Dios fue manifestado en carne
El fundamento cristiano conocido por la expresión teológica de la Encarnación es un concepto por demás sorprendente; es la verdad más asombrosa jamás anunciada a la humanidad. Este concepto expone que el Creador ha visitado este rincón de la Creación en el hábito externo de su propia criatura, el hombre; Dios ha entrado en este mundo en humanidad con la finalidad de redimir.
Esta entrada en los asuntos humanos
no fue una visita protocolar atendida por la majestad y pompa que son las
prendas legítimas del Eterno. Al contrario, fue, por decirlo así, “incógnita”.
Dios moró entre los hombres en la forma de hombre con la insignia de su
divinidad tan velada que la humanidad en general desconocía la identidad de su
augusto visitante. “En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él; pero el
mundo no le conoció”.
Este acontecimiento estupendo
acaeció en medio de una nación a la cual Dios se había revelado con
anticipación, un poco allá y un poco acá, en preparación para esta revelación
más amplia. Pero la verdad de la Persona, el mensaje y la misión del divino
Visitante no fue comprendida por aquel pueblo. “A lo suyo —sus cosas propias—
vino, y los suyos —su pueblo propio— no le recibieron”.
No obstante, hizo saber su mensaje y
misión, y la verdadera naturaleza de su Persona fue revelada a aquellos que
recibieron sus palabras. A esas personas visitadas de gracia se les concedió
capacidades nuevas que les habilitaron a penetrar el disfraz humilde con que Él
se vistió. Vieron abrirse por un momento, en un lugar y otro, el manto gris de
su humanidad humilde, revelando los símbolos brillantes de la deidad que
adornan su pecho. “Vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre”. Y
aquellos a quienes este conocimiento fue dado descubrieron que Él había traído
todo lo que sus almas anhelaban, ya que estaba “lleno de gracia y de verdad”.
Él era verdadero Hombre en su
entrada a la humanidad por la vía de haber “nacido de mujer”. Parece ser sólo
un hombre, pero aun en esto difiere de los demás hombres por cuanto no tuvo
padre humano. La modalidad de su concepción fue única. El ángel anunció a la virgen
María, su madre, que “el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá,
será llamado Hijo de Dios”.
Él era verdadero Hombre en su
trayectoria humana. Pasó por la niñez, juventud y virilidad; trabajó con las
manos; era pobre en sus circunstancias; realizó su itinerario cual predicador
sin fondos ni comodidades. Pero aun en esto se distingue de todos los demás.
Cual muchacho de doce años, manifestó un sentido de misión. Enriqueció a
muchos, siendo pobre. Sin instrucción, era más sabio que sus maestros. Cual
Maestro, único. Afirmó que sus palabras eran imperecederas, diciendo: “El cielo
y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán”. Eran palabras de vida
eterna. Al cabo de diecinueve siglos, su afirmación queda intacta.
Era verdadero Hombre en su sujeción
a la ley de Dios. Fue hecho bajo la ley; un judío entrando en el pacto legal
por circuncisión, presenciando los actos de la religión nacional, cumplido en
asistir a la sinagoga, versado en el Antiguo Testamento; hombre de veras.
Pero aquí también se distingue de
los demás. No hubo defecto en su obediencia. Él ofrece el ejemplo único en toda
la historia de un hombre bueno, carente de toda conciencia de falta personal.
“¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” fue el reto que lanzó. “Hago
siempre aquellas cosas que agradan al Padre”, afirmó.
Él
murió, la suerte común del hombre. Su muerte fue una que en su forma exterior
había sido el fin de muchos otros. En ésta conoció dolor físico, debilidad,
cansancio, hasta que por fin bajó la cabeza y entregó el espíritu. Nada ha
podido anunciar mejor la realidad de su humanidad: Él murió.
Pero en su muerte se distinguió de
los demás hombres. Fue único en la declaración que hizo en cuanto a la
influencia futura de su muerte. “Yo, si fuere levantado de la tierra, a todos
atraeré a mí mismo”. Tampoco tenía paralelo su propia interpretación del
significado de esto. “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. De manera que aquella muerte
por crucifixión, vergonzosa e ignominiosa, manifestó ser distinta a todas las
demás muertes jamás padecidas. El comportamiento del universo físico en esa
hora anunció la singularidad del acontecimiento, ya que la naturaleza entera
estaba envuelta en tinieblas sobrenaturales y rasgada de convulsiones
espantosas. Más sorprendente de todo, su muerte fue seguida asombrosamente por
resurrección el día tercero después de acaecida.
Verdadero
Hombre, pero más que hombre. De que era divino en el sentido absoluto, Él mismo
lo afirmó: “Yo y el Padre uno somos”. Esto mismo fue el convencimiento de
aquellos que más contacto gozaron con él, como Juan el Evangelista, por
ejemplo, cuyas últimas palabras son: “Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y
nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el
verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna”.
La verdad de la encarnación no es
que en alguna ocasión en su carrera terrenal Jesucristo haya llegado a ser
Dios. Siempre era Dios y nunca dejó de ser Dios, ni pudo, al llegar a ser
Hombre. Él asumió humanidad en su deidad y, sin cesar de ser lo que siempre
había sido, en humillación llegó a ser lo que nunca era antes.
Hay un eslabón vital y necesario
entre la deidad de nuestro Señor y su obra de propiciación. No que un hombre
haya sido hecho único, sino que Dios haya entrado en el mundo en forma de
siervo en beneficio de nosotros los hombres. Bien se ha dicho que un Salvador
que no es del todo Dios sería un puente caído al extremo lejano. La grandeza
divina de la Persona se comunica con la obra que Él llevó a conclusión, y en
particular con la muerte que murió. Esa obra queda para siempre; su valor nunca
mengua. Prevalece de un todo por cuanto el que la realizó, siendo Dios en
humanidad, Creador y Sustentador de todas las cosas y todos los seres, es mayor
que la suma entera de sus criaturas.
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