sábado, 1 de diciembre de 2012

La mujer Cristiana en la Iglesia


"Porque no permito a la mujer en­señar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio". Estas parecen palabras fuertes y decimos: entonces no nos queda nada para hacer. Muy al contrario, en la iglesia de Dios la mujer tiene una esfera que sólo ella puede ocu­par, pero Dios desea que en su iglesia haya orden. Cuando deso­bedecemos a la palabra de Dios só­lo puede resultar desorden y caos. El orden es de Dios. Dice también el apóstol por inspiración divina: "Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el va­rón es de la mujer, y Dios la cabe­za de Cristo" (1 Corintios 11:3).
Vemos entonces que nuestro lu­gar es de sujeción a nuestros her­manos; no debemos nunca tratar de ocupar el lugar que el Señor les ha dado a ellos. Hay mucho tra­bajo en la iglesia que los hermanos varones no pueden hacer y el Se­ñor se ha dignado darnos privile­gios muy grandes a nosotras las mujeres.

Las Hermanas Ancianas
Empezaremos con las hermanas ancianas. Es una tentación cuando llegamos a cierta edad avanzada de pensar que ya no queda nada que podamos hacer en la iglesia. El trabajo del Señor no es solamente para las jóvenes, es para todas.
            Leemos en Tito 2:3, 4 y 5 "Las ancianas asimismo... enseñen a las jóvenes, a ser prudentes, que amen a sus maridos, que amen a sus hi­jos, que sean templadas, castas, que tengan cuidado de la casa, buenas, sujetas a sus maridos".
            Sólo hermanas de edad y de expe­riencia están preparadas para ayu­dar a las más jóvenes. Cuántos problemas hay en los hogares. Ve­mos, entonces, que necesitamos mucho de las hermanas ancianas, hermanas que por su testimonio fiel y vidas limpias pueden dar consejos a las más jóvenes.

Algunas Mujeres de Romanos 16
A veces se le reprocha al após­tol Pablo de no querer a las mu­jeres; sin embargo, sus cartas es­tán llenas de referencias y salu­dos a mujeres que él reconoce co­mo sus colaboradoras. El capítulo 16 de romanos está lleno de estas referencias. En el primer versícu­lo habla de una mujer llamada Febe, que parece ser de gran utili­dad en la iglesia pues la llama diaconisa, es decir, sierva de la iglesia que está en Cencrea. Es una mujer muy activa, deseosa de servir en todo. En la nota final de esta carta a los Romanos leemos que ella lle­va la carta desde Corinto, donde fue escrita, hasta Roma. ¡Qué bendición es en la iglesia una her­mana que está dispuesta a hacer cualquier trabajo, aun de viajar si fuera necesario! Dice también de ella: "Ha ayudado a muchos" y, agrega el apóstol, "Y a mí mismo". Era sierva y también ayuda de la iglesia de Cencrea.

Priscila y Aquila
Se refiere a Priscila y a Aquila como "mis colaboradores", verso 3. Ellos trabajaban con el apóstol haciendo carpas (Hechos 18:3) y también en el evangelio. Cuando oyeron hablar a Apolos, un joven elocuente, y se dieron cuenta que era enseñado solamente en el bau­tismo de Juan, lo llevaron a su ca­sa y le declararon más particular­mente el camino de Dios. Apolo aprendió mucho de Priscila y Aquila y fue usado grandemente por el Señor (Hechos 18:24 a 28).
            La obra que hicieron estos herma­nos es sumamente útil. Vienen jó­venes cristianos a estudiar en las más grandes ciudades y, qué ben­dición más grande puede ser el ho­gar de hermanos como estos dos para estos jóvenes estudiantes.

