“Envió Moisés embajadores al rey de Edom desde
Cades, diciendo: Así dice Israel tu hermano: Tú has sabido todo el trabajo que
nos ha venido; como nuestros padres descendieron a Egipto, y estuvimos en
Egipto largo tiempo, y los egipcios nos maltrataron y a nuestros padres; y
clamamos a Jehová, el cual oyó nuestra voz, y envió un ángel, y nos sacó de
Egipto; y he aquí estamos en Cades, ciudad cercana a tus fronteras”.
“Te rogamos que pasemos por tu tierra. No
pasaremos por labranza, ni por viña, ni beberemos agua de pozos; por el camino
real iremos, sin apartarnos a diestra ni a siniestra, hasta que hayamos pasado
tu territorio”.
“Edom le respondió: No pasarás por mi país; de
otra manera, saldré contra ti armado... Y salió Edom contra él con mucho
pueblo, y mano fuerte. No quiso, pues, Edom dejar pasar a Israel por su
territorio, y se desvió Israel de él”. Números 20
Este episodio sucedió hacia el fin de las peregrinaciones
del pueblo de Israel en el desierto. Contiene lecciones provechosas para
nosotros, ya que vamos llegando al final de nuestra peregrinación terrenal con
las pruebas que ésta implica, y nos acercamos a la venida de nuestro Señor Jesucristo.
Israel apela al rey de Edom, buscando su simpatía y ayuda
en vista de un parentesco natural, pues los edomitas eran descendientes de
Esaú, el hermano de Jacob. Pero quedaron desilusionados. En lugar de brindarles
amor fraternal, la gente de Edom les amenazó con la espada y les prohibió
transitar por su país.
Esto mismo ocurre ahora con nosotros. No podemos contar
con la simpatía ni la ayuda espiritual de nuestros familiares según la carne,
pues la persona no regenerada por el Espíritu es uno de los “enemigos en su
mente” ... “por cuanto la mente carnal está en enemistad contra Dios, porque no
se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”, Colosenses 1.21, Romanos 8.7.
Además, es peligroso seguir el consejo de los amigos
inconversos en relación con la vida espiritual, por las consecuencias que puede
traernos. Pero con todo eso, muchas veces son ellos los primeros en denunciar
cualquier incorrección en la vida del creyente.
Notemos ahora los siete puntos que comprende la petición
hecha por Moisés al rey de Edom cuando solicitó permiso para pasar por sus
términos.
1.
Pasemos por tu tierra. Con ello le
daba a entender que no iban a detenerse, pues eran sólo transeúntes. Al añadir,
“No pasaremos por labranzas”, le indicaba que no iban a meterse en lo ajeno ni
dañar los trabajos de otros. ¡Mucho cuidado! Conviene a todo peregrino este
mismo cuidado.
2. Ni
por viña. Ellos sabían que la cosecha de las uvas,
así como el acto de pisarlas en el lagar, era ocasión de regocijo y alegría,
pero de poca duración. Nos habla de los goces efímeros del mundo, que pronto se
acaban. Pero no es así con el creyente en el Señor; su gozo es para siempre.
Por ello es que, al creer en él, uno deja las cosas del mundo; en el corazón
que está rebosando — Salmo 23.5 — no cabe otra cosa.
3. Ni
beberemos agua de pozos. El agua es simbólica de
la vida. Cristo ha puesto una fuente de agua en todo creyente; es una vida
nueva, eterna y abundante. Por eso el creyente no participa en ninguna forma de
vida mundana, sea en lo social, lo religioso o lo político. Él ha huido de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia, siendo que Satanás
es el dios de este siglo; 2 Corintios 4.4.
4. Por
el camino real iremos. Este es el camino del Rey.
Cristo, el Rey de reyes, ha ido por delante, dejándonos un ejemplo para que
sigamos en sus pisadas. “La senda de los justos es como la luz de la aurora,
que va en aumento hasta que el día es perfecto”, Proverbios 4.18. La meta es
que seamos “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de
una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como
luminares en el mundo”, Filipenses 2.15.
5. Sin
apartarnos a diestra ni a siniestra.
La idea es de andar por el camino recto, o hacer sendas derechas para los pies,
como dice en Hebreos 12.13. Nuestro Señor Jesucristo nunca se apartó, ni el
espesor de un cabello, del camino de la voluntad de su Padre. Puestos los ojos
en Cristo, el Autor y Consumador de la fe, nosotros también llegaremos al
blanco sin desvío.
6. Daré
precio. Moisés prometió no apropiarse del agua
para el ganado sin que pagara su valor. La Palabra manda al creyente: “No
debáis a nadie nada”, y, “No paguéis a nadie mal por mal”. Romanos 13.8, 12.17.
Abraham constituye un buen ejemplo de la honradez, pues no aceptó regalos del
rey de Sodoma. Cuando murió Sara, él insistió en pagar el precio del terreno
donde enterraría los restos de su esposa. Cuando un creyente no cancela sus
deudas, está manchando el testimonio del Evangelio.
7. Déjame
solamente pasar a pie. Lo único que les
interesaba era seguir la marcha; no tenían otro motivo. El cristiano debe tener
sus pies calzados con el apresto del Evangelio de la paz, Efesios 6.15. De esa
manera, mientras avanza él va dejando atrás las huellas de una vida de
separación del mundo. Viviendo en paz con el prójimo, debe ser incapaz de hacer
mal a otro.
No obstante, esta solicitud, correcta y justa en todo
sentido, Edom no quiso. Salió con su gente a pelear, por lo cual Israel se
desvió de él, pues no quería pleitos. Asimismo, el creyente evita pleitos con
los inconversos, dejando su caso en manos de aquel que ha dicho: “Mía es la
venganza, yo pagaré”, Romanos 12.19.
Santiago Saword
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