domingo, 12 de febrero de 2012

La Biblia - Resumen de Sus 66 Libros

Juan
“Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).

            Juan («Dios es dador de gracia») es un evangelio único en su gloria majestuosa. Aquí el Señor Jesús se manifiesta como el mismo Creador, el eterno, el unigénito Hijo de Dios, enviado del Padre para revelar plenamente su gloria. Esto sobrepasa la autoridad, el servicio o la gracia, y manifiesta la luz y el amor del eterno Dios. El Señor se presenta como el centro de nuestra adoración.
            El evangelio, por lo tanto, no es sinóptico (es decir, que no proporciona una vista general de la vida y de las obras del Señor en la tierra), como lo son los otros tres, sino que centra ante todo nuestra atención en su naturaleza, su persona y sus palabras. Incluso sus enemigos atestiguaron en cuanto a él: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (7:46). Los milagros y parábolas aquí registrados proporcionan un claro testimonio de su divina gloria personal. Encontramos palabras pronunciadas por sus propios labios: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (8:58). Y los siete “Yo soy” del evangelio de Juan son bien conocidos.
            Igualmente, el relato noble y digno de su crucifixión nos cautiva. Percibimos el carácter del holocausto (un sacrificio por fuego) de su servicio. La acción de quemar nos habla de todo lo que subía como olor grato para Dios; el sacrificio de Cristo es ante todo para la gloria de Dios.
            Por una parte, la dulce sencillez de este libro le confiere un poder de atracción para el menos inteligente. Por otra, sus profundidades de significado más secretas han despertado la sincera admiración de los más profundos eruditos.


Hechos
“Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos” (Hechos 4:33).

            Los Hechos de los Apóstoles relatan la manera en que la sabiduría divina ordenó acontecimientos para sacar gradualmente a las personas de la precedente dispensación de la ley, establecida por Dios, a fin de que gocen de la plena libertad de la “administración (o dispensación) de la gracia de Dios” (Efesios 3:2). El poder y la obra del Espíritu Santo se ven aquí de forma hermosa, mientras que los apóstoles son empleados por Dios para el establecimiento del cristianismo.
            La obra comienza en Jerusalén con el descenso del Espíritu Santo en el capítulo 2, bajo la forma de lenguas repartidas (v. 3). Cuando Israel, al someter al martirio a Esteban (cap. 7), rehusó el segundo llamamiento de la gracia (puesto que antes habían rechazado a su propio Mesías), Dios entonces levanta al apóstol Pablo y lo envía como mensajero especial a los gentiles. La gracia de Dios se extiende al mundo entero. De esta manera se forma la Iglesia de Dios por el poder del Espíritu Santo, siendo bautizados en un solo cuerpo tanto los creyentes judíos como los creyentes gentiles.
            Observemos también en este libro el gran cuidado de nuestro Dios por conservar una unidad verdadera y vital de esta obra y de los creyentes en todo lugar.
            Somos fundamentados así por la realidad, la simplicidad y el consuelo de los primeros días de la Iglesia. Dios mantiene el orden y la unidad sin tener que llamar a una organización y a disposiciones humanas. Esto demuestra la suficiencia de Cristo como centro para reunir a su pueblo, y del poder del Espíritu de Dios como lo único que puede dirigir toda actividad espiritual, ya sea adoración, comunión, servicio o testimonio.



Romanos

“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24).


            Romanos («los fuertes») entrega la verdad que constituye el fundamento del cristianismo. Aquí Dios es el Juez soberano, absoluto en justicia, el que descubre y saca a luz el pecado de toda la humanidad, sin permitir ninguna excusa, sin perdonar ningún mal, cualquiera sea su grado, de tal modo que “el mundo todo se tenga por reo delante de Dios” (Romanos 3:19, V.M.).
            Sin embargo, en justicia pura, Él ofrece completa justificación de la culpa, porque ésta se basa en “la redención que es Cristo Jesús”, Aquel que se ve como el gran sustituto que lleva el castigo del pecado mediante su propio sacrificio. Todo creyente en Él es así declarado libre de todo cargo, y constituido justo delante de Dios.
            La importancia de la cruz se ve, también, con referencia a la liberación del poder del pecado que mora en nosotros. La verdad es presentada de tal manera que encuentra al pecador donde él está al comienzo, y lo saca, por medio de un trabajo en su alma, de la servidumbre y las tinieblas a la libertad y la luz, estableciendo sus pies en caminos de justicia.
            En los capítulos 9, 10 y 11, se muestra que los consejos y caminos de Dios respecto a Israel guardan armonía con estas verdades reveladas ahora en el cristianismo. Dios es el gran Vencedor y, por lo tanto, todos los que confían en él son bendecidos.
            Desde el capítulo 12, se dan instrucciones para una conducta práctica basada en el fundamento sólido y eterno de la gracia justificadora de Dios.
            ¡Cuán magnífico es este libro, que justifica y libera el alma, y estimula toda virtud piadosa!

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