11. Ana, la madre de Samuel
La historia que nos interesa aquí se encuentra en los
primeros dos capítulos de 1 Samuel. Para entender el pleno significado y
resultado de su actuación, tenemos que recordar la condición de cosas descritas
en Jueces y conocer también la historia de Samuel como está presentada en el 1
Samuel 3 en adelante. Los últimos versículos del libro de Rut nos preparan para
una mejora en la condición decaída de Israel que encontramos en Jueces. Ana y
su hijo Samuel iban a jugar papeles importantes en aquella restauración.
Comienzan los libros de Samuel diciéndonos que Ana era una de las dos
esposas de Elcana y que no tenía hijos. Pero Elcana “amaba a Ana, aunque Jehová
no le había concedido tener hijos”. Penina, la otra esposa de Elcana, se
aprovechaba de esta circunstancia para burlarse de Ana, por lo que la estéril
lloraba y no comía. Una vez al año toda la familia de Elcana subía al
tabernáculo, y fue en una de estas visitas a Silo que ella con amargura de alma
oró a Jehová, y lloró abundantemente, diciendo: “Si te dignares mirar a la
aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva
sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los
días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza”.
Las mujeres en Israel se apenaban al no tener hijos. En la ley de
Moisés, un hombre que había tomado dos esposas tenía que ser justo para con los
hijos de ambas; Deuteronomio 21.15 al 17. Sin embargo no es la voluntad de Dios
que un hombre tenga dos esposas o que despida una para casarse con otra. La ley
de Moisés permitía estas cosas en algunos casos, pero desde el principio Dios
no lo planificó así, Mateo 19.8. En la iglesia un hombre con dos esposas no
puede servir como anciano o líder, 1 Timoteo 3.2, 12.
Tengamos presente que Elí era muy viejo, 2.22; sus hijos eran hombres
impíos, 2.12; la palabra de Dios escaseaba en aquellos días, 3.1. Ana concibió
y consagró a uno que, fuera ya de su control, “creció, y Jehová estaba con él,
y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras... y todo Israel sabía que
Samuel era fiel profeta”, 3.19, 20.
Los problemas de esta dama fueron tres: la esterilidad, la burla de otra
mujer en el hogar y luego la falta de comprensión de parte del sumo sacerdote.
“Con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente”, 1.10. Su
sacrificio fue básicamente uno: dar a su primogénito a Dios. Pasajes claves
sobre tres etapas en su experiencia son: “Lo pedí a Jehová”, 1.20, 27; “... lo
llevé y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá [en el tabernáculo en
Silo] para siempre”, 1.22; “Le hacía su madre una túnica pequeña y se la traía
cada año”, 2.19.
El tabernáculo se llama aquí la casa de Jehová y el templo, pero no era
el templo que Salomón construyó muchos años más tarde. Elí el sacerdote temía
al Señor pero no controlaba sus propios hijos, 2.22. Mujeres malas se acercaban
muchas veces al tabernáculo y Elí no hacía nada para alejarlas.
Elí vio a Ana moviendo los labios sin decir nada en voz alta. Pensaba
que había tomado un exceso de vino, como tantas otras mujeres que iban a ese
lugar. Ella le explicó que estaba orando a Jehová. “No, señor mío; yo soy una
mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado
mi alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque
por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora”. Al oír
esto, el sacerdote pidió a Dios que su petición fuera concedida.
La oración de Ana llenó los requisitos de Isaías 66.2: pobre, humilde de
espíritu y que tiembla a la palabra de Dios. La fe con que oraba se evidencia
cuando dice el relato que ella se fue por su camino, y comió, y no estuvo más
triste. Al cumplirse el tiempo Ana dio a luz un hijo y lo llamó Samuel,
diciendo: “Por cuanto lo pedí a Jehová”.
Ana volvió a su hogar con la familia y al cabo de un tiempo Dios
contestó su oración. Al nacer el bebé, ella le llamó Samuel, que quiere decir,
Pedido de Dios. Ana cuidó al niño hasta que él pudo comer alimentos comunes.
