ungido del Dios
de Jacob”; “varón que fue levantado alto” son las expresiones que él mismo da,
para mostrar la gran misericordia de Dios para con él. Todos sus Salmos,
indican el anhelo de su corazón de siempre
Por el espacio de
diecisiete años David había gozado de una constante prosperidad; en cada guerra
que hacía había tenido completo éxito, porque Dios era con él y hacía lo que
Dios le indicaba hacer, pero el mismo buen éxito era un gran peligro, porque la
confianza en sí mismo llegó a ser muy grande.
Lo que hizo fue en
completa contradicción a la ley que Moisés había dado acerca de los reyes;
“Cuando hubieres entrado en la tierra que Jehová tu Dios te da...y dijeres;
Pondré rey sobre mí...ni aumentará para sí mujeres, porque su corazón no se
desvíe” Dt. 17.14-17. David, entrando como rey en Jerusalén, aumentó mujeres;
“Y entendió David, que Jehová le había confirmado por rey sobre Israel, y que
había ensalzado su reino por amor de su pueblo Israel. Y tomó David más concubinas
y mujeres de Jerusalén después que vino de Hebrón, y naciéronle más hijos e
hijas” 2 S. 5.12,13. Desde luego, lo hicieron quebrar aquella fortaleza de su
carácter para aumentar en él mismo una costumbre de indulgencia sexual que le
dejaba predispuesto a conseguir inmediata satisfacción a sus exigencias y le
hizo, como resultado, caer en el pecado más grande de su vida. Fue también
contrario a su espíritu valiente
pues, en lugar de ir a la guerra en el tiempo en que los reyes iban, se quedó
en su casa, indolente, dejando que Joab y sus siervos fueran a seguir la pelea.
2 S. 11.1,2.
¡Qué lástima en David! Por un momento de indulgencia a
sus pasiones desenfrenadas, manchó para siempre su carácter. Su paz se
desvaneció y los fundamentos de su reino fueron puestos en peligro, Dios se
desagradó y dio ocasión a los enemigos de Jehová para
blasfemar, ¡Nunca pensamos en todo lo que una caída puede traer! Satisfacemos
nuestros deseos, muchas veces en conocimiento de todo lo que puede traernos
como consecuencia, pero levantando nuestros hombros en indiferencia, lo
hacemos. Hermanos, tengamos cuidado de las horas de relajamiento en las cuales
damos placer a nuestros deseos, porque esas horas de indulgencia serán pagadas
bien caras; no solamente nuestro Dios será perfecto para tratarnos aún en
misericordia, pero nos dolerá hasta lo profundo de nuestro ser. David tenía
más de cincuenta años, pero esto no lo hizo inmune a las tentaciones que son,
más bien, de la juventud. Un paso en falso y toda nuestra carrera de valor y
fe, puede ser arruinada en un momento, y por años y años traer las
consecuencias vergonzosas y tristes de aquel momento de flojedad y lascivia.
Un día le llegó al rey la noticia que la compañera de
pecado no podía más esconder las consecuencias. David se encontró bien turbado
en su alma sabiendo que, por la ley de Moisés, el castigo para los dos era la
muerte “Y el hombre que adulterare con la mujer de otro, el que cometió
adulterio con la mujer de su prójimo, indefectiblemente se hará morir al adúltero
y a la adúltera” Lev. 20.10. Inmediatamente David tomó medidas para ocultar su
pecado y mandó a traer a Urías Heteo, el marido de Betsabé. Cuando éste llegó
David procuró que fuera a su casa y al salir de su presencia, mandó comida real
atrás de él. Dios que conocía las astucias del corazón de David, permitió que
Urías manifestara dolor por el arca de Dios que estaba en el campo de batalla,
y lo oímos decir: ‘‘El arca, e Israel y Judá, están debajo de tiendas; y mi
señor Joab, y los siervos de mi señor sobre la haz del campo: ¿y había yo de
entrar en mi casa para comer y beber, y dormir con mi mujer? Por vida tuya, y
vida de tu alma, que yo no haré tal cosa” 2 S. 11.11. David procuró que Urías Heteo
descendiera a su casa y aún la segunda noche lo embriagó para forzarlo a ir,
pero el espíritu de aquel siervo de Dios mostró que no podía estar tranquilo en
su casa y con su mujer, mientras que sus compañeros estaban en el campo de la
batalla, por lo tanto, no descendió y los planes del rey fueron completamente
frustrados.
Precisaba que Urías muriera, porque los muertos no
pueden contar las cosas. Iba a nacer un niño y los labios de aquel muerto no
contarían que aquel niño no era de él. David escribió una carta y el mismo Urías
es mandado a llevarla a Joab, el general del ejército. En aquella carta se
decía que debía ser puesto Urías en el lugar donde se ponían a los ¡hombres más
valientes, pero con el propósito de que fuera desamparado y fuera muerto en la
batalla. Así David, con otras manos, mandó a matar a un hombre completamente
justo y, cuando las nuevas fueron dadas a David de que Urías había muerto,
todavía dijo: “No tengas ningún pesar de esto, que de igual manera suele
consumir la espada: esfuerza la batalla contra la ciudad hasta que se rinda. Y
tú aliéntale” 2 S. 11.25. ¡Qué astucia! podríamos decir, pero, cuando pensamos
que nosotros mismos podríamos hacerlo, se asusta el corazón de la maldad de él.
Probablemente Betsabé nada supo de esto, creyendo que la muerte de su marido
era casual y oportuna. Hizo duelo por su marido como era costumbre, y al mismo
tiempo, sin duda, se congratulaba por la coincidencia acaecida, Pasados siete
días, fue mandada a traer para ser llevada al palacio, donde se sentía abrigada
y aliviada de sus pesares y de la ansiedad que, sin duda, sentía por el
nacimiento del que iba a venir. Todo eso parecía muy bien dispuesto, pero había
un fracaso en todo ello, y era que, "todo esto que David había hecho, fue
desagradable a los ojos de Jehová" 2 S, 11.27. ¡Oh, la tristeza amarga de
aquel que se había propuesto a andar con Dios con un corazón perfecto, teniendo
toda la facultad de mantenerse en comunión con Dios! ¡Qué tristeza ha de haber
traído a su alma el pensar en toda su vida de atrás tan
hermosa y tan llena de victorias sobre los enemigos que le
cercaban tan de lleno y la ayuda tan perfecta de su Dios, y hallarse vencido
ahora por su propia tentación y caída!
¡Todo su carácter tan bello, tan correcto, arruinado completamente y
pisoteado, solamente para satisfacer! sus propias pasiones! ¡Oh, amados hijos
de Dios, oremos que Él nos ayude y nos dé su presente poder y gracia para
acabar la carrera de nuestra vida sin ninguna mancha como la de David, para
poder llegar a su santa presencia con una vida intachable! Cuanto más caro es
el cristiano, tanto más paga por su caída y sus deleites. Por el espacio de un
año, David, el pecador real, guardó en su pecho su pecado, y no quiso
confesarlo, pero el Salmo 32 nos da un relato de todo lo que pasó en aquel año.
Él dice allí: ‘‘Mientras callé, envejeciéronse mis huesos en mi gemir todo el
día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; volvióse mi verdor
en sequedades de estío”.
En el Salmo 51, David expresó los más íntimos
pensamientos de su corazón, yéndose no solamente al pecado cometido, sino a la
raíz de él mismo y averiguó que, a pesar de haber sido tan temeroso de Dios,
tan exacto en todos los demás puntos, la dificultad consistía en que dentro de
él mismo tenía lo que correspondía tan fácilmente a las exigencias de la
maldad. Así le oímos decir: "Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu
misericordia: conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado”. “MI
PECADO" está mencionado en este Salmo tres veces y hace diferencia entre
"mis maldades" y "mis pecados”. Aquí revela que lo que más
anhelaba era limpieza de ese "mi pecado”, porque pensaba que sólo de esa
manera podría él tener el verdadero corazón limpio y la renovación de un
espíritu recto dentro de él. Muestra allí el dolor de su alma, la pérdida del
gozo en ella, su temor de que el Santo Espíritu de Dios le fuera quitado. Al
mismo tiempo se regocijaba profundamente de pensar que en medio de toda aquella
vergüenza y confusión de alma, Dios aceptara un espíritu quebrantado y un
corazón humillado, y que, aunque su pecado merecía que le fuera quitado su
Espíritu, Dios no despreciaba aquel corazón, antes le era agradable como un
sacrificio u holocausto de que se agradaba más que de los sacrificios de
bueyes y ovejas quemadas delante de Él. Solo esas tiernas misericordias de
Dios, podían traer descanso a su alma al recordar su crimen. Dios oyó las
peticiones fervientes de esa alma abatida que realizaba la necesidad de estar
verdaderamente purificada y lavada, de ser nuevamente llenada del gozo del
Señor y de la libertad de un espíritu limpio, que es lo que traería alegría
para nuevamente poder ofrecer los sacrificios de justicia, para ofrecer también
los becerros y cualquiera otra ofrenda quemada en el altar, y para enseñar a
los pecadores el camino recto que Dios demandaba. Todas estas peticiones fueron
dichas por aquel corazón que, sin duda, estaba cansado y débil por haberse
mantenido tanto tiempo cerrado sin confesar su iniquidad.
