domingo, 6 de enero de 2013

OYE, HIJA MIA NO VAYAS A ESPIGAR A OTRO CAMPO

(Leer Rut cap. 2)
            Un siervo de Dios escribió esta exhortación en el libro per­sonal de una joven cristiana, después de la cita de 1 Timo­teo 4:13: "Ocúpate en la lectura", y del Salmo 119:130: "La exposición de tus palabras alumbra". Estas palabras de aliento, siempre oportunas, impactaron mucho a la joven.
            Con estos términos hablaba Booz a Rut la moabita, quien después de haber dejado los campos y los dioses de un pueblo maldito, había venido a refugiarse bajo las alas del Dios de Israel: "Oye, hija mía...". Esta es una firme invita­ción a escuchar atentamente, a disponer su corazón para recibir instrucciones útiles. La expresión "hija mía" señala la bondad del amo, pero también la intención de elevar hasta él a esta piadosa extranjera, quien tomaría lugar en la genealogía de Jesús.
            "¿De quién es esta joven?", preguntó Booz. Su ojo ejerci­tado la distinguió en medio de los trabajadores. Sin des­cansar desde la mañana, Rut recogió y juntó tras los segadores entre las gavillas (v. 7). Tal vez revivía aquellos lejanos días de duelo y miseria, el duro viaje al lado de Noemí y la llegada a Belén. "¿No es ésta Noemí?", decía la gente. "Y ella les respondía: No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara; porque en grande amargura me ha pues­to el Todopoderoso" (1:19-20). Pero Rut no se desanimó ante estas circunstancias tan difíciles. "Te ruego que me dejes ir al campo, y recogeré espigas en pos de aquel a cuyos ojos hallare gracia", dijo a su suegra (2:2). La fe que la había hecho dejar los campos de Moab la fortalecía en su actividad, pues confiaba en Dios.
            Booz, el amo poderoso y rico, vino a su campo, al cual for­tuitamente ella había entrado (v. 3), y Rut oyó de sus pro­pios labios esa palabra de consuelo. Booz había oído cómo esta pobre mujer, viuda y extranjera, había manifes­tado su decisión de venir a refugiarse al amparo del Dios de Israel. "Ella entonces bajando su rostro se inclinó a tie­rra" (v. 10). Pero él quiso satisfacer todas las necesidades de la joven. Dio órdenes para que su duro trabajo le fuese facilitado (v. 15) y fuera provechoso (v. 16). La tomó bajo su protección (v. 9, 12, 14). Además, en el momento de la cena, la hizo acercarse y le dio de los alimentos que él mis­mo comía (grano tostado, v. 14 V.M.). Ella comió, bebió y se sació abundantemente. ¡Qué consideraciones y aten­ciones para con aquella a quien apenas conocía!
            Rut desgranó lo que había recogido y lo llevó a la ciudad donde Noemí a su turno también fue reconfortada. "Bendi­to sea el que te ha reconocido". Booz, ese pariente cerca­no, ¿no usaría su derecho de redención según la misma bondad? Y la recomendación de Noemí se unió a la de Booz: "Que no te encuentren en otro campo" (v. 22).
            El verdadero Booz es Jesús, quien siempre nos habla el lenguaje del amor y así gana nuestros corazones. Su gra­cia nos dispone a responder sí, sin ningún esfuerzo, cuan­do él mismo nos pide que confiemos enteramente en él. "Dame, hijo mío, tu corazón" (Proverbios 23:26). Su gracia nos impregna de humildad, nos sostiene, nos reconforta y nos permite imponer silencio a los amargos por qué, inclu­so en la prueba más dura.
            Que el "oye, hija mía" del Señor encuentre en nosotros la disposición sumisa y agradecida. Jesús, quien nos habla así, aprendió la obediencia por medio de lo que sufrió.
Inclinó su oído para escuchar como los sabios (Isaías 50:4). Pero también, ¡qué gozo delante de él, y qué com­placencia a la diestra de Dios al término de su humillación hasta la muerte de cruz! (Filipenses 2:8-9; Hebreos 12:2).
            Jesús permanecía constantemente en los campos de Dios: "Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa... Y es hermosa la heredad que me ha tocado" (Salmo 16:5- 6). Otro campo no lo atraía. Al entrar en el mundo había dicho: "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu volun­tad". "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado" (Hebreos 10:7; Salmo 40:8). También pudo decir: "Por eso me ama el Padre" (Juan 10:17).
            El otro campo es el de nuestra propia voluntad dándose libre curso, o el de una voluntad contrariada, que no se sujeta fácilmente a la disciplina divina, siempre saludable, es decir, a la educación de nuestra alma, que el Señor quiere poseer completamente para nuestra bendición, desde ahora. El otro campo también puede ser el mundo, engalanado con los atractivos engañosos que ofrece a nuestras codicias, los cuales nos llevan a la perdición. Jóvenes inconversos, presten atención: Satanás quiere hacer que ustedes prefieran ese otro campo, al cual sus corazones se inclinan fuertemente.
            Para ustedes, queridos jóvenes cristianos que conocen al verdadero Booz, el otro campo puede ser aquel donde la parra montés y las calabazas silvestres se mezclan con las buenas hierbas (leer 2 Reyes 4:38-42). ¡Qué peligrosas son ciertas «publicaciones religiosas», cuya cizaña daña el buen grano! Al leerlas, sin discernir el mal que en ellas hay, el campo de nuestro corazón tiene contacto con la cizaña (Mateo 13:27). Presten atención: "Hay muerte en esa olla", en lo que tiene apariencia de piedad, pero cuyo poder es negado prácticamente. A menudo se dice que ellas son más fáciles de leer y comprender que los escritos de los fieles siervos de Dios que han trazado bien la Pala­bra y han dado a su pueblo el verdadero alimento. ¿Será este su sentimiento?
            Nosotros que tenemos el privilegio de disfrutar los benefi­cios ofrecidos en el campo del verdadero Booz, no vaya­mos a espigar imprudentemente en ese otro campo. Si hemos gustado cuán bueno es el Señor, si como Rut hemos hallado gracia ante sus ojos, nos postraremos ante él rindiéndole homenaje. Cerca de Jesús encontraremos el pan para comer, el grano tostado y el refrigerio para nues­tros corazones.
            Porque él es el pan vivo que descendió del cielo, y el que coma de ese pan vivirá eternamente. Él es también el gra­no tostado. Ha llevado un fruto abundante para Dios, él, el grano de trigo que cayó en tierra y fue muerto cuando el fuego del juicio de Dios pasó sobre él (Josué 5:10-12).
            Sólo de él nuestras almas se nutren por el Espíritu que toma de lo suyo y nos lo da. ¡Busquémoslo en su campo y no pensemos que sea posible encontrar alimento mejor en otro campo!
            Tomado de Revista "PARA TODOS" 

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