Parece que la familia tenía ciertos recursos económicos, puesto que Ana
“después que lo hubo destetado, lo llevó consigo, con tres becerros... y lo
trajo a la casa de Jehová en Silo; y el niño era pequeño”. Esto hace contraste
con la ofrenda de los palominos que trajo María cuando se presentó en el templo
con Jesús. Entonces le llevó al tabernáculo y se lo dio a Jehová. Le dijo a Elí
que Dios había respondido a su oración. Samuel viviría en el templo y serviría
al Señor Jehová durante toda su vida.
Así, la vida de Ana se caracterizó por oración y adoración. No nos
extrañe que dedicó a su primogénito al servicio de Dios en el tabernáculo. La
piedad de Samuel es, sin duda, un reflejo del ejemplo que le dio su madre y de
las enseñanzas espirituales que le inculcó en tan corto tiempo que lo tuvo
consigo. Unas diez veces la Biblia comenta sobre la oración o la actitud
delante de Dios de madre e hijo respectivamente.
Para mostrar que
pertenecía a Dios el muchacho que Ana pidió, ella dejaría crecer su cabello.
Esta era la ley para cualquier hombre que quería servir a Dios por un período
corto como un nazareo, Números 6.5. (Sansón fue puesto aparte a Dios como
nazareo desde el día de su nacimiento, Jueces 13.5. ¿Qué le sucedió a él cuando
fracasó como nazareo? Jueces 16.17 al 21. El hijo de Ana lo haría mejor).
Llegamos, entonces al canto, u oración, en el capítulo 2.
“La realidad es que en ningún caso plugo al Espíritu de Dios utilizar a
una mujer para redactar las Sagradas Escrituras. Tampoco incluyó el Señor a una
dama en el núcleo apostólico, aun cuando estaba rodeado de mujeres que en nada
eran inferiores a los doce en su devoción a él. Pero también es una realidad
que algunos de los poemas más nobles que se encuentran en la Palabra de Dios
fueron pronunciados por mujeres. Son de valor infinito los pronunciamientos de
María en Israel, Débora, Ana madre de Samuel, y de María de Nazaret”. (W.W.
Fereday)
Ana cantó y oró. (Hablamos acertadamente de su canto, aunque el 2.1 dice
que oró y el 1.28 que adoró. La adoración generalmente consiste en algunas de
las formas del canto y oración). Fue primogenitora de Samuel que invocó el
nombre de Dios, Salmo 99.6, y de “el cantor Hemán”, 1 Crónicas 6.33.
Hay
un marcado paralelo entre la adoración de Ana y la de la virgen María en Lucas
1.46 al 45. ¡Da a pensar dónde María leía en su Biblia! Como mínimo:Ana:
Mi corazón se regocija en Jehová
Mi poder se exalta en Jehová
Los arcos de los fuertes fueron quebrados
Los débiles se ciñeron de poder
Jehová mata, y Él da vida
Él hace descender al Seol, y hace subir
Los saciados se alquilaron por pan
Los hambrientos dejaron de tener hambre
Mi poder se exalta en Jehová
Los arcos de los fuertes fueron quebrados
Los débiles se ciñeron de poder
Jehová mata, y Él da vida
Él hace descender al Seol, y hace subir
Los saciados se alquilaron por pan
Los hambrientos dejaron de tener hambre
María
Engrandece mi alma al Señor
Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador
Hizo proezas con su brazo
Esparció a los soberbios...
Quitó de los tronos a los poderosos
Exaltó a los humildes
A los ricos envió vacíos
A los hambrientos colmó de bienes
Ana pensaba en un rey, pero su hijo no sería aquel rey que gobernaría
con gran poder y fuerza. Su hijo sería más bien el primero de una larga línea
de profetas, y precisamente aquel que Dios emplearía en la introducción de un
linaje real. Samuel iba a ungir a Saúl, pero más agrado tendría como consejero
del venidero rey, David. Pero la profecía de Ana va más allá de David. Llega a
Cristo, el verdadero, eterno Rey. De ahí la inspiración que María encontraría
en el canto de Ana, aunque ésta tampoco sabría que su Hijo no entraría de una
vez en su reinado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario