1ª
Juan
“Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para
conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo.
Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1
Juan 5:20).
La primera epístola de Juan habla mucho y de forma
hermosa de la gran verdad de la vida eterna que mora en el creyente, la vida que es la naturaleza misma de Dios y
que fue perfectamente manifestada en la bendita persona de su Hijo. Aprendemos
a conocer las características de esta vida eterna en toda la historia del Señor
Jesús sobre la tierra en la cual brillan radiantemente.
Dos importantes expresiones resumen la bendición de esta
naturaleza divina: “Dios es luz” y “Dios es amor” (1:5; 4:16). Así pues, tres
maravillosos misterios esenciales de la naturaleza divina —la vida, la luz y el
amor— se vuelven símbolos de misterios espirituales infinitamente mayores, los
cuales, no obstante, conocemos y gozamos por medio de la fe en el Hijo de Dios.
Las palabras «saber» y «conocer», y sus derivadas,
aparecen con frecuencia en esta epístola, haciendo de su verdad una realidad
viviente y absoluta en los corazones de los creyentes. No debe caber ninguna
duda de que el Hijo de Dios ha venido y que ha dado conocimiento a los
creyentes, no meramente de reglas y doctrinas, sino de la gloria personal de
Aquel que es verdadero, y de nuestra posición “en Él”. Esta obra infinita y
bendita también nos muestra la perfecta unidad del Padre y del Hijo.
Qué valiosa es, pues, esta epístola al proveer al
creyente de una firme convicción de la realidad de su relación vital como hijo
de Dios. También lo estimula a apegarse a su Dios y Padre, y a amarle.
2ª
Juan
“Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no
tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre
y al Hijo” (2 Juan 9).
La segunda epístola de Juan es la única en la Escritura
que está dirigida a una mujer. La primera epístola estableció los benditos
principios de la verdad (o de la luz) y del amor revelados en la persona del
Hijo de Dios. Ahora esta epístola subraya la necesidad de mantener fielmente la
verdad, incluso para una mujer amable y de tierno corazón.
En aquel tiempo del apóstol Juan, muchos engañadores
circulaban por todas partes, y el objetivo principal de Satanás era el hogar.
Intentaba seducir especialmente a las mujeres con su naturaleza cortés y
receptiva. Si bien Juan tenía la intención de visitar pronto a esta mujer y a
su familia, Dios sin embargo requirió de él que escribiese sin demora. Esta
mujer piadosa debía ser protegida de tal maldad insidiosa.
Tales engañadores se han multiplicado hoy en día,
aquellos que no confiesan que Jesucristo vino en carne. Su eterna deidad y su
humanidad, verdadera y perfecta, son temas fundamentales. Si alguno “se extravía”
en cuanto a esto, pretendiendo poseer verdades y un conocimiento superiores a
los que están revelados en la persona de Cristo, el tal “no tiene a Dios” (v.
9). Muchas personas de varios grupos (o sectas) procuran introducirse en los
hogares con sus doctrinas sutiles y peligrosas.
“La señora elegida” no solamente debía rehusar la entrada
a su casa de estos engañadores, sino que ni siquiera debía saludarlos (v. 10).
Si hiciese esto, “participaría en sus malas obras”. Ella no debía mostrar amor
al mal, ya que el amor debe ser “en la verdad” (v. 1).
Mantengámonos lo más lejos posible también de todo este
tipo de males en una fidelidad verdadera para con Aquel que es el “Hijo del
Padre, en verdad y en amor”.
3ª
Juan
“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas
salud, así como prospera tu alma” (3
Juan 2).
La tercera epístola de Juan tiene también mucho que decir
acerca de la verdad y el amor, pero pone énfasis en el amor que acompaña
necesariamente a la verdad, ya que una nueva forma de mal se había suscitado:
un hombre en la iglesia que reclamaba estar actuando en la verdad pero que, no
obstante, expulsaba a otros rehusando recibir incluso al apóstol Juan. Si el
amor por los hijos de Dios es ignorado de esta manera, entonces ningún reclamo
de “la verdad” pueden mantenerse en pie. La verdad y el amor deben mantenerse
juntos, como complementos el uno del otro, ya que en esto consiste la
naturaleza misma de Dios.
Juan escribe a Gayo; le encomienda para que su alma sea
prosperada, y expresa también el deseo de que sea prosperado en salud. Puede
que no haya tenido demasiada fuerza física para soportar controversias; pero su
caminar en la verdad y su fiel cuidado y amor para con los que habían salido
por la obra del Señor, son altamente elogiados.
En este caso, los “desconocidos” (que se mencionan en el
v. 5) son muy diferentes de los “engañadores” de 2 Juan (v. 7). Los primeros
eran hermanos, previamente desconocidos para Gayo, quienes se dedicaban
desinteresadamente a la obra de Cristo, no tomando nada de manos de los
gentiles, esto es, naturalmente, de los incrédulos. Si bien, por un lado, se
debía rechazar totalmente a los engañadores, por el otro, se debía recibir
plenamente a los verdaderos siervos de Cristo.
Cultivemos esta piadosa calidez de afecto en un apropiado
equilibrio con la verdad, teniendo en cuenta la enseñanza de esta epístola.
Nuevamente el apóstol escribe que tiene la intención de ir a verle en breve.
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