María
Luego menciona a una mujer llamada María la cual "ha trabaja­do mucho con vosotros"(v.6). ¿Quién era María? No lo sabemos; pero no era una mujer ociosa, ni orgullosa; era sencilla y se destacó por su trabajo. Dice el apóstol: "saludad a María", y en seguida añade: "ha trabajado mucho... Hay más mujeres men­cionadas en este capítulo; pero hablaremos solamente de una más. En el verso 13 dice: "saludad a Rufo escogido en el Señor y a su madre y mía". Aquí había una se­ñora anciana ya, con el corazón de madre. No sabemos qué habrá he­cho para el apóstol; pero era el trabajo de una madre que vela por sus hijos. ¿Le habrá lavado la ro­pa? ¿Le habrá cuidado en alguna enfermedad? ¿Le habrá consolado en la tristeza? No nos dice; pero podemos imaginar todo el trabajo que puede hacer una madre. Gra­cias a Dios por las hermanas en la iglesia que son verdaderas madres, siempre listas para escuchar los problemas de las más jóvenes, y dar una mano cuando la necesitan. Las madres en la iglesia vigilan por el bienestar de sus "hijas", oran por ellas, se gozan cuando andan bien en los caminos del Señor. Es una obra muchas veces escondida que puede hacer una madre; pero no es solamente el servicio público que premia el Señor”...tu Padre que ve en secreto te recompensará en público", Mateo 6:18.

La Reunión de Oración
También tienen su lugar las her­manas en la reunión de oración. Hechos 1:13 y 14 menciona a los apóstoles y dice que todos éstos perseveraban en la oración y ruego con las mujeres y con María la ma­dre de Jesús. La reunión de ora­ción es de muchísima importancia; nuestra presencia en ella es un es­tímulo, oramos en nuestros cora­zones, decimos amén a las oracio­nes de nuestros hermanos.
Cuando Pedro fue librado de la cárcel, llegó a casa de María, la madre de Juan, donde muchos es­taban reunidos orando (Hechos 12:12). No solamente estaba pre­sente María, sino que ofreció su casa para la reunión. Son de mu­cha bendición las reuniones de oración caseras para hermanas, siempre que sean verdaderamente de oración.

Dar al Señor
En los días del Señor había al­gunas mujeres que ayudaban al Se­ñor "de bienes" (Lucas 8:2 y 3). En nuestros días también es un privilegio muy grande para las her­manas que tienen bienes "dar al Señor". Pero hay algunas que sólo tienen "dos blancas" para dar. El Señor recibe con agrado lo que le damos de corazón. El se fija en la ofrenda de la viuda y dice que "ella dio todo lo que tenía, todo su alimento" (Marcos 12:44). En los ojos de Dios era mucho más que las sumas grandes que ofre­cían los ricos, porque ellos daban de lo que les sobraba.

La Hospitalidad
Hay otro servicio que es de su­ma importancia, la hospitalidad. Es una de las cualidades que debe tener el anciano u obispo de la iglesia (2 Tim. 3:2). Depende de la mujer si el hermano, puede hos­pedar a sus hermanos, recibir con amor visitas inesperadas, dar la bienvenida a cualquier hermano que pasa por la casa.

El Vestir
"Que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y mo­destia; no con peinados ostentosos, ni oro, ni perlas, ni vestidos costo­sos" (1ª Timoteo 2:9). "Que las her­manas sean reverentes en su porte, que se distingan por su porte san­to" (Tito 2:3). Esto también tiene relación con la misión de la mujer en la iglesia, pues no solamente nuestras actividades son importan­tes, sino nuestro porte, porque tendrá mucho que ver con la in­fluencia que la mujer ha de tener en una iglesia espiritual.
Asistir a la iglesia de Dios con ropa indecorosa, etcétera, no ayu­da en ningún momento la atmósfe­ra espiritual de la asamblea. Si aceptamos la enseñanza dada a los Corintios en el capítulo once de esa epístola acerca de cubrir la ca­beza, debemos aceptar la enseñan­za dada en la epístola a Timoteo, "no con peinados ostentosos". La epístola a los Corintios hasta nos hace ver que los mismos ángeles miran desde el cielo y observan có­mo nos vestimos en las reuniones.
            Pongamos este asunto de tanta importancia delante del Señor en oración, y estemos dispuestas a acatar las órdenes. Obedecerle resultará en grande bendición para nuestras almas, y sin duda ha de ser para la gloria del Señor. "Hacedlo todo a gloria de Dios" (1 Corintios 10:31).

Nuestro Servicio
Llegamos al fin de estas consi­deraciones y sólo nos resta peguntarnos: ¿Cuál es el servicio que yo puedo hacer para el Señor en la iglesia donde me encuentro? Si lamentas, hermana, que hasta ahora no has hecho nada, pide al Señor que te muestre qué puedes hacer, que será de verdadera ben­dición en tu vida y en el lugar don­de te encuentras.
De "El Sendero del Creyente"

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