domingo, 24 de julio de 2011

El Verdadero Discipulado

Capítulo 7: EL DISCIPULO Y LA ORACION


El único libro completamente satisfacto­rio que se ha escrito sobre la oración es la Biblia. Los demás nos dejan la sensación de la existencia de profundidades no alcanzadas y de alturas no escaladas. En este tratado no queremos emular los esfuerzos de otros. Todo lo que podemos hacer es resumir algunos de los principios importantes de la oración, es­pecialmente en lo que están conectados con el discipulado cristiano.
1. La mejor oración procede de una fuer­te necesidad interna. Todos hemos probado que esto es así. Cuando nuestra vida se desliza serena y plácida, nuestras oraciones se hacen aburridas y mecánicas. Cuando enfrentamos una crisis, un peligro, una enfermedad o algu­na seria dificultad, nuestras oraciones se con­vierten en fervientes y vitales. Alguien ha dicho: "la flecha que ha de penetrar los cielos debe ser lanzada de un arco completamente doblado". Las mejores oraciones nacen del sentimiento de urgencia, desamparo, o de cual­quier necesidad consciente.
Desgraciadamente, pasamos demasiado tiempo tratando de protegernos de las necesi­dades. Usando los métodos de los negocios, hacemos amplias reservas contra toda eventualidad imaginable. Por el uso de la diligencia humana llegamos al punto en que estamos ricos y engrandecidos, tan llenos de cosas que no necesitamos nada. Entonces nos pregunta­mos por qué nuestra vida de oración es pobre y sin vida, y por qué no cae del cielo el fuego que hemos pedido... Si verdaderamente ca­mináramos por fe y no por vista, nuestra vida de oración sería revolucionada.
2.    Una de las condiciones de la oración exitosa es que "nos acerquemos con corazón sincero" (Hebreos 10:22). Esto significa que debemos ser honestos y genuinos delante del Señor. No debe haber hipocresía. Para cumplir esto no debemos pedir a Dios que haga algo cuando está dentro de nuestra capacidad de hacerlo. Por ejemplo, no debemos pedirle que nos provea de cierta suma de dinero para tal o cual proyecto, si tenemos fondos más que suficientes para realizarlo. Dios no puede ser burlado. El no contesta oraciones si ya nos ha dado la respuesta y nosotros no queremos usarla.
Dentro de esta misma línea de pensa­miento, no deberíamos orar para que el Señor envíe a otros a sus labores si no estamos dis­puestos personalmente a ir. Millares de ora­ciones han sido pronunciadas en favor de los musulmanes, hindúes y budistas. Pero si todos los que han orado hubieran estado dispuestos a ser usados por el Señor para alcanzar a esta gente, entonces la histeria de las misiones cristianas hubiera sido diferente y más alenta­dora.
3.    La oración debe ser hecha con senci­llez, creyendo y sin preguntar, porque es muy posible que nuestra ansia de orar sea absorbi­da por los problemas teológicos implícitos en la oración. Esto sirve para adormecer los sen­tidos espirituales. Es mejor orar que resolver todos los misterios relacionados con la ora­ción. Que los doctores en Teología tejan sus teorías acerca de la oración. Pero que el cre­yente sencillo asalte las puertas del cielo con infantil confianza. Fue Agustín el que dijo: "Los simples toman el cielo por fuerza, y nosotros con toda nuestra sapiencia no nos elevamos más allá de la carne y la sangre."

El cómo no lo sé,
pero que Dios oye, lo experimenté.
No sé cuando la palabra dio
pero dice que mi súplica oyó.
Tarde o temprano respuesta vendrá,
esperar y orar, no necesito más.
No sé si contestará como yo pedí
pero siempre será lo mejor para mí.

4.    Para tener todo el poder en la oración, debes rendirle todo a Cristo. Vuélvete com­pletamente a El. Déjalo todo por seguir al Salvador. El tipo de devoción que corona a Cristo como Señor de todo es la devoción que a El le gusta honrar.
5.    Parece que Dios se complace en darle especial valor a la oración cuando esta nos cuesta algo. Los que madrugan gozan de la comunión y compañía con Aquel que cada día se levanta al amanecer para recibir las instrucciones de su Padre. Del mismo modo, aquellos que imbuidos de un santo fervor pasan la noche en oración, gozan de un poder de parte de Dios que no puede ser negado. La oración que no cuesta nada, no vale nada. Es simplemente un subproducto del cristianismo barato a que estamos acostumbrados.
El Nuevo Testamento continuamente liga la oración con el ayuno. El abstenerse de los alimentos puede ser una valiosa ayuda en el ejercicio espiritual. Al hombre que ayuna la abstinencia le da más claridad, concentración e inteligencia. Por parte de Dios parece que El está especialmente dispuesto a favorecer las oraciones cuando ponemos la oración co­mo más necesaria que el alimento.
6.    Evita las oraciones egoístas: "Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites" (Santiago 4:3). La carga pri­maria de nuestras oraciones debería ser los in­tereses del Señor. Debemos pedir en primer lugar: "Venga tu reino, sea hecha tu voluntad como en el cielo, así también en la tierra" pa­ra luego añadir: "Danos hoy nuestro pan de cada día".
7.    Deberíamos honrar a Dios con grandes peticiones porque El es un gran Dios. "Tenga­mos fe para esperar grandes cosas del Señor".

Si al Gran Rey vienes a ver
grandes peticiones debes traer.
Su amor y poder tan grandes son
que jamás los excederá tu petición.

