domingo, 23 de octubre de 2011

¡Bocados suaves!

“Las palabras del chismoso son como bocados suaves.” Proverbios 18:8 y 26:22


            ¡“Bocados suaves” o golosinas! (RV77) Esta palabra evoca dulces realidades, no sólo a los golosos, sino también a numerosos niños, jóvenes y adultos. Además de ser deliciosas en el momento, más tarde dejan un agradable recuerdo.
            Y si Salomón nos habla de ellas en dos ocasiones, relacionándolas con las palabras del chismoso o delator, y comparando estas desagradables palabras con una comida agradable, es para llamar nuestra atención sobre esta inclinación a la que todos estamos propensos.
            ¿No es verdad que a veces los asuntos de un amigo, de un hermano, de una asamblea, son tan interesantes que se escuchan con agrado? Y si lo sucedido es de lamentar, contado de una manera denigrante, quizá con calumnia o burla, se convertirá en estos “bocados suaves” que “penetran hasta las entrañas”, es decir, hasta las profundidades más íntimas. Ciertamente rechazamos de entrada esta golosina de mal gusto y juzgamos aún más al que nos trae el chisme. Pues él ha sido el primero en deleitarse y ahora probablemente lo amplifica o lo envenena.
            ¡Qué hermoso sería si las noticias siempre fueran un motivo de alabanza, cosas ejemplares y llenas de edificación! Pablo nos da un ejemplo de ello cuando habla de algunos de sus colaboradores: Prisca y Aquila “expusieron su vida por mí”. Onesíforo “muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas, sino que cuando estuvo en Roma, me buscó solícitamente y me halló” (2 Timoteo 1:16-17).
            Estimulémonos hablando de estos ejemplos, bendigamos a Dios que inclina los corazones al amor y a las buenas obras. Pero huyamos de los “bocados suaves”, no los escuchemos, están envenenados.
            “El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos” (Proverbios 16:28). Falta de confianza, sospechas, odio y amargura siguen a menudo a estas digestiones dolorosas.
            Al enterarnos de un desliz, de un paso en falso e incluso de un pecado en nuestro hermano, sería preferible que primero nos juzgáramos a nosotros mismos y luego usáramos la oración y la Palabra de Dios, que es como el agua que purifica, siempre en amor, “porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Pedro 4:8). Pensemos en la gracia de nuestro Señor Jesucristo, quien conoce perfectamente nuestras debilidades y en su misericordia acude a vendar y a curar las heridas, quien eleva la mirada y da ánimo a todo aquel que se encuentra fatigado. Mientras estaba el Señor aquí en la tierra, aunque “conocía los pensamientos del corazón del hombre” (Lucas 6:8), no les relataba a sus discípulos acerca de los desastres que veía en los corazones. Más bien, como hombre “de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3), sufrió los males de los que le rodeaban, esperando el momento de llevar sobre sí mismo en la cruz el peso de nuestros pecados.
            Nos dejó un modelo para que sigásemos sus pisadas. Fijemos, pues, nuestros ojos en Jesús... y huyamos de las golosinas.

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