jueves, 3 de noviembre de 2016

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte XI)

11. Ana, la madre de Samuel
La historia que nos interesa aquí se encuentra en los primeros dos capítulos de 1 Samuel. Para entender el pleno significado y resultado de su actuación, tenemos que recordar la condición de cosas descritas en Jueces y conocer también la historia de Samuel como está presentada en el 1 Samuel 3 en adelante. Los últimos versículos del libro de Rut nos preparan para una mejora en la condición decaída de Israel que encontramos en Jueces. Ana y su hijo Samuel iban a jugar papeles importantes en aquella restauración.
Comienzan los libros de Samuel diciéndonos que Ana era una de las dos esposas de Elcana y que no tenía hijos. Pero Elcana “amaba a Ana, aunque Jehová no le había concedido tener hijos”. Penina, la otra esposa de Elcana, se aprovechaba de esta circunstancia para burlarse de Ana, por lo que la estéril lloraba y no comía. Una vez al año toda la familia de Elcana subía al tabernáculo, y fue en una de estas visitas a Silo que ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente, diciendo: “Si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza”.
Las mujeres en Israel se apenaban al no tener hijos. En la ley de Moisés, un hombre que había tomado dos esposas tenía que ser justo para con los hijos de ambas; Deuteronomio 21.15 al 17. Sin embargo no es la voluntad de Dios que un hombre tenga dos esposas o que despida una para casarse con otra. La ley de Moisés permitía estas cosas en algunos casos, pero desde el principio Dios no lo planificó así, Mateo 19.8. En la iglesia un hombre con dos esposas no puede servir como anciano o líder, 1 Timoteo 3.2, 12.
Tengamos presente que Elí era muy viejo, 2.22; sus hijos eran hombres impíos, 2.12; la palabra de Dios escaseaba en aquellos días, 3.1. Ana concibió y consagró a uno que, fuera ya de su control, “creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras... y todo Israel sabía que Samuel era fiel profeta”, 3.19, 20.
Los problemas de esta dama fueron tres: la esterilidad, la burla de otra mujer en el hogar y luego la falta de comprensión de parte del sumo sacerdote. “Con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente”, 1.10. Su sacrificio fue básicamente uno: dar a su primogénito a Dios. Pasajes claves sobre tres etapas en su experiencia son: “Lo pedí a Jehová”, 1.20, 27; “... lo llevé y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá [en el tabernáculo en Silo] para siempre”, 1.22; “Le hacía su madre una túnica pequeña y se la traía cada año”, 2.19.
El tabernáculo se llama aquí la casa de Jehová y el templo, pero no era el templo que Salomón construyó muchos años más tarde. Elí el sacerdote temía al Señor pero no controlaba sus propios hijos, 2.22. Mujeres malas se acercaban muchas veces al tabernáculo y Elí no hacía nada para alejarlas.
Elí vio a Ana moviendo los labios sin decir nada en voz alta. Pensaba que había tomado un exceso de vino, como tantas otras mujeres que iban a ese lugar. Ella le explicó que estaba orando a Jehová. “No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora”. Al oír esto, el sacerdote pidió a Dios que su petición fuera concedida.
La oración de Ana llenó los requisitos de Isaías 66.2: pobre, humilde de espíritu y que tiembla a la palabra de Dios. La fe con que oraba se evidencia cuando dice el relato que ella se fue por su camino, y comió, y no estuvo más triste. Al cumplirse el tiempo Ana dio a luz un hijo y lo llamó Samuel, diciendo: “Por cuanto lo pedí a Jehová”.
Ana volvió a su hogar con la familia y al cabo de un tiempo Dios contestó su oración. Al nacer el bebé, ella le llamó Samuel, que quiere decir, Pedido de Dios. Ana cuidó al niño hasta que él pudo comer alimentos comunes. Parece que la familia tenía ciertos recursos económicos, puesto que Ana “después que lo hubo destetado, lo llevó consigo, con tres becerros... y lo trajo a la casa de Jehová en Silo; y el niño era pequeño”. Esto hace contraste con la ofrenda de los palominos que trajo María cuando se presentó en el templo con Jesús. Entonces le llevó al tabernáculo y se lo dio a Jehová. Le dijo a Elí que Dios había respondido a su oración. Samuel viviría en el templo y serviría al Señor Jehová durante toda su vida.
Así, la vida de Ana se caracterizó por oración y adoración. No nos extrañe que dedicó a su primogénito al servicio de Dios en el tabernáculo. La piedad de Samuel es, sin duda, un reflejo del ejemplo que le dio su madre y de las enseñanzas espirituales que le inculcó en tan corto tiempo que lo tuvo consigo. Unas diez veces la Biblia comenta sobre la oración o la actitud delante de Dios de madre e hijo respectivamente.
Para mostrar que pertenecía a Dios el muchacho que Ana pidió, ella dejaría crecer su cabello. Esta era la ley para cualquier hombre que quería servir a Dios por un período corto como un nazareo, Números 6.5. (Sansón fue puesto aparte a Dios como nazareo desde el día de su nacimiento, Jueces 13.5. ¿Qué le sucedió a él cuando fracasó como nazareo? Jueces 16.17 al 21. El hijo de Ana lo haría mejor).
Llegamos, entonces al canto, u oración, en el capítulo 2.
“La realidad es que en ningún caso plugo al Espíritu de Dios utilizar a una mujer para redactar las Sagradas Escrituras. Tampoco incluyó el Señor a una dama en el núcleo apostólico, aun cuando estaba rodeado de mujeres que en nada eran inferiores a los doce en su devoción a él. Pero también es una realidad que algunos de los poemas más nobles que se encuentran en la Palabra de Dios fueron pronunciados por mujeres. Son de valor infinito los pronunciamientos de María en Israel, Débora, Ana madre de Samuel, y de María de Nazaret”. (W.W. Fereday)
Ana cantó y oró. (Hablamos acertadamente de su canto, aunque el 2.1 dice que oró y el 1.28 que adoró. La adoración generalmente consiste en algunas de las formas del canto y oración). Fue primogenitora de Samuel que invocó el nombre de Dios, Salmo 99.6, y de “el cantor Hemán”, 1 Crónicas 6.33.
        Hay un marcado paralelo entre la adoración de Ana y la de la virgen María en Lucas 1.46 al 45. ¡Da a pensar dónde María leía en su Biblia! Como mínimo:

Ana:
Mi corazón se regocija en Jehová                   
Mi poder se exalta en Jehová             
Los arcos de los fuertes fueron quebrados     
Los débiles se ciñeron de poder                     
Jehová mata, y Él da vida                              
Él hace descender al Seol, y hace subir           
Los saciados se alquilaron por pan                
Los hambrientos dejaron de tener hambre

María 
Engrandece mi alma al Señor
Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador
Hizo proezas con su brazo
Esparció a los soberbios...
Quitó de los tronos a los poderosos
Exaltó a los humildes
A los ricos envió vacíos

A los hambrientos colmó de bienes
Ana pensaba en un rey, pero su hijo no sería aquel rey que gobernaría con gran poder y fuerza. Su hijo sería más bien el primero de una larga línea de profetas, y precisamente aquel que Dios emplearía en la introducción de un linaje real. Samuel iba a ungir a Saúl, pero más agrado tendría como consejero del venidero rey, David. Pero la profecía de Ana va más allá de David. Llega a Cristo, el verdadero, eterno Rey. De ahí la inspiración que María encontraría en el canto de Ana, aunque ésta tampoco sabría que su Hijo no entraría de una vez en su reinado.

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