Mucho antes de que David hiciera confesión de su pecado
delante de Dios, y que realizara profundamente lo que había hecho, ya Natán el
profeta le había dado la seguridad del perdón de Dios con las palabras:
"También Jehová ha remitido tu pecado" 2 S. 12.13. En el Salmo 32.5,
David dijo: "Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Confesaré,
dije, contra mí mis rebeliones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi
pecado".
¡Alma arrepentida! ten valor para creer en el perdón
instantáneo que Dios puede dar, solamente que realices verdaderamente tu pecado
y que sientas el profundo anhelo de recibir el perdón. En el momento en que lo
pidas, Dios te lo dará. Al momento en que tú confieses, encontrarás la certidumbre
y la seguridad de ese perdón maravilloso que te restaurará al gozo de todos tus
privilegios como hijo de Dios que eres, porque el Padre, aunque odia el pecado,
jamás desprecia el corazón compungido y doliente por causa del pecado. Es
triste y vergonzoso confesarlo y aunque muchas veces es lo más duro y difícil
poder abiertamente decir "pequé”; sin embargo, Dios anhela restaurarte en
toda su plenitud, aunque hayas vagado bien lejos de su presencia. Lo único que
El pide es el "corazón contrito y humillado” pues, como dice en Job:
"El que dijere: Pequé y pervertí lo recto, y no me ha aprovechado; Dios
redimirá su alma" Job. 33.27.
El
pecado es lo que llevó al Hijo de Dios al Calvario y lo que hirió su santo
cuerpo. El pecado fue deshecho por El, para que nosotros tengamos libertad y
favor con Dios, Jamás Él puede rechazar al que, arrepentido, busca su perdón.
Al momento en que el corazón contrito y humillado busca a Dios, Él responde
palabra de consolación, pues Él mismo ha dicho: ‘Si confesamos nuestros
pecados, Él es fiel y justó para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie
de toda maldad" 1 Jn. 1.9.
Estos
capítulos que tratan del pecado de David, han sido leídos y releídos por
millares y millares de los hijos de Dios que también han caído y se han hundido en ese mismo laberinto
de pecado. Por las mismas palabras dichas, por la experiencia de un corazón
arrepentido,
también han hallado el camino de salida y ellos, como David, se han podido
gozar al oír; “Tus pecados te son perdonados, vete en paz".
Veamos ahora, para nuestra admonición, algunas de las
consecuencias de aquel pecado, para que nuestros corazones puedan entender
que, aunque la gracia perdona y olvida, sin embargo, el gobierno exacto de
nuestro Padre y Dios es también maravilloso.
Dos
años después, uno de los hijos de David trato igual a su hermana como David
había tratado a la mujer de Urías. Nunca vemos tan claramente nuestro pecado
como cuando se ve repercutido en un hijo, también en el pecado de Ammón,
David pudo ver cómo eran sus mismas pasiones desenfrenadas, y en el asesinato
del mismo Ammón, por su hermano Absalón, otra vez pudo ver David reflejado su
mismo pecado, puesto que él mandó a asesinar a Urías con el cuchillo dé los
hijos de Ammón. Si David hubiera castigado a Ammón, por el pecado que hizo con
su hermana, jamás hubiera Absalón llegado a cometer el pecado de asesinato,
pero, ¿cómo podía David castigar a su hijo cuando él mismo había sido impuro y
había querido evadir el castigo de Dios? Tampoco castigó a Absalón por su crimen, porque
cuando él cometió el mismo pecado se había procurado zafar de la sentencia que
le tocaba.
Hermanos, Dios es un
Dios de perfecta misericordia, pero no olvidemos que su gobierno también rige
nuestras vidas que están bajo la gracia. Aprendamos a huir del pecado, porque
las consecuencias de una caída pueden traernos lágrimas y sufrimientos atroces.
No olvidemos que Él perdona, sí, con toda abundancia, pero es exacto en
hacernos cosechar tarde o temprano los frutos de la caída pues Él ha dicho: “No
os engañéis; Dios no puede ser burlado: que todo lo que el hombre sembrare, eso
también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará
corrupción; más el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida
eterna”. Ga. 6. 7.8.
M.
K.
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