sábado, 1 de diciembre de 2012

Meditaciones Breves.


La Base de Perdón Divino
El pecado es una realidad; la santi­dad de Dios es también una rea­lidad; la conciencia lo es también, y no menos el juicio divino. Todo esto merece nuestra detenida consi­deración. La justicia debe ser satis­fecha; la conciencia purgada; Sata­nás silenciado. ¿Cómo podrá esto realizarse? SOLO POR LA CRUZ DE CRISTO. ¡Esta es LA BASE del perdón divino! El sacrificio de Cristo produjo el medio por el cual el justo Dios y el pecador justificado puedan entrar en dulce comunión. A través de ese sacrificio yo veo el pecado condenado, la justicia satisfecha, la ley magnificada, el pecador sal­vado y el adversario confundido.
—C. H. Mackintosh
LA PAZ
La paz de Dios, que sobrepasa todo entendi­miento (Filipenses 4:7). La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo (Juan 14:27). Tu guardarás en completa paz a aquel cuyo pensa­miento en ti persevera; porque en ti ha confiado (Isaías 26:3).
·         Sea cual fuere la bondad de Dios, es una cosa muy seria encontrar la paz con un Dios de santidad. Cristo hizo la paz, pero quiere que sintamos lo que es necesitarla, a fin de que podamos conocerla.
·         Deseamos obtener la victoria a fin de encontrar la paz; pero nos hace falta tener la paz (la paz ya hecha por la obra de Cristo) para lograr la victoria. Entonces encontraremos la fuerza necesaria; pero la encontramos sólo cuando tenemos conciencia de que carecemos de ella.
·         El Evangelio de la paz nos pertenece en Cristo, pero el espíritu de paz debe morar en nuestro corazón. La paz fue hecha para nosotros, a fin de que podamos permanecer en paz.
·         La obra de Cristo es lo que da paz a la conciencia; pero una voluntad sometida, la ausencia de voluntad propia, tanto en las cosas grandes como en las cosas pequeñas, es lo que nos da la paz del corazón, mientras atravesamos las pruebas de este mundo.
·         En lugar de inquietarnos, deberíamos presentar a Dios nuestras peticiones, por medio de toda oración y ruego, de manera que, mientras le suplicamos, ya podemos darle gracias por estar seguros de que Él nos dará la respuesta, sea del modo que fuere. La Escritura no dice: «Obtendréis lo que habéis pedido», sino: "La paz de Dios... guardará vuestros corazones" (Filipenses 4:7). ¡Qué gracia es saber que nuestras mismas angustias son un medio del cual se sirve para llenar nuestros corazones de esa maravillosa paz!
·         Una de las pruebas evidentes de que vivo en Cristo es la tranquilidad. Mi parte está en otro sitio diferente de aquí abajo, y prosigo mi camino. Sean cuales fueren las circunstancias, si permanecemos en Dios, manifestaremos en ellas un espíritu apacible. No solamente nuestra alma es feliz para consigo misma, sino que lleva la atmósfera del lugar de donde ella viene.
·         ¿Encuentran todas sus pruebas corazones que se apoyan en Dios su Padre de manera que, si ellas llega­ran a multiplicarse, su espíritu esté en reposo, su sueño tranquilo, y que pueda dormir y despertarse como si todo estuviese apacible a su alrededor (Salmo 3:5; 4:8), porque sabe que Dios está vivo y que dis­pone de todas las cosas? ¿Es así entre usted y sus pre­ocupaciones, o aquellos que son la causa de ellas? Si ésa es su experiencia, ¿qué mal podría alcanzarle?
·         El alma que está en comunión con Dios vivirá en un espíritu de paz. Para triunfar sobre las inquietudes de este mundo, no hay nada más importante que per­manecer en esta atmósfera de paz.
·         Nada guarda mejor al alma en el gozo de la paz que una confianza firmemente fundada en Dios. Sin ella, el hombre siempre estará excitado, presuroso, lleno de ansiedad. Si la paz de Dios guarda sus corazo­nes, gozarán del triunfo que ella da; no manifestarán nada que se oponga o que no tenga armonía con ella.
·         El amor y la gracia de Dios que íntimamente nos relacionan con el cielo llenan nuestros corazones, y somos hechos capaces de llevar a almas turbadas esa tranquilidad y esa paz que nada en este mundo puede destruir.
·         Un poco de reposo aparte nos permite muchas veces ver todas las cosas tranquilamente con los ojos de Cristo.
—J. N. Darby

CONSAGRACIÓN
Meditemos sobre Mateo 26:6-13, escena que rela­tan también Marcos y Juan. María derrama sobre la cabeza y los pies de Jesús un ungüento de nardo puro de gran precio. Los discípulos, indignados, incapaces de comprender sus motivos, la reprenden: "¿Para qué este desperdicio?" Consideran este honor rendido al Señor como una pérdida. A sus ojos, los pobres tienen más importancia que Jesús. Pero el corazón de María arde por él; sabe que Aquel a quien los judíos quieren matar es el Rey, el Mesías. Le rinde los honores reales ungiéndole con un ungüento que debió de costarle cuanto poseía...
Si nuestros corazones aman al Señor, nada nos parecerá demasiado precioso para honrarle. Al aprobar el acto de María, el Señor ha establecido el principio básico de todo servicio: Debemos darle a El cuanto poseemos, todo lo que somos. La primera cosa no es saber si se ha ayudado a «los pobres», sino si el Señor ha sido satisfecho. No lo será, a menos que nos diéra­mos enteramente a él, a menos que «perdamos» por él.
—M. Tapernoux

LA NECESIDAD DE LA GRACIA
            La vara y los azotes pueden estar justificados, pero no se gana el corazón humano con ellos. Ni es la justicia la que reina entre los santos de Dios, sino la gracia, a través de la justicia, para vida eterna. Ay, cuantos pecados retenidos hubieran podido ser lavados; y cuantos hermanos apartados para siempre habrían sido ganados para Dios y nosotros, porque meramente aporreamos la conciencia y dejamos de ganar su corazón; el corazón que (¿lo diré?) apenas buscamos. No vencimos el mal porque no lo vencimos con el bien. Voluntariamente nos sentamos para juzgar, y hemos sido juzgados; hicimos con muy poca humildad obra del Maestro. Qué poco entendemos que unos tratos "justos" -por muy justificados que estos puedan llegar a estar- no servirán para restaurar las almas; este juicio, por verdadero y comedido que sea, no llegará a los corazones para suavizarlos y dominarlos con instrucción, cuando por la misma evidencia del caso no estén en el verdadero lugar con Dios.
            El hombre no es toda conciencia, y la conciencia que se gana con el corazón todavía apartado hará lo que con el primer pecador de los hombres: lo alejará de entre los árboles del huerto para escapar de la voz incómoda.
—J.N. Darby 

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