Infinidad de veces hemos ofendido a nuestro Dios pidiendo demasiado poco. Nos hemos conformado con triunfos tan escasos, con logros tan pobres, con anhelos tan débiles por cosas más elevadas, que hemos dejado en los demás la impresión que nuestro Dios no es un gran Dios. No le hemos glorificado ante los que no le conocen pues no hemos vivido de tal manera que nuestra vida llame la aten­ción y despierte el deseo de inquirir acerca del poder que la sostiene. Casi no hemos oído decir de nosotros, como se decía del apóstol "ellos glorificaban a Dios en mí."
8.    Al orar debemos asegurarnos de estar en la voluntad de Dios. Entonces oraremos creyendo que El oirá y contestará. "Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedi­mos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cual­quiera cosa que pidamos, sabemos que tene­mos las peticiones que le hayamos hecho (1 Juan 5:14,15).
9.    Orar en el nombre de Jesús es orar de acuerdo a su voluntad. Cuando oramos verda­deramente en su nombre, es como si El estu­viera presentando su petición a Dios, su Padre. "Y todo lo que pidiereis en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré." (Juan 14:13-14). "Y aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os di­go, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo hará." (Juan 16:23) "Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mateo 18:19-20).
"Pedir en su nombre, significa ser llevado de la mano a la oración por él; significa, puedo decirlo así, que El se arrodilla a nuestro lado y sus deseos fluyen a través de nuestro corazón. Esto es lo que significa En su nombre. Su nombre es lo que El es, Su naturaleza, por lo tanto orar en el nombre de Cristo debe signifi­car orar de acuerdo a su bendita voluntad. ¿Acaso puedo orar para mal en el Nombre del Hijo de Dios? Lo que yo ore debería ser una expresión de su naturaleza. ¿Puedo hacer eso en oración? La oración debería exhalar el poder del Espíritu Santo, la mente de Cristo, los deseos de Cristo en nosotros. Que el Señor nos enseñe más y más a orar en su nombre. No deberíamos solo pensar en no terminar una oración sin las palabras mismas: En el bendito nombre de Jesús, sino también toda la oración debería estar impregnada, completamente lle­na del bendito nombre de Jesús; todo de acuerdo a ese nombre".
10.      Si nuestra vida de oración va a ser efectiva, debemos tener cuentas claras con Dios. Queremos decir que el pecado debe ser confesado y abandonado tan pronto como nos damos cuenta que ha entrado en nuestra vida. "Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad el Señor no me habría escuchado". (Salmo 66:18) Debemos permanecer en Cristo. "Si permanecéis en mí y mis palabras perma­necen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho." (Juan 15:7). La persona que está en Cristo se halla tan cerca de El, que está llena del conocimiento de la voluntad del Señor. De este modo puede orar inteligente­mente y estar seguro de recibir la respuesta. El estar en El exige que obedezcamos sus manda­mientos. "Y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus man­damientos y hacemos las cosas que son agrada­bles delante de él." (1 Juan 3:22). Se necesita un alma en correcta relación con él para que nuestras oraciones sean oídas y contestadas (1 Juan 3:20).
11.      No debemos orar solamente a cier­tas horas establecidas durante el día. Debemos formar la actitud de oración, de modo que estemos mirando al Señor mientras camina­mos por las calles, mientras conducimos el auto, en nuestro trabajo o en nuestro quehacer hogareño. Nehemías en un ejemplo clásico de este tipo espontáneo de oración (Nehemías 2:4). Es mejor habitar en la morada secreta del Altísimo, que hacerle visitas ocasionales.
12.      Finalmente, nuestras oraciones de­berían ser específicas. Es solamente cuando oramos por cosas definidas que podemos ver respuestas definidas.
La oración es un privilegio maravilloso. Por este medio, como dijo Hudson Taylor, po­demos aprender a mover al hombre a través de Dios. "¡Qué ministerio tenemos en nuestras manos para obrar milagros en el reino mara­villoso de la oración! Podemos llevar el sol a lugares fríos y ocultos. Podemos encender la luz de la esperanza en la cárcel de la desespera­ción. Podemos librar al prisionero de las cade­nas que le impiden caminar. Podemos llevar los pensamientos gratos del hogar al que está en el país lejano. Podemos llevar consuelo celestial a los espiritualmente débiles, aun cuando ellos estén trabajando más allá de los mares. ¡Estos son milagros en respuesta a la oración!"
A esto añade su testimonio un escritor llamado Wenham: "Predicar es un don difícil de hallar; el de orar es aún más escaso. La pre­dicación, como la espada es un arma que debe ser usada a corta distancia, no puede alcanzar a los que están lejos. La oración es como un rifle: tiene largo alcance y bajo ciertas circun­stancias es aún más efectiva".

Señor, ¡cómo cambian las cosas
al pasar una hora en tu presencia majes­tuosa!
Las pesadas cargas de nuestros hombros caen,
refrescas al alma con tu lluvia bienhe­chora,
caemos sobre las rodillas
y todo a nuestro lado parece descender.
Nos levantamos y lo lejano y cercano brilla,
con resplandor de sol en espiritual ama­necer.
Entonces, ¿por qué he de pensar
que la fuerza está lejos de mi, que soy débil,
que debo moverme con cuidado para no desmayar;
y en dolores, y penas y temores vivir?
No es esa mi parte. Señor.
La ansiedad, el temor, la turbación,
al gozo, la paz y el amor han cedido mi corazón,
porque me has concedido el bendito
don de la oración.

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