Levítico 14:7
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uánta bondad de parte de Dios en darnos en su
Palabra símiles tan sencillos y presentarnos bajo esta forma sobrecogedora la
condición moral del hombre y la gran salvación de Dios por la muerte y la
resurrección de Jesucristo! Pocas figuras hay tan llamativas como la de las dos
avecillas, y nada puede tener mayor valor - para un hombre ejercitado en su
conciencia - como el recibir de parte de Dios, en su alma, la plena certidumbre
de que es purificado del pecado.
Yo
mismo he sido ejercitado de esta manera y llevado por el conocimiento de la
preciosa verdad - expuesta en esta figura - a la más plena e invariable
confianza de la fe; y Dios me da esa confianza de la fe, a fin de que muchos
otros sean llevados por Su gracia a una misma, plena y perfecta paz delante de
Él.
Dios
había mandado a Israel: "Y en cuanto al hombre
leproso que tuviere la llaga, sus vestidos han de quedar rasgados, y su cabeza
ha de estar descubierta, y él se tapará la boca, y clamará de continuo: ¡Inmundo!
¡Inmundo! Todo el tiempo que tuviere la llaga, quedará inmundo; inmundo
es: habitará solo; fuera del campamento será su morada." (Levítico 13: 45,
46 - VM). La lepra es una terrible
imagen del pecado, una muerte viva, horrible, dolorosa. La enfermedad misma era
repugnante; la persona era cubierta de pústulas y hecha inmunda a los ojos de
los hombres, rechazada en el aislamiento o en la de otros seres hundidos en la
misma miseria.
El
leproso no podía comunicarse ni siquiera con los que le eran más próximos;
colocaban su pan a orillas de un arroyo, o bien vivía como podía de los frutos
silvestres del desierto. A veces su corazón debía estar quebrantado y debía
anhelar ver a los suyos y a su casa.
Cosa
muy notable, al mismo tiempo, si la lepra le cubría completamente de los pies a
la cabeza, mudándose en lepra (o llaga) blanca, entonces el sacerdote le
declaraba limpio (Levítico 13:17).
El sacerdote estaba establecido por Dios para
dar a conocer el pensamiento o el juicio de Dios en el caso presente. He aquí
cómo el leproso era justificado: "el sacerdote ordenará que se tomen dos
avecillas vivas limpias y madera de cedro, púrpura e hisopo para el que se
purifica. Luego el sacerdote ordenará que se degüelle la primera avecilla en
una vasija de barro sobre aguas vivas. Tomará la avecilla viva, con el palo de
cedro, la púrpura y el hisopo, y los sumergirá con la avecilla viva en la
sangre de la avecilla degollada, sobre las aguas vivas, y rociará siete veces
sobre el que se purifica de la lepra y lo declarará limpio. Luego dejará ir a
la avecilla viva sobre la faz del campo. (Levítico 14: 4-7; BTX).
Baja,
pues, el sacerdote hacia el pobre leproso, hundido en la angustia, fuera en el
campo. ¡Solemne momento para el leproso! ¿Será rechazado y abandonado a su
miseria o bien será limpiado y restablecido en aquella casa por la cual
suspira? Sus ojos están fijos sobre el sacerdote, del cual observa todos los
movimientos: degüella una de las avecillas y cae su sangre en la vasija de
barro; conmovedora imagen de la muerte de Cristo. Luego toma el sacerdote la
otra avecilla en su mano y la moja - fíjense bien en toda esta escena - en la
sangre de la avecilla que ha sido degollada y de la cual podéis ver ahora la
sangre sobre sus plumas. Rocía la sangre siete veces sobre el pobre leproso:
siete veces es un número perfecto. El sacerdote va a fallar su sentencia;
respira apenas el leproso esperando su juicio, fijos están sus ojos sobre la
avecilla viva que el sacerdote mantiene en su mano cautiva. Su corazón, al
mismo tiempo, se llena de esperanza; su libertad está ligada a la avecilla
presa - si el sacerdote la suelta, el leproso será libre, y el sacerdote le
declara limpio; en efecto, la avecilla suelta vuela por los aires; lágrimas de
gozo caen de los ojos del leproso, ahora purificado, y su mirada sigue de
lejos la avecilla manchada de sangre, vivo testigo de su purificación y de su
liberación.
Preguntadle
cómo sabe él que está limpio y os contestará: «El sacerdote de Dios me ha declarado limpio, la
avecilla está libre y se ha ido sobre la haz del campo.» Sí, tan cierto como la
avecilla viva está suelta y se ha ido por los campos, así tan ciertamente es
purificado el leproso, porque es por ese camino como Dios le ha comunicado Su
pensamiento. La avecilla no podía haber sido suelta hasta que el leproso
hubiera sido declarado limpio. Luego el leproso se lavaba en el agua.
Nada
tan sencillo y de mayor precio que la verdad colocada así ante nosotros, una de
las avecillas representándonos en figura, la muerte, y la otra la resurrección
de Nuestro Señor.
Es
por medio de esta muerte y resurrección, cómo Dios purifica al pobre pecador de
sus pecados y, ¡Alabado sea Dios por ello!, usted no puede ser demasiado
pecador como para que Dios no le purifique. Si usted es pecador de "la
cabeza hasta los pies", así como cuando la lepra ha llegado a tal punto
que está usted, blanco por la lepra; si usted ha malgastado todo en el pecado,
si su carácter, su salud, sus amigos, su casa, todo está perdido, si usted está
cansado de la vida, miserable, desesperado, Dios viene hacia usted en la muerte
de su Amado Hijo, trayéndole, así como a todo aquel que cree, la seguridad del
perdón de todos sus pecados, por medio de la sangre de su Hijo.
Parece
que oigo al lector diciéndome: «He leído a menudo que la sangre de Jesucristo
purifica de todo pecado, ¿pero cómo puedo saber que me purifica a mí?», y añade usted: « ¡Mi corazón tembloroso y angustiado lo
necesita...! ¿Puede usted darme una contestación satisfactoria?» Sí, alabado
sea Dios, puedo darle una contestación perfectamente clara, nítida, porque la
Palabra de Dios no deja incertidumbre alguna. ¿Cómo podía saber el leproso que
era limpio? Creía al sacerdote de Dios y al testimonio que Dios le presentaba
en la avecilla viva.
De
la misma manera, la preciosa sangre de Cristo ¿no ha sido derramada sobre la
tierra como la sangre de la avecilla que era degollada? Era imposible matar un
ave y liberarle al mismo tiempo; por eso tenemos dos aquí: una que nos presenta
la muerte y la otra la resurrección de nuestro glorioso Sustituto.
Considere
a ese sangriento "Garante" morir por el pecado y pasando por la
muerte por usted, creyente angustiado, y comprenda que - como la sangre de la
avecilla era rociada siete veces sobre el leproso, antes que la avecilla viva
pudiese ser soltada -, así también, con plena seguridad, Dios ha pronunciado Su juicio
sobre el perfecto y eterno poder de la sangre de Jesús para todo aquel que cree
en Él. La avecilla era soltada porque el leproso era limpio: ¡Cristo ha
resucitado, el creyente es purificado! ¿Piensa usted que el sacerdote, si tan
sólo tuviese los sentimientos de un hombre, fallaría su juicio de tal modo que
el leproso no podría saber si está limpio o no? Dejar alguna incertidumbre en
la mente del infeliz, ¿no sería obrar con crueldad? Mas quedaba la palabra del
sacerdote, y la avecilla viva era soltada: de este modo, el pobre leproso tenía
la más absoluta seguridad de su purificación y podía regocijarse por ello.
Acaso,
¿ha hablado Dios ahora con menos claridad en Su Palabra, de manera que el
creyente angustiado no pudiese resolver la más cruel de las dudas? ¡No! Dios no
hubiera podido hablar con mayor claridad como lo hizo. Habiendo resucitado de
entre los muertos al "Garante", dice: "Sabed, pues, esto,
varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de
todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él
es justificado todo aquel que cree." (Hechos 13: 38-39).
¿Cree
usted que Jesús ha muerto sobre la cruz, llevando los pecados de usted en Su
cuerpo sobre el madero, ocupando su lugar como un sustituto, por nuestros
pecados? Así como la avecilla no podía ser liberada, a no ser que el leproso
fuese declarado limpio, así Cristo, nuestro "Garante", no podía ver
romperse las ataduras de la muerte, y salir de la tumba, si Su sangre no
hubiese borrado los pecados. Pero Dios, por la misma resurrección de nuestro
Sustituto de entre los muertos, declara a todo aquel que cree, justificado
por medio de Él.
Vuelvo a repetirlo, el leproso que era purificado:
el sacerdote había declarado que era limpio, la avecilla volaba libre por la
faz del campo; y yo sé que soy perdonado y justificado de todo, porque Dios lo
dice y que mi "Garante" que fue muerto - el Señor Jesucristo - ha
resucitado, y está libre en las alturas. Dios no podía darme prueba más
evidente de la certidumbre de mi justificación que la que me ha dado al
resucitar de entre los muertos, para mi justificación, a Jesús que llevó mis
pecados.
Pues
bien, ¿cree usted que la preciosa sangre de Cristo ha sido vertida en la cruz,
y cree usted que Dios ha resucitado a aquel Jesús de entre los muertos? En este
caso, Dios falla el perdón de todos sus pecados por medio de Jesús. Hace más:
le declara a usted - y a todo aquel que cree - justificado de todo: Dios es
justo y justificador de aquel que tiene fe en Jesús. Si Dios justifica, ¿quién
condenará? (Romanos 3:26 y Romanos 8: 33-34). Dios le concede así la más
perfecta seguridad.
Ahora
bien, lo mismo que el leproso purificado por la aspersión de la sangre se
lavaba luego en el agua, así pues usted, que tiene una fe de igual precio que
la mía, siendo justificado, busque continuamente el lavamiento del agua por la
Palabra (Compare con Efesios 5:26, y Juan 13: 8-11). Su posición está segura y
cierta: usted está justificado de todo en el Cristo resucitado. Mas, para su
andar - acuérdese usted de ello -, tiene necesidad de que Cristo, el
Sacerdote, le limpie continuamente, como dijo a Pedro: "Si no te lavare,
no tendrás parte conmigo"; y añade además: "El que está lavado, no
necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio."
La
aplicación de la sangre a nuestra oreja, a nuestro pie y a nuestra mano, y
luego la aplicación del aceite después de la sangre, nos dice que nosotros - a
quienes ha redimido Dios por la preciosa sangre de Su propio Hijo -, podemos
ser llenos del Espíritu y llevados por Él, Dios mismo santificándonos del todo
para que nuestro espíritu, alma y cuerpo sean guardados y presentados irreprensibles
en el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo.
"Fiel
es el que os llama, el cual también lo hará." (1 Tesalonicenses 5:24).
Revista
"VIDA CRISTIANA", Año 1957, No. 30.
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